Parte 5
Después de dejar a Marín en casa de Aioria, y que este solo le cerrará la puerta en la cara sin siquiera decir un misero "gracias", suspiró profundo y se dirigió, con toda la tranquilidad que podía poseer a esa altura de su vida, a las tierras boscosas de Syngros.
Le tomó casi una hora llegar allí, pero cuando arribó no dudo mucho en bajar del vehículo y rodear todo el bosque, en busca de aquella cabaña o algún lugar de resguardo donde podría haber pistas del cautiverio y posterior asesinato de Milo.
Caminó mucho. Demasiado a su parecer, ya que estaba muy cansado y el sol ya empezaba a caer, y como había llegado allí pasado el mediodía, dió por cierta su teoría al percatarse de la posición del sol.
No supo con exactitud cuantos kilómetros, porque fueron kilómetros, los que caminó, pero vio todo ese esfuerzo recompensado al llegar casi a un acantilado, un poco alejado de Syngros pero finalmente había hallado el lugar.
Era una pequeña cabaña escondida y la única de por allí por lo que sin dudarlo, se adentró en ella, confiado en que ese era el lugar.
Apenas se vio en la puerta, no iba a golpear y esperar a que alguien le recibiera, para luego decirle "Hola, estoy buscando al asesino de mi esposo. ¿Le molestaría si busco evidencia en su cabaña?"
No, no era tan idiota y también sabía que allí no había nadie, por lo que solo tomó el picaporte y aunque trató de abrir, se dió cuenta de que tenía llaves. Pero eso no lo detendría.
Se alejó apenas un paso y le dió una patada tan fuerte que gran cantidad de astillas salieron disparadas y la puerta reventó sus vidrios al azotarse desde adentro.
La detuvo con su mano antes de que se cerrará de nuevo del todo y, con toda la cautela que podía tener, se adentró en aquél sitio.
Como ya estaba oscureciendo y adentro al parecer aún no había instalación eléctrica alguna, se valió de su teléfono para alumbrarse.
En la sala principal, apenas entró, lo único que vio era una pequeña mesa y dos sillas, nada mas. No había signos de lucha o violencia alguna, por lo que directamente se dirigió a la siguiente.
En la cocina tampoco se veía nada fuera de lo común. La heladera estaba vacía al igual que los anaqueles y las mesadas bajas. Desde allí, a través de una pequeña ventana, se podía ver el patio trasero pero como ya la visibilidad era nula, optó por no salir y ver si podía encontrar algo allí, aunque sabía que podía perder una gran oportunidad, no podía hacer mas que limitar su búsqueda a esas cuatro paredes.
La habitación principal y el baño no tenían nada tampoco. Era como si allí no hubiera pasado nada o mas bien, habían hecho un excelente trabajo limpiando todo rastro de Milo y su asesino.
Por esos momentos se vio totalmente desganado y hasta derrotado. Sentía que la desesperación lo vencía y que no podría hacer nada para cumplirle a su rubio la promesa de venganza.
Última habitación. Si no hallaba nada allí, se daría por vencido y, si bien no aceptaría quedarse sin justicia, no volvería a dejarse llevar por esperanzas un tanto vacías.
Al tomar la perilla para abrir la puerta, se dió cuenta de que estaba trabada.
Eso le dio algo de fe y volviendo a patear todo para poder darse paso, abrió aquel sitio y no pudo evitar vomitar apenas vio lo que frente a él se mostraba.
Cuerdas, cintas, cuchillos con manchas de oxido, cables de corriente todos cortados, jeringas usadas con ampolletas vacías y muchas colillas de cigarrillo por todo el lugar.
Pero lo que acabó de darle nauseas no fue todo eso, sino que fue la cantidad de sangre que había desparramada por todo el lugar y por sobre todo, que había derramada alrededor de una precaria silla en medio del cuarto.
La inconsciencia lo llevó a meterse en ese espantoso sitio ya que vio algo tirado al lado de esa silla. Algo que le era muy conocido.
-No... No mi amor... No...- Se apoyó contra la pared y empezó a caer lentamente hasta el piso mientras en sus brazos apretaba fuerte aquello que había encontrado.
Una chaqueta de cuero negro.
No podía olvidar aquella prenda nunca. Era la chaqueta de Milo. La que él mismo le había regalado dos cumpleaños atrás y que el griego estuvo terriblemente agradecido con él por eso, ya que era algo que quería desde hace tiempo y nunca la había podido tener.
-¿Qué te hicieron? ¿Qué te hicieron, Milo? ¿¡Qué te hicieron!??
Rompió a llorar con mas fuerzas mientras apretaba contra su pecho esa prenda.
Ahora ya no había dudas para él. Milo había sido asesinado en aquél sitio y por todas las cosas que lo rodeaban, había sido de la peor manera posible.
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Ya eran casi las 2 de la madrugada y él estaba sentado en un rincón en la estación de policía. Estaba temblando a pesar de tener una manta encima, pero no temblaba de frío, sino mas bien de horror.
El miedo que seguro había sentido su amor durante los últimos momentos ahora él mismo lo sentía recorrer cada milímetro de sus huesos y no podía dejar de dolerle cada parte del cuerpo.
