Capítulo 15
🐝Maratón 4/5🐝
Aisha Fuller:
Esta noche sí pude escuchar todo lo que la moderadora dijo. No solo habló de cómo ver la vida desde otra perspectiva, sino de cómo valorar todo lo que hacemos, de cómo enfrentar la vida y de cómo confiar en nosotros mismos.
La forma en la que se expresó me llenó de fuerzas y de confianza en mí, solo espero que no sea una simple fase. En muchas ocasiones, me he sentido lo suficientemente fuerte como para enfrentar todo lo demás, pero cuando llega el momento de hacerle frente a esas adversidades, pierdo esa motivación.
Pero estoy cansada de quedarme encerrada en mi casa, estoy cansada de creer que para salir necesito tener compañía, estoy cansada de depender de los demás.
Fue difícil aceptarlo, me tomó mucho tiempo entender que necesitaba mejorar las cosas, pero estoy aquí. Estoy aquí por mí, porque no quiero seguir sumergida en el dolor que me provocaron mis padres con sus mentiras.
Ellos estuvieron fingiendo que estaban juntos durante todo un año mientras mi hermano y yo seguíamos creyendo que todo estaba bien.
Nos mintieron.
La moderadora nos dijo que debemos liberarnos de aquello que nos ata. Y nos explicó que no se refiere solo a la desconfianza, sino a que a veces tardamos en darnos cuenta de que estamos atados a otras cosas, pero si notamos que algo nos impide volver a ser nosotros mismos, es hora de considerar alejarlo.
Escucho atentamente sus palabras de despedida y me pongo de pie para salir del salón. Me detengo en la puerta, esperando que un hombre de algunos setenta años salga. Le dedico una pequeña sonrisa temblorosa, y él pone su mano en mi hombro en señal de agradecimiento.
—Que nadie te impida hacer lo que te hace feliz —comenta el hombre, sonriéndome.
Sus palabras provocan que algo en mi pecho se achique, pero no digo nada, solo asiento y lo veo desaparecer en dirección a la salida.
—Eres tú —murmura una voz desconocida.
Miro hacia la izquierda y me encuentro con una chica inexpresiva, una chica que me ha estado mirando raro las tres ocasiones en las que he venido a este lugar. He apartado la vista todas las demás ocasiones, pero ahora que la tengo frente a mí, me permito observarla. Tiene ojeras oscuras y sus labios están resecos. Gracias a la iluminación de este pasillo, puedo notar que sus ojos parecen castaños y que tiene muchas pecas en las mejillas y en la nariz.
Está vestida con unos pantalones holgados y una sudadera gris que cubre su torso y su cabello. Todo le queda grande, se nota que está delgada. Quizá más de lo que debería.
—¿Disculpa? —inquiero.
Ahora que me enfoco en sus facciones, me resulta familiar. Se parece a ...
—Soy la hermana de Asiel —confiesa.
—Eh... Oh.
Hace una mueca de desgrado.
—Uh —rueda los ojos—. Sí, eres tú.
Tuerzo los labios.
—No entiendo.
—Tampoco hace falta que lo entiendas —explica.
—Bueno...
Incómodo, incómodo, incómodo.
—Soy Beth.
—Aisha.
Asiente lentamente con la cabeza.
—Adiós, Aisha.
Esto es raro.
—Adiós, Beth.
La veo caminar lentamente hacia la salida y después de unos segundos, la sigo.
Beth baja los escalones y camina hacia un auto negro. Asiel sale del asiento del conductor y abraza a su hermana, pero ella no le corresponde en el abrazo, solo mantiene los brazos a sus costados mientras los brazos de su hermano la rodean.
Ambos son altos, pero Asiel es unos centímetros más alto que su hermana.
Supongo que Asiel vino por ella el otro día, ella es la que está en el grupo de ayuda mutua. Es obvio, Asiel tiene mucha facilidad para hablar con las personas. Y Beth... No podría decir nada de ella, pero esa pequeña conversación me dejó con muchas dudas.
Lo único que puedo pensar es que Asiel le habló de mí, pero ¿qué le diría? No creo que pueda decir mucho sobre mí. Solo espero que, si le dijo algo, no haya sido nada relacionado a lo de mi familia.
Asiel aleja su rostro del hombro de su hermana y coloca sus manos en sus hombros sin dejar de sonreírle. Beth asiente con la cabeza y camina hacia el asiento del conductor. Mi minero se sube al auto y lo pone en marcha.
Veo su auto desaparecer y suspiro. Asiel ni siquiera me notó, y si lo hizo, decidió ignorarme.
Tal vez una parte de mí quería estar con ellos, conocer mejor a su hermana, saber qué sucedió.
¿Y si está enferma?
Cleo dijo algo relacionado a meses malos para ellos.
¿Con quién se estuvo yendo Beth? Es la primera vez que Asiel la viene a buscar. Bueno, la primera vez que lo veo venir a buscarla.
Aparto los pensamientos, sacudiendo la cabeza, y miro hacia el frente. El auto de mi padre está estacionado en la calle, así que no demoro en caminar hacia él.
—Hola —saludo en voz baja, sintiendo un poco de opresión en mi pecho, y cierro la puerta.
—Hola, cariño —saluda, pero no pone el auto en marcha.
Lo miro a los ojos y me doy cuenta de que tiene esa expresión de querer hablar. Él, a diferencia de mi madre, siempre guarda sus palabras, es como si le costara hablar con las demás personas. Sin embargo, sabe manejarse en lugares públicos.
Es obvio que sabe cómo fingir, lo hace bastante bien, así que no me sorprende que sepa ocultar el esfuerzo que debe hacer para hablar con los demás, aunque luzca como si fue nacido para ser el centro de atención en una conversación.
