Capítulo 5
Aisha Fuller:
No podría mantenerme en silencio cuando el sueldo de todos está en peligro. Además, no conozco a Asiel como para tener piedad de él. Y no me arrepiento de haberlo delatado.
Siento un codazo en mi costilla y giro mi cabeza para encontrarme con la mirada de desaprobación de Cleo. Dejo de mirarla y me vuelvo a enfocar en Asiel.
Sé que pude haberme quedado callada, así como lo hicieron todos los demás, pero no lo pude resistir. Las mentiras siempre han afectado gran parte de mí desde hace un año y medio. Y no estoy dispuesta a dejar que otros paguen solo porque el señor devora labios quiera.
Nuestros ojos están enfocados en los del otro, no sé si está esperando que aparte mi mirada de la suya, pero no lo hago, solo lo sigo retando en silencio para que haga algo.
El ceño que antes estuvo fruncido se suaviza, y una pequeña sonrisa se forma en sus labios. Toda la sensación de valentía y rebeldía se disipan y una ola de alegría y orgullo ocupa su lugar.
¿Acaso él iba a delatarse? ¿Acaso está feliz de que yo lo haya hecho?
No sé qué pensar de Asiel, pero en este momento, me da la sensación de ser una mejor persona de lo que pensé.
El salón de reuniones se queda más vacío a medida que pasan los segundos, y siento la mano de Cleo en mi cintura.
—¿Por qué lo hiciste?
Me encojo de hombros y la miro.
—¿Por qué no hacerlo?
Aprieta los labios en una fina línea y niega con la cabeza.
—Estás loca —espeta—. Él está guardando nuestro secreto, debiste proteger el suyo.
La culpa se agolpa en mi pecho como el derrumbe de una montaña, y muerdo mi labio inferior en señal de arrepentimiento.
Cleo vuelve a negar con la cabeza y se aleja de mí, saliendo del salón de reuniones, tal y como lo hicieron los demás.
«Calma. Calma. Es solo una pequeña conversación. No es como si Greis supiera que Cleo ha estado haciendo mi trabajo, no es como si Asiel le contó todo lo que sabe». Intento tranquilizarme en mis adentros.
Rayos.
Sí, eso hizo. Por esa razón estamos aquí, Asiel me ha hundido. ¿En qué estaba pensando? ¿Cómo pude calmarme si mi archienemigo conoce la información para acabar conmigo? No debí dejarme llevar por las palabras de Cleo, ella me dijo que no hiciera nada en contra de Asiel. Y sí, fue justo lo que hice, pero él abrió sus rosados labios en mi contra, él le contó a Greis todo. Él me traicionó primero.
Por el amor de Dios. ¿Cómo que traición? Él no me traicionó, solo me delató. Él no me debe lealtad. Ni siquiera somos amigos.
No me arrepiento de haber dicho que él llegó tarde. Si tuviera la oportunidad de volver a decirlo, lo haría. Odio las mentiras, sobre todo cuando esas mentiras pueden afectar a los demás.
Sí, parece que estoy mintiendo, pero en realidad estoy fingiendo. ¿Fingir es un estilo de mentir? Tal vez lo sea, sin embargo, yo no estoy lastimando a nadie.
No como lo hicieron ellos...
Ellos... ellos me vieron la cara de estúpida, me engañaron, me mintieron.
Ellos arruinaron todo lo bonito.
¿Cómo puedes volver a confiar si te engañaron de la peor forma? ¿Cómo puedes creer en alguien si esas personas te mintieron mientras te miraban a los ojos?
Todavía sigo preguntándome cómo una persona puede tener tanta facilidad para mentir. Se supone que cuando te miran a los ojos, su corazón late de una manera descontrolada y las mentiras son suplantadas por la verdad. Se supone que no puedes mentirle a quien amas.
—...No. ¡Dios! Trae agua, Asiel.
Siento dos manos sostener mis hombros y sacudirme con desesperación. Siento cómo todo mi cuerpo tiempla ante la sacudida, pero no solo por los movimientos desesperados, sino porque esas manos están provocando una sensación extraña en mi cuerpo.
—Para, Asiel. La vas a matar —grita Greis.
