Capítulo 24
Capítulo 24.
Cuando Minerva abrió la puerta de su casa, atendiendo al timbre que había sonado un par de veces, se quedó petrificada durante un instante. Era viernes por la tarde y no esperaba encontrarse a Poncho allí, no ese día.
—Hola —saludó, dando un paso atrás instintivo.
Apretó los labios, nerviosa, y acto seguido se apartó, invitando a su amigo a pasar con ese gesto.
—Hola.
—No te esperaba.
Poncho alzó las cejas al escucharla, confuso.
—Gracia me ha llamado, tiene un examen de álgebra el lunes y necesita ayuda para repasar. Creía que te lo había dicho.
—No... no lo hizo.
Era, sin duda alguna, la primera vez que Minerva y Poncho se sentían incómodos hablando el uno con el otro. Llevaban dos años siendo amigos cercanos y, de pronto, era como si dos desconocidos tuvieran que mantener una conversación.
Poncho señaló hacia la puerta.
—¿Qué hago, me voy? —preguntó, genuinamente desconcertado.
—¿Qué? —musitó Minerva—. Oh, no. ¡Claro que no! No seas tonto, ven.
El padre de Minerva se encontraba frente a la televisión. Saludó a Alfonso con un leve asentimiento de cabeza. En su mano, una lata de cerveza alimentando esa costumbre que Minerva no creía acabaría jamás.
—¿Es Poncho? —se escuchó la voz de Gracia, gritando desde su habitación.
No respondieron, pues se limitaron a contestar abriendo la puerta del cuarto de la adolescente.
—Hola —saludó él.
—Ay, ¡menos mal! —exclamó Gracia—, no entiendo nada y el examen es el lunes a tercera hora. Me puedo quedar estudiando en casa hasta entonces, al menos, porque si no suspendería fijísimo.
Gracia estaba sentada sobre su cama con tres libros abiertos a su alrededor. Llevaba puesta una camiseta enorme de unos dibujos animados y pantalones de pijama. Los ocho meses de embarazo eran más evidentes que nunca. Un fuerte olor a patatas fritas llegó hasta Minerva, que se adelantó hacia la cama para tomar la bolsa de frituras que su hermana estaba devorando.
—¡Eh, Gracia! —la amonestó—, te he dicho que dejes de comer tantas patatas. Esto es solo grasa...
—¿Y qué voy a hacer si sigo comiéndolas? ¿Me voy a poner más gorda? —respondió Gracia con tono burlón, señalándose la abultadísima barriga.
—Es malo para el bebé, deberías tomar algo más sano.
Gracia se apartó un mechón de pelo rojizo y rizado del rostro y, acto seguido, alzó su dedo para discutir con su hermana.
—Estoy estresada por el examen y tengo un maldito antojo de patatas fritas, así que no me hagas acudir a las reservas privadas que tengo escondidas y déjame terminarme esa bolsa. Por favor.
Más que una petición, era una orden en toda regla. Poncho no pudo contener la risa y cuando Minerva se giró hacia él con una mirada asesina, él alzó las manos en señal de inocencia.
—Como quieras —concedió segundos más tarde, a regañadientes—. Os dejo solos, me voy a mi cuarto.
Gracia pareció más que encantada, pues ya no volvió a mirarla ni siquiera un segundo y se dispuso a explicarle a Poncho con lujo de detalles todos aquellos aspectos del álgebra que no entendía, que no eran pocos. Poncho supo que Minerva no le había contado nada de lo sucedido a su hermana, pues Gracia actuaba con él con toda normalidad. También sabía que, al contrario, Minerva había hablado con Sandra sobre el asunto, pues también él había abordado el tema con su amiga. Sandra, de todos modos, no había soltado prenda y él se encontraba completamente a ciegas en todo lo respectivo a Minerva. No sabía si ella se arrepentía de lo sucedido, si le había gustado, si lo había detestado...
Durante las siguientes dos horas y media, Poncho se propuso sembrar números y letras en su cabeza, pues sabía que el examen final de Gracia para el lunes era muy importante: se estaba jugando aprobar matemáticas y, por consiguiente, pasar a segundo de bachillerato. Cuando hubo despejado todas las dudas de la adolescente, Poncho buscó una decena de ejercicios relacionados en internet.