Solo que a él no le cuesta hablar conmigo. No, claro que no. Su incomodidad radica en cierta conversación que he estado evitando desde hace meses, y me sorprende que quiera empezarla aquí, cuando mi madre no está presente.
La opresión en mi pecho se hace más intensa, e intento apartarla respirando profundo.
—No quiero hablar —informo, antes de que decida empezar.
Suelta aire por la boca y asiente con la cabeza.
No hace falta que tengamos esa conversación. ¿Qué me va a decir? ¿Que lamenta que me haya enterado, que querían guardar el secreto por más tiempo?
Aprieto los labios en una fina línea y dejo de mirarlo. Mi padre pone el auto en marcha y enciende la radio.
Aunque no empezamos la conversación, el ambiente es desagradable. Se nota la tensión que nos rodea y la incomodidad que nos atormenta, pero estoy feliz de que haya aceptado mi decisión.
—Te amo, cariño —murmura de repente. No hace falta que hable alto, la música está en un volumen tan bajo que se pueden escuchar nuestras respiraciones si nos concentramos lo suficiente.
—Y yo a ti, papá —admito, y lo digo en serio. Mi familia lo es todo para mí, pero las cosas han cambiado. Han cambiado mucho.
Por unos segundos, miro el perfil de mi padre, admirando la forma en la que las luces del exterior lo iluminan durante segundos y luego otras toman el lugar de las que pasamos. También estoy admirando el color negro de su cabello, y notando que está totalmente peinado, como si se arregló antes de venir a buscarme. Su mandíbula está cubierta por una barba bien depilada que le da ese carácter de hombre de negocios, elegante y un poco salvaje.
Sus ojos están enfocados en el frente, y sé que siente mi mirada sobre él, pero no se gira para enfrentarme. Y estoy feliz de que no lo haga, no quiero que piense que he cambiado de opinión respecto a no tener la conversación.
Dejo de mirarlo y me enfoco en las pequeñas gotas de lluvia que rocían la ventana. Ni siquiera me di cuenta cuando empezó a lloviznar, pero no me sorprende. Estos días el clima ha sido un caos. El sol puede estar brillando con una fuerte intensidad y de repente puede empezar a llover, o viceversa.
Llegamos a la casa, y salgo del auto sin decir nada. Espero unos segundos, hasta que mi padre sale del auto, y juntos nos adentramos en la casa.
—Llegaron —comenta mi madre—. ¿Cómo te fue, cariño? —inquiere.
Ella y Zack están sentados en la sala de estar. Zack me mira, pero aparta la mirada de inmediato. Mi madre mantiene la mirada fija en mí.
Podría decir que es incómodo tenerlos en el mismo lugar cuando están divorciados, pero ya me he acostumbrado.
Con mi madre, solía tener muchas cosas de las cuales hablar, esa confianza de tratar cualquier tema. Con mi padre, solía disfrutar del silencio, esa paz que nos rodeaba cuando estábamos juntos. Con Zack, solía mezclarlo todo, solíamos estar en silencio, pero también hablábamos mucho.
Es tan doloroso ver cómo todo se ha arruinado.
—Bien —respondo.
No hace falta que me siente, tengo que darme una ducha para aclarar mis pensamientos.
—Puedes usar tu coche, cariño —expresa mi madre—. Es difícil que estés esperando a que alguien te vaya a buscar —hace una pausa—. Está bien estar enfadada, pero ese coche es tuyo. Puedes usarlo si así lo deseas —su expresión refleja dolor, y sé lo que está a punto de venir—. Aisha, sabes que nosotros nunca...
—Estoy en un grupo de ayuda mutua —confieso, interrumpiéndola, y todos guardan silencio. Zack decide mirarme, aunque estuvo ignorando mi presencia desde que apartó su mirada de mí.
No se los hubiera dicho. He asistido en varias ocasiones al grupo, pero no hubiera hablado de eso con mi familia. Solo me han visto salir de la casa y se han guardado todas sus preguntas.
Ellos saben que están caminando sobre hielo frágil y temen romper el poco acercamiento que les permito tener, pero eso a veces no les impide iniciar con una conversación que me resulta incómoda. Principalmente mi madre, ella es la que siempre habla sin importar el momento, aunque se podría decir que se controla mucho en ciertas ocasiones, como cuando estamos en la cocina.
Hoy le pedí a mi padre que fuera a buscarme, pero no le dije qué hacía en una escuela, tampoco hace falta darle tantas informaciones. Y no porque sea mayor de edad, sino porque ellos se guardaron la información de su divorcio aun sabiendo que ese dato debió ser público entre nosotros cuatro.
—Un grupo de ayuda mutua —repite mi madre lentamente.
Asiento. Y mi padre se sienta al lado de mi madre, mirándome.
Están sentados a una distancia aceptable, pero ahora puedo imaginar esa hoja que ambos firmaron. Los imagino frente a un abogado, hablándoles de que no se aman. Los imagino sonriéndose el uno al otro mientras destruyen nuestra familia. Los imagino haciendo el acuerdo de no decirnos nada a Zack y a mí.
—Sí —confirmo, aunque no hace falta porque todos lo han oído.
Pude guardar el secreto por más tiempo, pero eso simboliza tener la conversación que no quiero tener.
—Y... —hace una mueca triste. Veo en sus ojos que quiere llorar, pero está poniendo todo el esfuerzo para no derramar lágrimas—. ¿Estás bien allá?
Asiento con la cabeza y le dedico una pequeña, pero sincera, sonrisa.
—Lo estoy.
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