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Capítulo 2

Aisha Fuller:

Se supone que cuando llegas temprano a tu área de trabajo, tu jefe o supervisor te felicita. En mi caso, la felicitación que recibí fue conocer a mi supervisora gruñona y encontrar a dos hambrientos almorzándose los labios.

Cuando me puse el uniforme de mucama y salí del vestuario, Greis me dio los horarios en los que debo aparecer en cada habitación, mi piso correspondiente y todo lo necesario para que no cometa ningún error.

No tengo idea de cómo limpiar una habitación, y sé que, en cinco minutos, llegaré a la casa de mis padres, destrozada. También sé que me miraran, diciendo con la mirada lo que nunca dicen con palabras: «Sigues siendo una niña, Aisha. Sabíamos que no lo lograrías».

Y eso es justo lo que quiero evitar. Estoy harta de que me miren como la pequeña Aisha, la chica inútil que no consigue nada por su propia cuenta. Estoy harta de que crean que siempre dependeré de ellos para sobrevivir.

Tengo que hacer esto bien, no solo para demostrarles que puedo, sino porque me lo debo. Tengo veinte años. No es una edad tan elevada, pero ha sido la suficiente para saber que no quiero seguir siendo la niña incapaz de hacer las cosas por sí sola.

Estoy harta de eso.

Y la mejor forma de empezar es limpiando la habitación de un desconocido que, al parecer, ama la cerveza y el cigarrillo.

Si no tuviera esta meta trazada, daría media vuelta y saldría de este lugar. Siempre he odiado los cigarrillos y el alcohol. Sin embargo, tengo que quedarme, quizá los otros huéspedes no sean así.

Recojo el vaso, en el que no solo hay cerveza, sino que también hay tres cigarrillos dentro, y lo vierto en el carrito, haciendo una mueca de asco.

—¿No se supone que las habitaciones se limpian en la mañana? —le pregunto a nadie.

No puede ser, solo llevo una hora en este hotel y ya estoy hablando sola.

Pongo el vaso dentro del carrito para llevarlo a la cocina. Tal y como me dijo Greis.

—Sí, pero este huésped acaba de desocupar la habitación. Hace veinte minutos, para ser exacta. Y tú la estás preparando para el siguiente —comenta una voz femenina.

Me sobresalto al escuchar la inesperada voz y me giro en dirección a la puerta. Una chica está de pie, observándome con atención, y su cadera está pegada al marco de la puerta. Tiene el pelo rojo dividido en dos moños altos, su piel es de un bronceado intenso y brillante, sus ojos verdes y grandes, sus labios están pintados de rojo, y lleva el mismo uniforme que yo, solo que tiene tres botones superiores desabrochados. (Falda negra y camisa verde turquesa).

Doy tres pasos hacia atrás, pero la chica, al notarlo, alza ambas manos en señal de paz.

—Soy Cleo —comenta—. Solo vine para saber si necesitas mi ayuda.

Me quedo observándola en silencio mientras ella sigue esperando una respuesta de mi parte.

Claro. Ayuda. Como si las personas ofrecieran su ayuda así por así.

—Tengo un año trabajando aquí. No me lo preguntaste, pero me dio la gana de decírtelo. En fin, mi carné confirma mis palabras —señala el comprobante—. Si no me crees, vayamos a la administración.

Me enfoco en la pequeña tarjeta que reposa en el lado izquierdo de su camisa, lugar en el que hay un pequeño bolsillo.

Asciendo mi mirada hacia su rostro, pero la aparición de una burbuja de goma de mascar atrae mi atención hacia sus labios, lugar que está cubierto por el chicle y que es limpiado de inmediato.

—¿Me vas a decir tu nombre o no? —dice, inquieta y hastiada.

¿Debería decírselo? ¿Por qué ella quiere saber mi nombre?

Cuento hasta tres en mis adentros y me enfoco en sus ojos.

—Soy Aisha.

