Capítulo 18
Asiel Wyatt:
Detengo el coche frente a mi casa, y mi hermana no tarda en entrar. No hace falta que salude, yo entiendo su silencio y espero que Aisha intente entenderla.
Después de veinte minutos conduciendo, aparco el coche en el estacionamiento. Nos bajamos del auto y caminamos en silencio hacia donde están las atracciones.
La música, las risas, los gritos..., todo se mezcla, y una sonrisa se dibuja en mis labios al ver que Beth no está haciendo el intento de huir, aunque noto tensión en su cuerpo.
Hay muchas personas, así que hago que Aisha y mi hermana se mantengan lo más cerca posible para evitar perderlas de vista. Si pierdo a Beth, sería fácil encontrarla. Una llamada y listo. Pero no tengo el número de celular de Bee.
Guio a las chicas hacia la montaña rusa, y pago los boletos para subirnos. En este vagón solo se pueden sentar de dos en dos, así que decido dejar que ambas se sienten juntas, y me siento detrás de ellas, al lado de un chico que parece tener la misma edad que yo, veinte años.
Beth retira la capucha de su sudadera negra, y mi sonrisa se amplía.
El chico que está a mi lado alarga la mano para tocar el incipiente cabello de mi hermana, pero le doy un manotazo para interrumpir sus planes. El chico me mira con mala cara, y arqueo una ceja, retándolo a que haga algo. Sin embargo, decide ceder a quedarse quieto, y su mano regresa a su regazo.
El encargado de seguridad de la montaña rusa nos asegura en nuestros asientos, y después de un minuto, empezamos el transcurso.
Me enfoco en la forma en la que el cabello rizado de Aisha se dispersa en todas las direcciones y me contengo para no sostenerlo. Todavía no entiendo por qué amarra su cabello cuando luce tan linda con él suelto. Entiendo que en el trabajo lo mantenga envuelto, pero debería dejar su pelo libre cuando sale del hotel.
Niego con la cabeza y suelto el aire como puedo.
Después de unos minutos, veo cómo las manos de Beth se levantan por encima de su cabeza, y una sensación de orgullo y felicidad se adentra en mi pecho.
Solo espero que pronto vuelva a ser la chica de antes, esa que destruía todo a su paso, esa que nadie podía evitar que sonriera, esa que estaba decidida a adueñarse del mundo sin tener miedo al fracaso.
Esa es la Beth que quiero que regrese, esa es la Beth que ha estado oculta durante varios meses.
La siguiente en levantar los brazos es Aisha, y la sensación de orgullo y felicidad se mezcla con una de satisfacción.
Pensé que me tomaría más tiempo hacer que ambas se relajen, pero estoy feliz de que esta montaña rusa les sirva de terapia, de distracción.
Tengo dudas respecto a esa presentación que tuvieron, sin embargo, quiero enfocarme en el ahora.
El vagón se detiene unos minutos después, y bajamos.
Miro alrededor, buscando otra atracción a la que subirnos. Un dedo toca mi pecho sin cesar, y me enfoco en que se trata de mi hermana. El pánico inunda mi cuerpo, pero intento demostrar que estoy sereno.
—¿Qué pasa? —pregunto, el pánico es notorio en mi voz.
—Manzanas acarameladas —dice, alejando su dedo de mi pecho—. ¿Qué esperas? Ve a buscarlas —me ordena.
Ruedo los ojos, pero sonrío, aliviado.
—Ya voy. Espérenme junto a ese árbol y no se muevan de ahí —advierto.
—¡Manzanas, Asiel! —gruñe otra vez.
Niego con la cabeza, sonriendo, y miro a Aisha, que se encuentra detrás de mi hermana. Parece que está un poco incómoda, aunque también está sonriendo.
—¿Algodón de azúcar o manzanas acarameladas? —le pregunto a Bee.
Ella me mira. Hay un brillo interesante en sus ojos, y otra vez siento una bendita opresión.
¿Qué me está pasando? A este paso voy a morir antes de los treinta.
—Manzana acaramelada —expresa.
Asiento y miro de un lado a otro, buscando dónde están los puestos de manzanas acarameladas. No veo ninguno.
Me enfoco en la ropa de ambas. Aisha tiene una blusa blanca y Beth tiene una sudadera negra.
Les hago un gesto para que vayan al banco y empiezo a buscar esas benditas manzanas.
Aisha Fuller:
Mi lado curioso anhela conocer a Beth, saber qué, cómo y cuándo sucedió. No hay ningún patrón en la conducta de Asiel y ella que me haga pensar que su desconfianza viene de su hogar, aunque, siendo realista, a mí me ha afectado el divorcio de mis padres más de lo que le ha afectado a Zack.
