8
El sol le había dicho adiós a Ishkode, la capital de Helix para inaugurar otra velada que indiscutiblemente estaría plagada de todo tipo de fechorías en la zona sur.
Frenkie entendió que la completa oscuridad del callejón repleto de vagabundos dormidos por todas partes a causa del alcohol era la señal para salir de ahí.
«Hora de ensuciarse» pensó con sarcasmo mientras apartaba la manta sucia y apestosa que le robó a uno de los haraganes mientras bebían. Caminó hasta el carrito de compras sin pena de pisar o patear a las personas profundamente dormidas, saliendo del callejón, no sin antes cerciorarse de que la m11 estuviera cargada.
Sabía que con tres cartuchos no duraría para luchar contra policías y matones, por más entrenado que estaba. Eso lo llevó a tomar la decisión de hacerse pasar por un mendigo que recogía una que otra cosa de la basura, algo en lo que era bueno por el pasado que tuvo junto a la mujer que lo entrenó: Trinidad Jeager.
Sus nervios de acero, sumado a la fachada de indolente y el gorro que ocultaba su cabello le hizo pasar desapercibido por todos los policías que iban y venían. No eran tan listos como para fijarse en él, pero su disfraz no serviría para llegar a la zona centro que forzosamente tenía que cruzar para salir del sur.
—Ahora si viene lo bueno —pronunció con fastidio—. Una cosa es burlar a los puercos, pero los lame chota de Humberto.
Al momento de salir del callejón con vista al club Pit'Ochico sintió un par de manos tapándole la boca para arrastrarlo hacia el fondo, en la parte donde la luz no entraba.
Sus instintos le hicieron reaccionar por impulso, empujando su cuerpo para impactar a su atacante sobre una pared con su espalda, repitiendo la acción dos veces más. Tomó la pistola oculta en la parte trasera de su pantalón, dio media vuelta para finalizar con la persona que se quejó por los impactos.
—¡Espera! —dijo Leticia Trujillo entre quejidos—. Frenkie, soy yo.
El rubio quitó su mano del cuello de la morena que tosió al instante de ser libre, llevando ambas manos a la garganta.
—¿Te quieres morir? —preguntó, guardando el arma.
—Eso te pregunto —en un impulso, ella lo empujó, seguido de darle leves golpes en el pecho—. ¿Por qué tienes que llegar a tanto?
Frenkie le permitió sacar su ira mediante el berrinche que Leticia hacía mientras le lanzaba muchos insultos que usualmente usaban los chilenos. Hablaba tan rápido que casi no se le entendía.
—Eso te pasa por llegar de sorpresa —acarició la cabeza de ella—. Jamás haría algo que te hiciera daño.
—Maldito mentiroso pelado —dijo entre hipeos—. ¿Por qué tienes que complicar las cosas? Ahora toda la zona sur te busca para reclamar la recompensa. No hay forma de que puedas escapar. Y tu hermana no puede ayudarte.
—¿Estás llorando? —estaba sorprendido, pues ella no solía llorar. Al menos en su presencia.
—Crecimos juntos. Para mí siempre serás mi hermanito —lo abrazó—. Estás en peligro, y no sé que hacer para ayudarte.
Frenkie lo entendió. Sus acciones tenían consecuencias que iban más allá de lo que en su momento pensó. No consideró que dentro de todo existían personas a las que le importaba.
—Era algo inevitable, y lo sabes —correspondió al abrazo, dejando que la nieve cayera encima de ellos—. Lamento las molestias, Lety. Siempre fuiste buena conmigo, también eres esa hermana gruñona que arruina la diversión. Te extrañaré mucho.
Leticia se apartó, secándose las lágrimas con las manos.
—¿Qué piensas hacer? —cuestionó más tranquila—. Humberto no es el único que te busca.
—Lo sé —respondió—. Por algo que desconozco, la tía Monserrat se unió al juego.
—No solo ella —le dolía pronunciar las siguientes palabras—. Mi superior oficial, mi jefe y el de tu hermana me envió a una misión.