—Bien, Aish. Primero, no dejes la puerta abierta cuando estés limpiando una habitación —señala la puerta y da un paso al frente—. Segundo, no puedes vaciar la cerveza en el agua donde vas a introducir el trapeador —hace una mueca de asco y niega con la cabeza—. Tercero, no me mires como si fuera a matarte. Cuarto, no tengo nada más que decir, es solo que mi número favorito es el cuatro y tengo que mencionarlo —me guiña un ojo.

—Eh... —murmuro sin saber qué más decir.

Pero tiene razón. Creo que hice mal en vaciar la cerveza en el agua donde se encuentra el trapeador.

—Nunca has limpiado antes, ¿verdad? —arquea una ceja.

Muerdo mi labio inferior y niego con la cabeza.

Cleo suelta un bufido y sale de la habitación.

Una parte de mí está feliz de que se haya marchado, pero la otra parte necesita que diga que se va a encargar de mi desastre.

No, no puedo dejar que me ayuden, tengo que hacer las cosas sola. Se supone que por eso estoy aquí, para demostrarle a los demás que no me deben mirar como si fuera una chica que necesita de su ayuda para sobrevivir.

Treinta segundos después, Cleo aparece con su carrito de limpieza.

—Como eres nueva, yo lo haré por ti en esta habitación.

—¡No! —grito.

Cleo se estremece ante mi tono de voz y abre los ojos de par en par.

—Guaaaao. Sí que tienes una voz firme.

Carraspeo, avergonzada.

—Lo siento. Me refiero a que puedo aceptar tu carrito, pero yo me encargo de limpiar la habitación.

—Bien —se encoge de hombros—. Como digas.

Empiezo con lo básico. Despolvo un poco los cuadros, las mesitas, los floreros. Cambio las sábanas de la cama, limpio el piso y ordeno los muebles.

Por unos segundos, pienso que Cleo se ha marchado, pero un bufido hace que sepa que sigue aquí. La ignoro y continuo con la limpieza.

Unos siglos después, sacudo mis manos y admiro el trabajo que he hecho. No es el mejor trabajo, pero marcaré la habitación 402 como mi primera limpieza oficial.

Una pequeña llama de orgullo arde en mi pecho, y tengo ganas de llorar, pero obligo a las lágrimas a mantenerse ocultas.

«En tu cara, mundo. Lo he conseguido».

—Es el peor trabajo que he visto en toda mi vida —confiesa Cleo—. Si me dicen que duerma en esta habitación, no lo haría. Ni loca. Esto podría salir en un programa de terror. Te juro que todos se asustarían —suelta una carcajada.

Me giro hacia Cleo y arrugo la nariz.

Sé que no está tan bonito, pero es la primera habitación que ordeno en toda mi vida.

La llama de orgullo que antes llenó mi pecho es extinguida por el agua, salada y amarga, de las palabras de Cleo. Por si fuera poco, su expresión demuestra toda la desaprobación que hay en sus palabras.

Es obvio que todos los demás tienen razón. No soy buena haciendo las cosas por mí misma.

Pero en vez de enfadarme con Cleo y echarla de aquí, una sensación de alegría se cuela dentro de mí. Ella no me conoce, y ha decidido ser cien por ciento sincera conmigo. Eso es algo que no se ve todos los días. Las personas suelen mentir, fingir.

Tal vez Cleo no sea tan mala después de todo. Acaba de destruir mi sensación de felicidad, pero me ha dado algo bueno. La sinceridad. Y yo aprecio la sinceridad, aunque duela.

—Lo sé. Es solo que...

—Sin presiones, Aish —me interrumpe—. Es tu primer trabajo, pero no podemos dejar que un huésped vea esta monstruosidad. ¿Me dejas hacerlo?

Suspiro y asiento con la cabeza.

Ella tiene razón. No importa qué tan feliz esté de haber logrado hacer esto, un huésped que esté acostumbrado a los buenos lujos no estará feliz con esta habitación. Si a mí me dieran una habitación ordenada de esta manera, demandaría al hotel.