¿Y si es eso? Asiel nunca me ha hablado de su familia, así que no estoy segura. Somos dos desconocidos que han ido juntos a distintos lugares, dos desconocidos que trabajan en el mismo lugar. Él dijo que era su amiga, supongo que eso somos.
Miro a Beth mientras se acerca al banco que Asiel nos señaló y camino hacia ella para sentarme a su lado. Por suerte, estamos rodeadas del sonido de las demás personas, de lo contrario, nuestro silencio sería incómodo.
No sabría de qué hablar con ella, no la conozco.
¿Cómo se me ocurre no ir con Asiel? Debí seguirlo, aunque pareciera una niña que no quiere quedarse en la escuela sin sus padres.
—Aisha —la mención de mi nombre en sus labios atrae mi atención. Beth tiene los codos apoyados en su regazo y su mirada está fijada en el frente—. ¿Por qué estás en el grupo de ayuda mutua?
Su pregunta me toma desprevenida. Pensé que estábamos aquí para distraer nuestras mentes, pero supongo que Beth no tiene los mismos planes.
—Yo... eh... —miro de un lado a otro, buscando a Asiel con la mirada para que me rescate de esta conversación, pero no lo veo por ningún lado.
—No lo busques, se va a tardar en regresar —informa. Rayos. Es obvio que no hay puestos de manzanas acarameladas en este espacio—. Solo dilo —espeta.
¿Acaso ella planeó que estemos solas?
Suelto aire por la boca y mira a Beth a los ojos.
—Eh... Bueno... Mis padres...
Le cuento un poco de lo acontecido. Cómo mis padres me mintieron. Cómo estuve pensando que tenía una vida perfecta cuando mi familia estaba dividida.
Repitiendo la historia en voz alta, noto que no hay tanto dolor como al principio, como si hay algo más allá de lo que creo.
—Debió de ser difícil —murmura cuando termino de hablar.
—Hubiera sido mejor si ellos hubieran hablado con mi hermano y conmigo. Si lo hubieran hecho, las cosas serían distintas —le dedico una pequeña sonrisa—. ¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?
Los ojos de Beth se oscurecen, y su mandíbula se tensa.
—¿Sería justo que no te diga? —inquiere, dubitativa.
—Para nada —expreso.
Su cuerpo se estremece, y suelta un suspiro entrecortado.
—Yo... Conocí a un chico hace unos meses. Empezamos a encontrarnos en todos lados, tanto así, que pensé que el destino nos estaba uniendo —suelta aire y niega con la cabeza.
Se detiene, y veo en sus ojos el deseo de no querer seguir hablando, como si estuviera pensando en salir corriendo para no continuar. Coloco mi mano con torpeza en su regazo, incitándola a que prosiga y dándole a entender que puede hacerlo.
—Era tan lindo conmigo —continúa—, tan tierno, dulce, que cuando me invitó a pasar un fin de semana con él, no dudé en asistir. Les mentí a mi padre y a mi hermano, les dije que me iría de vacaciones con una amiga de la secundaria —traga saliva para calmar los temblores de su voz—. La excusa fue que no celebré mi cumpleaños como quería. Mi padre no estaba tan presente en mi vida. Lo difícil fue convencer a Asiel. El chico y yo nos conocimos en la cafetería Buy and take. Regresé al lugar solo para verlo, y ahí estaba, esperándome.
»Solo teníamos dos semanas viéndonos, pero... no lo sé, solo acepté ir con él al hotel. El primer día, fue dulce, luego todo cambió el último día —Beth se acaricia los brazos—. Cuando todo terminó, me dio dinero y me dijo que no me daría más porque no fui suficiente —las lágrimas empiezan a salir con más rapidez de sus ojos, y aprieto su muslo un poco más fuerte para que no olvide que estoy aquí, atenta a sus palabras.
»Me arrepiento de no haber sido suficiente para él. Debí darle más, pero no sabía cómo.
—Beth, lo diste todo. Te entregaste a él por completo, el idiota es él por no saber valorar eso.
—No lo entiendes —me mira, enfadada—. Él se merecía más de lo que le di, yo lo decepcioné.
—Beth, no tienes que defender al chico que te ha causado lágrimas.
Aprieta la mandíbula, pero un sollozo se escapa de sus labios, y todo su cuerpo empieza a temblar.
—Yo lo quería, lo quiero.
Extiendo mi mano hacia su hombro, pero la alejo antes de hacer contacto con su cuerpo.
—Pero él no se merece tu cariño —suelto aire—. ¿Te digo algo? Creo que ese cariño es la herida disfrazada, y no quieres sanar la herida porque es lo único que te queda de él.
La hermana de Asiel se mantiene en silencio.
