7
Todo o nada.
Era lo que Monserrat se repetía a si misma mientras viajaba en la lujosa limusina morada con dirección al puente Cazones, la principal conexión entre la zona norte y sur de Ishkode.
En cuanto ella estaba ensimismada por los nervios, el par de rubios sentados frente a ella recargaban sus armas. Todos en silencio mientras que el chófer se mantenía al margen con tener los cristales que dividían los asientos delanteros con la parte trasera.
—Si mueres Angela nunca me lo perdonará —Monserrat decidió romper el silencio, dirigiéndose a la mujer menor—. Eres como una hija para ella. Casi matas a su hermano a golpes, y eso te haya hecho bajar muchos escalones; pero el amor que te tiene no desaparece de la noche a la mañana.
—Muchas gracias, señora Croda —respondió la rubia bien parecida—. Aprecio sus palabras.
Monserrat miró a Luka Barbato, después a Rebecca Hamilton para después sonreír maliciosamente.
—Ustedes dos son tan hermosos —los señaló—. Hacen una bonita pareja.
—Señora Croda... —dijo Luka, mirando a Monserrat con desdén.
—Solo digo la verdad. ¿Qué tan hermosos serán sus hijos? Me gustaría comprobarlo —rio—. Rebecca: ¿Qué dices? Mi hijo de palabra y tú.
Rebecca, con una sonrisa fingida, pero lo suficiente para ser cortés respondió:
—Me halaga, señora Croda. Pero me temo que debo rechazar su oferta.
—¡¿Por qué?! —Monserrat también fingió sorpresa—. ¿Quién es el afortunado que se robó tu corazón?
—Hace un par de meses le juré lealtad a mi actual amo —trató de no mostrar enfado por lo dicho—: el señor Grace Ackerman. El hermano de la señora Angela.
No pasó mucho tiempo para que llegaran al lugar acordado para reunirse con Humberto, justo antes de la puesta de sol.
Ahí estaban, en la entrada del puente Cazones, siendo custodiado por los policías de la zona norte, quienes les dieron acceso cuando notaron que se trataba de la líder de la casi extinta familia Croda.
—No puedo enviar a un grupo mayor a doce personas. Ustedes son mi arma secreta, traten de no llamar la atención hasta que sea el momento adecuado —dijo la mujer mayor, a la par de señalar derivados puntos de un mapa de la zona sur—. El resto del grupo se encargará de hacer el trabajo sucio, su prioridad es buscar a Frenkie y traerlo.
Ambos rubios asintieron antes de salir de la limusina, después de que Monserrat lo hiciera para quedar parados a mitad del puente, donde a unos metros se encontraba una pequeña mesa redonda. Inmediatamente reconocieron a Humberto Laporta que estaba parado a un lado, pero no pudieron detectar al hombre de sombrero sentado, protegido por decenas de guardias en fila, manteniendo su distancia sobre la mesa.
Eso no le dio buena espina a Monserrat, acercándose lentamente por el miedo generado. No porque los tantos hombres armados pudieran hacerle algo, pues conocía esa vestimenta elegante de traje completamente negro. El problema recaía en la persona a la que protegían. Sabía que nada bueno se podía esperar del hombre de sombrero dándole la espalda.
—Tan puntual como siempre —dijo aquel hombre con barba de candado, luego de despegar la taza de té de sus labios—. Ya están todos reunidos, ¿o hay alguien más que esté envuelto en su capricho?
Ni Rebecca ni Luka se sorprendieron de ver que tanto Humberto como Monserrat le tenían mucho respeto al hombre calvo de aproximadamente setenta y tantos años que se quitó el sombrero fedora, al tiempo en que ambos amigos se posaban ante los ojos de él, sin tomar el otro par de asientos libres.
—Señor Zurita —dijo Montserrat—. ¿Qué hace alguien como usted en un puente de mala muerte como este?
—Yo les pregunto lo mismo —Zurita tomó sus anteojos cuadrados para limpiarlos—. Ustedes, par de niños estúpidos: ¿Saben lo que dirían sus padres al ver que manchan sus apellidos por un juego sin sentido?
Pese a herir el orgullo de ambos, se mantuvieron callados, con la cabeza abajo para no confrontar la sosegada pero amenazante mirada de Zurita. No decían nada, ni movían un músculo.
—Actuar a espaldas del consejo tiene graves consecuencias —devolvió los anteojos a sus ojos—. Ahora, ocasionar disturbios en cualquier parte de la capital es castigado con el exilio. En estos momentos debería despogarlos de sus propiedades y el poder que tienen.
—Señor Zurita —Monserrat trató de hablar con el mayor respeto posible.
—Delegado Zurita para ti, niña —aseveró, callándola al instante—. Nunca esperé nada bueno de ti, y aún así logras decepcionarme. Y en cuanto a ti, malcriado sin cerebro —miró a Humberto—. Tus cuarenta y nueve años de vida solo te hacen más inútil. En vez de madurar, parece que te vuelves a sentir adolescente. ¿Cómo se te ocurre provocar a uno de los entrenados de Trinidad Jeager?
Decir que el par se sentía humillado sería poco ante la vergüenza de parecer jóvenes inexpertos ante un adulto que los reprendía. Nada lejano a como era antes, cuando iban al instituto hace un par de décadas, siendo el mismo Zurita quien los regañaba por romper las reglas.
—Por ahora ha sido un homicidio en un departamento, trece muertes en un prostíbulo y una explosión en un estacionamiento abandonado que trajo la muerte de siete muertos y veinte heridos que estaban cerca del lugar —agregó Zurita, mirando a Humberto—. Entiendo que después de mucho tu hijo se haya revelado. ¿Pero tú? —miró a Monserrat—: ¿Qué tienes que ver en todo ésto? Meterte en conflictos con el sur puede traer una guerra que muchos hemos estado evitando.
—Mi intención es evitar más muertes, señor Zurita —dijo Monserrat.
—No he terminado. ¿Mi mejor y difunto amigo no te enseñó a guardar silencio cuando otros hablan?
Ella guardó silencio.
—He soportado tu insolencia por la gran amistad que tuve con tu padre, pero todo tiene un límite. Y hace mucho que lo cruzaste. No eres, ni serás la sombra de Porfirio. Él dejó un espacio que ni tú ni los hermanos que envenenaste para conseguir su puesto podrán llenar —reprendió a Monserrat—. Lo dejé pasar, incluso te defendí del consejo cuando muchos de ellos, gente capacitada quería adueñarse de lo que Porfirio construyó; ¿Y así me lo pagas: metiéndote en problemas que no te corresponden?
Más que humillada, Zurita logró hacer lo que muchos querían: evocar impotencia en Monserrat. No era necesario que le dijeran tantas verdades, ella sabía que le faltaba mucho para mantener el legado de su familia.
—Y tú... —Zurita no necesitaba alzar la voz. Era suficiente con la seguridad y firmeza en la que empleaba su habla—. Pudiendo ser alguien que quedará en la historia por hacer la diferencia en el sur, decides ser un mísero proxeneta de la más baja calidad, y un intento de mafioso sin chiste. ¿Y qué puedo decir de la jueza corrupta? Ella también es una vergüenza por quebrantar las sagradas leyes por hacer de las suyas. Eres patético, Humberto... Los dos son patéticos.
Zurita rellenó su taza de otro porco de té, bebiendo con toda calma, queriendo disfrutar de un poco de silencio que se veía irrumpido por el sonido de las sirenas prominentes de la zona sur.
—Ahora sí —musitó—: ¿Por qué cerraron el puente? No creyeron que por tener cosas más importantes que atender a dos niños peleando por un dulce no lo íbamos a notar —chasqueó los dedos—. Anda: denme un buen motivo para no despojarlos de sus títulos.
—No era necesario que usted viniera en persona, delegado Zurita —dijo Humberto—. Solo es un asunto familiar.
—Tan familiar que ha costado muchas vidas —irrumpió Zurita.
—Deme un par de horas: lo voy a arreglar —alegó Humberto—. Prometo que no se volverá a repetir.
—¿Cómo?
—Le daré a ese niño la educación que hace mucho debí darle —afirmó con decisión.
