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Acurrucados juntos, mientras la tormenta se desata afuera

Advertencia: Contiene algo de lemon, perdonen lo mal hechote jsjsjs

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Los fuertes truenos se escuchaban en toda la habitación, sin embargo ambos parecían indiferentes ante ellos, como siestuviera dentro de su propia burbuja.

Los rayos iluminaban la habitación, pues la luz se colaba tras las cortinas, y aun así no parecía afectarles en absoluto.

La lluvia caía como si se tratase del mismísimo diluvio universal, pero el calor del fuego y su cuerpo era tan reconfortante que ni siquiera prestaba atención.

Sólo podía pensar en lo cálido que se sentía aquel abrazo y lo delicioso que era pasar tiempo con él.

—Princesa... —susurró el joven vikingo creyendo que la pelirroja se encontraba dormida, dado que tenía los ojos cerrados.

Merida suspiró moviéndose entre las sábanas.

— ¿Hmmh? —respondió la joven mientras se abrazaba aún más contra él, sintiendo piel con piel la calidez del joven de ojos verdes, paseando una de sus manos sobre su varonil pecho.

— ¿Te encuentras bien? —el joven vikingo preguntó con un ligero tono de preocupación sin ninguna intención de deshacer la unión.

Y no era para menos,  la joven princesa había huido de casa tras una discusión con sus padres. ¿La razón? Qué era lo que ella quería y lo que proponía.

Merida se aferró aún más a Hipo.

Sólo él sabía lo mucho que le afectaba la situación, aunque aparentara lo contrario. No le gustaba discutir con su familia, mucho menos después de haber mejorado la relación con su madre tras el incidente del encantamiento.

Volvió a suspirar.

—Estoy bien, vikingo... Es sólo que quiero que ellos confíen más en mi.

Quería mucho a su familia, pero no estaba dispuesta a tolerar ciertas actitudes, sobre todo si se trataba de cosas que ella quería cambiar para bien de DunBroch y el futuro de las nuevas generaciones.

El castaño bajó su mano del rizado cabello de la joven hasta su espalda desnuda para acariciarla, invitándola a continuar con su explicación.

—Sé que todo esto es nuevo porque no hemos ido más allá de los límites del reino y de los clanes aliados... —prosiguió la princesa—. Pero estoy segura que ir más allá de nuestras tierras no sólo nos brindaría mayores recursos, también nos daría alianzas y protección.

Hipo suspiró, apretando la pequeña figura de su novia contra él.

—Entiendo lo difícil que puede ser cambiar la opinión y perspectiva de alguien, sobretodo con años de experiencia... —concedió el jinete de dragones.

—En especial con reyes tan necios como mis padres... —murmuró Merida con molestia, logrando que el castaño riera.

—Lo sé, mi lady. Pero podrías seguir intentando —habló el vikingo trazando figuras en la espalda de la pelirroja.

— ¿Cómo? —respingó la pelirroja.

—Bueno, muestráles pruebas, hechos, que vean que has analizado e investigado cada posibilidad —aconsejó el castaño tratando de ayudar—. Eres Merida, la princesa más determinada y valiente que pueda existir, podrás lograrlo.

La mencionada no pudo evitar sonreír. En verdad que él le daba la seguridad que necesitaba.

—Y si aún así no quieren escucharte, yo te respaldaré, Mer.

Nuevamente un rayo iluminó la habitación, y el eco del trueno resonó a lo lejos.

Sin embargo, la mirada de Merida seguía clavada en Hipo.

De todas las aventuras que había vivido, conocerlo a él era una de la que jamás se iba a arrepentir.

Él la conocía perfectamente, la amaba como era, y aunque muchas veces sabía que ella podría estar equivocada no la abandonaba.

Merida muy en el fondo lo sabía, él era con quien quería permanecer el resto de su vida, a quién quería llamar compañero de vida hasta el final.

El castaño notó que la joven aún permanecía callada, no algo común en ella.