—Déjalo ir, Beth —le dedico una pequeña sonrisa—. ¿Hiciste algo en su contra? —pregunto.
Beth niega con la cabeza.
—No puedo hacer nada. Lo que pasó entre nosotros fue consentido por ambas partes. Él lo propuso, yo acepté.
—Lo siento tanto.
—A mí no me importa tu lástima.
Beth se pone de pie con brusquedad y empieza a mirar de un lado a otro, tal vez buscando a Asiel. Saca un celular del bolsillo de su sudadera y empieza a teclear.
—Yo no te tengo lástima —me pongo de pie—. Creo que eres valiente. No podría decir mucho de ti, es obvio que solo sé tu nombre y lo que me acabas de contar, pero tienes a un hermano que te quiere, que te cuida.
Beth no detiene los movimientos de sus dedos.
—Yo no tengo a nadie —continúo—. En cierto modo, tengo a mis padres, pero tengo miedo de que me vuelvan a mentir. A veces creo que fingen que les importo, aunque una parte grita que no es así. Yo no tengo amigos, mi hermano me odia y mi novio terminó conmigo. Mírame, solo soy un desastre andante que aleja a todos los que se acercan.
Levanta la cabeza y me mira.
—¿Novio?
—Sí, terminó ayer conmigo, aunque...
—¿Aunque qué?
Suspiro, ¿por qué rayos acabo de mencionar este tema?
—Aunque no es la primera vez que termina conmigo.
—Se nota que no lo querías —gruñe—. Si lo hubieras querido, entenderías lo que se siente perder a alguien por no darle lo mejor de ti.
—Ese es el punto, Beth —grito, dolida—. La primera vez que terminó conmigo, yo no sabía qué hacer. Sentí que todo mi mundo se desmoronó. Supongo que ahora solo extraño su cercanía porque... porque él era lo único que tenía de mi antigua yo, y ahora no me queda nada.
—Por lo menos tú tuviste una segunda oportunidad, ¿Dónde está la mía?
—Ojalá no la tengas. Se nota que ese chico era malo para ti.
—No lo conoces.
—Tampoco hace falta conocerlo para saber que no se merecía lo que le diste, tampoco se merece tus lágrimas. Y mucho menos que lo extrañes. Mereces a alguien que acepte lo que puedas dar, que haga que sonrías como una tonta, pero no solo que ese alguien tenga efecto en ti, sino que tú también tengas efecto en él.
Siento la humedad y el ardor que dejan las lágrimas mientras miro a Beth, pero no las aparto.
Sin pensarlo dos veces, abrazo a Beth. La abrazo tan fuerte que me sorprendo a mí misma. Sus manos se mantienen a ambos lados de su costado, y acaricio su espalda, aunque no me está correspondiendo en el abrazo.
Es tan delgada que tengo miedo de hacerle daño, pero no quiero soltarla.
Sé lo que se siente terminar una relación en malos términos. Eso me sucedió hace varios meses con Greg. Y sé lo mucho que duele que te digan que no eres suficiente o que no vales la pena.
Una parte de mí está feliz de que Asiel no esté presente, estoy segura de que se preocuparía mucho, pero otra parte está triste, porque me gustaría que viera lo fuerte que es su hermana.
¿Acaso él lo sabe? Ojalá que lo sepa.
—Gracias por contarme —le susurro con la voz entrecortada.
Una mano de Beth hace contacto con mi espalda, y más lagrimas escapan de mis ojos.
—¿Podrías fingir que no hemos tenido esta conversación? —se aleja de mí, y nuestros ojos se encuentran.
—Claro —seco las lágrimas que humedecen mi rostro, y Beth empieza a hacer lo mismo.
Beth camina hacia un puesto de agua, compra dos botellas y regresa hacia mí. Nos lavamos las caras para eliminar los rastros de las lágrimas y nos volvemos a sentar en el mismo banco.
Unos minutos después, Asiel regresa con tres manzanas acarameladas y decidimos fingir, así como lo sugirió Beth.
***
A pesar de que nos subimos en varias atracciones, sigue estando lo bastante temprano como para salir hacia otros lugares, pero creo que ha sido una noche larga para Beth y para mí.
Si Asiel notó que estuvimos llorando, no lo demostró.
No pensé en que me divertiría tanto con ellos dos, pero estoy feliz. Estoy feliz de que Beth haya decidido hablar conmigo y ni siquiera sé por qué lo hizo. Supongo que sintió lo mismo que yo cuando decidí hablar con Asiel.
Nos detenemos en la misma acera de antes y me enfoco en la única casa que se encuentra cerca, aunque me pareció ver una un poco más atrás y parece que hay otra más adelante.
