Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Libertad y muerte


«La noche es fría, al igual que aquellos que la cabalgan. Ya viene, la noche sin fin»

Recogido en la primera Noche, el tercer árbol a la izquierda.


Alexios, un joven de rostro curtido, con cabellos rojo escarlata desordenados que le caían sobre el rostro, y ojos azules que brillaban más que cualquier zafiro, su piel antes pálida como la nieve era ahora de un color café tostado por las arduas horas de trabajo bajo el sol, hombros anchos, destacaba por su complexión mucho más grande de lo que debería a su edad, diversas cicatrices de látigo por todo su cuerpo, aunque ni todos los azotes del mundo podrían apagar nunca el brillo de la rebeldía en sus ojos. Los harapos que vestía se mecían con el viento mientras él se movía de un lado para otro llevando cajas.

— ¡Hey tú! —llamó una voz masculina, y en respuesta Alexios volteó la cabeza en esa dirección—. Llévale esta carta al mayordomo de mi padre.
            Dejó la caja en el suelo y se dirigió hacia aquel molesto muchacho.
Examinó la carta de forma superficial, se veía como cualquier otra, sin sello, no esperaban que el que la llevase pudiese leer, se habían equivocado, por mera curiosidad desdobló el papel con sumo cuidado, antes volteando la vista en todas direcciones para asegurarse de que nadie lo viese, sus habilidades de lectura estaban oxidadas ciertamente, pero aun así logró entender la mayor parte del texto, pronto el Señor tendría que salir a un pueblo vecino a una cena con otro Lord para discutir asuntos comerciales, vio más allá de solo eso, había una oportunidad de libertad, una oportunidad de escapar.
             Caminó, primero por los rudimentarios caminos que se usaban para cargar y descargar mercancía, rodeó toda la mansión, que era un pequeño castillo con gigantescas piedras como cimientos, siguió hasta llegar a la entrada lateral diseñada para ser usada por el servicio, daba directamente a las cocinas.

— ¿Sabes dónde está el mayordomo del Señor?
Su pregunta, dirigida a un pinche que se encontraba en ese momento pelando unas zanahorias, fue completamente ignorada, suspiró en busca de alguien más a quien podría preguntarle.

—Está en los jardines, comprobando la posición de unas rosas que compró la Señora.

Cuando dirigió su vista al lugar donde provenía la voz, vio a otro muchacho, tal vez un par de años más joven, unos veinti y tres quizás, su rostro era más bien común, con cabello castaño oscuro, ojos color miel, tenía la piel morena, ambos eran casi de la misma altura y ambos vestían harapos en una condición parecida.

—Gracias

—Me llamo Silas.

Se detuvo un momento, considerando su posible respuesta.

—Yo me llamo Alexios, un gusto conocerte.

Dicho eso, y en vista de que el contrario no parecía querer añadir nada más, posó su mano sobre el hombro del otro muchacho, el cual se sorprendió un poco por el contacto inesperado, cierto, había olvidado que en ese país atribuían alguna cosa religiosa a esa parte del cuerpo, curioso. 

Caminó por los pasillos arreglados con lujosas alfombras de colores dorados y escarlatas, siempre cuidando de ir por las orillas para evitar ensuciarlas, si así era la mansión de un señor menor, ¿cómo sería el castillo de un rey? Se preguntó a si mismo, salió al jardín por una puerta diferente a la que había entrado y entonces lo distinguió rápidamente por encima de todos los demás que se encontraban ahí afuera, un hombre anciano de unos cincuenta años, pelo entrecano algunos mechones de café aún se asomaban, llevaba un elegante traje bicromático, blanco y negro, como solo a los más distinguidos mayordomos se les permitía. Se detuvo a casi un metro de distancia.

—El hijo del señor envía esta carta —Lo que quiso decir fue «El joven fastidioso», pero no le estaba permitido hablar así mientras fuese esclavo, esperaba dejar de serlo algún día.
El anciano lo observó de arriba abajo, examinándolo, su rostro no dejó entrever lo que pensaba, simplemente asintió y se guardó la carta en uno de los bolsillos de su túnica, que ciertamente parecían ilimitados.

—Gracias, puedes retirarte.

