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Capítulo 17

Aisha Fuller:

Estoy loca. Sí, esa es la razón por la que acepté salir con Asiel. ¿En qué rayos estaba pensando? ¿Cómo se me ocurrió decirle que sí?

Todavía tengo tiempo de escapar, no es como si él me estuviera viendo aquí, afuera del hotel, esperando a que se aparezca. No, claro que no.

«Huye». Me grita una voz. «Quédate». Me grita la otra.

Sí, me voy. Esa es la voz de la razón. Quedarse significa estar con otro chico. Y Greg... Rayos.

¿Está mal que salga con alguien más? ¿Está mal que esté deseando que Asiel aparezca?

—Perdón —murmura una voz detrás de mí. Me giro y me encuentro con los ojos verdes de Cleo—. No tuve mucho tiempo para decirte algo referente a la terminación de tu noviazgo. Lo lamento.

—Eh... —asiento—. Está bien.

—Sigo diciendo que no luces como alguien que le duele —expresa.

Aprieto los labios y frunzo el ceño.

—Me duele —la contradigo—. Pero no quiero hablar del tema ahora.

Cuando llegue a mi casa, intentaré llorar por todo lo que Greg y yo nunca volveremos a ser, por ese principio que tuvimos, por lo deprimente de nuestro final.

—Claaaaro —Cleo empieza a subir y bajar las cejas mientras una sonrisa se dibuja en sus labios. No hace falta que me gire para saber que Asiel acaba de detenerse en la acera.

—Cleo...

—Bienvenida, Aisha, aunque creo que la bienvenida de Asiel es mejor que la mía —se da la vuelta y me mira por encima del hombro—. Por cierto, Jerome está feliz de verte. Que no lo diga no significa que no sea cierto.

Suspiro y abro la boca para decir algo, pero Cleo se va antes de que logre hacerlo.

Lo que me faltaba. La única amiga que tengo cree que estoy mintiendo. Cree que no me duele que lo de Greg y yo se haya acabado.

¿Y si no me duele?

—¡No me hago más joven, Bee!

Tengo ganas de gritarle, pero solo suspiro y me giro para verlo de pie, apoyado en su auto azul oscuro. Pensé que era negro.

Esto será una pesadilla. Debí decirle que no. ¿Cómo me puedo concentrar si el color rojo de su camiseta le queda bien?

Por suerte, traje ropa, así que no hizo falta ir a mi casa para cambiarme.

Sacudo la cabeza y camino hacia Asiel. Estoy esperando que se aparte de la puerta del copiloto, pero no da señal de querer hacerlo.

—¿Te vas a quedar mirándome? —inquiero, un poco incómoda por la forma en la que me mira.

Una sonrisa se amplía en sus labios y da un paso hacia mí. Estoy a punto de retroceder, pero la mano de Asiel en la parte posterior de mi cabeza detiene mis movimientos.

Su mano se aleja de mi cabeza y mi cabello cae derramado.

Empiezo a quitarme cada mechón molesto, devolviéndolo hacia atrás, pero la inútil brisa está en mi contra. Cada movimiento que hago con mi cabeza y con mis manos para apartar el cabello de mi rostro atrás es interrumpido cuando una mano hace contacto con mi rostro.

—Si sacudes la cabeza, el cabello seguirá en tu cara —murmura, ayudándome a arreglar mi cabello.

Abro los ojos de par en par, y un cosquilleo extraño aparece en mis manos. Sí, definitivamente lo quiero golpear. Ese cosquilleo es porque lo quiero golpear.

Asiel termina de ordenar mi cabello, pero en vez de apartarse, sostiene un mechón de mi cabello rizado y lo envuelve en su dedo. Mis ojos se enfocan en su rostro y en la felicidad que hay en su expresión. Es como si fuera un niño al que le acaban de comprar una paleta, es como si acabara de conocer el sabor del azúcar.

