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Capítulo 22

Aisha Fuller:

He estado pensando mucho en sus palabras, en su actitud, en él. Me encantaría saber si Cleo me mintió cuando me dijo que era un holgazán e irresponsable. Él es diferente a como lo describieron al principio.

Es cierto que en una ocasión llegó tarde, pero no lo ha vuelto a hacer.

Hace unos días, le pregunté acerca de Kendal, y me dijo que no tienen nada, así que eso me deja más tranquila. Ahora pasa más tiempo conmigo del que pasa con alguien más. Pero no por eso debería ilusionarme, no por eso debería considerarme importante.

Además, quizá solo sea porque es mi capacitador. Sí, ya sostengo tres bandejas. Asiel ha sido paciente conmigo, y aunque le he agradecido en varias ocasiones, creo que no ha sido suficiente.

Suspiro y termino de arreglar mi vestido floral. Debería usar otro tipo de vestuario, pero el clima ha estado inestable estos últimos días.

Llego a la planta baja y me detengo frente a la repisa en la que solemos guardar las llaves.

—¿Usarás tu coche? —pregunta mi madre.

La miro y asiento.

Sus cejas se disparan hacia el cielo, pero se está controlando para no decir nada respecto a mi decisión de usar las cosas que me compraron.

Podría tomar el autobús, como lo he hecho durante todo este tiempo, pero la alegría que siento no sería bien vista por las personas que estén en el transporte. Incluso creo que en cualquier momento voy a gritar, así que quiero estar sola.

—Iré al hotel —le informo.

Parpadea varias veces.

—Pensé que era tu día libre.

—Lo es —me centro en la gaveta de la repisa y saco el llavero que tiene un diamante—, pero Greis me dijo que necesita hablar conmigo de algo —cierro la gaveta y vuelvo a mirar a mi madre, que asiente despacio con la cabeza.

—Bueno... eh... Despedí a Laura. Voy a contratar a otra persona.

—No hace falta, yo puedo encargarme de la casa.

—Pero tú...

—Puedo hacerlo —aseguro.

Asiente.

—Eh...

Fueron tantos momentos juntas, tantas oportunidades para decirme lo que estaba sucediendo, y nunca lo hizo.

Tal vez pronto me siente a hablar con mis padres respecto a lo que he notado en estos días.

—Hasta luego, ma.

Sus labios se fruncen por unos segundos, pero los obliga a curvarse hacia arriba.

—Adiós, Aishy.

Le dedico una pequeña sonrisa, feliz de volver a escuchar ese apodo que ella y mi padre solían decirme, y salgo de la casa.

La extraño. Dios. Claro que la extraño.

Me subo en el auto blanco y empiezo mi transcurso hacia el hotel.

No lo voy a negar, me sorprendió encontrar un mensaje de Greis pidiéndome que asista hoy, pero tampoco le di mucha importancia. No es como si tuviera gran cosa que hacer en mi casa.

Una sonrisa se dibuja en mis labios al recordar la conversación de Asiel y yo. Él abrió la ventana de su habitación para ver la luna conmigo, y eso hizo que lo sintiera cerca, fue como si la distancia no existiera, como si estuviéramos el uno al lado del otro.

¡Dios!

Asiel.

Me llamó el día siguiente después de esa primera llamada, y volvimos a tener una conversación más profunda, incluso empecé a conocerlo a fondo, aunque creo que me faltan muchas cosas por descubrir de él. Han pasado varios días desde esa primera llamada, y ya se ha convertido en una cotidianidad escuchar su voz por las noches, contarle cosas de mi vida y escuchar más acerca de la suya.

Me habló de la muerte de su madre y del alejamiento de su padre. Y por unos segundos, quise correr hacia él, abrazarlo y besarlo, aunque no nos hemos vuelto a besar desde esa noche. Y me muero por hacerlo.

No ha sido lo mismo desde entonces. Me he quedado mirando sus labios por más tiempo del que debería, y él ha sonreído para que me dé cuenta de que sabe en lo que pienso, pero no me lo dice con palabras.