—Te dejo haciéndolos y vengo ahora a corregirlos, ¿vale?
—Sí, sí. Lo tengo controlado ya —respondió Gracia con un movimiento de mano que prácticamente lo echaba de la habitación hasta que hubiera terminado de resolver los problemas.
El joven se levantó de la silla de escritorio azul y abrió la puerta, cruzando por el pasillo hasta llegar a la habitación de Minerva. Una vez allí, se detuvo sin saber qué hacer. ¿Llamar? ¿Quedarse allí veinte o treinta minutos hasta que Gracia lo llamara? Demonios. La situación con Minerva era tan incómoda que le daba rabia solo de pensarlo.
—A ver, Poncho. No seas imbécil. Es tu amiga —se dijo en un susurro mientras llamaba a la puerta del cuarto de Minerva.
Cuando la puerta se abrió, Minerva lo invitó a pasar.
***
Era viernes por la tarde cuando Krystian entró al despacho del señor Fernando Ramón, vestido con pantalones formales y una camisa sin corbata. Llevaba un par de días sin afeitarse, aunque la ligera barba en absoluto le confería un aspecto descuidado, más bien al contrario.
—¿Cómo estás, Krystian? —preguntó su jefe educadamente mientras dejaba a un lado unos documentos que parecía haber estado leyendo. Indicó con una mano que podía tomar asiento.
Krystian se sentó en una de las sillas al otro lado de la hermosa mesa de roble que el señor Ramón disfrutaba en su despacho. Frente a él, un par de fotos de la mujer de su jefe y sus tres hijos, a la vez que un ordenador de última generación y tres dispositivos móviles en los que su jefe realizaba pruebas regularmente. Ese despacho era una mezcla entre la tecnología más puntera y la clásica sobriedad del hombre que lo ocupaba.
—Todo bien, gracias.
—¿Avances con la aplicación que estabas diseñando? Matías me ha dicho que la has adelantado mucho en este último mes.
—Intento mantener un ritmo constante —respondió Krystian—, estaría lista para ser lanzada en plataformas en octubre. Versión beta a finales de verano, si todo va bien.
—Ese ritmo constante del que hablas... —Ramón lo miró fijamente. Sus ojos verdes siempre eran estrictos, aunque no severos—, se ha tambaleado últimamente. No ahora, pero has sido muy inconsistente en los últimos seis meses, Krystian. Sabes que juegas una pieza clave en la compañía y durante un tiempo, has sido más un robot automático que uno de mis mejores ingenieros.
—Lo sé. Asumo por completo lo sucedido.
No pintaba bien, nada bien. El Señor Ramón asintió con la cabeza, complacido al comprobar que, como imaginaba, Krystian no se iba a excusar ni a prometer cambiar en el futuro. Si algo le gustaba de ese hombre era que se trataba de un tipo lógico y frío. A pesar de vivir en España casi toda la vida, no podía negar sus raíces eslavas y el carácter que éstas le conferían.
—También sé que no ha sido fácil pasar por todo lo que has vivido. Krystian, te considero un amigo además de mi compañero de empresa en los últimos seis años. No hemos tenido la oportunidad de hablar detalladamente, pero... sé lo que sucedió en tu vida personal. Y me alegro mucho de que, poco a poco, todo vaya volviendo a su cauce. No podemos permitirnos prescindir de alguien como tú en esta compañía.
Eso sonaba mucho mejor, muchísimo. Krystian asintió, interesado en las palabras de su jefe. No quería responder, lo último que le apetecía ese viernes a las ocho de la tarde era ponerse a hablar del divorcio y del resto de las miserias de su existencia. Ahora que todo parecía marchar bien, prefería centrarse en las cosas positivas.
—Gracias, señor.
—No me llames señor, por favor. Llámame Ramón, o Fernando, o como te dé la gana, pero el término «señor» le resta veracidad a todo lo que acabo de decirte respecto a nuestra amistad.