Duele que me lo diga a mí misma, pero es verdad. Y cuando se dice la verdad, hay más posibilidades de sanar. No es bueno que te oculten cosas, aunque crean que es lo mejor para ti.

Lo peor es que te miren a la cara y sigan fingiendo mientras tú crees a ciegas en esas personas. Que te digan que te quieren y que luego...

—Te voy a ayudar, pero ten en cuenta que te cobraré por esto —la voz de Cleo me hace regresar a la realidad—. Nada es gratis, Aish.

Asiento con la cabeza. Tengo ganas de llorar, pero no lo voy a hacer, no delante de esta chica.

Lo importante es que Cleo no me está mintiendo. Desde hace mucho tiempo, prefiero el dolor de la verdad que la venda de la mentira.

En menos de cinco minutos, Cleo termina de organizar la habitación, y la diferencia es notoria. La cama no tiene arrugas, no hay charcos de agua en el piso, los cuadros no están chuecos..., todo está en orden.

Sé que soy nueva, pero ¿soy buena en esto? ¿Cuánto tiempo voy a durar antes de que me despidan?

—A eso se le llama perfección —murmura, orgullosa.

Asiento con la cabeza y le dedico una pequeña sonrisa. No le tengo envidia, pero me encantaría hacer mi trabajo bien.

—Gracias —murmuro.

Me giro para marcharme. Y detengo mis pasos cuando mi mente es invadida por una enorme, aunque tal vez pésima, idea.

—¿Y si me sigues ayudando? —propongo y me giro hacia mi compañera de trabajo. Sus cejas están disparadas hacia el cielo, pero en vez de preguntarme acerca del trato, empieza a reírse—. Estoy hablando en serio —gruño—. Tú limpias, yo finjo que lo hice.

Cleo continúa riéndose, así que me cruzo de brazos, dándole a entender que no es una broma.

—¿Y qué ganaría yo con eso?

—Te voy a pagar.

Su mirada me inspecciona de arriba abajo, y más carcajadas llenan el silencio de la habitación.

—No es por ofender, mi vida, pero eres nueva. No tienes dinero —se burla.

—Te daré mi sueldo —ofrezco.

—Será el doble de trabajo —sus risas desaparecen, pero noto diversión en sus ojos.

—Pero también será el doble de dinero. Y puedo ayudarte con cosas sencillas. Solo hasta que sea buena.

Cleo empieza a golpearse la barbilla con el dedo índice, pensativa.

—Está bien.

—Por favor, es que nece... —detengo mis palabras—. ¿Dijiste que sí?

—Sí, un poco de dinero extra no vendría mal. Esta chica necesita darse varios lujos.

—Gracias —chillo, emocionada.

Sé que no es buena idea confiar en alguien así por así, pero ella no me mintió, supongo que tiene un punto a su favor.

—Vamos, tenemos más habitaciones que limpiar. Y con "tenemos" me refiero a que tengo que hacerlo.

Me rio de su broma que no da risa y la sigo. Ella está empujando su carrito, y yo estoy empujando el mío.

***

Podría parecer una idiota por hacer un trato con una chica para que limpie por mí, pero pareceré una torpe ante todas las personas que me conocen si me despiden.

No puedo darme el lujo de ser despedida, no puedo darme el lujo de que me vean como una inútil. Tal vez lo sea, pero dejaré de ser una inútil ante sus ojos cuando se den cuenta de que he podido durar un mes en un empleo tan sencillo.

Bueno, de sencillo no tiene nada, pero no puedo perderlo.

Cuando llegué a la casa, mi madre (Brenda) me preguntó acerca del trabajo, y tuve que decirle la verdad, que no seré una recepcionista, sino una mucama. Las cejas de mi madre se alzaron, pero no dijo nada. Apreté mis labios en una fina línea y salí de la sala.

A veces es molesto pertenecer a una familia que te considere como un ser que no sabe hacer nada por sí solo.