Y así lo hizo, se retiró, una vez más a una vida de trabajo y servidumbre, pero esta vez tenía una esperanza, una oportunidad, un plan, podría escapar. Esperó con ansias el día que el Señor saldría del pueblo con la mayor parte de soldados, hurtó un cuchillo de la cocina aunque tenía la esperanza de no tener que usarlo para dañar a nadie, pero también cometió lo que sería de sus peores errores; le comentó a un grupo de esclavos su idea de escapar.
Rápidamente estuvieron de acuerdo, otros catorce escaparían con él esa noche, entre ellos aquel chico que se había encontrado en las cocinas, saldrían cuándo la luna estuviese en lo más alto del cielo, cruzarían la puerta trasera que se encontraba en los jardines y entonces correrían al bosque, sobrevivirían en base a los que este les proveyese hasta llegar a Spica, el país más allá de los bosques, donde la esclavitud no era permitida.

—No sueñes despierto —lo regañó una esclava, ya anciana, posiblemente solo se dedicase a supervisar a las más jóvenes.

—Entiendo —dijo, y siguió con su trabajo, aunque no entendía, no entendía como alguien podía estar conforme en esa situación, no entendía porque estaba mal soñar.

Labró la tierra, movió grandes cajas de telas y grano, lo odiaba con todo su ser, pero aun así lo hizo, lo hizo porque creía que iba a terminar, porque iba a escapar. La noche llegó, era luna menguante y las nubes la cubrían parcialmente, dando aún más oscuridad a la noche.

— ¿Están todos durmiendo? —preguntó a aquel chico, Silas sino mal recordaba su nombre.
—Sí, revisé antes venir.

Y los otros catorce estuvieron de acuerdo, los nervios se apoderaron de él en cuanto empezó su plan, era imposible no hacer ruido con un grupo tan grande, pero de alguna forma llegaron al jardín sin interrupciones por parte de los pocos guardias que quedaban, no era una mansión lo suficientemente importante como para ser propensa a ataques de otros Señores, a lo mucho un ladronzuelo podría intentar colarse.

Los arboles eran los verdaderos soberanos de aquel lugar, iluminado escasamente por la luna, recios pinos, abedules y fresnos, todos se alzaban firmemente sobre ellos, sus hojas susurraban entre si los secretos que los humanos jamás entenderían, los lobos y otros animales no se acercaban tanto a los pueblos así que al menos de momento no hubieron inconvenientes, una vez se adentraron aún más en el bosque empezaron a aparecer arboles retorcidos, de tronco blanco como el hueso, hojas entre rojas y anaranjadas, una savia roja espesa se deslizaba por el tronco como sangre que brotaba de una herida, ahí con esos árboles, tal vez no habría podido diferenciar la sangre de la savia de no ser por los gritos de la muchacha, su pierna había quedado atrapada en una trampa para osos, la sangre se regaba en el suelo, manchando el paso de un rojo carmesí mientras la chica luchaba por zafarse, rápidamente corrió en su ayuda, aunque sus intentos de liberarla eran infructuosos, un anciano se acercó y toqueteó la trampa, como por arte de magia esta se abrió con tan solo un poco de fuerza, pero la pierna de la mujer estaba llena de sangre y con heridas que le llegaban hasta el hueso, y de pronto vio claramente las heridas, cuando las antorchas se asomaron, cuando las llamas desterraron a la oscuridad. Y la luz vino acompañada de gritos, gritos de dolor y sufrimiento, agonía y desesperación, las lanzas cayeron rápidas y mortales, como la guadaña de la mismísima Muerte, y entonces su visión se llenó de rojo, sus oídos de gritos y su nariz del olor a muerte.

—¿Cómo? —Esas fueron las únicas palabras que salieron de su boca en medio de la conmoción, eso no le impidió agarrar una rama que podría servir como arma.

Sujetó fuertemente la vara con su mano derecha, en cuanto vio a alguien acercándose giró sobre sus talones y asestó al soldado en la sien, el guardia se tambaleó, mareado, dando unos preciados segundos que Alexios no desperdició, se abalanzó sobre él y arrancó de sus manos la lanza, era un arma común pero no por ello menos mortal, y al tenerla en sus manos volvió por un instante a quien fue antes, antes de ser esclavo, y la ira se apropió de él, la lanza bajó hasta trazar una línea en la garganta del guardia, murió ahogado en su sangre de forma lenta.
Los que antes le habían parecido docenas resultaron ser diez, protegidos únicamente con cuero curtido y en cuánto vieron a su compañero muerto, se enfurecieron como cabía de esperar, pero él también estaba furioso con el Señor, con los guardias que lo obedecían, con él mismo por haber llevado a la muerte a tantos inocentes, y entre esos inocentes notó uno que no parecía estar en el mismo pánico que los otros, parecía confiado, era Silas con las manos entrelazadas. Solo sobrevivían una cuarta parte de los que habían asistido a ese bosque de muerte y sueños rotos, sus ojos llenos de arrepentimiento y tristeza, sentía que las miradas frías y hoscas se clavaban en él a pesar de que en realidad estaban más ocupados sobreviviendo que odiándolo.

