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Capítulo 15

¡Hola! En multimedia os dejo una canción que SIEMPRE me recordará a esta novela. Además, ¡tenemos portada nueva! ¿Os gusta? <3


Capítulo 15

El camarero sonrió al verla. Sandra apretó su cartera negra entre sus manos con nerviosismo y dio un paso más hacia la barra de madera oscura de ese bar con una decoración que le recordaba ligeramente al Caribe, o al menos a un intento de este. El bar se llamaba Palmeras y lo reconocía porque era un lugar que su hermano y sus amigos solían frecuentar cuando tenían su edad. Incluso ella misma había ido en alguna ocasión junto a Nando, Óscar y Krystian para celebrar el cumpleaños de su hermano u otras fiestas.

—¿Me pones un... zumo de piña?

La mirada del joven detrás de la barra fue divertida en esa ocasión y ligeramente curiosa. Tenía aproximadamente su edad y era alto, con el cabello negro y unos expresivos ojos castaños. Lo había visto un par de veces antes, así que lo reconocía.

—¿Qué pasa? —preguntó Sandra mientras el joven se agachaba unos segundos antes de posar una botellita de zumo de piña en la barra. Acto seguido procedió a preparar un vaso con hielos y frutas.

—Nada. Solamente me ha sorprendido. Has entrado al bar con tanta energía... y ahora me sorprendes pidiéndome un zumo de piña, a palo seco.

—A palo seco sería si te pidiera un vaso de whisky o de vodka. Un zumo de piña es algo perfectamente normal.

—A decir verdad, por cómo te tiemblan las manos, lo que deberías tomarte a palo seco es una tila.

Sandra tomó aire, respirando el agradable aroma dulzón a licor y a café que imperaba en el bar.

—¿Tanto se me nota que estoy nerviosa?

—Como si fueras a robar un banco. ¿Es eso lo que planeas hacer cuando salgas de aquí?

—Casi. Tengo una cita.

—Vaya, qué pena. —Lo dijo con una pequeña sonrisa mientras miraba al suelo, quizás ese chico estaba acostumbrado a ligar con sus clientas y no le daba ninguna vergüenza hacerlo, o incluso lo encontraba entretenido—. ¿Cita a ciegas?

—No, primera cita con el amor de mi vida. —Sandra rio al decirlo, como si a ella misma le pareciera divertido hablar de ese modo.

Esta vez al camarero se le escapó una pequeña carcajada.

—¿El amor de tu vida y esta es vuestra primera cita? Qué poca presión para él, ¿no?

—Lo sé. No dejo de pensar en que no tendría que haber venido, la verdad. Ni siquiera sé si él va a aparecer...

El camarero sonrió. Era muy mono, a decir verdad. Tenía un aire dulce que contrastaba con su voz grave y relajada. Cuando sonreía, dos marcados hoyuelos se dejaban ver en sus mejillas.

—Si quieres escaparte, yo tengo la moto aparcada ahí afuera...

Sandra miró su reloj, viendo que acababa de marcar justo las once. Miró hacia la puerta del bar y, en ese preciso momento, vio que Krystian entraba vistiendo un jersey fino negro que se ajustaba a su cuerpo delgado pero fuerte y unos pantalones vaqueros oscuros.

—Demasiado tarde —dijo ella—, allí está...

Para su sorpresa, el joven sonrió con ligera picardía.

—Mejor para ti —comentó, riéndose de nuevo—, porque en realidad no tengo moto y nos habría tocado irnos de aquí en autobús.

Krystian se acercó a ella en cuanto la reconoció. Sandra vestía una falda corta con vuelo y una camiseta negra y ceñida a su figura delgada. Había dejado su cabello corto caer sobre sus hombros, suelto. Él se recriminó en cuanto se dio cuenta de que sus manos temblaban ligeramente, ¿acaso tenía quince años? No quería pensar que eso era una cita, porque solo conseguiría sentirse culpable, pero tampoco podía negar que era algo.