Quiero ver si puedo ser buena en algo. Todos dudan de mi capacidad, incluso yo. Y confirmé que no soy buena en el área de conserjería, pero podría fingir que sí, solo hasta que todos crean que he madurado.

No he hecho muchas cosas buenas en toda mi vida, pero la puntualidad siempre ha sido algo que llevo a cabo siempre.

He estado acostada en mi cama desde entonces, odiándome por ser inservible y odiándome por creer en todo lo que me dicen.

El sonido de la puerta abriéndose provoca que me gire con brusquedad. Podría relajarme ante su presencia, pero no logro hacerlo. Me pongo de pie frente a la mesita, tratando de ocultar el retrato que debí haber sacado de mi habitación hace seis meses.

—Me dijeron que estás trabajando —murmura, y cierra la puerta detrás de sí.

Trago saliva con fuerza y aparto mi cabello rizado de mi cara. La mirada de Greg me inspecciona de arriba abajo.

—Un empleo —comenta con lentitud—. Una mucama —su sonrisa se amplía, y empieza a caminar hacia mí.

El ceño de Greg se frunce, y en sus ojos aparece un brillo que no puedo descifrar de qué es.

—Mucama. Debes estar bromeando.

—No. Yo...

Detengo mis palabras. No podría decirle que no soy una mucama real, que solo voy a fingir que lo soy. No, no se lo diré.

—Necesito el empleo —confieso.

Greg niega con la cabeza y elimina toda la distancia que había entre nosotros, provocando que mis nervios se disparen aún más.

—¿A qué te refieres cuando dices que necesitas el empleo, Aisha?

—Que lo necesito —respondo, apartando la mirada de su rostro.

—Tu familia no es tan pobre como para que necesites ese empleo —expresa—. ¿Por qué querrías ser una mucama, Aisha?

Es cierto que no necesito el empleo por el dinero, sino para regresar a esa yo que solía salir sin miedo a los demás.

Siempre he tenido a alguien que haga todo por mí, siempre he tenido que depender del dinero de mis padres para todo, y ya estoy cansada de eso. No soy buena en nada, pero quiero aparentar que lo soy, aunque solo sea ante los ojos de las personas que me han visto crecer.

Esto es increíble. Odio las mentiras, pero les estoy mintiendo a ellos. Pero, si tuviera que defenderme, diría que esta mentira no le hace daño a nadie.

—Aisha, Aisha, Aisha —niega con lentitud y coloca su dedo bajo mi barbilla—. ¿Acaso quieres llamar mi atención?

Frunzo el ceño.

—N-no.

—Porque eso sería patético —me agarra de la cintura, apretando mi cuerpo al suyo—. ¿Cuándo me vas a superar? Lo nuestro terminó hace seis meses, cielo.

Cierro los ojos por unos segundos, avergonzada de mí misma, y los vuelvo a abrir, encontrándome con esa mirada de burla de mi exnovio. El chico que me dio la felicidad que necesitaba hace un año y medio. El chico que decidió terminar conmigo porque se dio cuenta de que no soy del tipo de persona por la cual debería luchar.

Nadie lucharía por mí, así que no lo culpo de haber tomado la decisión de alejarse.

Estoy sorprendida de que Greg esté frente a mí en este momento.

—Yo no...

Mis palabras son interrumpidas cuando Greg se aleja de mi cuerpo de repente, provocando que pierda el equilibrio y casi caiga, pero logro mantenerme de pie.

—Tan mentirosa —niega con la cabeza—. Todavía no me superas. Sigues pensando en mí, me sigues necesitando. Y deseas llamar mi atención.

—Yo no...

—El retrato de nuestro primer mes lo dice todo —se ríe—. Suerte con superarme, Aisha. Y suerte con tu empleo. Ambos sabemos lo decepcionante que puedes llegar a ser —camina hacia la puerta y se detiene—. Por cierto, el cabello suelto no es lo tuyo. Te lo dije cuando nos hicimos novios y te lo repito ahora.

Dicho eso, se marcha. Y todo mi cuerpo se desploma en el suelo de mi habitación.

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