Suelta el mechón de cabello lentamente y sonríe cuando el rizo empieza a dar vueltas.

—Me gusta tu cabello —murmura, tomándome desprevenida.

Sus ojos se encuentran con los míos, y siento una opresión en mi pecho, pero aparto la sensación y también dejo de mirar a Asiel.

—Deberías dejártelo suelto más a menudo —continúa—. Te ves her... —se detiene y se aclara la garganta—. Bueno, vamos.

Abre la puerta del copiloto, y entro sin mirarlo. Me pongo el cinturón de seguridad y me enfoco en el frente.

Ni siquiera tengo planes de preguntarle por qué se detuvo, no hace falta que lo haga. Ya sé lo que quería decir. Y supongo que estamos mejor así.

Asiel entra y no tarda en poner el auto en marcha. Lo miro de reojo y me doy cuenta de que no tiene planes de colocarse el cinturón de seguridad, y yo no tengo planes de pedirle que lo haga, aunque debería.

¿Será que Cleo tiene razón? ¿No me dolió la terminación de Greg?

Claro que sí. Sí me dolió, solo que me dolió más la primera vez. Cuando me miró a los ojos y me dijo que no estaba dispuesto a luchar por alguien como yo, que no soy suficiente para él, que debería ser mejor.

Hice todo lo que pude para encajar en su mundo, hice todo lo que pude para ser lo que él quería, pero nunca lo logré.

—Asiel... —murmuro.

—Espero que no me digas que tu novio se va a enojar. Somos dos amigos que darán una vuelta, Bee.

Frunzo el ceño, pero decido no mirarlo y me mantengo callada.

—¿Es eso, Bee? ¿Tu novio no está de acuerdo con que tengas amigos?

Mi ceño se frunce más que antes.

—Si es...

—Él terminó conmigo —confieso. No sé por qué se lo dije, pero ya lo hice. Y una parte de mí se siente alegre.

El silencio es espeso, tan espeso que decido mirar a Asiel. Lo peor de todo esto no es que haya detenido el coche para mirarme fijamente, sino que una bendita sonrisa está dibujada en sus labios. Está intentando ocultarla, pero todos los esfuerzos parecen ser en vano.

Aprieto los labios en una fina línea y niego con la cabeza.

Estoy sufriendo, y él está feliz de mi sufrimiento. Qué asco de persona.

¿De verdad estoy sufriendo?

Sus ojos siguen enfocados en mí, y sus labios... sus labios...

Aparto la mirada, mirando hacia el frente. El sol se está ocultando, y el cielo está teñido de colores anaranjados y rosados. Y aunque la tarde está fresca, no hay indicios de que vaya a llover.

Asiel masculla algo que no logro captar y pone el auto nuevamente en marcha.

—Ponte el cinturón.

Escucho el clic, pero no lo miro.

—Relájate, Bee —me pide Asiel y enciende la radio.

Cierro los ojos y asiento.

Tal vez tiene razón, tal vez debería relajarme, ya que estamos aquí.

—¿Adónde vamos? —inquiero en voz alta.

Asiel baja el volumen de la música, y yo mantengo los ojos cerrados.

—La vida nos guiará.

Abro los ojos, inquieta, y lo miro.

—¿Qué? ¿Acaso no sabes hacia dónde me llevas?

Asiel me mira de reojo y luego se centra en la calle.

—No. Pensé que no aceptarías —confiesa.

—No me diste otra opción —me quejo, un poco molesta.

—Pero no tuve tiempo de pensar hacia dónde llevarte —se defiende, sonriendo un poco.

Definitivamente he aceptado salir con un rarito.

—¿Puedes relajarte? —inquiere—. No es como si fuera algo malo no saber hacia dónde ir.

Lo asesino con la mirada y aprieto las manos.

—¿No es algo malo? Claro que lo es —gruño, y empiezo a hacer señas con las manos—. Necesito saber hacia dónde me llevas. La vida te da las peores sorpresas cuando caminas sin rumbo.

