Capítulo 3
Gracias por leerme, espero que os guste el capítulo <3
Capítulo 3
Sandra sentía sus rodillas temblando cuando llamó al timbre de la casa de Nando. Tenía las llaves, pero decidió hacerlo para no resultar un incordio para Krystian, ya que su hermano se encontraba trabajando y no regresaría hasta dentro de más de doce horas. Sabía que él se sentiría incómodo si ella, simplemente, entraba como Pedro por su casa en el apartamento de su hermano.
Ni siquiera tenía claro si lo vería, quizás él se había ido ya. Eran las siete de la tarde y la fiesta de cumpleaños comenzaría a las ocho, por lo que sería entendible que Krystian hubiera huido antes de que ella llegara. Quizás incluso había vuelto ya a su casa, a lo mejor se había reconciliado con su mujer y ya eran un matrimonio feliz de nuevo... Intentó esquivar ese pensamiento, no dejar que la preocupación se apoderara de ella.
Sandra se había arreglado el cabello, que se sujetaba en lo alto de su cabeza en un hermoso recogido que dejaba sueltos algunos tirabuzones. Vestía ropa de deporte —el vestido que planeaba ponerse en la fiesta viajaba en una de las cuatro enormes bolsas que cargaba en sus manos— y su maquillaje era sencillo. Sus labios resplandecían gracias a su brillo de labios rosado y olía a perfume de melocotón.
Suspiró al ver que nadie abría la puerta del apartamento y, tras llamar otra vez, comenzó a rebuscar las llaves de la casa de Nando entre sus bolsillos. Se moría de ganas de que Krystian estuviera en casa, pero al parecer no era así... O sí. Escuchó unos pasos acercándose a la puerta y esta se abrió unos segundos más tarde. La familiar sensación que había atenazado su pecho el día anterior regresó y su corazón se aceleró de nuevo cuando lo vio.
Krystian parecía recién salido de la ducha, de hecho, aún olía a jabón y su cabello daba la impresión de estar mojado, aunque era tan corto que no se podía distinguir con claridad. Vestía unos vaqueros sencillos y una camiseta negra de manga corta. Pareció sorprendido de verla y Sandra creyó que, si hablaba, sin duda comenzaría a tartamudear.
—Hola —susurró.
Krystian se apartó de la puerta al instante.
—Pasa, perdona. No te esperaba tan pronto, ¿tu fiesta no empieza a las ocho?
Sandra tuvo que poner absolutamente toda su concentración en mover sus pies y caminar dentro de la vivienda. No sabía si su rostro estaba o muy rojo, o muy pálido, como un muñeco de nieve, pero sí tenía claro que tenerlo tan cerca la ponía nerviosa.
—Tengo que prepararlo todo antes, por eso he venido a esta hora.
Krystian asintió. Su rostro aún daba una impresión de tristeza que hace un año no había estado allí. Sandra sintió pena, parecía estar muy dolido.
—Yo ya me iba. No te molesto más —dijo Krystian con educación.
El cerebro de Sandra se puso en alerta y sus labios reaccionaron antes que ella misma.
—¡No! Espera —pidió—. ¿Me ayudas con esto?
Alzó las manos cargadas de bolsas y Krystian enarcó una ceja.
—¿Qué es?
—Adornos, bebidas... hay que pedir comida al italiano de abajo y... cortar la tarta.
Como si necesitara ayuda para cortar un bizcocho y llamar por teléfono... pero era lo único que se le había ocurrido. Quería retenerlo unos minutos, aunque fuera unos segundos. Hablar con él y... que él reparara en su existencia.
Siempre se había sentido invisible para Krystian, como si fuera solo una silla o una mesa más, parte del mobiliario. Pero en esos momentos, Sandra había dejado de ser una niña y se había convertido en una mujer. Una mujer preciosa que, además, sabía que lo era. Sus niveles de confianza estaban por encima de la línea por primera vez desde la adolescencia y, si existía alguna oportunidad de que Krystian y ella pudieran estar juntos, era ahora o nunca.