-Hola Camus.- Levantó su vista al escuchar que su cuñado había llegado. -Sería idiota preguntar pero aún así... ¿Cómo te sientes?
-Acabo de ver el sitio donde asesinaron a mi esposo, tu hermano, peor que a un animal. ¿Cómo crees que me siento?
Kardia bufo y se sentó al lado del pelirrojo, a espera de que alguien saliera y les dijera algo acerca de lo que Camus había hallado.
Al parecer se tomaban bastante tiempo para comunicar, seguramente se debía a que un viudo desesperado hizo una mejor investigación en horas, que todos esos inútiles juntos en casi 2 meses.
El simple hecho de esperar los estaba matando a ambos pero mas a Camus, que pegó un salto al oír que uno de los investigadores que llevó el caso de Milo desde el comienzo, lo llamaba.
-Señor Ganímedes.
-Soy Megalos, por favor.
-Si, lo siento mucho. Bien Señor Megalos, tenemos novedades y eso debemos agradecérselo, pero también tenemos una pregunta para usted.
-¿Qué sucede?
Sabía que algo bueno no sería, ya que lo miraba de la misma manera en que lo miraban durante todo el tiempo que fue sospechoso.
-Creemos que, de ser de usted, seguramente llegaron allí al tomar el abrigo de su esposo, pero de igual manera estamos esperando el resultado de los análisis de laboratorio.
-Puede ser más específico, que no estoy entendiendole nada.
-Encontramos cabellos rojos y cortos en la ropa del Señor Megalos y también enredados en algunos utensilios que había tirados por el suelo. ¿Puedo preguntarle algunas cosas?- El policía calló al ver que el galo no le prestaba atención y tenía su mirada ida y fija en el piso. -¿Señor Megalos? ¿Se encuentra bien?
-¡Hijo de puta!
Sin decir mas que eso, salió corriendo y se subió a su auto.
Condujo como poseso, no se había puesto el cinturón de seguridad pero no le interesaba, a pesar de que iba a una velocidad mayor a la permitida. Un paso en falso y podía matarse pero ya que mas daba. Lo único que su mente tenía claro era el ir y matar como un perro rabioso a ese idiota mal nacido que se hacía llamar "amigo".
Apenas llegó, atropelló con ensañamiento el auto de aquel imbécil, bajo y comenzó a golpear con odio la puerta de entrada.
-¡Surt! ¡Surt Muspelheim! ¡Abre la maldita puerta hijo de tu gran perra madre!
Nadie le respondía. Nadie salía a recibirlo.
Pero él no se quedaría allí afuera aceptando el ser ignorado.
Por dios que eso no pasaría.
Fue hasta su auto, saco del maletero una bolsa que contenía unos borcegos de Milo, y metiendo algunas cosas demás para hacer mas peso, fue directo a la ventana y comenzó a romper todos los cristales para poder entrar allí.
-¡Surt! ¡Da la cara maldito hijo de puta!- Se adentró a la sala y revisó hasta el último lugar. La cocina, el baño, las habitaciones tanto de arriba como de abajo y el garage pero no había rastros de su "amigo"- ¡Se que estas aquí! ¡No me voy a ir hasta que me des la cara!
No importó cuanto gritara y reclamara, aquél no se aparecía por ningún lado. La desesperación lo embargaba cada vez mas y tenía mas ganas de partirle la cara a golpes.
No se iría de allí sin verlo por lo que se decidió a quedarse allí hasta que Surt regresara.
Para tratar de tranquilizarse, fue a la cocina por un vaso de agua.
Volvió a aquél lugar pero al mirar mejor y mas detenidamente a través de las puertas francesas que daban al patio trasero, lo vio.
Encontró a quien buscaba...
Con la ira totalmente cargando su alma, abrió con odio aquellas puertas y se dirigió despacio hasta allí.
En medio del patio, había un árbol que crecía de a poco pero fuerte... Y allí estaba Surt Muspelheim colgado de el con una soga en su cuello.
Nada se removió dentro del galo, solo mas ira de la normal.
Volvió a la cocina pero salió de nuevo casi enseguida, con una escoba en sus manos y con todo ese enojo, comenzó a golpear aquel cuerpo muerto mientras colgaba, aunque cuando la rama cedió y el cuerpo cayó, siguió propinándole golpes cada vez mas y mas fuertes.
-¡Camus basta!
Kardia, que lo había seguido con desesperación, llegó y tuvo que cargarlo de la cintura para que se detuviera ya que por voluntad propia, era obvio que no lo haría.
-Fue él Kardia... Fue él... Él fue uno de los que lo mató
Apenas si su voz salía en murmullos. Estaba agotado de todo y ahora se sentía traicionado de la forma mas horrenda.
Necesitaba descansar de tan largo, agobiante, pesado y amargo día. Se zafó del agarre de su cuñado, se volteó a darle una última patada en la cara a aquél que había considerado "amigo" y se fue de salida, con dirección a su hogar.
Esa noche descansaría en lo que pudiera y mañana comenzaría a buscar otras respuestas.
Aunque semejante traición nunca tiene respuestas.
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