No voy a llorar. No voy a llorar. Pero claro que quiero hacerlo.

Por dejarme llevar, fue que vi a mi padre besando a esa mujer desconocida. Por no avisarle a mi madre, como siempre lo solía hacer, fue que la encontré a ella besando a ese hombre en el sofá.

No debí salirme de mi senda, no debí hacer las cosas cuando no estaban en mi plan.

—Lo siento —se disculpa.

—No necesito que lo sientas —grito, y aparto la mirada de sus ojos castaños—. Solo necesito que me digas hacia dónde vamos —expreso en voz baja.

Asiel sabe mi historia, sabe lo de mis padres, pero no quiero llorar ante él. No quiero.

El auto se detiene, y mi corazón empieza a sacudirse dentro de mi pecho.

«Piensa en otra cosa, Aisha. No llores».

—Conmigo estarás a salvo, Bee —susurra, y se nota la sinceridad de sus palabras, pero no puedo. No puedo simplemente quedarme tranquila porque él lo diga.

Sus dedos hacen contacto con mi barbilla y hace que lo mire.

—Solo dime hacia dónde vamos —insisto.

—Déjame ser quien lleve el volante por esta noche, Bee. Relájate, solo por hoy —susurra, y aparta su mano de mi barbilla—. Déjame demostrarte que no siempre debes tener el control de todo, que no todo sale mal.

—Yo... solo...

—¿Confías en mí? —inquiere.

Aprieto mis labios en una fina línea y mantengo la mirada fija en sus ojos. Asiel está expectante, su mirada me dice que necesita de una respuesta afirmativa, sus labios me dicen que no hablará hasta que yo lo haga.

Él sabe que no le mentiré, él sabe que odio las mentiras y que cualquier respuesta que le dé será la verdadera. Además, se nota que quiere la respuesta real. De verdad quiere saber lo que pienso.

—No —respondo.

Es cierto que me he divertido mucho con él, que me he relajado a su alrededor, pero no confío en él. No como para arriesgarme a que dirija toda mi vida, aunque lo he dejado dirigirme durante varias horas.

El dolor es notorio en sus ojos, pero no debería dolerle. No nos conocemos lo suficiente como para que le duelan mis palabras, no nos conocemos lo suficiente como para que yo esté en su auto.

—Pero dejaré que me lleves a dónde decidas —explico, sintiendo la necesidad de darle una respuesta más larga, sintiendo la necesidad de eliminar ese dolor que atraviesa sus ojos.

Asiel fuerza una sonrisa y asiente con la cabeza.

—Entonces déjame demostrarte que puedes confiar en mí.

Asiento lentamente con la cabeza y dejo de mirarlo. El auto vuelve a moverse hacia adelante, y me recuesto en el asiento.

Tengo ganas de retractarme, de decirle que era una broma, pero no puedo hacerlo, aunque ese "no" se siente amargo, como si fuera una mentira más que se amontona junto a las otras.

¿Acaso sí confío en él? No, creo que no confío en él como para que haga mis planes o como para agregarlo a ellos.

El celular de Asiel empieza a sonar, y él responde sin detener el coche. Tengo ganas de decirle todas las razones por las que no puede hablar por celular mientras conduce, pero supongo que mi voz es lo que menos querría escuchar en estos momentos.

—¿Sí? Sí. Beth... Está bien. Voy para allá —cuelga la llamada y coloca el celular en el tablero del auto—. Ya tenemos un lugar al que ir, espero que no te moleste tener compañía —expresa sin mirarme.

Lo que sea para evitar más momentos incómodos.

Asiel Wyatt:

Es mi culpa. Soy un completo idiota.

¿Cómo se me ocurre preguntarle algo acerca de confianza? Debí mantenerme callado. Solo debí convencerla de que me acompañe, pero como todo un idiota, decidí lanzarme al mar sin un equipo de buceo.