—Déjame adivinar —la interrumpió—: te enviaron a ayudar a uno de ellos.
—Peor —volvió a tomar la palabra, mordiéndose los labios—. El delegado Claudio Zurita también está dándote caza. Me enviaron junto a otros agentes para llevarte con él para que te unas a nosotros.
Leticia sabía que una vez dentro de la organización a la que pertenecía, toda vida pasada quedaría como un cascarón al que tarde o temprano debían abandonar. Pues, su único objetivo era ser armas humanas, dispuestas a cumplir su misión. Ella no quería que Frenkie dejara la poca humanidad que le quedaba, pero tampoco lo quería seguir viendo sufrir a manos de Humberto Laporta.
Cuando su vista se acopló a la oscuridad, Frenkie denotó que la vestimenta de Leticia era diferente a la que comúnmente ocupaba. Los jeans que le llegaban a las pantorrillas, la blusa desgastada y el mandil grasoso por la comida habían sido abandonados para portar un elegante traje negro, acompañado de unos guantes de cuero y unos zapatos del mismo color.
—De eso se trata —dio unos pasos atrás, llevando una mano a la empuñadura de la pistola—. Vienes por mí.
—Me duele más a mi que a ti. Te juro que no lo quiero hacer, por más que me lo ordenen no lo quiero hacer —suspiró ella—. Pero tengo que llevarte si eso significa darte un destino menos doloroso del que Humberto tiene para ti.
—No tenemos que hacer esto, Lety —sacó su arma para quitarle el seguro—. Puedes hacer de la vista gorda y fingir que no me encontraste.
—¡Te dije que no hicieras una estupidez! Tu hermana y yo nos íbamos a encargar —clamó ella—. Las consecuencias son grandes. Estar bajo las órdenes del delegado Zurita será difícil por los crímenes que cometiste, pero estoy segura que con tus habilidades te ganarás una buena posición dentro de nosostros.
Frenkie daba pasos hacia atrás mientras que Leticia se acercaba a él hasta acorralarlo en la otra pared.
—¿Así serán las cosas? —preguntó Frenkie, desganado.
—No compliques más las cosas —respondió Leticia— ven conmigo. Abogaré por ti para que el delegado Zurita trate de no mandarte a misiones peligrosas.
La inminente pelea entre ambos se vio abrumada por tres beodos que acorralaron a una joven vendedora ambulante de dulces y cigarrillos.
Las cuatro personas no habían notado su presencia, por lo que guardaron silencio para ver cómo se desenvolvía la situación.
La chica muda les hacía señas para decirles que no les debían los cigarros que habían tomado de la caja de madera que colgaba de su cuello.
—Gracias por los cigarros —dijo el que parecía ser el líder—. Eres muy bonita para estar dando lastima en la calle.
—Nosotros podemos cambiarte la vida —dijo otro de ellos.
—Pero también necesitamos que nos ayudes.
Aquellos hombres eran del tipo que Frenkie despreciaba: un hombre que sobrepasaba los sesenta años, de vestimenta agropecuaria. Un joven que parecía recién allegado a la mayoría de edad, con una ridícula gorra de lado. Terminando con un hombre de vestimenta de adolescente.
El trío presionó a la chica hasta arrinconarla en una parte donde apenas llegaba la luz. Primero le tocaban el cabello, luego, la confianza aumentó hasta manosearla por todas partes del cuerpo.
La pelirroja estaba pavorosa de lo que podía suceder, sintiendo miedo y enojo por no poder gritar debido a su condición, sumado a la falta de seguridad en si misma que comúnmente le hacia callarse en múltiples situaciones de injusticia a su persona. Se aferró a la caja de madera de dulces que le cubría el torso hasta que uno de los acosadores, en un arrebato se la quitó para tirarla cerca de donde Frenkie y Leticia se encontraban.
Por otro lado, el rubio miró de reojo a Leticia que negaba con la cabeza al deducir lo que tramaba. Ella también quería ayudar a la joven, pero no se podía dar el lujo de hacer un escándalo si es que quería retirarse junto a Frenkie sin ser detectados.
