Parte 7
Dejando salir un largo y profundo suspiro, cargado de dolor, guardó la chaqueta de cuero, que le habían devuelto apenas y pudieron sacarle toda la evidencia posible.
Le habían asegurado que ya no podían hacer mas de lo que ya habían hecho y que pondrían todo el empeño posible por avanzar un poco mas con lo que tenían pero el asesinato de Surt les estaba resultando un laberinto sin salida, al igual que el caso de Milo.
-Son todos unos inútiles. Si quisieran hacer algo, ya lo hubiesen hecho pero siguen persiguiéndose la cola como cachorros idiotas.
Guardó la caja donde había metido la chaqueta y cerró con llave esa parte del placard.
La parte donde estaba la ropa del rubio, jamás volvería a ser abierta y de esa manera, trataría de conservar ese perfume el máximo tiempo posible.
-Surt... Hijo de tu puta madre... Ojalá que tu crimen si quede impune, pero tristemente he de entender que si resuelven lo que le hiciste a mi esposo, acabarán por saber que te hicieron a tí.
Salió de la habitación arrastrando los pies, tanto de cansancio que volvía a cargar en su cuerpo, como de sueño.
Había pasado otro mes y las cosas volvían a cero. El caso de Surt no avanzaba y el de Milo nuevamente pendía de un hilo y asomaba la posibilidad de que esta vez si lo cerraran de forma definitiva.
Hacía ya unos cuantos días que no dormía y de plano vivía solo a café y un par de tostadas que ya llevaban días metidas en una pequeña canastita en la mesa de la cocina.
Se disponía a hacerse una nueva taza de aquel líquido oscuro, para mantenerse despierto y poder concentrarse en conseguir algo que los policías ni él mismo hubieran visto.
Pero no pudo ni servirse de eso ya que tuvo que dejarlo todo de lado para ir a atender a la puerta.
Al comienzo trató de ignorarlo pero a cada segundo que transcurría, el timbre sonaba y sonaba sin detenerse y ese insistente sonido maldito le estaba por reventar los tímpanos.
-¡Ya voy! ¿Y ahora quién demonios molesta?- A paso rápido se encaminó al living y con molestia abrió de un solo empujón. La mandíbula se le fue al piso cuando vio esos grandes ojos claros y esos cabellos tan rojos como los propios. -Ècar... late...
-¿Puedo pasar? Traje dos ofrendas de paz conmigo.
El mayor levantó su mano derecha y le mostró una botella de whisky que traía consigo. Mas allá de que trajera algo o no, Camus lo dejaría pasar de igual forma. Era su suegro quien estaba frente suyo después de todo.
-Lamento el desorden.- Dijo casi con pena.
-Entiendo que todo este para arriba en tu vida, Camus. El que todo en esta casa este cubierto en polvo es mi menor preocupación.- Tomó asiento en el mismo sofá que solía usar cuando iba a ver a su hijo y esperó pacientemente a que el galo se acercarse con los vasos para beber un poco.
-¿Qué lo trae por aquí?
-Ya pasaron siete meses... ¿Puedes creerlo?- El mayor miraba fijo su bebida y la removía un poco con un leve movimiento de su muñeca. Casi imperceptible. -Aún recuerdo cuando Calvera me dijo que estaba embarazada. Por un instante el mundo se me sacudió, ya que yo estaba recién graduado y ella estaba por hacerlo. Si bien tenía un trabajo, no ganaba lo suficiente como para mantener a una familia, y esos pensamientos me atormentaron cada día a cada paso durante todos esos nueve meses... Pero en el momento en que vi su carita...
Ècarlate dejó de hablar. Su voz ya daba señales de quebrarse y el nudo en su garganta se hacía evidente a cada palabra proferida.
Sus ojos también se hallaban repletos de lágrimas, que amenazaban con caer en cualquier momento.
-Yo lamento mucho lo que nos pasó la última noche que estuve a su lado. Debe saberlo.
-No vine aquí para que charlemos. Vine aquí para que me escuches, así que guarda silencio, niño.
Camus solo movió su cabeza en repetidas ocasiones y se dedicó solo a escuchar lo que su suegro quería decir.
-Al saber lo que pasó esa noche, me enojé mucho contigo. Yo tenía y aún tengo muchas ganas y deseos de ser abuelo y al saber que tu y mi hijo pelearon sobre eso, no voy a negar que quise matarte a golpes al saber que fue el adoptar un hijo la razón de su pleito.