—Hola —la saludó.

Se acercó para darle dos besos de forma educada, pero Sandra se le adelantó, abrazándolo cálidamente. Pudo percibir el aroma floral que desprendía su cabello y lo reconoció como familiar, como reconfortante. Hasta ese punto habían llegado...

Él pidió una cerveza y volvió a observarla de nuevo, con disimulo. Estaba muy guapa, tan dulce como siempre. Él no se había comido demasiado la cabeza: unos pantalones vaqueros oscuros con zapatos formales y una camisa azul con los últimos dos botones sueltos. Krystian agarró la cerveza, cruzando su mirada durante unos segundos con ese camarero cachas con el que unos segundos antes parecía estar hablando Sandra. Seguramente tendría veintidós o veintitrés años y era bastante guapo. Un pensamiento traicionero se cruzó por su mente, como no podía ser de otra forma: ese era el tipo de chico que debía tener una cita con Sandra. No él.

—¿Nos sentamos? —ofreció ella.

Él asintió, sin querer darle más vueltas al tema. Cuando un pensamiento destructivo se le colaba en la mente, no había forma de sacarlo. Lo sabía perfectamente después de tantas noches obsesionado con la idea de que Paula estuviera con otro.

La música era animada y algunos clientes bailaban en ese desenfadado bar con decoración en madera clara y bambú. Llegaron hasta una mesita baja con dos sillas decoradas con cojines y ambos tomaron asiento.

—¿Qué bebes? —preguntó él.

—Un zumo, ¿quieres?

Ella le ofreció el vaso con su pajita. Krystian negó con la cabeza y bebió un trago de su cerveza antes de caer en la cuenta de que también debía ofrecérsela a ella.

—No me gusta la cerveza —lo rechazó Sandra—. Me da mucho asco.

—A nadie le gusta al principio. Te acostumbras con el tiempo.

—Ya veo —respondió ella y sin dudar un segundo procedió a preguntar—; ¿Le has dicho a mi hermano que teníamos una cita?

Krystian casi se atragantó al escucharla, definitivamente eso no se lo esperaba.

—No me acordaba de lo directa que eres. Empiezas fuerte, ¿no?

—Si algo me cuesta es guardarme cosas dentro.

—Lo he notado. —Krystian asintió con la cabeza—. Y respecto a Nando... lo primero es que no le he dicho que teníamos una cita porque esto no es una cita. Estamos quedando en calidad de amigos.

—Ah, vale —dijo ella sonriendo con una expresión divertida que dejaba entrever que no lo había tomado en serio.

—Y bueno, tampoco le he dicho que iba a quedar contigo porque... —Sandra enarcó una ceja, esperando a que Krystian terminara la frase y lo cierto es que le tomó varios segundos hacerlo—. Porque mira, Sandra, hablando claro: si tu hermano se entera me corta la cabeza.

«Parece que ahora sí es una cita», se dijo ella misma.

—Yo no tengo inconveniente en que lo sepa.

—Pero yo sí, Sandra. Tu hermano es mi mejor amigo y no es la persona más razonable del mundo, eso lo sabemos los dos muy bien. No va a entender que me tome algo contigo, al menos no ahora, después de todo lo que... lo que tú me has dicho que sientes por mí.

—No te preocupes, entonces. Yo no se lo diré a Nando. —Sandra sonrió de forma inocente—. De todas formas, no estamos haciendo nada malo. ¿No?

Él resopló.

—Eso.

—Entonces cambiemos el chip, ¿vale? Vamos a dejar de jugar al «hermana de y mejor amigo de». Ahora somos otras personas, ¿te parece? Dos amigos que se toman una cerveza... y un zumo. Que se cuentan sus vidas y, si se da el caso, bailan un rato.

—No, no. Eso no, porque yo no sé bailar.

—¿Y qué? Yo tampoco.