Pensé que su respuesta sería que sí, pensé que me diría que confía en mí.

Confió en mí para sacarla de su casa y llevarla al concierto, aunque tal vez fue por la incomodidad que le produjo su familia.

Confió en mí para que la lleve a un parque y me contó todo lo relacionado a su familia, aunque tal vez solo fue la necesidad de liberarse de esa carga.

Confió en mí para salir conmigo hoy, aunque tal vez fue porque no le di otra opción.

Sí, definitivamente todo lo que ha hecho ha sido porque las circunstancias se lo han exigido, no porque confíe en un desconocido.

Yo soy ese estúpido desconocido.

No la culpo, no soy digno de su confianza, pero mentiría si digo que no acaba de herirme. Sin embargo, me gusta su sinceridad. Y aunque me duele el hecho de que no confía en mí, estoy feliz de que me diera el volante que no le gusta soltar.

Se nota que necesita relajarse, se nota que necesita de alguien que le muestre que la vida no es solo decepciones y traiciones. Ella necesita verle el lado bueno a la vida. Ella necesita que le muestren que salir de la rutina no está mal.

¿Será que eso es su ex? ¿Una rutina que no quiere soltar?

Estoy feliz de que por fin haya decidido decirme que su relación se terminó. Intenté, juro que intenté ocultar mi alegría, pero sé que no lo logré.

Ahora nos dirigimos hacia mi casa para buscar a Beth.

Pude negarme ante la petición de mi hermana, pero el hecho de que decidiera salir de la casa me dio motivos suficientes para agregarla al grupo. Lo curioso es que me preguntó directamente por Aisha, pero ya luego tendremos esa conversación.

—Conocí a Beth —murmura, rompiendo el silencio que se formó dentro del coche.

La miro durante unos segundos y luego vuelvo a centrarme en la calle.

—¿Cuándo? —inquiero.

Un lado mío está lleno de pánico, de miedo a que juzgue a mi hermana sin conocerla. Y el otro lado siente alivio de que la haya conocido.

—En una de las sesiones del grupo de ayuda mutua —confiesa en voz baja.

Vuelvo a mirarla, sus ojos están pendientes a mí, como si estuviera esperando que diga o que le dé indicios de algo. O tal vez solo está expectante porque no sabe cómo voy a reaccionar.

Asiento con la cabeza y dejo de mirarla. El semáforo se pone en rojo y detengo el coche.

—¿Por qué asististe al grupo? —inquiere.

Me encojo de hombros y empiezo a repicar mis dedos en el volante.

—Para apoyar a mi hermana. Esa noche no quiso salir, así que decidí asistir por ella —explico, tranquilo.

Mi padre es el único que puede ir a buscar a Beth, ella solo puede salir con él, pero decidí asistir por mi hermana para anotar cualquier información que me sirva para apoyarla. Y fui a buscarla una noche porque mi padre tuvo una reunión de último minuto.

Esa noche estuve tan inmerso en Beth, en protegerla y cuidarla, que simplemente me olvidé de los demás.

—¿Has asistido otras veces?

—No.

—¿Hace cuánto ella asiste a ese grupo?

Detengo los repiqueos y miro a Aisha. Se nota que quiere saber lo que sucede, pero no podría decírselo.

—¿Qué tanto te gustan los parques de diversiones? —inquiero, cambiando el tema.

Aisha abre los labios, pero de ellos no sale ningún sonido. Deja de luchar consigo misma y asiente con la cabeza.

La luz cambia a verde y pongo el coche en marcha. El silencio que nos rodea es un tanto incómodo. Sin embargo, estoy feliz de que captara que no quiero hablar de lo que le sucedió a mi hermana.

—No me gusta estar donde hay muchas personas —confiesa.

Le dedico una rápida mirada y asiento.

—Estaré cerca de ti, pero si te sientes incómoda, me dices, y nos iremos.

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