Estuve asustada cuando lo vi después de haberle dicho que me alegra compartir momentos con él, pero tampoco mencionó el tema. Fue como si estuviera dándome tiempo para procesar las cosas. Y me he dado cuenta de que no necesito procesar nada.

Quiero besarlo. Quiero todo de él.

Pero hoy tengo que evitarlo. Sí, voy a huir. Hablaré con Greis y saldré corriendo. No hay motivos para verlo. No hay razones para permanecer ahí. No cuando tengo planes de sostener su camisa y atraerlo hacia mí. No cuando quiero besarlo hasta que necesitemos respirar.

No, no sería lo mismo si no lo veo, y luego las cosas van a empeorar. Si se da cuenta de que estuve en el hotel y no lo saludé, me va a atacar con preguntas que tendré que responder.

No puedo mentir. No quiero mentirle.

Freno el auto y frunzo el ceño.

¿Qué rayos me pasa con ese chico?

Pego mi frente en el volante, y la bocina empieza a sonar.

Dios, ¿qué voy a hacer?

—Quítate del camino, psicópata —vocifera una voz femenina por encima del sonido de la bocina de mi coche.

Alejo la cabeza del volante y golpeo mi frente en reprensión por ser una inútil. Y vuelvo a poner el auto en marcha.

Me tomo unos cuantos minutos más, pero por fin llego al hotel. Guardo el coche en el garaje y camino hacia la puerta principal. Regie, el portero, me saluda con una sonrisa antes de que atraviese la puerta, y yo le correspondo.

Miro de un lado a otro, asegurándome de que ningún chico con el cabello rojizo castaño esté cerca, y me acerco a la recepción, dispuesta a correr si veo a Asiel.

—Buenas tardes, Greis.

Mi supervisora se gira hacia mí y frunce el ceño.

—¿Qué haces aquí, Aisha?

Arrugo la nariz y la miro con atención, buscando una señal de broma en su expresión, pero no, no está bromeando.

—Me enviaste un mensaje para que viniera.

Greis saca su celular del bolso y empieza a teclear. Detiene los movimientos de su pulgar y me mira con atención.

—¿Cómo podría enviar un mensaje y agregar un corazón?

—Pensé que te estabas encariñando conmigo —muerdo mi labio inferior, avergonzada de lo tonto que suena todo esto.

Debí darme cuenta de que algo no andaba bien.

—No diré que fue Asiel. Y ya que estás aquí, quiero aprovechar para decirte que he recibido varias quejas desde hace cinco días. No quería decírtelo, pero siguen diciendo que eres inestable y adicta.

Durante unos segundos, me quedo estática, y pasados otros segundos, siento el desfallecimiento de mi cuerpo.

¿Inestable? ¿Adicta?

Sacudo la cabeza y aprieto mis manos en puños, con la esperanza de no caerme.

No he tenido que hacer contacto con ningún huésped del hotel. Bueno, solo con los que les sirvo la comida en las noches, y ellos no me conocen lo suficiente como para decir algo así de mí.

¿Quién podría decir algo así? ¿Serían mis padres para que vaya a la universidad? ¿Sería Zack para vengarse de mí?

Trago el inmenso nudo que se formó en mi garganta y me enfoco en Greis.

—¿Quién?

—Se está hospedando en la habitación 300.

—No he limpiado esa habitación.

—Lo sé.

Aparto la mirada por unos segundos y luego vuelvo a mirar a mi supervisora.

—¿Tú le creíste? —estoy preocupada, Greis es mi superior. Y mi empleo depende de lo que ella opine.

Greis deja el celular en el mostrador y se inclina hacia adelante.

—No creo en las palabras, Aisha. Soy más de hechos. Cualquier persona puede decir lo que quiera, pero sus actos siempre los delatan —expresa con la voz firme.

—Entonces...

Niega con la cabeza.

—No has dado señales de ser inestable. Solías temblar más de lo normal, pero eso no te hace ser inestable. Además, se notan los cambios que has dado después de ese primer día.