—Si alguna vez nos tuviste aprecio, corre, corre ahora, que al menos uno de nosotros saboree de nuevo la libertad —Era un anciano el que hablaba, con su voz calmada más de lo que debería, aun así se las arreglaba para dar algunos golpes a los guardias aunque ahora en tan terrible inferioridad numérica se veía abrumado— ¡Vete! Solo recuérdalo una vez que seas libre, el precio que pagaste por ello fueron catorce vidas, graba sus nombres a fuego en tu corazón puesto que gracias a ellos tienes la oportunidad de escapar.

Y entonces se enfureció más, ¿cómo podía haber sido tan egoísta para intentar escapar con tanta gente aun sabiendo el peligro que corrían todos?, y también estuvo furioso con el traidor, sin pensarlo mucho, dado que su fuerte no era pensar como ya había quedado demostrado en esta ocasión, la lanza deslizó sobre en sus manos, movidos por un sentimiento vacío de Justicia, por la emoción de la Venganza. Atravesó la carne, y luego las costillas, en cuánto sacó la lanza, la herida borboteaba sangre como si fuese una fuente.

—Era la única opción... —Eran palabras vacías, no podían ser sinceras, no, no, no se podía dar el lujo de creer que no había más opción, catorce, los recordaría. Giró la lanza y lo golpeó en la cabeza con el asta, cayó inconsciente, aunque sea el sufrimiento de morir con el dolor de las heridas le ahorraría.

Y entonces, corrió, como si no hubiese un mañana, porque si dejaba de correr ya no habría un mañana para él, no se había alejado ni cien pasos cuándo escuchó al anciano maldecir y caer, tenía la extraña certeza de que era él a pesar de la distancia que le impedía escuchar claramente, ese tipo extraño de certeza que solo puede brindar la muerte. Corrió por los arboles de troncos blancos con su savia roja, cada vez que se fijaba en uno le parecía ver las caras de los muertos ahí, recriminándolo, catorce caras mirándolo con desprecio mientras sus ojos lloraban sangre, lágrimas de dolor y pena, angustia y reproche.

Antes del amanecer los arboles de tronco blanco y savia roja habían quedado atrás, había avanzado unas cinco leguas cuando ante él se abrió una pradera, al sur y al oeste divisaba grandes montañas, gigantescas. Bajo la luz de la luna conejos y ovejas pastaban tranquilamente en aquel lugar, la hierba crecía sin dificultades y en buenas cantidades, era un lugar tranquilo a pesar de estar rozando un campo de guerra si los rumores no eran erróneos, rara vez les contaban algo del mundo exterior a los esclavos, pero inminentemente no podría pasar desapercibido, empezarían a convocar a sus Señores, hasta entonces no habían sido más que pequeñas escaramuzas, pero se empezaban a mover los ejércitos, habían pasado un par de veces por la mansión dónde era esclavo, se abastecían de comida y bebida antes de seguir su camino sin prestarles la menor atención a ellos, los esclavos.

Recogió frutos y bayas, era más sencillo que cazar quizás menos eficiente, pero se ahorraba ciertas molestias como matar al animal, descuartizarlo y cocinarlo. Se recostó en la hierba causándole comezón, un arroyo fluía a su lado, era lo que dotaba de vida al pequeño valle, se acercó y lavó su rostro, purificó su cuerpo conforme mandaban los antiguos y los nuevos dioses. El viento venía del norte, era frío como los ojos de los ricos y poderosos, allí tan al sur el frío era bastante inusual, el sol brillaba carmesí desde el este, haciendo que el mundo se viese en tonos de rojos, anaranjados y amarillos. Sentía la cabeza embotada, su mente como cubierta por un espeso manta de bruma, ahí recostado quiso creer que nada había pasado, que no habían muerto catorce personas para concederle la libertad, cayó en la inconsciencia, producto del agotamiento, durmió y por primera vez en mucho en libertad, ignorando los rayos del sol que bañaban su piel, acompañado únicamente por el sonido del viento y los animales que ahí vivían, olía a vida, a paz y tranquilidad.