—Mi lady... —el vikingo se incorporó deshaciendo el abrazo para tomar las mejillas de la princesa con sumo cuidado—. ¿Segura que estás bien?

Merida suspiró. Demonios, ese pescado parlachín era tan dulce y atento, ya no podría estar sin él.

La pelirroja no dio respuesta, pero su sonrisa permanecía en su rostro. Llevó sus manos hacia las mejillas de Hipo y lo atrajo hacia ella para besarlo con ternura.

El vikingo sonrió en el beso pero correspondió a tal gesto del mismo modo mientras bajaba las manos hacia la cintura de la princesa.

Ella por su parte comenzó a acariciar nuevamente su pecho mientras tomaba la iniciativa para profundizar e intensificar el beso.

Escuchar los suspiros del castaño provocó un escalofrío que recorrió su espina dorsal y un cosquilleo se instaló en todo su cuerpo.

Se acomodó sobre él con el objetivo de sentir su piel aún más cerca, y no sólo eso.

—P-princesa... —el vikingo jadeó separándose de sus labios al sentir la cadera de la pelirroja tan cerca de su miembro—. S-sabes que no me puedes detener una vez que empiezas... ¿Q-quieres empezar de nuevo?

Merida se mordió el labio inferior mientras sonreía de manera sensual. Sabía que ese gesto le encantaba a él.

—Yo no quiero que te detengas... —susurró la joven mientras volvía a acomodarse en él, esta vez introduciendo su hombría dentro de ella.

El jinete de dragones soltó un ronco gemido al encontrarse nuevamente dentro de ella e instintivamente llevó sus manos hasta su cadera, como una invitación a continuar con su plan.

La princesa colocó sus brazos sobre los hombros del castaño y comenzó a moverse sobre él con ritmo, exigiéndole más atención de su parte. Enredó sus piernas alrededor de él intentando presionar aún más la unión de sus zonas íntimas mientras una de sus manos se deslizaba por su cabello, acariciándolo.

Hipo alejó las mantas que los cubrían para tener mayor libertad en los movimientos, sintiendo como se deslizaba en el cálido interior de Merida, aumentando la sensación de excitación que había despertado hace unos momentos.

Sin contenerse, atendió a la petición de la pelirroja, comenzando a embestirla al ritmo que ella marcaba, gruñendo como animal.

—Ahhh... —la joven de ojos azules gemía en voz alta completamente ruborizada, clavando las uñas en sus hombros, intentando contener los ruidos que querían salir de su boca, disfrutando como la virilidad de su novio la penetraba a cada fracción de segundo.

Un relámpago iluminó la habitación, lo suficiente para que el castaño pudiese apreciar la mirada llena de lujuria en los orbes color cielo de la pelirroja, que a su vez reflejaban amor por él.

Dirigió sus labios hacia los de ella para unirlos en un apasionante beso, donde sus lenguas parecían danzar al compás de los movimientos de sus cuerpos.

Merida bajó sus manos por la espalda de Hipo y deslizó sus uñas lentamente, acción que solo elevaba el libido del joven.

Tras varios movimientos, el castaño sintió como las paredes vaginales de la princesa ejercían presión sobre su miembro.

—M-Meri... Ah...—habló el vikingo con la respiración entrecortada mientras se separaba un momento de los labios de la pelirroja—. Y-yo...

La princesa lo calló con otro beso, esta vez más delicado, mientras juntos llegaban al punto máximo de placer, sudando y jadeando.

Hipo se recostó nuevamente en la cama junto con la pelirroja, abrazándola con firmeza.

—A-ah... Q-quiero ser la primera en de-decirlo... —pidió la joven primogénita del clan DunBroch gimiendo entre palabras—. Y-yo de verdad te amo... —confesó apretando nuevamente sus piernas alrededor de él.

Hipo no pudo evitar sonreír, regresándole el beso con la misma intensidad.

—Y-yo también te amo, mi lady —declaró con una sonrisa mientras ella volvía a acurrucarse contra él con una sonrisa de felicidad pura.

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