—¿Sabes quién es Humberto Laporta? —preguntó el hombre de vestimentas vaqueras mientras tocaba uno de los senos de la chica—. Es el dueño de muchos lugares fantásticos de aquí. Podemos hacer que ganes más dinero del que te imaginas.
—Nosotros seremos buenos contigo —dijo el hombre con vestimentas de joven, besando el cuello de la chica.
—Solo si tú eres buena con nosotros —el más joven se pudo delante de ellos para impedir la vista a todo aquel que pasara por el callejón.
La pelirroja con rasgos parecidos a los de Cherry —esposa de Frenkie, con una versión mucho más joven— aceptó su destino. Conocía el nombre de Humberto Laporta, todos en las calles más peligrosas lo conocían. Ninguna mujer que él o sus trabajadores tenían en la mira podía escapar de sus fechorías, o las metían a trabajar a los clubes, o se convertían en una especie de amantes que los complacerían hasta que se aburrieran, o se terminaran suicidando por la vida que las obligaban a llevar.
La desdichada huérfana que vivía del día a día para comer cerró los ojos, esperando que todo terminara rápido, con lágrimas escurriendo por sus suaves y pecosas mejillas, entre sollozos.
Ya que tampoco podía oír, no percibió la escena que se había perdido por mantener los ojos cerrados, en cuestión de segundos en los que Frenkie y Leticia aprovecharon para desahogar la ira que tenían en ellos.
No detectó el sonido de huesos rompiéndose, los quejidos por falta de oxígeno al ser estrangulados y, los constantes puñetazos que Frenkie le dio al vaquero hasta deformarle la cara ensangrentada hasta que perdiera la vida.
—Oye —dijo Frenkie, queriendo llamar la atención de la chica. Pero ella no contestó.
Con el pasar del tiempo, y dejar de sentir las manos de los hombres tocando su cuerpo, abrió los ojos para toparse con la escena que Frenkie y Leticia habían dejado: los tres cadáveres de aquellos que no tuvieron una muerte rápida y sin dolor.
Estaba consternada, sin saber cómo fue que de un momento a otro estaban muertos. Luego volvió a Frenkie que se acercó a ella, con la caja de dulces y cigarrillos para entregársela. Con ella también venían varios billetes que le pertenecieron a los tres delincuentes que sacó de sus carteras.
—Toma esto y lárgate de aquí —añadió el rubio—. Vete a casa y no salgas hasta mañana.
La pelirroja aceptó sus pertenencias con las manos temblorosas. Quería decir algo, pero no podía. Eso es lo que la asustaba, ya que Frenkie comenzó a cambiar su expresión a una de enojo por no recibir respuestas a sus palabras.
—Idiota, ¿no ves que es muda? —dijo Leticia que se unió a ellos para comenzar a hacer señas para comunicarse con la pelirroja.
Al final, la chica de aproximadamente dieciocho años agradeció con agachar la cabeza en señal de agradecimiento y correr lo más lejos de la escena, tratando de no ser vista por nadie.
Leticia había bajado la guardia desde el momento en que Frenkie se dirigió a los tres hombres que mataron, denotando que aún y con todo lo ocurrido, el rubio seguía mantenido algo de bondad en su corazón. ¿Cuál fue la consecuencia de su descuido? Olvidar que ahora eran enemigos.
Lo último que recordó fue ver a la pelirroja alejándose, para después sentir un fuerte golpe en la cabeza que la dejó inconsciente.
—Lo siento, Lety —sopesó él—. Tienes razón. Soy un mentiroso pelado. Te hice más daño del que pensé.
Con todo el cuidado que pudo, la cargó para ponerla junto al contenedor de basura, quitándose la chaqueta desgastada y usarla como sábana para ella, terminando con cubrirla con los cartones más cercanos para evitar que le cayera nieve. No sin antes darle un largo abrazo y un fuerte beso en la frente.
Acto seguido: se alejó del lugar para hacer su siguiente movimiento.
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