La primera vez que te diste cuenta
Suspiró mientras su mirada se perdía en aquellos ojos tan claros como el cielo despejado.
Los vítores de los clanes se unían ante la proclamación de la princesa de DunBroch. A este paso, la joven prometía ser una monarca excelente.
Hipo admiró cada detalle de la pelirroja con detenimiento. Hoy lucía más preciosa que nunca, incluso si ella no quisiera admitirlo.
Su madre se acercó a felicitarla por el discurso y le dio un cálido abrazo, al cual Merida correspondió con cariño.
El joven vikingo sonrió. Su querida amiga había cambiado desde hace tiempo atrás, y ver esa evolución en ella le otorgaba una felicidad indescriptible.
Un fuerte golpe en su espalda lo devolvió a la realidad.
- ¿Qué te parece, Hipo? Mi niña ha estado magnífica esta noche -habló con orgullo Fergus colocando una mano sobre el hombro del castaño.
-Ha estado perfecta... -respondió el mencionado dejando escapar un suspiro.
El rey de DunBroch era distraído, mas no tonto. Observó como la mirada del joven esta fijada en su hija y no pudo evitar soltar una fuerte risa seguida de un golpe nuevamente en la espalda del joven.
-Bueno, creo que ya podrás hablar con tu padre respecto a nuestra alianza -comentó el soberano de DunBroch comenzando a caminar hacia su esposa.
El joven vikingo le sonrió y volvió a fijar su vista en la princesa.
Merida se despidió de sus padres con un beso en la mejilla de ambos y comenzó a caminar hacia el castaño dando pequeños saltos de alegría.
- ¡Dime que lo viste! -exclamó la joven pelirroja con una sonrisa-. ¡Dime, por favor, que alcanzaste a ver todo!
Hipo rio ante la insistencia de la princesa tomando sus manos.
-Llegué desde un principio, pelirroja. Vi cada minuto de tu discurso real -contestó el joven vikingo acariciando con los pulgares las manos de la joven.
-Lo hice increíble, ¿no? -Merida habló con suficiencia-. Por fin lograremos que nuestros clanes sean amigos. Como nosotros, Hipo.
El joven le sonrió pero su mente había empezado a buscar a través de sus recuerdos si eso significaba Merida para él.
No era una simple aliada, por supuesto. El hecho de que la pelirroja estuviese ahí en los momentos más difíciles para él no la convertía en una simple aliada.
Ella había lo había apoyado en cada una de sus decisiones y en cada obstáculo que se presentaba. Lo había aceptado con su personalidad tímida y torpe, le había ayudado a mostrar lo mejor de él y descubrir lo que realmente valía.
Pese a su diferencia de clanes, nunca le vio como enemigo y lo respaldó cuando sus padres descubrieron en qué se habían convertido: en amigos.
Sin embargo, Hipo estaba seguro de que eso tampoco eran solo amigos.
No podía llamarla amiga si cada que se encontraban su corazón comenzaba a latir al doble de velocidad.
Y tampoco podía llamarla amiga si su mirada ocasionalmente se perdía en los labios de la princesa, preguntándose si sabrían tan bien como parecían
No puedes llamar amiga a quien te gustaría abrazar por mucho tiempo, con quien te gustaría besarte y no precisamente en la mejilla. No puedes llamar amiga simplemente con quien te imaginas a futuro, estando lado con lado, viviendo la aventura de la vida juntos.
Merida carraspeó devolviéndolo nuevamente a la realidad, soltando una de sus manos para acomodar uno de sus rizos tras la oreja.
-Lo siento, creo que me entusiasmé demás... -habló la pelirroja avergonzada mientras sus mejillas enrrojecían-. Será mejor que nos apresuremos, abrirán la reserva especial de papá para celebrar.
La princesa comenzó a caminar con el joven aun sujetando su mano, pero este se detuvo mientras le veía fijamente con una sonrisa de pura felicidad.
-Hipo, ¿que te sucede? -preguntó Merida confundida.
El joven vikingo ya se había dado cuenta.
-Nada, es sólo que... ¡Yo te amo!-respondió el joven con ternura.
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