—¿Me ayudas? —volvió a pedirle, esta vez con gesto suplicante.
Él mostró un atisbo de duda. Si debía ser sincero, lo último que le apetecía en ese momento era pasar tiempo con otra persona, mucho menos con una mujer... pero, ¿cómo iba negarse a ayudar a Sandra a preparar su fiesta de cumpleaños cuando él mismo ya estaba abusando de la confianza de su hermano?
—De acuerdo —aceptó.
Una hermosa sonrisa se dibujó en el rostro de la joven. Christian se preguntó cómo era posible que estuviera a punto de cumplir veinte años. A él le daba la impresión de que apenas hacía unos meses que era solo una niña de seis o siete años que corría tras ellos tratando de inmiscuirse en sus asuntos, resultando un verdadero incordio. Ese pensamiento le provocó ternura, echaba de menos esos tiempos. Extrañaba su adolescencia, creyendo que Nando y él se comerían el mundo, tonteando con las chicas por primera vez y sin ninguna preocupación real. Ahora todo era un verdadero desastre y no había manera de dar vuelta atrás en el tiempo.
—¿Ponemos la mesa en el medio del salón para colocar las bebidas? —propuso Sandra.
Él volvió a la realidad y asintió con la cabeza. Cruzó la habitación y agarró con sus manos un extremo de la enorme mesa de cristal que presidía el salón de Nando. Ella apenas tardó unos segundos en hacer lo mismo y ambos sostuvieron la mesa, separándola unos centímetros del suelo para poder cargar con ella.
—Dice mi hermano que estás hecho una mierda.
La mesa estuvo a punto de resbalársele de entre los dedos al escuchar esas palabras provenientes de los labios de Sandra. Krystian frunció el ceño, sin saber qué contestar. No esperaba un diálogo tan directo con la hermana de su mejor amigo, pero al parecer no había manera de evitarlo, a juzgar por cómo había comenzado.
—Es una forma de decirlo —murmuró, sin atreverse a mirarla.
—¿Lo has dejado con Paula? —peguntó ella de golpe, después se detuvo y posó la mesa en el suelo—. Aquí, aquí está bien.
Krystian se sintió violento. No quería hablar de eso, mucho menos con ella... pero tampoco quería resultar rudo. Sandra no tenía la culpa de que toda su vida se estuviera yendo por el retrete.
—No estamos en nuestro mejor momento.
—¿Pero lo habéis dejado?
Los ojos oscuros de Sandra buscaron los suyos. No había rastro de prudencia en su mirada, no era el tipo de chica que cuidaba cada una de sus palabras, eso estaba claro. Y le daba miedo.
—Es difícil. No lo podemos dejar así como así, estamos casados. ¿Recuerdas?
Para su sorpresa, Sandra bufó delante de él.
—Eso solo dificulta un poco más el proceso. Rellenar unos papeles y listo: como si nunca os hubierais conocido.
Krystian tuvo que aclararse la garganta y se preguntó si verdaderamente estaba escuchando bien lo que ella le decía. Estaba equivocada, las cosas no funcionaban así, ¡claro que no!
—No... no es eso lo que quiero, Sandra. Paula y yo... —Tomó aire y necesitó cerrar los ojos unos segundos antes de poder articular el resto de las palabras con normalidad—. Paula y yo solo estamos atravesando una mala racha, pero nosotros nos queremos.
Ella enarcó una ceja, como si no estuviera muy convencida de sus palabras. Ese gesto le dolió, aunque le costaba admitirlo. ¿Acaso no sonaba convincente? ¿Acaso ni siquiera Sandra, que no conocía a Paula y que apenas lo conocía a él, iba a creer que su matrimonio tenía arreglo?
