Antes de saltar
— ¿Estás completamente seguro de esto? —preguntó Merida con algo de duda mientras observaba a su amigo castaño—. Los primeros intentos que has realizado no fueron los mejores. Ni siquiera se si esto es posible.
Veía con confusión al joven vikingo, quien se preparaba para un nuevo experimento. Era demasiado tarde pata detenerlo.
Ambos volaban sobre Chimuelo, a una altura bastante considerable del mar y si ningun tipo de protección.
Hipo le miró con una sonrisa llena de tranquilidad.
—Princesa, no debes preocuparte por nada... —habló el vikingo—. Y si en cualquier momento caigo, sé que tú y Chimuelo me rescatarán.
Merida pasó saliva por su garganta. Él era muy buen jinete, pero ella recién aprendía. ¿Y si no lo lograba?
—Hipo, no estoy segura de que pueda hacerlo... —dijo la pelirroja mirándole de manera insistente tratando de detener la locura que el joven de ojos verdes estaba a punto de intentar.
El dragón emitió un ruido para tratar de calmarla también.
—Mer, en verdad no pasará nada —dijo el vikingo con una sonrisa—. He estado trabajando en este proyecto desde hace tiempo, estoy seguro de que lo conseguiré esta vez.
Merida le observó insegura.
—De acuerdo... sólo no mueras por favor...
El jinete rio divertido.
— ¿Tan poca fe me tienes, princesa? Eso me ofende un poco.
—No es eso dragón-boy... —respondió la pelirroja—. Es que nunca lo habías intentado sin protección o la ayuda de Chimuelo.
Hipo se encogió de hombros.
—Bueno, siempre hay una primera vez —habló el vikingo preparándose.
Merida se mordió el labio inferior algo ansiosa.
El futuro jefe de Berk se movió un poco.
— ¡E-espera, espera! —le interrumpió abruptamente la princesa.
—Mer...
—Lo siento, sólo quería saber si tenías algo más que te pueda proteger... —dijo la pelirroja jugando con sus manos.
—Tranquila, la armadura me protegerá de cualquier golpe, es muy efectiva y la probé hace tiempo. A ti te consta —explicó el castaño.
—E-está bien —Merida mostró una sonrisa torcida. Aún no estaba convencida.
Ella misma se sorprendía de sus reacciones. Siempre había sido Hipo el que le obligaba a pensar antes de hacer una locura, ella era la impulsiva, la que se atrevía a casi todo. ¿Por qué ahora ella era quien detenía al joven de intentarlo?
Volvió a ver como se preparaba para dejarse caer.
— ¡Hipo! —exclamó nuevamente deteniendo al vikingo en su segundo intentó.
Incluso Chimuelo estaba bastante confundido con ese cambio de conducta.
—Mer, ¿qué pasa? —preguntó Hipo completamente confundido por las reacciones que estaba teniendo la princesa en ese momento.
Él estaba bastante ansioso respecto al resultado de la prueba, claro. Pero no temía lastimarse, contando que el furia nocturna la princesa estaba seguro que eso sería poco probable.
Pero también sabía que contaría con el apoyo de la pelirroja en esto, y le sorprendía bastante la situación que se estaba generando desde hace unos momentos. La conocía muy bien, pero resultaba inexplicable esa preocupación tan repentina por él.
—Y-yo sólo quería decirte... B-buena suerte —dijo la princesa con una sonrisa, tratando de aparentar una tranquilidad que realmente no poseía en ese momento.
Hipo suspiró un poco más aliviado y le devolvió el gesto mientras se preparaba nuevamente. Ahora había una corriente de aire, seguro que le ayudaría al momento de "soltarse".
—Hipo... —volvió a hablar la joven de ojos azules.
Ya comenzaba a colmar su paciencia. Algo sucedía y ya no podía soportar otra interrupción. Incluso él tenía un límite.
— ¿Ahora qué, Merida? —exclamó el castaño mirándole con molestia mientras colocaba una mano en su frente y despeinaba su propio cabello como señal de ligera desesperación.
Oh, por todas las deidades celtas y nórdicas, Merida suspiró al ver ese gesto. El viento no le ayudaba a ella en ese momento, pues el cabello de su joven amigo se mecía con suavidad, su puño apretado y aquella expresión le hacían imaginar otras cosas nada oportunas en ese momento.
La pelirroja sintió sus mejillas arder enmudeciendo un momento. ¿Cómo le iba a explicar que estaba muy preocupada por él? Y sobre todo, el porqué lo estaba.
Al no recibir respuesta Hipo resopló colocándose en posición nuevamente. Ya nadie lo iba a detener.
Uno, dos...
—Hipo... e-es que yo te amo... —la pelirroja no pudo contenerse más.
— ¿QUÉ? —exclamó el joven jinete con muchas emociones encontradas.
Maldita sea, ¿por qué había escogido este momento para decirlo?
Hipo ahora no tenía la mente en el vuelo y se había soltado antes de siquiera pensar en el número tres.
Intento aprovechar la corriente de aire para extender las alas que el mismo había diseñado.
Merida le seguía de cerca, intentando estar al pendiente de todos los movimientos del joven. Respiró aliviada al verle sano y salvo.
— ¡Lo lograste chico dragón! —exclamó la princesa de DunBroch junto con el furia nocturna—. ¡Sigues con vida, Hipo!
Hipo sonreía totalmente emocionado, no tanto por su logro, sino por la inesperada confesión. Su corazón latía el doble de rápido ahora y en su estómago sentía cosquillas, no precisamente producto del vuelo.
Las miradas de ambos jóvenes se encontraron, y aunque cada uno volaba a diferente manera, parecerían decirlo todo a través de ellas.
— ¿Podrías repetir lo de hace un momento, princesa? —preguntó el castaño amablemente con una sonrisa.
—No —respondió la princesa con suficiencia.
—P-pero Mer... —insistía el vikingo ante la risa de la pelirroja.
—Cuando estemos en tierra firme... —declaró Merida ante la sonrisa triunfante de Hipo.
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