Despertó, y no era un sueño, era libre, libre a cambio de las vidas de sus amigos, sus pantorrillas estaban adoloridas de correr y correr toda la noche, la luna seguía siendo igual de brillante que la noche anterior, ahí la luna destacaba en el cielo, alumbrando tenuemente el valle y el bosque. ¿Lo perseguirían hasta allí los soldados?, dudaba que fuese así, pero existía esa posibilidad aunque remota además de que si quería cruzar la frontera debía forzosamente pasar por la zona de guerra, pero si todo salía bien podía llegar hasta Antares, vería nuevamente a su familia después de tanto tiempo, se formó una imagen en su mente, se sintió cansado y exhausto por todo lo que había hecho y lo que le había sucedido, pero se decidió por dar un paso, y luego otro, y otro más.

Cada paso lo acercaba más a su destino, hasta que dejó de ver el pequeño arroyo detrás de él y no vio más que pasto de color verde, lleno de vida, pero tan solo si se fijaba y esforzaba la vista alcanzaba a ver tiendas de lona erigidas en una línea recta, como centinelas que esperasen algo, posiblemente un ataque. Se extendían por varias leguas, si bien la mayoría carecía de color otras eran de brillantes colores y más altas que el resto, seguramente pertenecieran a señores menores que habían asistido para dirigir las pequeñas escaramuzas, por los rasgos de los soldados y la carencia de esclavos dedujo que ese era el campamento Spica, también porque más allá de la ordenada línea frontal todo era un caos, cosa que nunca sucedería con la disciplina que practicaban en Anilam.

— ¿Quien anda ahí? —La voz era de un hombre, algo mayor que él posiblemente.
Llegar hasta la frontera había sido la parte sencilla, «¿Cómo convenzo a soldados curtidos de que me dejen pasar y ya?»

—Fui esclavo —Levantó ambas manos en señal de rendición, en su pecho descubierto se apreciaba la quemadura que lo confirmaba—, pero antes de eso fui ciudadano del Reino.

Mirándolo más de cerca se dio cuenta de que era mayor de lo que había pensado inicialmente, podría ser incluso una década mayor que él. Tenía una barba castaña que le crecía por los lados de la cara, sus ojos eran de color café oscuro y su cabello era corto, pero vasto, no vestía el uniforme típico de un soldado, sino uno con una tonalidad ligeramente diferente y portaba una pequeña insignia de plata cerca del hombro, lo que delataba su posición como alguien ligeramente superior, tanto los pantalones como la camisa eran de color verde oscuro y se ceñían sobre el cuerpo del hombre, remarcando aún más su musculatura.

— ¿Y cómo sé que no eres simplemente un espía? —Su tono de voz era duro, seguramente con la intención de resultar intimidatorio.

Tragó saliva, sabía que no era un espía ni nada por el estilo, pero ¿qué podía hacer o decir para que le creyesen?

—Por favor —suplicó, fue lo único que se le ocurrió—, juro que solo quiero cruzar la frontera e ir con mi familia.

— ¿Sabes?, siempre hacen falta soldados en una guerra —Fue evidente lo que estaba insinuando—, podrías hacer servicio militar e irte al terminar.

Dio un paso atrás, horrorizado, no quería tener que volver a empuñar un arma ni estar en el caos de una batalla.

—Es eso o volver corriendo con tu antiguo amo. —Había una pequeña sonrisa oculta en su expresión seria, sabía que había conseguido un nuevo recluta.

No podía permitirse volver a Anilam, eso lo llevaría a la muerte, tampoco quería ser parte del ejército porque eso significaría esperar al menos un par de años antes de poder irse, pero ¿qué pasaba si se negaba?, estaba rodeado de soldados y no tenía armas, ni estaba en condición de luchar.

—Hare servicio militar, señor.

El oficial asintió, y colocó una mano en su hombro.

—Cuando termines podrás ir donde quieras, por ahora ve a aquella tienda —Señaló una tienda diferente a las demás, un poco más grande, de color rojo, habían unas cuantas de esas a lo largo del campamento. —, consíguete un uniforme, mañana a primera hora empezarás el entrenamiento.

Y entonces se alejó, se dirigió a conseguir su uniforme. Era libre, pero en realidad, se sentía como si hubiese cambiado de amo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: #fantasía