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Capítulo 14

🐝Maratón 3/5🐝

Asiel Wyatt:

No he dejado de pensar en toda la fuerza de voluntad que tuve esta noche, nunca en mi vida me hubiera reprimido tanto, pero, aunque no fue fácil, lo logré.

Sus ojos atraparon los míos. Sus lágrimas me gritaban que acariciara su rostro para secarlas. Sus labios me gritaban que la besara. Sin embargo, aparté todos los pensamientos de besarla, no por mí, sino por ella.

Tal vez el beso que le di también la hizo tomar la decisión de renunciar.

No me gustaría ser la razón de que ella no tenga paz, porque estoy seguro de que, si la hubiera besado, estaría dándole demasiadas vueltas al asunto. Además, una parte de mí, que no sabía que existía, solo quería abrazarla y decirle que estaba ahí para ella, pero no lo hice. Mis pensamientos me decían que ella me apartaría o se alejaría de mí.

Y otra parte de mí me dijo que tengo que hablar con Kendal, aunque ninguno de los dos tenemos que hablar de nada. Nuestra relación siempre ha sido clara, ambos estuvimos de acuerdo en que no tendríamos nada que conlleve fidelidad.

—Llegas tarde —murmura mi padre cuando entro en la casa.

Ni siquiera tengo ganas de contradecirlo o de decir algo para hacerlo enojar. Hoy he tenido suficiente.

—Lo sé.

Dejo la llave de la moto encima de la repisa y miro a mi padre, su ceño está fruncido, y estoy seguro de que es por la sorpresa.

Asiento una sola vez con la cabeza y me giro. Empiezo a subir las escaleras de mi casa y estoy a punto de dirigirme a mi habitación, pero me detengo frente a la habitación de Beth.

Ingreso al dormitorio y cierro la puerta detrás de mí. La oscuridad absoluta y el aroma particular de mi hermana me reciben. Cierro los ojos durante varios segundos, los abro y ahora puedo visualizar un poco mejor en medio de la oscuridad.

Las cortinas son oscuras, pero un poco de luz se filtra por una esquina de la ventana que la cortina no logra cubrir. Quizás alguien la movió.

La tenue luz grisácea de la luna me permite observar lo vacío que está este dormitorio. Ninguna foto, ningún espejo, ningún mueble, además de la cama.

Suspiro y me siento en la esquina de la cama.

—Sé que estás despierta, Beth —murmuro.

La cama se mueve, dándome a entender que se está sentando.

—Nunca dije que no lo estuviera —se defiende.

—Beth...

—Hueles a chica, Asiel —me acusa.

Aprieto la sudadera que le presté a Aisha, sudadera que me devolvió en cuanto llegamos a su casa.

—¿Cómo es que lo sa...?

—He estado tanto tiempo aquí que soy capaz de reconocer cada aroma. Y ese aroma no es de Kendal. Y no huele a muchas chicas. No, ese es de una sola. ¿Quién es?

Suspiro y niego con la cabeza.

—Es una amiga —respondo en voz baja.

—¿Terminaste con Kendal? —pregunta.

—Kendal y yo no tenemos nada. Y ambos sabemos lo que estás haciendo, Beth —la acuso con la voz firme, pero serena.

Suelta una gran cantidad de aire, y la miro.

—Todos sabemos que eres el pasatiempo de Kendal. Y con relación a lo otro, supongo que no vas a alargar la conversación —murmura.

—No. Hoy asistí al grupo por ti, pero la próxima vez irás tú —trago saliva—. Extraño a mi hermanita. Esa que sonreía, esa que salía, esa que expresaba lo que sentía.

—Odio a Kendal —expresa con desdén.

—No me refiero a eso, me refiero a tus expresiones de amor, de paz, de felicidad.

—No.

Me mantengo en silencio y respiro profundo.

—Dime quién era tu novio, Beth —le pido.

—Deberías irte, Asiel.

Me pongo de pie y me siento más cerca de ella. Ahora nos estamos mirando fijamente, aunque está oscuro.

—Sabes que eres lo más importante para mí, la razón por la que me despierto cada día —confieso—. Eres la única hermana que tengo. Se supone que tenemos una promesa, Beth. Somos confidentes, mejores amigos —una lágrima se escapa de mi ojo izquierdo, pero no la seco para que Beth no se dé cuenta—. Me duele que estés en este estado y que no me digas quién fue el idiota que lo provocó. Solo dame un nombre, Beth. Eso es lo que quiero.

Se mantiene en silencio durante varios segundos, y aprovecho para pasar mi mano por su cabeza rapada. Extraño esos rizos que caían por su cadera. Y aunque solo un poco de cabello se asoma por su cabeza, la sigo viendo como mi hermosa hermana menor.

—Zack —susurra.

—¿Qué dijiste? —inquiero, sorprendido. Hace muchos meses que le pedí que me diera un nombre, y siempre se negaba. Y que me lo dé ahora es sorprendente.

—Zack. Su nombre es Zack —repite un poco más alto, y el dolor es palpable mientras menciona ese nombre.

Esbozo una sonrisa, aunque en mi pecho se aflora el sentimiento de la ira.

—Gracias —susurro.

—No hagas nada, Asiel. Él no tiene la culpa de que yo no fuera...

Beso la frente de mi hermana y me pongo de pie.

Podría presionarla para que me dé más informaciones, pero me quedaré con el nombre por ahora. En unos días, le pediré una foto o el apellido. Ahora solo quiero disfrutar de que mi hermana acaba de contarme algo relacionado a ese chico.

—Créeme, Beth, la única inocente eres tú.

Salgo de su habitación y cierro la puerta. Bajo las escaleras y llego a la cocina. No hay nadie, supongo que los empleados se fueron a dormir.

Coloco la sudadera en mi hombro, lleno un vaso de agua y me la tomo, absorto en mis pensamientos.

Las palabras que le dije a Aisha fueron incontrolables. No tuve tiempo de detenerlas, solo salieron. Y aunque me hubiera gustado detenerlas para no asustar a Bee, no me arrepiento de habérselas dicho.

Estar en silencio junto a ella no es intolerable, hay una especie de calma y paz cuando se trata de ella.

No diría que fue una conversación sencilla, pero a ella no pareció importarle. Fue como si se sintiera bien en hablar de esas cosas conmigo. Y mi corazón se estremeció solo con verla y escucharla hablar.

No tenía idea de que asistiría al grupo de ayuda mutua y, aunque me duele que haya pasado por una situación complicada, me alegra saber que quiere avanzar, que no se quiere estancar.

Solo espero que pronto regrese al hotel. Asistir no es lo mismo si ella no está presente, aunque me he obligado a ir porque tengo la esperanza de encontrarla con el uniforme de mucama o con el de mesera. No importa con cual o con qué vestuario, solo quiero volver a verla allá.

—Asiel —murmura mi padre, haciendo que regrese a la realidad.

Coloco el vaso en la isla y lo miro fijamente. Mi padre lleva puesta la misma camisa blanca que cuando llegué y su rostro sigue poseyendo esa firmeza que lo caracteriza.

—¿Sí?

Se acerca a los taburetes y toma asiento en uno. Entrelaza sus manos y las mira por unos segundos.

—La vida —empieza, enfocando su mirada en mí—. La vida es como un animal feroz que debes domar —se nota la incomodidad en su voz. Hace años que no tenemos una conversación real, y no tengo idea de a qué se debe esto—. Sí, tienes la opción de huir o de hacerle frente, pero se siente mejor poder enfrentar los problemas de una vez por todas.

Frunzo levemente el ceño, tratando de entender a lo que se refiere, pero no logro deducir qué quiere decir.

—Eso quiere decir que...

—Significa que... —niega con la cabeza, como si estuviera luchado consigo mismo—. Greis me dijo que estás asistiendo al hotel. Incluso estás llegando temprano —me dedica una especie de mueca extraña, aunque supongo que intenta sonreír—. Me tengo que ir.

Se levanta y sale de la cocina, dejándome con más dudas que al principio, aunque supongo que esa conversación no se trata de mí. Creo que estaba hablando consigo mismo.

Cuando mi madre falleció, nuestro padre se convirtió en una estatua andante. No hablaba, no sonreía, a veces ni siquiera nos miraba. Se encerraba en su despacho, así como se encerró en sí mismo.

Beth y yo estábamos sufriendo, pero también estábamos buscando la forma de no perder a nuestro padre. Fueron tantos años de constante insistencia y al final no conseguimos nada.

Hasta que empecé a asistir a fiestas, a salir con chicas y a intentar olvidar todo lo demás.

Suelto una pequeña risa sin gracia, lavo el vaso y me voy a mi habitación.