Krystian sonrió.
—Gracias, Ramón. —Fernando le parecía demasiado personal, él era el señor Ramón para absolutamente todos sus empleados.
—A donde quiero llegar es que, después de todo lo que te ha pasado, entiendo que quizás hayas podido acabar un poco harto de la ciudad. ¿No?
—Ligeramente. O al menos lo estaba hasta hace bien poco.
—Lo comprendo bien, las ciudades pequeñas como esta acaban asfixiándote sin que te des cuenta de ello. Por eso he pensado en ti para un proyecto, Krystian. Nuestra empresa es antigua, una de las primeras de España en el sector, pero no por eso nos hemos quedado obsoletos en cuanto a tecnología, eso nunca.
—Lo sé.
—Pero hay compañías ahí afuera, en Alemania, en Estados Unidos... que por mucho que nosotros queramos alcanzar, nos llevan años de ventaja. Asuntos históricos, ya me comprendes. Hemos recibido varias invitaciones de otras empresas interesadas en trabajar con nosotros a gran escala: tenemos ofertas de Londres, de Múnich, de Varsovia y hasta de Sillicon Valley en San Francisco. Y necesitamos a personas jóvenes, con iniciativa y responsables para tomar esta oportunidad.
Krystian abrió mucho los ojos al comprender lo que su jefe le estaba proponiendo.
—¿Se trata de un viaje?
Ramón negó con la cabeza y en sus ojos se estableció un brillo que le confesó a Krystian de inmediato que, si él tuviera veinte años menos, no habría dudado en tomar cualquiera de esas oportunidades.
—No solo un viaje. Una experiencia personal y laboral que enriquecería a la compañía, a la vez que a las personas que decidan comprometerse. El campo de la informática crece y crece a cada minuto, es muy fácil quedarnos atrás, aunque no queramos hacerlo.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Krystian.
La idea le atraía, le atraía mucho. Se trataba de una oportunidad que, quizás, no volvería a tener nunca más. Al instante, una simple imagen acudió a su cabeza: Sandra.
—Un año, aproximadamente. Depende del destino elegido y depende de vosotros, quienes decidáis aceptar la iniciativa.
La imagen de Sandra se estableció en su mente con más fuerza. Cuando Ramón le estaba hablando del proyecto, Krystian se imaginó marcharse durante dos semanas, quizás. Pero un año...
Su historia con Sandra acababa de comenzar, era aún frágil y, en especial, aún era un secreto. Eso, por desgracia, debería mantenerse así un tiempo. ¿Qué posibilidades tenían ellos dos si él se marchaba a otro país durante tanto tiempo?
—Por supuesto, esto implica un incremento salarial considerable, vivienda y dietas en el destino.
Krystian se llevó una mano a la barbilla, acariciando esa barba a la que no estaba acostumbrado. Le tomó unos segundos hablar, aún tan sorprendido como estaba.
—¿Por qué a mí? Como usted me ha dicho al principio, mi rendimiento ha sido inconsistente este año.
Su jefe se encogió de hombros.
—Porque eres bueno, Krystian, eres muy bueno. Y la vida es algo que nos pasa a todos, nadie tiene un año perfecto ni una vida personal que no afecte, de un modo u otro, a su trabajo. Al fin y al cabo somos personas. —Ramón leyó la indecisión en los ojos del hombre y, antes de que pudiera contestar se puso en pie—. Piénsalo, ¿de acuerdo, Krystian? El viaje se realizaría a principios de agosto, por lo que aún tienes tiempo para pensarlo, queda más de un mes.
—De acuerdo, gracias por considerarme para esta iniciativa.
—No hay problema. No te sientas presionado, ¿de acuerdo? Es una buena oportunidad, pero la decisión respecto a aceptar o no hacerlo es solo tuya.
Krystian salió del despacho de su jefe con un sabor agridulce en su boca y la mayor indecisión que jamás hubiera experimentado en la cabeza.
¿Qué haríais si fuerais Krystian? Parece que los planes comienzan a volverse más complicados...
¡Nos vemos pronto!
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