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26- El regreso de la reina

Capítulo narrado en omnisciente.




Tirando su cigarrillo, Dante puso una mano sobre el hombro agitado del joven.

—A partir de aquí me encargo—miró al hombre al que había llegado a considerar un hermano de armas, un hombre que estaba a punto de perder la cabeza.

Alessandro vaciló antes de darle un fuerte asentimiento y salir del almacén.

Dante agarró una silla y la giró, tomando asiento frente al bastardo, deseando poder llevarlo al sótano de interrogatorios en el complejo. Tenía mejor infraestructura allí. Bueno, improvisaría.

Sacando otro cigarrillo, porque esta era una situación jodidamente estresante y necesitaba mantenerse lo más calmado posible, Dante lo encendió lentamente, manteniendo sus ojos en el hombre. 

Moreno, de contextura mediana, ropa promedio, podría pasar en la calle por un chico más.

Se quedó en silencio, simplemente fumando y observándolo. Esa fue su táctica principal. La gente siempre subestimó lo poderoso que podía ser dominar el silencio, especialmente porque los seres humanos siempre intentaron llenarlo. Era una táctica de tortura psicológica, una de las favoritas personales de Dante y que el artista en él apreciaba, porque dejaba volar su imaginación. ¿Los mataría? ¿Cómo haría eso? ¿Con una bala, un cuchillo o un alambre? ¿Los torturaría? ¿Romperles los huesos? ¿Tirarles las uñas? ¿O algo peor?

Era su favorito porque incluso antes de que les hiciera una pregunta, se asustaron lo suficiente como para mostrarle una grieta. Y entonces, Dante puso un clavo en la grieta y martilló, y martilló, hasta que se partió. 

Tomó una calada profunda, dejando que sus emociones hirvieran a fuego lento bajo su piel, viendo la cara del jóven hincharse.

—¿Qué quieres?

Dante simplemente se sentó allí, mirándolo fijamente. Sabía que eso los asustaba: este tipo enorme fumaba tranquilamente, sin respuesta, sin mirada loca, nada.

—Mira, ni siquiera sé quién eres.

Mentira.  

Mijaíl Petrov lo había reconocido, palideciendo como si hubiera visto un fantasma. 

Dante expulsó una nube de humo. Sintiéndose un poco mal, comenzó

haciendo anillos de humo en el aire, viéndolos flotar hacia el muchacho.

Mijaíl se orinó en los pantalones. Dante no reaccionó, seguía sentado a metro y medio de él, incluso cuando el hedor llenaba la habitación.

—N...no puedo hacerlo, maldición—balbuceó— Él… va a matarme. Me lo dijo… él está loco... Oh, hombre. Estoy jodido.

Dante cruzó un tobillo sobre su rodilla, colocando su mano con el
cigarrillo abajo sobre el otro.

—Donatella— pronunció una palabra.

El chico tragó. 

—Yo... no sé quién es.

Dante no respondió, solo siguió observándolo en silencio. Un minuto
pasó. Dos. Más. Después de unos minutos, Mijaíl se retorció.

—Acabo de ser reclutado en la organización el mes pasado—admitió Petrov—. Pero… pero se qué hay una mujer trabajando con él.

—No es suficiente.

Dante inhaló otra calada.

—¡Es… es todo lo que sé! Por favor, déjame ir.

—¿Cuál es tu nombre?—preguntó Dante.

—Eh, Mijaíl.

—Mijaíl, ¿cómo llegaste a conocerlos?—preguntó Dante. 

Mijaíl tragó pero permaneció en silencio. Dante le dedicó una sonrisa deliberada, la que realmente llegaba a la gente después de su silencio, alimentando su imaginación un poco más.

—Yo… fuí seleccionado como espía— confesó después de unos segundos.

Dante asintió. 

—Muy bien, Mijaíl. ¿Y quién te seleccionó? 

—Un... un tipo que conocí hace años.

—¿Y este tipo a quién querías que espies? Digo… supongo que algo te brindó sobre eso.

Mijaíl se estremeció. 

—Solo quería información… sobre una organización en la que yo estaba trabajando… 

—Traicionando, querrás decir— gritó Dante, sintiendo el pulso de ira en su sangre. 

El chico apartó la mirada, aparentemente avergonzado. Sí, el hijo de puta había estado traicionando a su gente hace unas horas, por lo que Dante no sentía ni una pizca de simpatía por él.

—Y este tipo— Dante redirigió el interrogatorio de nuevo a la pista—¿Él estaba reclutando, dices? ¿Cómo funciona?

—Si te lo digo, ¿me dejarás ir?—se enderezó en su silla, tratando de ser valiente.

—Depende de lo que me digas, Mijaíl—dijo Dante arrastrando las palabras, recostándose en su silla—. Si logras ponerme de buen humor, saldrás de aquí. 