Los movimientos desesperados de Asiel se detienen, pero sus manos no se alejan de mis hombros.
Podría decir que las vibraciones que sigo sintiendo son las secuelas de las sacudidas anteriores, pero algo me dice que son sus manos las que están generando los temblores dentro de mí.
Me alejo de él como si de fuego se tratara y me enfoco en Greis. Mi supervisora frunce el ceño y me extiende un pequeño pañuelo. Miro su mano como si se estuviera volviendo loca, pero una pequeña lágrima cálida rueda hacia mi mano.
Sostengo el pañuelo y seco la humedad.
¿Qué rayos acaba de pasar? ¿He estado llorando sin darme cuenta? ¿Tan perdida estaba en esos recuerdos?
—¿Estás bien? —pregunta Greis.
Lo sorprendente de todo esto es que Asiel no ha dicho nada. Se ha mantenido en silencio desde que me aparté de él con tanta brusquedad. Además, ¿qué va a decir? No hay nada que decir.
Me paso el pañuelo por última vez y me enfoco en mi supervisora.
—Sí. Yo... —suspiro, rendida—. Puedo explicarlo. Es una historia graciosa —suelto una risa sin gracia. Adiós, empleo. Hola, burlas de mi familia—. A veces las personas mienten, a veces las personas...
—Las personas no tienen que pedir perdón por decir la verdad —Asiel me interrumpe—. Lamento haber llegado tarde, Gris. Cuando me di cuenta de tu mensaje, vine tan rápido como pude, pero me hago responsable —noto un tono amargo en la palabra responsable—. No hace falta que me paguen el mes.
Miro a Asiel, estupefacta. ¿Me acaba de salvar? ¿Eso significa que no le ha dicho a Greis nada acerca del trato de Cleo y yo? Pero ¿por qué, por qué haría eso?
—Excusas y excusas, Asiel. Ya sabemos que es normal que llegues tarde. También es normal que no vengas a trabajar, pero no es por eso por lo que les pedí que se queden.
Mi corazón late con fuerza. ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué Asiel me defendió? ¿Por qué sigo haciéndome preguntas?
«Basta, Aisha».
—¿Entonces? —pregunta Asiel.
Yo no puedo hablar, sigo embobada con todas las preguntas que merodean en mi cabeza. Y sigo embobada mirando la mejilla que quiero besar en forma de agradecimiento.
¿Qué quiero hacer qué?
No puede ser.
Dejo de mirar al rarito y me enfoco en mi supervisora.
—Están aquí porque quiero darte otra oportunidad, Asiel —levanta la mano para que ninguno de los dos hable—. Aisha es la más nueva trabajando aquí. El punto es, querido Asiel, que eres el que mejor conoce cómo funciona este lugar. Además, eres el capacitador de meseros. Tú le mostrarás cómo atender a los huéspedes. Y será sencillo, ya que el currículo de Aisha posee buenas referencias —me mira.
Asiel suelta una carcajada, y le doy un codazo en las costillas. Greis frunce el ceño, pero se limita a guardar silencio mientras alterna la vista entre Asiel y yo.
—¿Cuándo empezamos? —pregunta Asiel con un tono tan animado que me obligo a mirarlo. Me está mirando sin disimulo, sus labios están extendidos en una amplia sonrisa que revela sus dientes.
—Hoy mismo, pero solo será una prueba. Necesito estar segura de que es buena sirviendo mesas. No quiero que vaya a tirarle la comida a los huéspedes —Greis aplaude—. Empiecen.
Ninguno de los dos estamos mirando a Greis, nos estamos mirando con atención. Los ojos de Asiel demuestran una pizca de picardía y diversión. ¿Será que Greis me acaba de meter en la guarida del depredador? Solo espero que no se quiera vengar por lo que le hice hace varios minutos.
Escucho la puerta cerrarse y soy consciente de que estamos solos, pero, aun así, no he dejado de mirarlo. Hay algo en él que me resulta familiar, aunque no tengo claro qué. Tal vez sea por el hecho de que él mencionó algo de que nos conocemos y se ha incrustado en mi cabeza. Pero si lo conozco de algún lado, necesito saberlo.