Zurita se tomó unos minutos de meditación antes de preguntarle a Monserrat:
—¿Y tú qué haces aquí?
Ella, con toda la calma que pudo juntar se preparó para responder.
—Frenkie Laporta, además de ser el primogénito de Humberto y el siguiente sucesor de la familia Laporta; es alguien que desde su paso por el instituto demostró estar calificado para ser algo más que un simple habitante de clase baja.
—Eso no dice por qué estás aquí —el hombre alzó ambas cejas—. Sé directa, niña.
—Estoy aquí para hacer que Frenkie explote el potencial que Humberto ha tratado de suprimir —aseguró Monserrat, manteniéndole la mirada a Zurita—. Quiero sacar a Frenkie de la zona sur, terminar de adiestrarlo para que cuando llegue el momento: sea un pilar importante para la siguiente generación que tomará las riendas del país —lo señaló— cuando su generación y la mía ya no existan. O hayamos colgado los guantes.
Zurita asintió. Se volvió a tomar su tiempo para terminar una tercera taza de té, haciendo esperar al par como muestra de superioridad, en parte dándoles una lección de verdadero poder. Eso le tomó toda la puesta de sol hasta darle la bienvenida al anochecer.
—Tu objetivo es muy ambicioso —dijo Zurita—. Si el padre no pudo mantenerlo a raya: ¿Qué te hace pensar que podrás controlar a una bestia como Frenkie Laporta? Lo más seguro es que mis hombres vayan al sur y lo capturen para que esté bajo las ordenes del consejo.
—Prefiero cortarme los huevos antes que un Laporta sea esclavo de unos ancianos calenturientos —aseveró Humberto—. Solo yo lo puedo maltratar.
—Cuida tu boca mocoso —Zurita no se inmutó—. No vayas a perder la lengua por hablar de más.
—Y usted no vaya a perder a la mitad del consejo por meterse con una de las últimas familias fundadoras de la capital —sonrió Humberto—. Que no se le olvide que mis clientes favoritos son muchos de sus colegas. No visitarán mis clubes, hasta se burlan de ellos a mis espaldas. Pero soy yo quien les manda a las mejores jovencitas para ambientar sus reuniones. Sería una tragedia que el mundo sepa lo que muchos políticos en la cámara de Helix aparezcan en los noticieros, y no por cosas buenas.
—¿Me amenazas? —Zurita alzó la mano para que su gente armada se pusiera en guardia, apuntando hacia Humberto.
—¿Usted me está amenazando, delegado Zurita?
Monserrat entendió que nada bueno podía salir de esa confrontación que, en vez de ser un duelo justo, corría el riesgo de que Humberto fuera asesinado, con ella en el proceso de los disparos en caso de que Zurita diera la orden.
—Frenkie es una promesa a largo plazo. Tiene aptitudes que lo pueden hacer el siguiente líder de los Laporta. ¿O quién sabe? Tal vez hasta llegue a ser el nuevo delegado de aquí a unas cuantas décadas —sonrió—. Lo que si es seguro es que los tres lo queremos para distintos fines.
—Finalmente estamos de acuerdo en algo —dijo Zurita—. No me tomé la molestia de venir única y exclusivamente por ustedes dos, par de mediocres.
—Humberto y yo estábamos a punto de jugar —continuó Monserrat, mirando a Humberto con la intención de que entendiera para dónde iba—. ¿Por qué no se nos une? No tiene nada que perder, delegado Zurita.
—Cierto —el tuerto captó al instante, dejando su prepotencia de lado—. Disculpe mis palabras, delegado Zurita. Si lo que quería era unirse a la diversión, lo hubiera dicho antes.
—Hablen claro —contestó Zurita, levemente interesado.
—El juego es ver quién encuentra a Frenkie primero —dijo Humberto.
—Como verá —siguió Monserrat, señalando al par de rubios detrás suyo—. Mi hijo de palabra y su gemela irán en mi nombre para buscar a Frenkie. Si lo logran, yo me lo habré quedado. O eso es lo que se había acordado antes de verlo.