Paz, tranquilidad. Eso es lo que siento en estos momentos.

—Gracias, Greis —le dedico una sonrisa.

—Sabes que me di cuenta de que no eras una experta en nada, ¿verdad?

Sus palabras hacen que me quede quieta, como si al moverme las palabras estás despedida saldrán de sus labios.

—Yo...

—Tranquila, lo importante es que lo estás haciendo bien. Felicidades.

—Bueno, gracias —una llama de orgullo arde en mi pecho, y sonrío—. Entonces me iré.

Greis bufa.

—Deberías quedarte aquí. Asiel solo fue a la cocina a dejar unas cosas. Además, fue él quien te pidió venir.

Me tendió una trampa el muy inútil.

—También te solicitan en la oficina principal. Es para mañana, pero ya que estás aquí...

—¿Qué?

—El jefe. William Wyatt.

Estoy despedida.

—Yo...

—Ve. Le diré a Asiel en cuanto venga —zanja, y se gira para dar por concluida la conversación.

El corazón me late con fuerza, pero tengo que hacer esto. Mucho tardó el señor William en querer vengarse de mí.

Giro hacia la derecha y entro al ascensor. Unos segundos después, las puertas se abren y salgo. Toco la puerta del despacho del padre de Asiel y entro cuando me da el permiso. Su oficina está llena de cuadros y de pequeñas estatuas que no tengo idea de cómo interpretar.

—Buenas tardes —murmuro, y cierro la puerta detrás de mí.

—Aisha Fuller —dice, y levanta la cabeza—. No tienes que sentarte. Esto será breve.

—Claro.

Sí, estoy despedida.

—Amiga de Asiel —dice.

—Yo... sí, señor.

Asiente con la cabeza.

—Claro —dice, despectivo—. ¿Sabías que la idea de despedirte me parece cada día más atractiva? Solo no hagas nada en contra de mis hijos, y todo irá bien.

Enderezo mi cuerpo y asiento con la cabeza. Necesito ocultar lo nerviosa que estoy.

—No tengo planes de herir a nadie —murmuro—. Y disculpe mi imprudencia, señor, pero espero que pronto pueda ver los maravillosos hijos que tiene.

Se mantiene quieto.

—Puedes irte.

Asiento con la cabeza y doy media vuelta. Camino hacia la salida y abro la puerta.

—Aisha —me llama, y lo miro—. Ya perdí a mi esposa, ten por seguro que no estoy dispuesto a perder a mis hijos.

Le dedico una pequeña sonrisa y salgo de la oficina del padre de Asiel. Pensé que bromeaba con lo de que sería una conversación breve, pero sí que lo fue.

No estoy despedida, y eso me llena de alegría.

Entro en el ascensor y pulso el botón para ir al piso en el que se encuentra la habitación 300.

Inestable.

¿Quién podría decir eso?

Adicta.

Nunca en mi vida he sido adicta a algo, solo soy adicta a escuchar la verdad, a saber todo lo que sucede a mi alrededor y a llegar temprano, pero no soy adicta a ninguna sustancia.

Mi parte curiosa me gritó que le pidiera a Greis el nombre de ese huésped, pero la otra parte que quiere cambiar, ser más fuerte, me pidió que les dé la oportunidad a las sorpresas de la vida.

Solo espero que este no sea un error.

Las puertas del ascensor se abren y salgo. Camino y me detengo frente a la habitación 300. Me quedo quieta, observando la puerta que me separa de esa persona.

—Aisha.

Me giro y mis ojos se encuentran con los de Cleo.

—¿Sí? —me alejo de la puerta que estuve a punto de tocar.

—Te están esperando en la recepción. ¿Qué haces aquí?

—Yo solo... —miro la puerta cerrada y niego con la cabeza—. Ya no importa.

Cleo frunce el ceño y asiente con la cabeza.

—Vamos. Qué bueno que estaba en este piso. Además, me dijeron que quizás estabas aquí.

—¿Quién?

Cleo suelta una risa, y caminamos hacia el ascensor.

—Greis.

