La depresión se quedaba corta ante la negatividad que Frenkie sentía en esos momentos. Ahora, estando en la planta más alta de un estacionamiento abandonado, utilizado por maleantes para hacer todo tipo de cosas ilegales, deleitándose con el incierto amanecer apenas perceptible por los pequeños espacios de las nubes negras que le daban una pequeña vista al sol.
El alcohol en su sangre no era impedimento para mantener el equilibrio sobre la orilla donde estaba sentado. Empero, los pensamientos de lanzarse desde el cuarto piso se hacían más tentativos,
«¿Qué procede en estos casos, Trini?» preguntó para sí, rememorando a la mujer que lo había acogido; la razón por la que su padre lo odiaba con todo su ser.
Su coraje se hizo evidente cuando el whisky se le acabó. Ya no pensaba en otra cosa que no fuese en beber hasta perderse, algún consejo de Trinidad Jeager y el video de su esposa junto a Humberto Laporta.
Sus pensamientos se vieron abrumados por el sonido prominente del celular moderno en uno de sus bolsillos. Solo era una persona la que podía marcarle, aquella que le había dado el aparato antes de salir del club que casi incendió.
—Dime —fué Frenkie el primero en hablar.
—Me sorprende que sigas con vida —dijo Gabi, levemente aliviada de escuchar la voz del rubio—. O eres un pendejo con suerte, o un genio desafortunado.
—¿Qué tan fea está la cosa? —preguntó Frenkie.
—Humberto le puso precio a tu cabeza. Le dará trescientos grandes al primero que te encuentre. También movió a toda la policía del sur. Escuché que están haciendo retenes en todas las salidas. Carros, camiones, trailers. Todos por igual.
Frenkie rio.
—¿Mi cabeza vale tan poco? De todos mis hermanos yo soy el devaluado.
—Humberto no es el único que te está buscando —inhaló una gran cantidad de aire antes de seguir—. Hay alguien igual o más grande que él que también te busca.
—¿Ah, de verdad? —cuestionó, evocando una risa sarcástica—. Ahora resulta que todo el mundo busca un pedazo de mí.
—Puede que dentro de todo este batidero tengas una chance de salir bien parado. Todavía hay gente que te ve como alguien de valor.
—Eso no importa —Frenkie encendió el cigarro de cannabis que estaba entre su oreja—. En pocas palabras; o termino muriendo a manos de Humberto, o me convierto en el perro de alguien más. O me matan o me suicido, solo tengo esas opciones.
—Si darte a la hija de Monserrat Croda para que tengas un hijo con ella para heredar la fortuna de los Croda es convertirte en un perro, entonces supongo que tienes razón.
—¿La hija de Monserrat Croda? ¿Esa no era tu prometida antes de que decidieras convertirte en un mal chiste de mujer? —Frenkie quedó anonadado—. Algo no está bien. ¿Qué fué lo que pasó después de que me fuí?
—Humberto llegó junto a Monserrat. No preguntes porqué, ni yo mismo lo sé —añadió Gabi—. Por alguna razón Monserrat quiere ponerle trabas a Humberto, así que decidieron apostar.
El rubio estaba deseoso de seguir escuchando.
—Sigue hablando Gabi.
—El primero que te encuentre se queda contigo. Si Monserrat te encuentra primero, te sacarás la lotería, el premio mayor. Pero si Humberto lo hace antes —vaciló—. Vas a desear la muerte.
—¿Por qué? —seguía confundido—. ¿No piensa matarme?
—Pasé la noche con tu padre. Acaba de irse del hotel al que me lleva. Me contó lo que tiene planeado para ti —Gabi no se sentía orgulloso de ello—. Primero piensa romperte hasta que no te queden ganas de vivir. Luego hará una fiesta debut para tu esposa Cherry en el club para que trabaje hasta la muerte. Quiere que vea cómo otros tipos le hacen... Ya sabes.
—Cherry... Esa perra no me importa —bufó—. Por mí que la dejen bien matada.