En un movimiento que a Sandra se le antojó adorable, Krystian paseó sus ojos azules por el enorme bar, componiendo un pequeño gesto avergonzado.

—No, pero yo no bailo nunca. Nunca, nunca, ¿sabes?

—¿Ni en tu boda? —preguntó Sandra.

Solamente ella podría hacerle esa pregunta sin cambiar ni un ápice su expresión, sin añadirle carga emocional a esas palabras. No pretendía deprimirle ni hacerle recordar, era una pregunta franca: ¿no había bailado en su boda? Respondió tan directamente como ella había preguntado.

—Solo el vals. Y lo habíamos ensayado mil veces, Paula me hizo ir a clases durante un mes. No te puedes imaginar la vergüenza que me daba.

Ella soltó una pequeña carcajada, recolocándose un mechón de cabello rubio detrás de la oreja.

—Qué coñazo y qué cliché, un vals en tu boda. Yo quiero bailar algo que no sea típico, hacer una coreografía de swing o de claqué. Seguro que eso dejaría a todos con la boca abierta.

Por un segundo Krystian se la imaginó con un vestido blanco y vaporoso, llevando unos zapatos de charol negros y taconeando en el suelo al ritmo de alguna canción jazz que todo el mundo corearía a su alrededor. La imagen era divertida.

—Seguro que sí —respondió, bebiendo otro trago de su cerveza—. Buena suerte convenciendo a tu futuro marido. Aunque bueno, no es algo de lo que tengas que preocuparte aún.

Sandra se mordió la lengua, conteniendo una carcajada.

—No me digas esas cosas, no me des pie a que conteste con lo que sabes que quiero decir.

Él se encogió de hombros, fingiéndose completamente inocente por su comentario.

—Di lo que quieras, Sandra. De verdad, no quiero que te cohíbas porque creas que me voy a enfadar o que... que reaccionaré como la última vez. Siento mucho haberme comportado como lo hice, te traté muy mal y no te lo merecías, te juro que no sé qué demonios me pasó por la cabeza.

—No fue nada. Entiendo que tenías mucha presión encima. Entonces, si puedo decir todo lo que quiera... ¿puedo preguntarte por qué me has invitado a venir hoy aquí contigo?

Krystian se encogió de hombros.

—Si te soy sincero, no lo sé. Te vi ayer y pensé... ¿por qué no? Las últimas veces que hemos estado juntos no me he comportado como te merecías, Sandra. Y no quiero que pienses que yo puedo tratarte como me venga en gana y tú debes estar ahí, aguantando mis tonerías, solo porque crees que sientes algo por mí. —Se percató del cambio en la expresión de ella y se corrigió al instante—. Porque sientes algo por mí, perdón. No debes hacerlo, ni por mí ni por nadie.

—No soy tonta, Krystian. No me ha «cegado el amor» y tampoco creo que haya aguantado ninguna tontería. Te lo he dicho ya, sé que has estado en un momento muy malo, has pasado por mucho y... no sé cómo te sientes, no tengo ni idea, pero sé que no es agradable. Y necesitas que alguien trate de entenderte un poco.

Escucharla lo tranquilizaba, tal y como había sucedido la noche en la que habían discutido y ella había acabado llevándole chocolate caliente a la cama.

—Estoy mucho mejor ahora —respondió con voz suave—, en Polonia decimos czas pokarze, el tiempo dirá al final.

—Me alegro. Te mereces estar bien, dejar de sufrir.

Krystian la miró a los ojos y se quedó en silencio unos instantes. No supo con seguridad si fue en ese preciso instante o había sucedido antes, pero observarla, con los labios carnosos y pintados de rosa, su cabello rubio y corto enmarcando ese rostro redondo y sus ojos castaños y brillantes... esa visión le reveló una verdad que llevaba años ignorando. Su voz suave y algo grave, esas palabras tranquilizadoras... Krystian se encontraba frente a una mujer. No tenía treinta y dos años como él, por supuesto, pero no podía negar que había dejado de ser una niña desde hacía ya bastante tiempo.