—¿Te dijo por qué?

Mi compañera de trabajo niega con la cabeza y pulsa el botón para ir al primer piso.

—No, solo me dijo que viniera a buscarte en este pasillo. Alguien te está esperando.

Suelto una pequeña risa nerviosa y aprieto la mano de Cleo. Todavía no puedo creer que ella sea una amiga. Mi amiga.

Estoy nerviosa. Asiel ha hecho que venga a este lugar, aunque en múltiples ocasiones me ha repetido que no le gusta tocar mis días libres, que prefiere que descanse. ¿Será que ha preparado algo para mí? Solo espero que no sea una pedida de mano como la de Jerome.

Las puertas del ascensor se abren, y Cleo me abraza con fuerza.

—Puedes contar conmigo, Aish. Eso hacen las amigas —susurra, y se aleja de mí.

Salimos del ascensor, y mi mirada se encuentra con esos ojos que me han seguido desde que los vi por primera vez. Su cadera está pegada al mostrador de la recepción, y tiene un aire de estar relajado, aunque me da la impresión de que está tan nervioso como yo.

Jerome y Cleo están a su lado. Y Greis está detrás del mostrador, como si estuviera ignorándonos.

Asiel se acerca a mí.

—Hola —saluda.

Me pongo de puntillas y uno mis labios a los suyos. Lo beso porque no soporto la incertidumbre de no hacerlo. Lo beso porque quiero romper esa barrera que nos ha separado durante tantos días. Barrera que yo misma creé.

—Hola.

Asiel pestañea varias veces, sorprendido por mi atrevimiento.

Dios, me estoy pareciendo a Cleo y Jerome.

—Otra vez —pide, y sonríe.

Suelto una pequeña risa y hago lo que me pidió.

Este hotel hace cosas extrañas con la gente.

—¿Qué haces aquí si hoy es tu día libre? —pregunta cuando rompemos el beso.

—Supongo que alguien me engañó para que lo hiciera. ¿Por qué me engañaste para venir aquí?

Suelta una risa y sostiene mi mano.

—¿Tienes un lugar en el que encuentras paz?

—Sí, mi habitación, y ya estuviste allí. ¿Por qué?

—Quiero mostrarte el mío.

Asiel Wyatt:

Cuando Greis me dijo que Aisha había llegado al hotel, la alegría llenó mi pecho y se reflejó en mi rostro. Cuando me dijo que estaba hablando con mi padre, esa alegría se mezcló con preocupación. Él y yo tuvimos una conversación acerca de ella, así que podría asegurar que no planeaba despedirla, sin embargo, eso no me calmó.

Llamé a la oficina de mi padre, y me dijo que ella ya se había ido, mas no me contó nada referente a esa conversación que tuvieron. Lo dejé pasar, no porque no quisiera saber, sino porque mi padre es obstinado, y por más que intentara sacarle información, no me diría nada. Además, la necesidad de ver a Aisha era más fuerte que mi curiosidad por conocer los detalles de esa conversación.

No tengo palabras para explicar la sensación que se apoderó de mi pecho cuando ella se detuvo frente a mí. Nunca pensé que su lugar seguro fuera su habitación. Ahora quiero que conozca el mío, el lugar perfecto en el que puedes encontrar la paz si la necesitas.

Decidí tomar las llaves del coche de Aisha, y la estoy llevando hacia mi lugar favorito en todo el mundo. No solo es emocionante que me permita llevarla sin decirle hacia dónde vamos con exactitud, sino el hecho de que se mantenga con los ojos cerrados mientras yo conduzco su coche.

¿Acaso ya confía en mí? No debería emocionarme, pero claro que lo hago. Estoy emocionado de que decidiera salir conmigo. Estoy emocionado de que me haya dejado el volante, literalmente.

Detengo el coche, y Aisha abre los ojos.

—¿Dónde estamos?

—Donde solo hay paz —abro la puerta del coche, y ella hace lo mismo. Ambos salimos, y la guio hacia el inmenso roble en el que suelo dormir con frecuencia cuando visito este lugar.

