Sus mejillas estaban más coloridas de lo normal. Y no es que estuviese avergonzada, no señor.
Apretó los puños con fuerza mientras el castaño continuaba hablando como si no se pudiese dar cuenta de lo que pasaba entre ambos.
Eso le daba rabia.
—Ya entendí, vikingo. Créeme que todos sabemos qué es lo mejor para ti —Merida espetó con molestia—. ¡Me queda muy claro! ¡De hecho, desde siempre lo has dejado muy claro!
Comenzó a caminar hacia su habitación. Tenía suerte de que su familia hubiese ido de visita con Lord Dingwall y a ella la dejasen a cargo del reino.
Sabría que si su madre estuviera presente, la estaría reprendiendo por perder los estribos tan fácilmente.
—Es que por Thor, Merida. No entiendo porque te molesta tanto —recriminó Hipo mientras la seguía, sin lograr encontrar una conexión entre la situación y su furia.
—Tú NUNCA entiendes nada —respondió la pelirroja encarándolo nuevamente—. Y jamás podrías entenderlo, eres un idiota.
— ¿Ah sí? Y según tú, ¿por qué no? —replicó el jinete de dragones mirándola de manera retadora.
— ¡Porque es la verdad! —respondió Merida de manera tajante—. ¿Acaso crees que es agradable oírte hablar a cada rato del prospecto ideal que es Astrid para un futuro jefe vikingo como tú? ¿Eh?
—Nunca dije que fuera ideal, pero es en quien el clan ha pensado que podría elegir cuando el momento llegue—se defendió el castaño.
— ¡Oh sí, lo entiendo perfectamente! La chica que te ignoro hasta que lograste hacerle competencia... —la princesa de DunBroch hablaba con ironía—... Como olvidar cuantas veces estuvo ahí para ti, cuando según tú, nadie te miraba.
El castaño le observó con enfado.
—Tarde o no, se ha dado cuenta de lo que realmente valgo. Nadie se ha dado cuenta de ello —volvió a replicar el joven vikingo—. Debería alegrarte si realmente me consideras un amigo.
—Con que sí, ¿eh? —gritó la pelirroja sin poder contenerse— ¿Estás tan seguro de eso, vikingo estúpido? —exclamó y le empujó sin poder evitarlo.
Hipo se cruzó de brazos comenzando a alzar la voz.
— ¡Por supuesto que lo estoy! Ni mi propio pueblo me aceptaba.
— ¿Y por eso te importa tanto lo que el pueblo opine que es lo mejor para ti? —recriminó la princesa cada vez conteniéndose menos.
— ¡Es mi deber como líder! ¡Y lo sabes!
— ¡No! ¡En ningún momento se te está obligando a seguir la serie de cosas sin sentido que tú no quieres hacer! ¡Y muchas veces te lo he demostrado, Hipo!
— ¡Yo no pienso solo en mi, Mer!
Ouch, el castaño había tocado una fibra sensible que Merida creyó que jamás haría.
Hipo inmediatamente se dio cuenta de ese error
—Y-yo Mer, no quería decir eso... Tú no...
—Déjalo, ya véte —dijo la princesa de DunBroch corriendo hacia su habitación, seguida del joven vikingo.
—No, Mer por favor... —insistía Hipo, pero la joven le cerró la puerta en la cara.
Desde el otro lado Hipo podía escuchar los sollozos y se sintió miserable.
—Princesa, no quería herirte... Lo lamento... —dijo el vikingo con pesar mientras recargaba su frente en la puerta y suspiraba.
—Te dije que te fueras. ¡Lárgate! —exigió la joven conteniendo algunos sollozos.
—No, Mer. No debí decirte eso... En verdad lo siento...
—Pero lo dijiste. Eres un perfecto idiota.
—Ya lo sé, Mer. Lo sé.
El castaño cerró los ojos y colocó la palma de su mano en la puerta.
—Sabes que realmente no pienso eso de ti, sé lo mucho que te costó luchar por lo que querías, y se porqué lo hiciste... —Hipo suspiró—. Hacer eso requiere mucho valor, princesa.
Merida limpió algunos rastros de sus lágrimas con la manga de su vestido, observando la puerta detenidamente.
—En verdad eres un idiota —susurró lo bastante audible para que el jinete lo escuchara.
—Lo se, Mer. Pero si me dejas...
—No lo digo solo por eso, tonto... —habló con molestia la princesa.
Hipo guardó silencio, esperando que la princesa prosiguiera con su explicación.
—Dices que nadie te aceptaba cuando no habías logrado nada... y siempre hubo alguien que no te juzgó... —Merida habló con voz neutra acariciando suavemente la puerta.
Por un momento pareció que el joven vikingo había visto a través de la puerta a la joven princesa.
—En un principio, me parecías un tonto... Bueno aún en realidad... —comenzó a explicar Merida.
Hipo comenzaba a entender la dirección de esto, y empezó a reprenderse mentalmente por su ceguera y su falta de atención.
—Sin embargo, nunca dude de ti y de lo que podrías hacer —declaró Merida con una sonrisa nostálgica—. Muy en el fondo sabía que serías como esos personajes heroicos que narran leyendas...
Hipo seguía escuchando con el corazón latiendo a mil por sus palabras.
—Algo idiota, pero muy inteligente, determinado y valiente. Y a lo largo de estos años he visto todo lo que has logrado... —prosiguió la princesa con una sonrisa—. Y pese al hecho de que nuestros clanes son enemigos yo...
— ¿Tú? —Hipo la invitó a seguir.
—Yo quería seguir... unida a ti, ya había visto cada aspecto de ti y me encantaba... Realmente no encontraba una razón para alejarme, hasta ahora.
Hipo contuvo la respiración.
—C-creo que estaba tan ensimismada en mis pensamientos y sentimientos que no me detuve a pensar en los tuyos, era obvio que nunca hubo más allá de tu parte.
El vikingo ahora sí estaba sorprendido.
— ¿Pero de qué estás hablando Mer?
—Debí pensar en lo mucho que te interesa Astrid, y no en lo mucho que yo...
—Princesa, détente la cosa no es así —el jinete de dragones suspiró—. La verdad es que yo...
—Te amo...—susurraron al mismo tiempo contra la puerta, sorprendiéndose cada uno por su confesión.
Merida abrió la puerta de repente con la mirada fija en el vikingo.
—Pero creí que tú y Astrid... —comenzó a hablar la joven pelirroja.
—Nunca ha sido mi chica ideal, la única que quería como esposa eres y serás tú, Mer... —el jinete acarició uno de los rizos de la princesa—. Creí que yo no sería suficiente para una hermosa e increíble futura gobernante.
Merida dejó escapar una pequeña risita de felicidad.
—Eres más de lo que yo podría pedir —la joven acarició la mejilla del castaño.
Ambos juntaron sus frentes sonriendo con dulzura. Por fin podrían admitir con toda libertad sus sentimientos.
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