Naomi amaba a los niños.
Milo no tanto.

Cuando la conoció, hacía ya tres años, él tenía 18, casi 19, ella tenía 17, era exactamente 2 años menor.

Y tenía un hermano, pequeño, rollizo, con enormes ojos eslavos, que respondía al nombre de Victor.

Víctor era 15 años menor que Naomi.
17 años menor que Milo y por alguna extraña serendipia de la vida, admiraba a Milo.

2 días después de conocerse, su madre le informó justo a la hora de la salida que había chocado y no podría ir a buscarlo.

Como no tenía amigos tuvo que acudir a la innombrable.

Asi fue como Milo acabó en la parte de atrás de él auto de su peor enemiga, siendo observado por su pequeño hermanito.

—Un gusto—dijo el padre.

Milo se sintió acorralado, el hombre debía estar pensando lo peor.

Al chico no se le pasaban malas cosas por la cabeza con respecto a su hija.

1 hora después estaba en la sala de ella, ayudándole en matemáticas.

—Los números son mágicos—aventuró ella.

—Supongo.

—Me gustaría casarme con alguien que sepa hacer malabarismos con estos peculiares signos a los que llaman números...—bajo la voz, alguien como tú.

Hubo silencio. Entonces ella dijo de la nada:

—¿Quieres hijos?

—Supongo que no—ella desvío la mirada, se le veía triste, el suspiro—. Con 1 es suficiente.