Sandra comenzó a ruborizarse al ver que él no apartaba la vista y sus ojos brillaron aún más, algo avergonzados.

—¿Qué pasa?

—Cuéntame sobre ti. ¿Cómo va la universidad? ¿Tus amigos? Ya me ha quedado claro que tú sabes bastantes cosas de mí, pero, joder, yo me he perdido un montón de años de tu vida y no me he dado ni cuenta.

Y entonces ella comenzó a hablar y el tiempo se deshizo entre ellos, pareció pasar más y más rápido sin que siquiera se dieran cuenta. Las bebidas pasaron por las manos de ambos mientras se contaban historias y anécdotas. Sandra le habló de la universidad, de sus amigos y de sus planes de futuro. Krystian le contó que las cosas no iban bien en el trabajo últimamente y que a veces quería desaparecer.

—¿A dónde te gustaría ir?

Krystian se frotó los ojos, tratando de pensar una buena respuesta. Se sorprendía a cada segundo de la suavidad con la que fluía la conversación con ella. Sentía que lo escuchaba de verdad, que parecía encantada de recibir cada nuevo dato que él le daba, como si fuera apasionante. Y oírla a ella... hablaba de la vida con un optimismo y una alegría que él jamás había visto en nadie antes.

Sandra era la persona más feliz que jamás había conocido, no porque su vida fuera perfecta, sino porque ella misma se empeñaba en encontrar el lado bueno de todo. Era admirable.

—No lo sé. ¿A Noruega?

—¿Noruega? —Sandra se llevó un dedo a los labios, mirándolo con interés—. Pero ahí hace un montón de frío. ¿Otro lugar más cálido?

—A México.

Una sonrisa perfecta se extendió por el rostro de ella.

—México. Me gusta.

—Conducir por la costa, comer tacos y enchiladas hasta reventar. Y beber el mejor tequila en una cantina.

Sandra arrugó la nariz.

—No me gusta el tequila.

—Tú puedes tomarte un zumo.

Escucharlo hablar así la colmaba de alegría. Parecía tan lleno de luz en esos momentos, soñando despierto en ese bar español con poder ir a México. Ese era el Krystian del que ella llevaba más de la mitad de su vida enamorada, ese con el que nunca antes había tenido una oportunidad... hasta ese momento.

—Vamos a hacerlo, ¿no? —propuso alzando el cóctel que había pedido después de un par de zumos—, vámonos a México. Hagamos alguna locura.

—Eso sería demasiado repentino, ¿no?

—Por se llama locura. No tiene sentido si lo planeamos.

Él sonrió. Se sentía tan a gusto allí que prácticamente había olvidado al resto de la gente que los rodeaba.

—¿Tú a dónde quieres ir? —le preguntó.

—Yo quiero ir... a Grecia, a ver las ruinas de los templos. Y a India, para sentir que estamos en una película de Bollywood. Quiero ir a Australia y que aprendamos a surfear, y a Sudáfrica para que veamos leones y cocodrilos.

Krystian tragó saliva escuchándola hablar y se acercó a ella un poco más.

—Pero esos son tus sueños, Sandra. Tuyos.

—Y también tuyos, si los quieres compartir conmigo.

Krystian no respondió, sino que tan solo se quedó observándola. Preguntándose por enésima vez qué era lo que esa joven había visto en él, si él no era nadie especial. Si a esas alturas no tenía nada y nunca había sido especialmente interesante ni impresionante.

Un pegadizo ritmo de guitarras comenzó a sonar en el bar y algunas personas se levantaron para comenzar a bailar la canción, que sonaba como si, efectivamente, se encontraran en las playas de Australia surfeando.

Jungle, de Tash Sultana. Me encanta esta canción —le dijo Sandra, con su rostro angelical—, ¿me concede usted este baile señor Górski?