En una bolsa para cadáveres, Dante no añadió.

Mijaíl asintió, creyéndole. 

—Te diré todo lo que sé. 

—Bien.

—El tipo—comenzó Mijaíl, mirando a sus pies—. Solo lo conozco por su apodo. Daimon. Dijo que necesitaba información sobre los diamantes rojos. Desapareció por años y ahora está reclutando gente para ir contra ellos.

—Y este Daimon— preguntó Dante, su mente trabajando para poner las piezas en su lugar—¿Lo has visto alguna vez con esa mujer? ¿Tiene algo característico en su rostro?

El tipo sacudió su cabeza hinchada. 

—No. Daimon no habla con nosotros sobre nadie, solo lo he visto con hombres. Pero esa mujer… fue quien entregó a mi hermano, Aleksei. Tenía una cicatriz en el rostro, lo recuerdo.

Dante le creyó. Inclinó la cabeza hacia un lado. 

—Y durante todo el mes como miembro en espera, ¿alguna vez escuchaste algo que piensas que me interesaría? La información extra siempre me pone de muy buen humor, Mijaíl.

Mijaíl vaciló.

—No me hagas levantarme, Mijaíl—advirtió Dante.

El jóven era un cobarde. 

—Había una cosa— tartamudeó—. No creo que Daimon quisiera dejarlo pasar.

—¿Qué?

—Sobre dejar un mensaje en Puglia—dijo Mijaíl—. Estábamos hablando sobre los bastones rojos y su… hermano, creo, dijo que debían estar atentos por si venían por ellos.

Dante había oído hablar de los bastones rojos, fuera quien fuera, sólo en rumores. Incluso en su lado del territorio, ellos eran una leyenda aterradora. Y si el tipo estaba buscando información sobre ellos, entonces tenía un profundo conocimiento de su mundo. 

Dante acababa de chocar con la punta del iceberg, y este tipo ya estaba en lo profundo del océano. Nunca había tenido la razón para tratar de encontrar a la persona en cuestión, pero eso podría cambiar ahora.

—¿Algo más? ¿Qué hay de los otros hombres que trabajan para él?— preguntó Dante.

El chico pensó por un segundo antes de que sus ojos parpadearan. 

—Realmente no sé mucho de ellos, lo juro. Solo trabajé con uno más tiempo. Solía ser su jefe de ruta, robaba autos y esas mierdas.

Dante sintió que se le encogía el estómago. Se quedó quieto, esperando.

—Él…—Mijaíl tragó saliva— Es... 
es bastante respetado en el grupo. Tiene un niño y… una esposa.

Dante solo parpadeó, flexionando los dedos.

—¿Sabes el nombre del niño?—preguntó Dante, el rojo arrastrándose lentamente en los bordes de su visión, la sangre corriendo a su oído cuando la vena al lado de su cuello comenzó a latir.

—Cre…creo— tartamudeó el chico— que era… Leone. Lo escuché una vez preguntarle a su esposa por el niño, en el teléfono.

Dante apretó los dientes. Se inclinó hacia delante, con los ojos fijos en el jóven.

—¿Cuál es el nombre de ese hombre? El jefe de ruta, ¿Cuál es su maldito nombre?

Mijail entró en pánico, su rostro sudaba.

—Yoongi. Su nombre es Min Yoongi.

Yoongi.

El niño adoptado por sus tíos.

Su prima.

Donatella Vitalio.

Era su esposa. Esposa de ese hijo de puta. Y un niño. Con el mismo nombre que su tío.

Todas sus dudas a lo largo de los años se solidificaron y de repente los recuerdos pasaron por su mente: su rigidez si él se acercaba a su prima, sus ojos felinos cómo si quisiera atacarlo en todo momento.

Dante siempre se lo había atribuido a que era protector con su hermanastra.

Había tenido sus dudas a veces, pero nunca, ni una sola vez, se imaginó que él la amara de otra manera.

Su prima nunca había dicho una 
palabra al respecto, siempre quería alejarlo de cualquier cosa que tuviera que ver con la familia. Protegiendo al ridículo niño.

Y ahora ella estaba con él.

No secuestrada.

Todo se derrumbó a su alrededor, sacudiendo su confianza en la única mujer en la que había confiado más que en cualquier otra cosa.

Dante sacó su arma, apuntó a la cabeza del jóven y disparó. Su dedo no soltó el gatillo, disparo tras disparo sonando hasta que el arma se quedó sin balas y el cuerpo de Mijail quedó fuera de lugar.

Era hora.

Era hora de recuperar su sangre.

Era hora de acabar con Min Yoongi.

Era hora que respondiera al mensaje.

Era hora de que su reina volviera a casa.

La cuenta atrás de Dante Leone Vitalio había comenzado.



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