—Ella se metió con Humberto por obligación —Gabi parecía molesto.
—¿Cómo lo sabes?
—Ya te lo dije: Humberto me lo cuenta todo. El maldito la obligaba a ir a un hotel de pasada para alardear con sus amigos que se cogía a la esposa de su hijo bastardo. Decía que ella lo buscó para suplicarle que fuera menos cruel contigo. Una cosa llegó a la otra hasta que él la acorraló.
—¡Esa idiota! —gruñó—. ¡¿Por qué mierda lo buscó?!
—¿Por qué será, niño estúpido? Esa chica te ama —Gabi respondió con una pregunta—. Humberto también decía que le daba dinero extra para tratarla como una prostituta. Decía que así la acostumbraría a recibir dinero para cuando la metiera a trabajar al club.
Frenkie se replanteó las cosas desde una nueva perspectiva. Ahora, menos segado por la ira, estaba preocupado por su esposa que, seguramente estaba en peligro.
—Mientes —se negaba a creerlo—. Ella parecía disfrutar la verga de ese puto.
—No pierdo nada con mentirle a un viejo amigo, aunque hayas tratado de matarme, maldito degenerado —suspiró—. Solo ví a Cherry un par de veces que tú padre la traía al club. En esas veces hablé con ella, no parecía feliz de estar con Humberto. Dijo que si para salvarte tenía que meterse con Humberto, lo haría aún si ustedes se separan.
—Si es verdad, ella está en peligro. ¡Mierda! —parecía que los efectos del alcohol y el cannabis se habían ido—. Tengo que salvar a Cherry.
—Para salvarla primero tienes que salvarte a ti mismo —articuló Gabi, manteniendo la calma—. Arruina los planes de Humberto. Busca a Monserrat. Si sabes usar tus cartas, podrás hacer que salven a Cherry. Pero recuerda que nada será como antes. No me creas, a lo mejor lo dijo para hacer enojar a Humberto, pero si lo que Monserrat dijo es verdad: te casarás con Amanda. Dejarás a Cherry.
Frenkie procesó lo escuchado antes de seguir hablando. Pues ya no quería seguir siendo presa de la ira que le hizo perder los estribos, estando al borde de matar a un amigo que en su momento fue muy cercano a él, quien, a pesar de todo lo seguía ayudándolo.
—Trataré de salvarla. Es lo último que haré por ella —bufó—. Está claro que ella y yo no estaremos juntos. No después de actuar a mis espaldas, ni porque fué para tratar de salvarme.
—Para eso Monserrat tendrá que encontrarte —dijo Gabi—. Debes ir con cuidado. Toda la zona sur te está buscando. Sicarios, secuestradores, la policía... Los hombres de Humberto.
—Ya me las arreglaré —contestó Frenkie, poniéndose de pie—. Nadie mejor que yo conoce la zona sur. Puedo llegar a la zona norte para ir con Monserrat.
—Para eso necesitarás ayuda —prosiguió Gabi—. Conocemos a alguien que también odia a Humberto.
—¿Quién?
Gabi guardó silencio en lo que buscaba un contacto desde su celular para enviárselo a Frenkie.
—Llama a Zinder Croda. Él puede ayudarte.
—¡Ni de coña! —exclamó Frenkie—. Ese enano preferirá darme de comer a los perros antes de ayudarme.
—Según tengo entendido que es el hijo de Trinidad Jeager. Ambos son hermanos de palabra.
—No lo entiendes —sopesó Frenkie—. El enano no me ayudará.
Gabi no quiso indagar en la relación entre ambos.
—Entonces estás por tu cuenta. De todos modos, te avisaré si tengo noticias.
A pesar de la gravedad de la situación, Frenkie tenía tantas preguntas que hacerle al amigo con el que pasó la mayor parte de sus estudios, antes de que ambos tomaran caminos diferentes.
—Gabi, quiero preguntarte algo.
—No tienes mucho tiempo, que sea rápido.