Miro a Asiel, y él hace una mueca extraña, pero no me mira.
—¿Viven aquí? —inquiero, sin lograr ocultar la sorpresa en mi voz.
Asiel asiente con la cabeza.
Beth se mantiene en silencio.
—Vamos —dice Asiel, y sale del auto.
Beth y yo salimos, y los tres empezamos a caminar hacia el enorme portón de acero, que se abre solo con pararnos enfrente. Caminamos en silencio y entramos en la casa. El piso es de mármol, paredes pintadas de blanco, varios cuadros abstractos...
Esta no puede ser la casa de Asiel, ¿o sí?
—¿Se puede saber dónde estaban? —gruñe un hombre, haciendo que todo mi cuerpo se estremezca. Se detiene frente a Asiel, y noto todo el parecido que tienen. Los tres se parecen, supongo que ese es su padre —. No puedes sacar a tu hermana de aquí. ¿Acaso estás loco?
Se nota que hay una preocupación que impulsa esos gritos, sin embargo, no es atractivo escuchar la forma en la que las palabras salen de sus labios.
—Beth está bien —comenta Asiel, tranquilo, como si no fuera una novedad escuchar a su padre hablar así. Pero también noto una incomodidad en su voz. Quizá sea porque estoy presenciando todo esto.
—Beth, a tu habitación —gruñe el padre de los chicos.
—Pa...
—A tu habitación —la interrumpe.
Beth me hace un gesto con la cabeza en señal de despedida y se pierde de mi vista hacia algún lugar que desconozco.
El padre de Asiel parece notarme y su ceño se frunce más.
—Otra más —gruñe, y juro que sus palabras duelen.
—No, no es otra más —expresa Asiel con firmeza y seguridad.
—Claro —ironiza su padre—. ¿Acaso ella también está embarazada? ¿Cuánto dinero quieres para olvidar que Asiel es el padre? Dime el precio, yo firmo el cheque.
Mi corazón y mi estómago se estremecen. Sus palabras son como puñetazos que dan en los puntos débiles.
¿Acaso Asiel embarazó a alguien? ¿Acaso le pagaron a la chica para que guarde el secreto? ¿Qué pasó con el bebé?
No, Asiel no es así. No lo conozco tanto, pero me atrevería a lanzarme de un avión sin paracaídas para demostrar que él es diferente. Y me gruño en mis adentros por creerlo inocente, pero sé que tengo la razón.
—William —advierte Asiel.
—No, no estoy embarazada —digo, sorprendiéndome a mí misma—. Y no sé de qué está hablando, pero es horrible ver cómo solo empieza a gritar sin antes esperar que sus hijos les den una explicación.
William suelta una risa amarga y da un paso hacia mí.
—¿Acaso me vas a decir cómo debo criar a mis hijos?
Niego con la cabeza y me irgo.
—No, pero sí le voy a decir que me enfada ver cómo espera lo peor de ellos. No lo conozco, señor. Incluso es la primera vez que lo veo, pero es lamentable que yo tenga un buen concepto de sus hijos cuando usted ni siquiera sabe de qué son capaces. Y si estuviera embarazada de Asiel, que no es el caso, no dejaría que me diera su dinero.
—Fuer...
—Debería celebrar la felicidad de su hija —lo interrumpo—. Ella no suele salir de su casa. Y ahora que lo hace, solo recibe gritos de parte de su padre.
Me giro y salgo de la casa, dejando atrás al señor bien vestido. Siento la presencia de Asiel detrás de mí, pero no me giro para confirmarlo.
Me hubiera encantado entrar a la habitación de Asiel, ver qué hay ahí dentro, pero estoy tan hastiada con su padre que solo me quiero ir de aquí.
—Gracias —murmura cuando ambos estamos dentro del coche.
Lo miro y me encuentro con una gran sonrisa.
—Tu padre es... interesante —expreso, aunque son otras cosas las que quiero decir de él.
—Bueno, tienes un jefe interesante —murmura sin dejar de sonreír.
Frunzo el ceño.
—¿A qué te refieres?
Asiel suspira y se acomoda en el asiento.
—Él es William Wyatt, el dueño del hotel.
Mi mandíbula cae al suelo, y me quedo mirando a Asiel con atención.
—¿Q-qué? —balbuceo.
Genial, acabo de regresar, y me van a despedir.
—Sí, es nuestro jefe.
¿Asiel es el hijo del dueño? ¿Por qué es un mesero?
—¿Por qué no me dijiste que eres el hijo del dueño?
—Nunca salió la conversación. Además, no es como si importara mucho.
—Estoy despedida.
Asiel suelta una risa y niega con la cabeza.
—No voy a dejar que te despida.
******************
Sí, que la despidan. 😂
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