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Cherry.
Intranquilidad. Era lo que Cherry Laporta sentía al estar cerca del suegro que la llevaba a casa, después de transcurrir una extensa jornada laboral que ejercía junto a ciertas actividades extras con el padre de su esposo.
—Mañana es cumpleaños de Frenkie —soltó Humberto, con la vista frente para doblar hacia una calle—. ¿Planeas hacerle una fiesta?
La joven mujer de grandes y redondos ojos avellana puestos en los deteriorados edificios no respondió, debido a lo perdida que estaba por ser presa de la culpa que cargaba después de nuevamente haber cometido otra infidelidad. En cambio, un notable bufido se escapó de ella cuando el hombre volvió a querer llamar su atención.
—Hablé con la persona que me ayudó a conseguir tu puesto en la firma que trabajas, dice que te has adaptado —agregó el hombre de voz gruesa—. Aunque el lugar sea poco prestigioso a comparación de otras firmas en la zona norte de la capital, no es fácil seguirles el ritmo. Felicidades.
—Por aquí está bien, por favor —dijo Cherry, señalando la humilde hamburguesería que frecuentaba con Frenkie.
Humberto miró el angosto espacio protegido por una lona azul encima del carrito donde una joven mujer morena guardaba unas hamburguesas para una familia que pacientes esperaban, sentados en sillas de plástico. No era que el lugar con unas cuadras cerca de los departamentos donde Cherry vivía llamase su atención, sino que a la pecosa pelirroja le habían asignado la cena en el trabajo antes de terminar en un hotel de pasada con él.
—¿Te quedaste con hambre? —preguntó en cuanto se estacionó a un par de metros de la esquina donde se encontraba el puesto.
—No tenía apetito —contestó ella, irritada de que Humberto le hablara con tanta confianza— quiero cenar con mi marido, eso es todo. —Por fin miró al hombre con una mirada desganada, a la espera de que el seguro de la puerta fuera quitado.
El canoso hombre tuerto analizó a la chica de arriba abajo, cubierta de un gran abrigo felpudo que la protegía del frío, antes de ir a la guantera donde extrajo un sobre amarillo con dinero que ofreció a la chica, accionar el botón que quitó el seguro de la puerta, después de sonreír de manera pícara al tiempo que alzaba la ceja del único ojo con monóculo que le servía.
—Desde que entraste a trabajar, te has esforzado por aprender rápido y no ser una carga. Eso sin mencionar que tampoco te has quejado cuando nos desviamos de la ruta para darme algo de atención. —Fue inevitable que la mirada del hombre acumulara lujuria cuando ella trató de cubrirse lo tanto posible por la pesada mirada de Humberto —. En el sobre viene un extra que yo mismo te doy por tu atención y tiempo privado, ese que solo le deberías de dar a tu esposo.
Por mucho que Cherry quisiera romper los tantos billetes que en otras circunstancias le hubiese gustado recibir con entusiasmo, una parte de ella se sentía asqueada de tener tanto dinero en sus manos por saber cómo se lo había ganado. Era una ayuda que serviría para aliviar la carga de su esposo, pero a costa de sentir repudio de si misma. Por ende lo aceptó para guardarlo en la pequeña bolsa que le colgaba de un hombro, tragándose toda sensación negativa que podía sentir tanto de ella, como de su suegro.
—Mañana puedes tomarte el día libre —dijo Humberto cuando la chica bajó del coche con hedor a látex—. Hablaré con tu jefe. Pasa el tiempo con Frenkie, lo mereces después de todo el esfuerzo que haces.
Ella mantuvo la calma cuando el hombre rió, cerró la puerta de copiloto para dejarla cerca del puesto de comida rápida en el momento que aceleró. Mordió su labio inferior para contener las ganas de llorar mientras veía el clásico auto deportivo alejarse, al compás de acercarse a la blanca luz que emitía el foco que colgaba de la carpa improvisada, dando un largo suspiro visible por el frío que se difuminaba en el aire.
—¡Cherry! —exclamó Leticia Trujillo, que volteaba la carne en la parrilla—. Te pierdes niña. ¿Cómo has estado?
—Leti, buenas noches —saludó ella, ocultando su tristeza con un tono amable, sentándose sobre uno de los asientos de la familia que se acababa de ir—. ¡Lo siento! Hace unos meses conseguí trabajo. Ya no tengo tanto tiempo como antes, lamento no poder venir a ayudar.
Leticia Andrea Herrera Trujillo, amiga de Frenkie, e hija de una familia que la consideraba muerta—dueños de la mayoría de los departamentos en la manzana— se percató del cansancio en la mujer, a parte del bostezo que había soltado, las ojeras que trataba de ocultar con maquillaje, tan remarcadas que colgaban debajo del rostro en Cherry eran notorias para la tipa que la conocía de años. Incluso sabía que la sonrisa acompañada de aquella afabilidad forzada era mera cortesía.
—Eso es lo de menos —masculló Leticia, no queriendo indagar en el asunto, pero sonriendo de modo que mostrase esos dientes con tratamientos de ortodoncia—. ¿Qué te doy? —esa sonrisa dejaba denotar las ligas verde de suave tonalidad entre los metales.
Ambas coincidieron en que lo mejor era guardar silencio. Así como Cherry no quería contar el motivo que inició el infierno en que vivía, la agente carecía de ganas para volver a escuchar lo que Humberto Laporta hacía con la esposa de su hijo. Lo sabía por la cercanía que sus parientes tenían con el dueño de una cuarta parte de la zona sur.
—Listo, mi mushashita linda —habló con su distintivo acento chileno— un combo que los dejará como pavo de navidad.
Cherry dejó de mirar el celular cuando escuchó la voz de la morena que se limpiaba con el grasiento mandil blanco. Volteó al instante, solo para que sus ojos se agrandasen de lo inesperado que era ver tantas hamburguesas y papas fritas, listas para llevar.
—El diablo —dijo Cherry, descolocada—. ¡Loca, es mucha comida!
—Dile a Frenkie que las papas llevan el aderezo que le gusta —respondió Leticia.
—¿Cuánto te debo?
—Solo asegúrate de comer bien, que lo necesitas. Y lo seguirás necesitando.
La pelirroja estaba tan despistada que se abstuvo a agradecer al momento de tomar las cosas para caminar hasta la contraesquina y doblar.
El ruido ocasionado por los altos tacones negros que ocupaba dejó de ser escuchado cuando llegó al edificio donde vivía,
Al principio ignoró a las personas que lanzaban comentarios asustadizos por la inseguridad de la zona sur de la capital, pasando de largo por la gente que cerraba el paso de las puertas del edificio.
—Permiso —dijo Cherry al mover a las personas que permitían su paso a las extensas puertas con más de un lustro sin pintar.
Entonces las alarmas en ella comenzaron a sonar, teniendo un mal presentimiento al sentir las miradas pesadas que le tiraban, sin el mínimo intento de disimular.
En cuanto los inquilinos que vivían en los pisos superiores vieron a la joven mujer en el lobby, toda atención recayó en ella. Especialmente en la mujer que instantes atrás se encontraba llorando en el único sofá individual del lugar sin esfuerzo de verse presentable.
—¡Puta regalada! —exclamó una mujer rechoncha, la que parecía ser la esposa del hombre muerto en el lugar—. ¡Fuiste tú, y el pendejo de tu inútil marido!
Cherry no pudo reaccionar a tiempo por mirar de reojo a todo aquel que tiraba comentarios desagradables a su persona. Solo hasta que sintió un fuerte ardor que ocasionó el duro impacto de la bofetada que la mujer regordeta le dio, lo que la hizo retroceder unos pasos, tirando la comida en el proceso.
—¿¡Qué mierda le pasa!? —cuestionó Cherry, exaltada, en vista de la mujer que intentó dar otra cachetada, siendo detenida por los vecinos más cercanos a ellas.
—¡Ustedes lo mataron! —acusó la gorda, con lágrimas en sus hinchados ojos marrones.
—¡No entiendo de que carajos habla! Expliquese primero, bruja ridícula —acotó en un tono más serio, pero igual de furioso.
—Deja de actuar como si no supieras. ¡Lo dejaron en tu cuarto!
Por tan inconforme que pudiese estar por no devolver el golpe, Cherry dejó que las personas que alejaban a la mujer se la alejaran de ella. Todavía confundida, caminó hasta la habitación que le pertenecía, la cual se encontraba rodeada por otro puñado de vecinos que miraban desde la entrada completamente abierta.
Sus pasos siguieron cuando estuvo dentro del destrazado cuarto, mirando de un lado a otro, debido al repentino cambio en el ambiente al que estaba acostumbrada. Volvió hasta la alacena, frenando de golpe cuando vio el cadáver del irreconocible arrendador de rostro desfigurado, destacando el pedazo de cristal incrustado en uno de sus ojos.
Pegó un grito que fue interrumpido por las intolerables ganas de vomitar los litros de agua que había consumido.
Entonces, un par de sirenas comenzaron a sonar desde la lejanía, acercándose a cada segundo.
—Fre-frenk —quiso decir, pero el vómito no la dejaba para expresar la preocupación que sentía por el rubio.
Frenkie.
Leticia dio una última mirada a la chica que le daba la espalda, alejándose a cada paso que avanzaba hasta perderla de vista por doblar a la otra esquina.
—Así que te cargaste al gordo —dijo en un bisbeo apenas audible para la llamada que contestaba mediante unos audífonos inalámbricos—. Me veía venir algún problema, pero matar a un tipo que tu padre prohibió tocar...
Quien la viera pensaría que la mujer hablaba sola, ya que no se podía ver a Frenkie laporta, recargado en el poste de luz que debaja sin luz a un aproximado de tres metros a la redonda, donde no se podía ver a menos que alguien caminase con una linterna.
—Tenía mucho tiempo sin sentir la sangre ajena —susurró Frenkie—. La última persona que maté fue a un hombre que trabajaba para la organización a la que perteneces, ¿lo recuerdas? También estabas ahí. Casi olvido lo bien que se siente.
—Con lo mucho que tu hermana se esforzó para que no volvieras a ser el de antes —el tono de la fémina sonaba, además de decepción, tenía atisbos ira—. Acordamos con que no matarías a nadie de la capital, lo habíamos pactado antes de que volvieras a vivir aquí. Para ponerle más mierda, vino siendo alguien que viene de una familia problemática.
—Sobre aviso no hay engaño —farfulló Frenkie—. Dije que ya no iba a dar el brazo a torcer, ese gordo de mierda había cruzado la línea.
—Ese gordo de mierda tenía un puesto muy importante en la organización de tu padre. ¿Qué hiciste con el cuerpo? Debemos ganar el mayor tiempo para esconderte.
—Sigue en el edificio, tal y como lo dejé cuando le arranqué un ojo mientras se desangraba.
—¡Mierda! Ni siquiera te eaforzaste en esconder el maldito cadáver —gruñó Leticia—. Debemos sacarlo de ahí, antes que se sepa lo que pasó con el parásito de mi tío.
—Tranquila, Leti —Frenkie se escuchaba tranquilo—. Quiero que Humberto lo vea, para que sepa quién lo hizo. Sé que tu familia apreciaba a ese cerdo, pero no lo lamento. —Suspiró, un tanto cansino—, puede que no nos volvamos a ver ee aquí a un par de meses. Hasta luego, loquilla. Procura no quedarte mucho tiempo por estos lugares, no tienes idea de lo que puedan hacerte.
Leticia volteó hacia donde estaba Frenkie, adentrándose a la oscuridad para ir sobre él.
—No te molestes —siseó el rubio debo irme, ahora que el juego comenzó. ¿Recuerdas cuando de niños jugábamos policías y ladrones? Vuelvo a nuestra infancia, porque estoy a punto de jugar con policías de verdad.
La morena apenas pudo dar otros dos pasos antes de escuchar el sonido de las sirenas pertenecientes a las patrullas, quienes iban a toda prisa hasta doblar en la esquina donde minutos antes se había ido Cherry. En el breve lapso que pasaron cerca del puesto, las luces rojas y azules del la policía alumbraron el poste de luz, donde se suponía que debía estar Frenkie. En cambio, no había nada. El chico se había ido.
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