Estuve mucho, demasiado tiempo enfadado contigo pero ¿Sabes algo? Ahora que lo he pensado bien... Tu tenías razón.
Camus abrió los ojos de la impresión que le causó esa confesión y no pudo evitar que nuevamente su boca acabara abierta.
-¿Cómo dice?
-Te dije que te callaras.
-Si señor.
El padre de su griego, aún amado, siguió hablando y él se preparó mentalmente para todo lo que podría llegar a decirle.
-Calvera y yo nos conocimos en nuestros primeros años de universidad. Nos enamoramos locamente apenas nos vimos y desde ese día de otoño estamos juntos. En mi último año, antes de graduarme, Calvera llegó llorando a mi departamento y me dió la noticia. Nueve meses mas tarde, Kardia nació y aunque todo el embarazo me cuestione si era lo correcto o si podríamos con este desafío, todo paso de negro a blanco cuando tuve en mis brazos por primera vez a mi hijo.
Trataba de que todo fuera bien, trataba de que no nos faltará nada y mucho menos a Kardia, ya que él era quien nos preocupaba mas. Cuando todo parecía encontrar un equilibrio, Milo ya estaba en camino.
Enloquecí para ser sincero. No sabía que haríamos. Ya teníamos un niño de diez meses que apenas podíamos mantener y ahora teníamos otro en camino, además de que Calvera aún no se había graduado y se vio en la penosa situación de abandonar sus estudios de manera temporal ya que no podía con todo.
Pero al final, todo se resolvió para bien. En el momento en que Milo nació, yo estaba en pláticas y entrevistas para ser contratado por una empresa importante y por eso tendríamos un mejor pasar. Unos meses después ya estábamos mejor y por haber conseguido un buen trabajo, pude darles todo lo mejor a mis chicos.
En un instante, dejó de hablar y luego de un breve silencio, comenzó a reír como si nada estuviese sucediendo. Pero tan rápido como empezó a reír, dejó de hacerlo y volvió a su frío y usual semblante.
-No se porque te cuento todo esto. Seguro ya lo habrás escuchado de boca de mi esposa. Pero lo que si se es que te lo digo porque en cierta medida, tu tenías razón. Milo tenía muchas deudas de estudio, por su doctorado mas que nada y tu aún acarreas los créditos del banco y la hipoteca de la casa. Un hijo en estas circunstancias es una locura. Pero lo que también sé es que hay formas y formas de decir las cosas, y espero que estés tan consciente como yo y como todos, de que tu manera de negarte a esa adopción, fue la sentencia de muerte de mi hijo.
-Lo sé, Ècarlate... Lo sé y no sabe lo arrepentido y dolido que estoy por eso.- Las lágrimas empezaron a surcar las mejillas del menor y, aunque era poco propio de él, el pelirrojo mayor se sentó a su lado y lo abrazó fuerte. -Cada vez que recuerdo esa noche... Si pudiera hacer algo... Por mas pequeño que fuera, para calmar un poco todo este dolor. Esta angustia y rabia que tengo en mi alma.
-Hay una forma. Y sabes bien cual es.
Camus se giró y miró con algo de espanto a aquél que era como un padre, pero enseguida cambió esa expresión por una de determinación y firmeza.
-Te dije que traía dos cosas para hacer la paz contigo. Una es ese licor y la otra es esta.
Se volvió a donde estaba sentado y tomó lo que había dejado a un lado del sofá. Le extendió el pequeño maletín que había sostenido su otra mano cuando estaba en la puerta, esperando a entrar, y que por la impresión de su visita, Camus había pasado desapercibido.
Lo tomó y lo abrió con rapidez para asegurarse de que eso era, lo que creía que era.
Una pistola glock 9mm y tres cargadores llenos estaban brillantes e inmaculados. Perfectamente acomodados en ese pequeño estuche con bordes cromados.
-¿Sabes como usarla?
-Milo me llevó a un campo de tiro una vez.
-Entonces tomo eso como un "si". Ya sabes lo que tienes que hacer y como debes de acabarlo.
-Tiene mi palabra de que así será.
Los fríos ojos de ambos se cruzaron por breves segundos. Luego, de una manera un tanto brusca, Camus se puso de pié y le dio la mano a Ècarlate.
Mas este, cortó rápido el contacto y se dirigió a la puerta para marcharse.
Abrió la puerta con tranquila parsimonia pero antes de salir, se dió la vuelta para decirle la última cosa que podría dirigirle en vida, al amor de su hijo.
-Que empiece la cacería, Camus Ganímedes Megalos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro