La douleur exquise.
Sola, aburrida, redundante y arisca.
Así se hubiera descrito Naomi en ese instante, mientras balanceaba su pierna izquierda de adelante hacia atrás.
Y en lo único que podía pensar era:
Ella es bonita.
Era casi una cantinela repetitiva en su cabeza.
Desde su posición en el margen del salón de fiesta, podía observar todo, incluso la manera en la que los ojos de Milo se perdían y derretían alrededor de aquella chica.
Estaba demasiada absorta en la contemplación de los párpados nostálgicos y el cabello rubio platino cayendo en cascadas de oro bruñido como para notar que Dylan la llamaba.
—¡Hey linda!—le apartó el cabello de la cara—. Se ve mucho mejor detrás de tu oreja.
—Créeme mi cara se ve mejor con los cabellos en la frente...
—¿Es que no sabes lo hermosa que eres o es que te importa demasiado que te vean los demás y cuchicheen: ¡Oh dioses, pero qué guapa es!?
—Creo que un poco de las dos—Naomi sonrió, Dylan le devolvió la sonrisa y por un par de minutos se olvido de Milo.
Pero luego su mente, que daba vueltas en un torrente de gotas de lluvia color azul, volvió al mismo lugar, a esa pequeña cavidad en su subconsciente en la que Milo gobernaba, como un amor inconsciente, que Naomi torpemente había intentado ocultar, no sólo de los demás, también de sí misma.
Y eso era triste y patético, y Naomi no quería seguir siendo una mentirosa tan despiadada consigo misma.
Así que armándose de valor y como si ellos fueran los únicos en la sala, Naomi gritó:
—¡Te amo, Milo!—y en esa exclamación se le fue medio pulmón y otro trozo de corazón.
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