Traje unas sábanas y un poco de comida. Con la intención de hacer un picnic. Está a punto de anochecer, pero supongo que podríamos permanecer aquí unas horas.

—Guao. Creo que he... —hace silencio y cierra los ojos—. Esto es pacífico —concluye.

Coloco las sábanas y la canasta bajo la sombra del roble y le sonrío.

Ella no solo necesita el silencio, un poco de ruido mejorará su sensación de paz. La conduzco hacia la colmena de las abejas, donde el zumbido es cada vez más sonoro.

—Abejas —murmura.

—Sí, abejas.

La brisa cálida remueve su cabello de un lado a otro. La observo con detenimiento, admirando la luz dorada del atardecer en su rostro, la forma en la que mantiene sus ojos cerrados, la forma en la que su cabello cubre parte de su rostro, y una sensación extraña se cuela en mi pecho, provocando que mi corazón se estremezca, que mis manos suden y que trague saliva con fuerza.

Esto me resulta familiar, aunque es la primera vez que Aisha está en este lugar conmigo.

Aparto los pensamientos y cierro los ojos. No es momento de estresarse con esos pensamientos.

Permanecemos en silencio durante varios minutos, escuchando cómo las abejas se comunican entre sí. No tan cerca de ellas, porque es preferible evitar que se enojen con nosotros. Además, no poseemos el equipo de protección.

—Se supone que un hermano mayor siempre está ahí para su hermana. Para cuidarla, protegerla —comento, y trago saliva—. Beth me dijo que habló contigo al respecto, así que no hace falta que repita la historia —suspiro—. Por mi culpa, mi familia se desmoronó. Mi hermana resultó herida, y cada uno de nosotros sangró junto a ella. Y aunque su piel está pálida, su cuerpo descuidado y sus ojos cansados, estamos felices de que esté haciendo el intento.

La mirada de Aisha se encuentra con la mía, y me dedica una sonrisa.

—Estás cumpliendo con tu misión de hermano mayor —expresa—. Lo que sucedió no se debe a que seas un mal hermano.

Asiento con la cabeza y le dedico una pequeña sonrisa.

—Supongo.

Aisha se mantiene en silencio durante unos segundos y aparta la mirada.

—Me dijeron que eras un irresponsable.

Suelto aire.

—Chelsea, mi madre, falleció cuando tenía quince años. Todos notamos su ausencia, pero nuestro padre decidió alejarse de nosotros. No sé si fue porque no tenía ganas de vernos y recordarla, pero se encerró en sí mismo. Nos pareció que no solo perdimos a nuestra madre, sino también a nuestro padre.

»Estuvimos buscando la forma de hacer que nos hablara, pero nada funcionó. Dejamos de intentarlo, y empecé a asistir a fiestas a los diecisiete. ¿Recuerdas que te mencionó algo de que embaracé a una chica?

Aisha asiente, incómoda.

—Sí.

—No es algo cierto. Solo le di un beso. Supongo que un beso es suficiente para concebir.

Una pequeña risa se escapa de los labios de Aisha, y mi corazón la atesora como suya.

Recuerdo ese momento en el que mi padre entró a mi habitación sin tocar la puerta y me gritó como nunca lo había hecho. Beth estaba conmigo y se sorprendió al escuchar la severidad de las palabras de mi padre. Incluso yo me sorprendí, pero me enfoqué en que por fin se estaba fijando en nuestra existencia.

—Después de eso, mi padre se volvió más estricto. Empezó a decirme que debería ser mejor, que debería enfocarme. Pensé que... —parpadeo varias veces—. Pensé que sus gritos eran su forma de desahogarse, así que le doy motivos para que lo haga.

—Por eso actúas así —murmura Aisha.

La miro.

—Sí.

—Aunque me dijeron que tienes fama de irresponsable, siempre me has dado la sensación de ser todo lo contrario —parpadea varias veces como si estuviera entrelazando algo—. Deberías ser tú mismo, estoy segura de que a tu padre le encantaría ver al chico divertido y entrometido que eres.