—¿Cómo pasaste de ser alguien de una familia importante, a trabajar como prostituta? —estaba impaciente—. Lo tenías todo: una familia igual de importante que los Laporta, muchas mujeres estaban atrás de ti, tenías a la hija de Monserrat como prometida. ¿Por qué lo abandonaste todo?
Aquello era algo difícil de responder que, incluso si ambos estuvieron muchos años sin comunicación, seguían siendo amigos, pero incluso le resultaba difícil hablar del tema.
—Te lo diré si logras salir vivo —dijo Gabi—. Humberto dijo que estará en el Pit'Ochico a la espera de noticias. Si tienes la oportunidad de cambiar tu imagen, hazlo. Aunque no hables con Zinder, trataré de pedirle que te dé una mano.
—¿Por qué haces esto? —cuestionó Frenkie—. Sé que no solo es porque somos amigos. Hay algo más.
—Recuerda lo que te dije antes que trataras de prenderme fuego —respondió Gabi—: todas en el club odiamos a Humberto. Si tenemos la oportunidad de hacerlo mierda, lo haremos. Y tú eres nuestra esperanza. Así que trata de no morir, ¿entendiste?
—Descuida, tengo un plan. Trabajo mejor sobre la marcha, ya se que hacer. Estamos en contacto.
Frenkie cortó la llamada antes de dar un pequeño salto cuesta al interior del estacionamiento, caminando hasta llegar al anticuado chevy verde neón, abriendo la cajuela y toparse con el dueño amordazado que rápidamente se exaltó al verlo.
—Kevin —pronunció el rubio con una sonrisa—. Lamento la demora. ¿Todo bien?
Kevin Herrera, además de ser el encargado del club que Frenkie estuvo a punto de quemar, también era el hijo del arrendador Herrera: la primera víctima.
El hombre con sobrepeso que le faltaba un ojo y ambos pies amputados por Frenkie, anhelaba el final de sus tormentos.
—Kevin, lo siento. No tengo nada contra ti —inquirió Frenkie—. Sabes que los negocios, son los negocios.
El rubio le quitó la cinta que obstruía el habla del Kevin, en un fuerte tirón, ocasionando un quejido del obeso.
—¡Por favor, Frenkie! —se movió de un lado a otro cual gusano—. Ya te di lo que querías. Déjame ir. ¡Tengo una esposa embarazada! Ya tienes todo el dinero.
El rubio tomó la pequeña maleta de mano color café junto a Kevin, abriéndola para ver la generosa cantidad de fajos de billetes dentro, sacando el celular que acompañaba el dinero.
—Ya falta poco, Kevin —usó el rostro del obeso para desbloquear el celular—. Solo necesito una cosa más, y te prometo que podrás descansar.
—¡Yo nunca te hice nada! —siguió implorando por su vida—. Todo fué idea de papá y el señor Laporta. Yo no tuve nada que ver con lo que te hicieron. Déjame ir. No les diré dónde estás.
Frenkie ignoró las súplicas de Kevin para marcar un número, llevar el teléfono a su oido cuando la otra persona contestó después de tres pitidos y decir:
—¡Hola, papi! —clamó antes que Humberto Laporta pudiese decir algo tras el teléfono—. Te la hago corta: de ti depende si dos Herreras mueren en menos de un día. Tienes treinta minutos para venir a buscarlo antes que el auto de Kevin explote con él dentro —rio a carcajadas mientras dijo—: ¡Te cogiste a mi esposa! Era la razón por la que nunca traté de hacer nada. ¡Ahora agárrate los huevos y aguanta la que se te viene!
Colocó el teléfono sobre el oído de Kevin para que pudiera decir algo, cosa que el hombre no dudó en aprovechar.
—¡Señor Laporta! —gritó entre lloriqueos—. ¡Ayuda! Frenkie se volvió loco.
—Ya lo oíste, anciano rabo verde —volvió a retomar la llamada, sin darle la oportunidad de hablar—. Corre tiempo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro