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Antes de la función

UN LUNES DE PUTA MADRE.

Asquerosidad, era lo que Frenkie Laporta sentía en casa momento que tenía la desdicha de mirar a la mujer con la que compartía la cama. Muchas larvas saliendo de las cuencas vacías y putrefactas de la pálida mujer sentada frente a él. Era lo que se imaginaba mientras compartía mesa junto a su esposa, dentro del comedor de doña Toña, fonda con apenas tres mesas ocupadas —mismas que la noche anterior se habían ocupado para una fiesta entre los empleados latinos del lugar, la cual había sido parte—, de ventanas abiertas que dejaba entrar el olor del mercado.

—¡Delicioso! —dijo Cherry Tijerina, esposa del joven rubio al adornar su delicado rostro con una alegría que era dirigida a el chico sentado en una de las sillas de plástico frente a ella.

Mientras todos podían ver a una hermosa mujer que apenas llegaba a la madurez, el rubio nauseabundo miraba un pútrido cadáver en descomposición que era alimento para gusanos en la mujer que había llegado muy tarde en la noche anterior, con la excusa de haber recibido clases personales para poder terminar la maestría en derecho que la ayudaría a solventar los gastos en la casa que compartía con su esposo.

—Hace un buen rato que trajeron la comida, y no te has dignado a tocar los cubiertos —recriminó ella, con una cara confusa, al igual que preocupada—. ¿Ocurre algo, amor? Te ves muy cansado, ¿todo en orden?

Por tanto que Frenkie anhelaba responder de la manera más agresiva que conocía —reventar el rostro de la chica a puño limpio hasta hacerla irreconocible—, sus reacciones fueron naturales, idénticas al de un hombre que solo tenía días agotados por el trabajo.

—Lo siento, bebé —dijo, somnoliento— el trabajo me está matando. Ayer apenas y pude dormir pensando en cómo podría hacer para ganar dinero extra.

Miró la comida, incluso el plato con un par de huevos ahogados en salsa roja parecía una sopa oscura con cabeza de ranas y ratas degolladas. Hizo lo imposible por no vomitar cuando Cherry se inclinó hasta él para medir su temperatura con su delgada y pequeña mano, la misma que ayer usó para masturbar a su padre.

—Deberías descansar —aconsejó ella, volviendo a la silla—. Entiendo que la semana que viene tenemos que pagar la renta y todos los gastos de la casa. Pero tu salud es primero, no me gustaría verte mal. Prométeme que hoy te quedarás en casa, ¿si? Hablaré con tu jefe, le diré que te encuentras grave.

Por tanto que ella actuase como una esposa que cumple con su rol, el rubio no podía despegar las cosas que ella hizo en el vídeo que la noche anterior había visto una y otra vez. Sabía que estaba mal el contenerse, pero lo que menos quería era armar una escena dentro del friolento comedor que le permitía comer gratis. No obstante, se negaba a probar un bocado de lo que sus ojos veían, incluso si la realidad era distinta.
Le repudiaba ver que Cherry Tijerina aparentaba normalidad, después de los seis meses en los que había estado traicionando la confianza que le había dado. Esa sonrisa con dentadura sana y blanca, él la veía cual mujer de tercera edad sin recursos que vivía en un país tercermundista, con aliento a mierda de navío en la alcantarilla.

—Estoy bien, lo prometo —alargó los labios en esa sonrisa que muchas chicas consideraban angelical, ahora fingida para gusto de la chica—. Debo ir a trabajar, jamás me permitiría fallar a mi palabra de ser puntual con los pagos.

—¡Nada de peros, Frenkie Tijerina! —alegó Cherry—. Ya dije que me encargaré de eso. Desde hace tres años que te has encargado de nosotros, sin quejas o lloriqueos porque a veces nuestros planes no salen como queremos, es hora de devolverte el favor. —Devolvió la sonrisa— desde que tu padre vio que valió la pena darme la oportunidad de terminar mi maestría, me ha dado un puesto importante dentro de su empresa —dijo ella, entre dudosa y decepcionada por querer que la noticia fuese una sorpresa.

—¿Q-qué? —fingió estar sorprendido para aparentar que si hermana no le había mencionado del ascenso que Cherry obtuvo por su padre. La miró desconcertado—. Creí que seguías yendo a la universidad.

—Planeaba darte la noticia en la noche que llegara de trabajar —reparó ella con alegría— mi suegro me dijo que no hacía falta seguir estudiando, que con un par de cursos cada mes para estar actualizada mientras trabajaba para una de sus empresas podría estar bien —salió de la silla que ocupaba para cortar distancia con el rubio que seguía en estado de shock—. Escucha, Frenkie, se vienen cosas buenas para ambos. Sé que no te gusta vivir de esta forma, pero muy pronto cambiaremos nuestra situación. Estaremos mejor, de eso me encargaré yo, mi salario será más que bueno. Y el primer paso es aliviar la carga que llevas, el primer paso es apoyarte con los gastos. Por eso insisto, ve a casa, descansa para que tengas energías en la noche —lo último lo dijo muy cariñosa—. Me encargaré de llevar la cena para celebrar lo que nos depara. Me tengo que ir, cariño. Recuerda que te amo más que nada en el mundo, todo lo que hago es para nuestro futuro, recuérdalo.

Para desgracia de Frenkie, la chica había reclamado sus labios durante un largo rato. Con un inicio muy cariñoso, después algo rápido, sin llegar a lo exitante, pero si movido.
—Sabré si tratas de ir al trabajo —añadió Cherry, coqueta—, después de todo, el señor Laporta tiene ojos en toda esta zona. También dice que quiere arreglar la relación entre ustedes, ¡¿no es bueno?!

Dado que el apetito no le daba para dar tan siquiera el primer bocado, fue que la dueña del humilde comensal había ordenado que el chico llevase los alimentos empacados para comer en otro momento, cuando Frenkie dispuso a retirarse minutos después de que un guardaespaldas bien vestido al mando de su padre recogió a Cherry.
Bajo el pésame infundado en el dolor que permanecía enjaulado en el corazón, era que caminaba con los pies arrastrándose por los agrietados suelos del mercado. Por suerte las gruesas botas caqui de uso que había comprado le eran muy resistentes, por lo que llegar hasta la salida del zoco, entre charcos de agua sucia o tropiezos estuvo tranquilo y sin incomodidades —por lo menos eso pasaba en el exterior de sus ser—. No obstante, le era imposible poner una cara de alegría a la hora de saludar a los diversos vendedores con la característica sonrisa que los tenía acostumbrados, pero eso no quería decir que parte de su tristeza y odio fuera dirigido a ellos.

Ya fuera del mercado, miró a las personas de clase baja caminar de entrada y salida al lugar. Después, miró al frente, donde había un descolorido edificio antiguo de entrada sarcástica con tener un arcoiris en la entrada mientras las letras del nombre decía: ¿un nuevo... comienzo? La edificación con aproximadamente treinta plantas que durante tanto tiempo había estado abandonado, según los rumores estaba en proceso de remodelación durante los últimos días. En vez de ir a la parada de autobuses para estar a la espera de tomar el primer urbano que lo llevaría a la carpintería donde laburaba, prefirió ir en dirección contraria, caminar alrededor de cinco cuadras a mano derecha para salir de la avenida principal en estado decadente, cubierta de nieve por la nevada de la noche anterior, aunque en ese día estaba con el sol a todo lo que daba, lo que ayudaba a que su cuerpo no se congelara por no estar muy abrigado —solamente una gruesa camisa de cuadros verdes manga larga, negros pantalones holgados de mezclilla—, aunque eso no era motivo para tener frío debido a lo acostumbrado que estaba a las bajas temperaturas.

«Dije que ahora haría lo que quiera» dijo para sí mientras seguía caminando. «¿Pero qué es lo que quiero hacer?».

En el recoveco del departamento con renta económica, justo en la planta baja, al del cuarto con pertenencia al conserje era que se encontraba el lugar donde Frenkie y Cherry habían pasado las noches desde su llegada a la capital de Helix. Un ceñido lugar al borde del derrumbe, de dos habitaciones inhabitables por las carencias que poseía. Con la cocina unida al comedor, sala de estar y una colchoneta enrollada que ocupaban para dormir. Todo representado una estufa eléctrica de cable descarapelado, puesta en uno de los bordes de la cuadrada mesa de plástico blanco, de aspecto marrón por el cochambre del aceite con diversos líquidos salpicados y pegados. Sin muebles, solo pilas de hojas acumuladas en los rincones por encima de trozos de cartón para no ser mojadas por las goteras del techo que formaba charcas sobre el piso con falta de concreto.

Miró cada cosa dentro del lugar que, incluso si todo pareciese el paraíso de un acumulador, como las botellas de whisky con etiqueta negra que pocas veces conseguían para pasar una buena velada, en la parte superior de la alacena que abarcaba una cuarta parte de la pared con la única ventana que ventilaba aire de fuera. Debajo los cupones de descuentos para muchas tiendas, puestas en orden sobre un respectivo frasco de pepinillos que, por ejemplo; usaban para ir al cine cuando el dinero solventaba los gastos y así gozar de una película en estreno, aunque esto ameritaba entrar a la sala sin snacks a comparación del resto. Cada cosa tenía un anécdota diferente, vivido junto a la mujer que en menos de veinticuatro horas pasó de amar, a sentir múltiples emociones negativas a su persona.

Lo que más le marcaba estaba en medio de la estantería, donde se encontraban los títulos y diplomas que el chico había ganado con tan solo dieciséis años. Aquello que le decía la clase de persona que en su momento podía llegar a ser —alguien importante en la vida— no solo para él, sino a nivel general. El título de universidad con cuadro de honor en el ámbito de contaduría era una prueba de ello, añadido a lo que consiguió después de dicho recibimiento, ya que junto al documento estaba otro donde acreditaba su maestría en dirección de operaciones y calidad. Otorgado por el instituto San Bernardo, el plantel más importante del país que lo colocaba como el tercer mejor estudiante en la generación de los prodigios que se titularon mucho antes de tiempo, justo ocho años atrás.

«Todos decían que tendría un futuro prometedor» escupió con amargura «si, claro. Aquí está ese futuro, casado con una ramera que le come la polla a mi padre, viviendo en una choza».

Y sobre todos los títulos, en el centro yacía el retrato de una boda sencilla, barata, pero llena de aplausos y alegría donde Frenkie y Cherry eran las estrellas de una noche celebrada en el comedor de doña Toña, rodeada de latinos que el rubio recordaba con alegoría.
Un grito era lo que ameritaba expulsar, atorado en su garganta que arremolinaba ese trago amargo de saber que las cosas ya no serían iguales. Finalmente, las lágrimas que contenía no pudieron retenerse. La voluntad de desmoronó en su ser cuando cayó de espaldas a la repisa, abrazando el cuadro de su día de bodas mientras lloraba en silencio, optando por ocupar una posición fetal mientras se acostaba en el suelo rasposo.

«¿Ésto es vivir?».

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