***

Fueron tantas informaciones que procesar que no logré dormir en toda la noche. Y aunque es obvio que debería quedarme en mi casa por el día de hoy, soy consciente de que hay algo que tengo que hacer, algo que debí hacer desde hace mucho tiempo.

Me quedo observando la casa de tres plantas de Kendal y no tardo en tocar el timbre. Mientras más rápido terminemos con esto, mejor será para los dos.

Una mujer de baja estatura abre la puerta y me da la bienvenida. No hace falta que me diga hacia dónde ir, ella sabe que conozco el camino hacia la habitación de Kendal.

Toco la entrada de su habitación y después de algunos treinta segundos, Kendal abre la puerta.

—Jimena, no quiero... —detiene sus palabras, y su rostro palidece al verme—. ¿Asiel? —sus ojos están abiertos de par en par. Me sorprende que esté sorprendida de mi aparición. Kendal suele abalanzarse sobre mí sin siquiera preguntar.

—Vine a hablar contigo —expreso.

—¿Puede ser en otro momento?

—¿Estás ocupada? —arqueo una ceja y me permito mirarla. Kendal tiene puesta una pequeña bata de ceda, su cabello está despeinado y no tiene ni un poco de maquillaje.

—Bueno... ¿Me permites cambiarme?

Asiento con la cabeza.

—Claro.

Kendal se gira para perderse entre las paredes de la habitación, pero sus pasos son interrumpidos cuando choca con un chico. El chico la besa en los labios y luego me mira, atrayendo a Kendal hacia sí, como si estuviera marcando su territorio.

Podría sentirme herido de que Kendal tenga citas con más chicos, pero no logro sentir nada. Además, esto hace que sea más sencillo terminar con ella.

El cabello rubio del chico está tan despeinado que estoy seguro de que la culpable es Kendal. El chico le dice algo al oído, se pone la camiseta y se marcha, dejándonos solos.

—Puedo explicártelo —expresa Kendal.

—No hace falta. Además, ya sabes a qué vine.

Kendal se acerca a mí y extiende sus manos hacia mi cadera, sosteniéndome con firmeza.

—No se puede terminar aquello que nunca ha empezado, Asiel —comenta, tranquila, con una sonrisa en los labios.

Me alejo de ella totalmente y asiento.

—Tienes razón, solo vine a dejarlo claro —le guiño un ojo y le sonrío.

Kendal se cruza de brazos y aprieta los labios.

—Ambos sabemos que no viniste a dejar las cosas claras.

—Solo no quiero seguir con esto. Lo sabes hace varias semanas. No hace falta que sigamos fingiendo que no es así —me encojo de hombros.

Podría decir que quiero terminar con ella por algún tercero, pero hace semanas que no me siento cómodo. El día que Aisha nos encontró en el vestidor, estuve a punto de finalizarlo todo, pero Kendal no aceptó la seriedad de mis palabras.

Jerome me dijo que vio a Kendal con otro chico, e intenté buscar algún dolor, pero solo me encogí de hombros, tranquilo.

—¿Y si no quiero? —cambia el peso de su cuerpo a la otra pierna—. Y si te atraigo hacia mí...

Doy un paso atrás.

—¿Acaso tienes a otra? —frunce el ceño—. Es por eso. Encontraste a la chica esa.

No puedo seguir con algo que no va a llegar a ningún lugar. Una parte de mí quiere algo más estable, una relación real, pero Kendal sabe que existe alguien más.

—Siempre supimos que esto iba a pasar.

—¿La encontraste? —inquiere, exasperada.

Aprieto los labios en una fina línea.

No debí contarle esa historia, me arrepiento de haberme emborrachado ese día.

—Kendal, ambos sabemos...

—No me vengas con esas estupideces, Asiel. ¿La encontraste sí o no?

—No, pero no quiero seguir con esto.

—¿Quieres terminar con esto?

—Kendal —hago una pausa—. Sí, quiero que terminemos con esto.

Ella asiente lentamente y me dedica una sonrisa extraña.

—Está bien. Está bien —repite.

—Sea lo que sea que estés pensando, déjalo.

Kendal aparta su cabello negro de su rostro, colocándolo hacia atrás.

—No hay nada que pensar —suelta una risa sin gracia—. Sal de aquí, Asiel.

Asiento con la cabeza y me marcho de su casa.

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