—Ya veo —dijo ella en voz baja, después se giró hacia las bolsas que había llevado en sus manos hasta hacía pocos momentos y cambió de tema con pasmosa facilidad—. ¿Nos ponemos a organizar esto?
Probablemente nada le apetecía menos que organizar una fiesta, pero aun así, Krystian tan solo apretó los labios y asintió con la cabeza. Un instante después, Sandra ya había comenzado con una charla animada que, curiosamente, lo distrajo durante un rato de sus repetitivos pensamientos sobre Paula.
Cuarenta minutos después, todo estaba preparado para la fiesta: la mesa repleta de comida y bebidas ordenadas que, en menos de una hora, ya se encontraría hecha un desastre. Habían retirado cualquier objeto frágil o de valor del salón y del baño, pues lo último que necesitaban era que a alguien le diera por romper el brillante elefante violeta que Nando había traído de su viaje a Vietnam, o que cualquiera abriera por accidente la botella de Dalmore King Alexander III que Nando había comprado en Escocia por más de ciento cincuenta libras.
—Voy a ponerme el vestido —anunció Sandra—, seguro que Minerva y Poncho están a punto de llegar. ¿Te importa comenzar con la música? No sé muy bien cómo funciona el sistema de sonido.
—¿Tienes una lista de reproducción?
Sandra sonrió y rebuscó durante unos segundos en los bolsillos de su colorida mochila hasta dar con su teléfono móvil, se lo tendió a Krystian. Después tomó la última de las bolsas que había llevado allí y entró en la habitación de Nando, cerrando la puerta tras ella suavemente al entrar en la estancia.
Sandra suspiró. Notaba su corazón latiendo a mil por hora y sus mejillas enrojecidas, estaba nerviosa y excitada... se sentía viva. Había pasado la última hora a solas junto a Krystian, hablando y riéndose. Jamás habría imaginado algo así, pero el solo pensamiento le ponía la piel de gallina. Estaba loca por él, lo notaba en las mariposas de su estómago, en la forma en la que sus piernas temblaban cuando él estaba muy cerca y en cómo no podía evitar quedarse embobada mirándolo cada vez que él no le prestaba atención.
Tomó el vestido verde de la bolsa que llevaba y acarició con cuidado las piedras brillantes del escote. Era precioso y le había costado casi un mes entero trabajando los sábados por la tarde en un bar situado justo al lado de su casa. Se desnudó con lentitud, como si al hacerlo pudiera deshacerse también de los nervios que atenazaban cada parte de su cuerpo. Se quitó los pantalones y la sudadera y notó el frío suelo en las plantas de los pies. Su piel estaba suave después de haberse pasado toda la mañana depilándose y exfoliándose con cuidado. Le hacía gracia, pero en definitiva quería estar perfecta esa noche. Cumplía veinte años y se sentía capaz de llevar a cabo absolutamente cualquier meta que se propusiera. Deslizó el vestido por encima de su cabeza. Pronto el corpiño se ajustó perfectamente a su busto y su cintura, una fina capa de tela cayó hasta acabar en vuelo por encima de sus rodillas. Sandra se calzó unos hermosos zapatos de tacón tan altos que casi la mareaban y se miró una vez más en el espejo. Sonrió y se preguntó cómo la vería Krystian. ¿Seguiría pensando que era una niña? No, se dijo a sí misma, si él la veía así jamás podría pensar en ella como algo distinto a una mujer.
Trató de abrocharse el pequeño cinturón de brillantes que comenzaba en su cintura y terminaba en un hermoso broche en su cuello, pero no fue capaz. Supo que necesitaba ayuda y, ¿quién mejor a quien acudir que Krystian? Se sentía hermosa y, maldición, esa era su oportunidad. Sin pensarlo demasiado abrió la puerta y salió de la habitación de nuevo.
¿Qué opináis? ¿Os está gustando la historia?
Mil besos, nos leemos en el próximo capítulo!!
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