—Mis campeones están en la zona sur. Pero comenzarán a buscar cuando les de la orden, osea cuando empecemos —Humberto también sonrió—. Usted tiene a más de una docena de guardias aquí mismo. ¿Por qué no mandarlos a todos para que jueguen en su nombre?
Zurita sintió cierta ironía al ver a ambos amigos que, pese a las indiferencias que tenían, no dudaban en formar una alianza para combatir con alguien más fuerte que ellos. Era igual que en sus tiempos de subdirector del colegio al que ellos asistieron.
En innumerables ocasiones se veían envueltos en problemas por peleas entre ellos mismos, pero luego se ayudaban mutuamente para salir del embrollo, tal y como ahora.
—Un juego de busca y encuentra —inspiró hondo—. ¿El ganador se queda con Frenkie?
—¡Exacto! —clamó Monserrat.
—Pero no solo es mandar a nuestros campeones a la guerra —siguió Humberto—. Obviamente pueden morir por alguna bala perdida que uno de ellos disparen contra Frenkie. Una bala perdida está en todas partes. También se tiene que apostar para jugar.
—Si mis chicos fracasan, yo tendré que ofrecerle a mi hija al ganador.
—¿Y tú qué apuestas? —cuestionó Zurita, señalando a Humberto.
—A Frenkie, obviamente.
—¿Usted qué apostará, delegado Zurita? —preguntó Monserrat.
El calvo ignoró que la mujer rubia detrás de Monserrat era Rebecca Hamilton, hija de otro difunto amigo suyo.
Por alguna extraña razón no se encontraba molesto. En ningún momento lo estuvo, solo quería mostrarles su lugar al dúo de amigos. Hasta se sentía, de alguna manera vivo por la situación.
—Si yo quiero puedo hacer que mis hombres los maten a todos aquí, y el consejo se quedará con lo que tienen —farfulló Zurita—. Claro que puedo hacerlo. Y quiero hacerlo... Pero no sería divertido tomar todo por la fuerza. Yo no soy como el resto del consejo. Yo pago el precio de sangre por lo que quiero.
—Entonces... —masculló Monserrat, sonriente, habiendo logrado su objetivo, conociendo de cerca al delegado Claudio Zurita.
—¿Está dentro?
Claudio Zurita subió el maletín que tenía en el suelo, cerca de sus pies para abrirlo y extraer un documento muy familiarizado para ellos.
—Si vamos a hacer esto, que sea legal —también sacó un sello con el escudo del consejo para ponerlo en una de las esquinas del papel—. Si yo gano: me quedaré con sus respectivos hijos. Frenkie Laporta formará parte de mi guardia personal, y Amanda Croda se casará con uno de mis nietos menores para que en el futuro, el hijo que ellos tengan pueda quedarse con la herencia de los Croda. Y en caso de que pierda, prometo que el ganador se ganará un lugar en el consejo. Eso es lo que apuesto: ser parte de uno de los míos —Firmó en una parte visible debajo de todas las letras, luego les ofreció el documento al par—. Sus firmas y el juramento.
—Si yo gano... —Humberto tomó la iniciativa de acercarse—. Mi hijo menor se casará con la heredera de la casa Croda para que su hijo herede la fortuna de los Croda, a la vez que recibiré un puesto en el consejo. Y si pierdo, daré a mi hijo mayor a cambio —firmó.
—Si yo gano... —siguió Monserrat—. Frenkie Laporta pasará a ser parte de mi tutela, y de paso tomaré un lugar en el consejo. Y en caso de perder: mi hija pasará a ser la esposa del hijo o nieto del ganador —firmó.
Los tres se miraron mutuamente.
—¿A qué hora comenzamos? —preguntó Zurita—. Mis muchachos están listos.
El par sabía que el delegado Zurita tenía la mayor probabilidad de ganar, lo entendían, pero no tenían otra opción.
Humberto se retorcía por dentro de pensar en las tantas bajas que las personas a su mando tendrían. Monserrat comenzó a pedirle perdón a Angela Ackerman con la mente por la inminente muerte de Rebecca Hamilton. Y sin querer decirlo, ambos concluyeron la conversación para decirle al imponente Zurita:
—Que comience el juego —dijeron al unísono.
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