Estamos solos.
Pero tampoco tengo tiempo para entrar en pánico, tengo que poner en práctica mis aprendizajes. Y si algo he aprendido en todos mis años de experiencia en el arte de la venganza (gracias a todas las películas que he visto en todo este tiempo sin vida social), es que no puedes tener un enemigo en tu área de trabajo.
—¿Sin rencores? —extiendo mi mano hacia él para formalizar el trato.
La amplia sonrisa que revela sus dientes se transforma en una sonrisa de labios cerrados. Toma mi mano en silencio, pero en vez de estrecharla, me jala hacia sí.
—Sin rencores —afirma. Su nariz está cerca de mi cabello. Tal vez está tratando de descubrir quién soy a través del olor—. No sé por qué sigo pensando que te conozco, pero tu olor no me resulta familiar —dice, confirmando mi sospecha de su olfato.
—Porque no eres un cerdo. Tal vez sí, pero no tienes esa habilidad del olfato.
Asiel suelta una carcajada, aleja su rostro de mi cabeza y me mira con atención.
—Me resulta interesante la forma en la que no puedes guardar un secreto —dice, sonriendo.
—Me resulta interesante que sueltes estupideces, pero que no sueltes mi mano —expreso, sincera.
—¿Quieres que suelte tu mano? —pregunta, burlón.
—¿Acaso te gusta tanto tener mi mano sostenida? —lo reto.
Su sonrisa se amplía, y acerca su rostro un poco más.
—¿Qué pasaría si te digo que sí?
Eso me toma desprevenida. Se supone que en casos así, la persona suelta la mano y dice: ya quisieras. Pero el hecho de que no me suelte es intolerable, y que haya dicho esas palabras es... Ni siquiera tengo una palabra que pueda describir lo que quiero decir o lo que siento.
—Nada —sacudo mi mano libre—. No pasaría nada.
—¿Por qué siento que mientes?
—Porque es difícil para ti aceptar que te digan que no.
Asiel chasquea la lengua y acaricia mi muñeca con su dedo pulgar, absorto en sus pensamientos.
—¿Qué te parece si salimos de aquí? —propone.
Jalo mi mano con brusquedad, pero Asiel la aprieta con un poco más de fuerza. Lo curioso es que no me está haciendo daño, solo me está sosteniendo para que no me suelte de su agarre.
—Tengo novio —miento.
Asiel suelta mi mano, y siento cómo el aire se apodera de la soledad que su alejamiento provocó. Solo que el muy inútil empieza a reírse con fuerza.
Dios. ¿Por qué se ríe?
Me cruzo de brazos y empiezo a mover uno de mis pies.
—¿Qué?
Asiel sostiene su estómago con una mano y se irgue. Se pasa la otra mano por debajo de sus ojos, y suelta un suspiro como si estuviera dejando ir la diversión.
—Parece que te estás repitiendo a ti misma que tienes novio. ¿Será que lo dudas?
—Yo no...
Tampoco hace falta que le diga la historia de mi vida. No es necesario que él sepa que mi novio terminó conmigo porque él es mucho y yo soy poco.
—Lo que quiero decir, Aisha —dice—, es que tenemos que salir de aquí para poder explicarte cómo ser una buena mesera. Necesitamos utensilios.
Dios. ¿Acaso se puede pasar más vergüenza?
Estoy a punto de abrir la boca para decir algo, pero noto que no hay nada que pueda decir, no hay nada que pueda hacer. Él lo sabe, yo lo sé.
No debí hablar acerca de mi inexistente novio, debí preguntarle a qué se refería con salir de aquí, pero sentí que sus señales eran claras. Pensé que era una indirecta para salir de aquí e ir hacia una esquina oscura en la que me pudiera besar.
—Tranquila, Aisha. Este será nuestro secreto. Y sabes que sé guardar los secretos muy bien.
—¿Por qué no se lo dices a Greis?
Asiel sonríe, mostrándome esa sonrisa a la que me estoy empezando a acostumbrar. No demuestra malicia ni picardía, algo me dice que esa es una sonrisa sincera, sin otras intenciones.
—Porque eso significa que te van a despedir. Y no quiero que te vayas.
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