—Yo no... —murmuro, pero no sé qué decir.

—Eres una de las mejores personas que he tenido la oportunidad de conocer. Ojalá te vieras como yo te veo, Minero. Así como tú me observas con detenimiento, yo también te observo a ti, y me encanta lo que veo.

—No debería gustarte lo que ves, Bee.

—Veo más allá de lo que finges ser. ¿Sabes que creo?

—¿Qué? —me intereso.

—Has pasado tanto tiempo fingiendo que no vales la pena que te lo estás empezando a creer.

Una sonrisa se forma en mis labios. Es interesante que se haya detenido a observarme, es increíble que piense eso de mí.

—Solo con las abejas puedo ser quien soy —expreso, sonriendo.

—Eso es... —se detiene así misma—. ¿Por eso me dices Bee?

Asiento.

—Solía venir aquí para buscar paz, y me sorprendí cuando la encontré contigo.

—Eso...

—¿Está mal que quiera besarte?

Me encantaría saber qué está pensando. Me gustaría meterme en su cabeza y saber si ya puedo ser libre de besarla cuando quiera.

—Está mal que no lo estés haciendo.

Sonrío, la acerco más a mí y soy recibido por la familiaridad de nuestra cercanía.

Nuestros labios se conectan más rápido de lo que pensé. No solo yo puse el esfuerzo para acercarme, sino que Aisha también se acercó a mí. Nuestros labios se mueven con más desesperación que antes, como si alguien nos fuera a encontrar y destruir nuestra conexión, como si quisiéramos que el tiempo dejara de correr mientras nuestros labios se reconocen aún más.

El sabor fresco y familiar de sus labios invade mi boca, y la sensación de estar en casa invade mi pecho. Todavía no sé de dónde la conozco, solo sé que nuestros labios saben algo que nosotros no.

El ritmo se intensifica, y me sorprende encontrarnos en el suelo. No sé en qué momento caímos, solo sé que ninguno de los dos ha hecho el esfuerzo de romper la conexión. Y me alegra que ella no se cohíba, solo quiero más y más de lo que ella me quiera ofrecer.

Estoy manteniendo todo mi peso en mis antebrazos, y la forma en la que Aisha me jala hacia sí no colabora con el esfuerzo de no caer sobre ella.

Me dejo caer a un lado de su cuerpo, rompiendo el contacto de nuestros labios. Nos reímos durante unos segundos y nos ponemos de pie. La conduzco hacia donde están las sábanas, y nos sentamos.

El cielo sigue teñido de rosa y naranja, y todo se siente perfecto, como si estamos donde debemos estar. Por lo menos, así me siento yo.

Estoy acariciando el brazo de Aisha y besando su cuello con suavidad. Sus rizos caen hacia el otro lado de su cuello, y no podría describir la alegría de verla con el cabello suelto. Cabello que se soltó por sí misma antes de llegar al hotel.

Tal vez hasta ahí llegó mi colección de sus gomas para el cabello.

Aisha se mantiene quieta y luego se gira hacia mí, sonriendo.

—Confío en ti —expresa en voz baja.

Nunca pensé que tres palabras podrían hacerme tan feliz. He estado esperando que lo diga, que confíe en mí, que se deje llevar.

Sonrío. Ella ni siquiera sabe lo que significan esas tres palabras para mí.

Nuestros labios no soportan la lejanía y se unen una vez más. En esta ocasión, los movimientos son lentos y suaves, como si estuviéramos teniendo una conversación con este beso.

¿Acaso esto significa que somos novios?

Aisha se sienta en mi regazo, y acomodo mis manos en su cadera, recorriéndola despacio, tranquilo, sin prisa. Las manos de Aisha se adentran en mi camiseta, y siento la calidez que poseen. También están un poco húmedas como si estuviera nerviosa.

Me recuesto un poco más en el tronco del roble y continúo besándola, dejándome llevar por sus labios, disfrutando de la combinación de nuestras bocas, disfrutando de nuestra cercanía, aprovechando esta privacidad.

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