Y aunque quiso rechazarla, se descubrió a sí mismo levantándose de esa silla y dirigiéndose a la parte del bar que realizaba las veces de pequeña pista de baile. Sandra se movía al ritmo de la música, cerca de él, pero a la vez demasiado lejos.

Suit and tie with the black jeans on and I'm paralyzed, cos' I think you got something like the biggest soul I've ever seen. And I think you're the one —tarareó ella en inglés y Krystian se sorprendió al escuchar que su voz era dulce; cantaba muy bien.

—Me has mentido —le susurró cuando ella dejó de cantar y se dedicó a moverse al ritmo de la música.

—¿En qué? —preguntó Sandra.

—Me has dicho que no sabías bailar.

Sandra sonrió y Krystian observó que la había hecho enrojecer. Se sintió extraño y comenzó a darse cuenta de que todo lo que le estaba sucediendo con Sandra era como vivir por primera vez. Dios, no recordaba haber hecho que Paula se ruborizara jamás con un cumplido.

Él se movió como pudo al ritmo de la música, sabiendo que sus genes eslavos no eran de lo más adecuados para la danza y que nunca se había esforzado en potenciar sus aptitudes. Aun así, al cabo de unos minutos, esto ya no le importó. Sandra apoyó su mano en su hombro y ambos bailaron juntos por primera vez.

La canción terminó, fusionándose con una nueva. Esta vez fue él quien compuso una sonrisa. Menuda casualidad.

A dream of you and me, de Future Islands —dijo repitiendo la misma fórmula de las palabras de Sandra apenas unos minutos antes—, me encanta esta canción.

Sus cuerpos se acercaron más, ella movía las caderas y cerraba los ojos para poder sentir el ritmo en su interior. Él solo podía pensar que no quería que ese momento acabara, regresar a la realidad. Allí todo estaba bien: nadie los conocía y ellos cada vez se conocían más el uno al otro.

El brazo de Krystian se delizó hasta colocarse en la cintura de Sandra y él bajó el rostro unos centímetros. Sandra también se acercó a él y avanzando con lentitud, terminó juntando su frente con la de él. Su corazón latiendo tan fuerte que temía que se le escapara del pecho y no pudiera recuperarlo.

—Ahora es cuando me besas —susurró la joven, sabiendo la respuesta de él antemano.

Krystian tardó varios segundos en negar con la cabeza, sin alejarse de ella.

—No, Sandra. No debemos...

—Pero podemos.

Krystian suspiró. Sabía que quería hacerlo, maldita sea, lo sabía.

—Pero no es el momento.

La conversación acababa ahí. Ella no quiso rebatirlo, pero tampoco quiso alejarse. Siguieron bailando durante lo que parecieron horas. La música los acariciaba y ellos no se separaron ni un milímetro. Cualquiera que los hubiera visto en esa situación habría creído que eran pareja, no simplemente dos personas con pocas posibilidades de terminar juntas tratando de improvisar una cita, aunque solo fuera «por probar».

Sandra se sentía en las nubes, apreciaba cada pequeño movimiento que él hacía para acercarse. Sabía que poco a poco estaba derrumbando todas esas fronteras que él había construido. Para Krystian era mucho más complicado porque, aunque él se repitiera a sí mismo que no había sucedido nada, solo tenía que visualizarse en ese mismo momento. Tan solo tenía que ver cómo sus pieles se rozaban, como ella se aferraba a su cuerpo, aunque apenas lo estuviera tocando. Cómo sus movimientos estaban tan compenetrados que parecían ser ellos quienes crearan la música. Solo tenía que percatarse de esos pequeños detalles para darse cuenta de que, hiciera lo que hiciera, habían cruzado una línea de la que ya no podía volver.


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Últimamente estoy utilizando un montóoooon Tiktok, si os apetece visitarme y escribirme por ahí, buscadme con el nombre vmcameron213 :). Nos vemos en el próximo capítulo <3


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