Kjaereste.
—¡Dylan se va a casar!—Naomi tenía los ojos como platos a punto de votarse de sus cuencas.
—Si, ya respondí a eso las ultimas nueve veces.
Naomi tomó a Charlotte como acompañante y empezaron a bailar el vals de la cenicienta.
—Eso es infantil—le reprendió el muchacho.
—Yo también me quiero casar.
Milo que bebía cómodamente su café en el sofá de la habitación de ella, lo escupió, por dos cosas, la primera había gomitas de oruga flotando en el y en segunda porque cuando recién se conocía Naomi le aseguraba a todos en el instituto que ella no iba a ser propiedad de nadie.
—Pero siempre decías que odiabas a los chicos.
—Es verdad—admitió ella, riendo nerviosamente—. Pero una mujer nunca debe parecer débil en estos tiempos.
—Vale.
—¡Punto para Naomi!—grito de la nada.
—Okay...—Milo fingió que no la escuchaba—. ¿Vas a venir conmigo?
—¡Si!—no espero ni treinta segundos antes de responder—. ¡Voy a ser dama de honor!
Milo mordisqueo una gomita.
Charlotte salió por la ventana.
—Si le das a tu esposo este café te deja—siseo Milo y a su mirada asesina le sobrevino una risa desfachatada.
—Eres malo.
—No vas a ser dama, ese puesto es para las amigas de la novia.
—Nunca voy a ser dama porque tú eres un chico—se dejó caer a su lado en el mueble.
Milo se acercó a ella, Naomi estaba paralizada.
—¿Has oído que el regazo de una mujer es cómodo?—preguntó el chico.
—No—Milo acomodo su cabeza sobre el regazo de Naomi, una serie de escalofríos le recorrieron la columna.
—Milo—lo llamo, pero ya estaba dormido.
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