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23- Dime quién eres.

Namjoon








Con movimientos lentos y delicados, alcanza su taza de té sobre la mesa y se la lleva a los labios. Ella toma un sorbo lentamente y luego lo vuelve a colocar en el mismo lugar, con el pequeño mango siempre mirando en la misma dirección.

Se ve tan... inocente sentada allí, vestida con un mameluco blanco sin mangas; sus delicados hombros y cuello se exhiben como una pintura en un museo que quieres tocar pero sabes que está prohibido. Pero no sería capaz de tocarla aunque quisiera porque estoy atado a la silla de un dentista en lo que parece un sótano, y sabía que ese sería mi destino algún día.

Dafne. Mi querida y dulce Dafne.

—Pensé que estabas muerta— le digo una vez más, lo he dicho varias veces desde que me desperté en esta silla, pero hasta ahora, se ha negado a hablar de nadie más que de mí.

—Me morí—dice ella—Hace muchos años que estoy muerta, Namjoon— Su acento es tan fuerte como lo recuerdo, especialmente cuando dice mi nombre.

Cierro los ojos por un momento y recuerdo los días que pasé a su lado.

—Yo también morí hace mucho tiempo— le digo—Pero supongo que ya lo sabes.

Ella asiente ligeramente.

—Miranos ahora, somos personas diferentes, tú y yo. Monstruos mirando la carne de los humanos. Un hombre me dijo eso una vez. Justo antes de cortarle la lengua.

Cada palabra que pronuncia es cuidadosa y deliberada; ella es incapaz de una conversación casual, risas, sonrisas de disfrute. Me pregunto cómo se las arregla en el mundo, cómo alguien como ella, con quien la gente común se sentiría
instantáneamente incómoda al sentarse al lado, se las arregla para moverse en la sociedad sin levantar sospechas.

Oh, sí, porque la gente común está ciega a estas cosas, ignoran sus intuiciones, se mantienen alejados de cualquiera que los haga sentir incómodos.

Dafne se pone de pie. Y ella se me acerca con un cuchillo en la mano. No me inmuto. Porque no le tengo miedo, y ella lo sabe.

Se inclina sobre mí, inhala mi olor como un animal y luego siento la frescura de la hoja contra un lado de mi garganta.

Todavía no tengo miedo.

Dafne se aleja lentamente, luego deja el cuchillo en el estante detrás de mi cabeza.

—¿Nunca les hablaste de mí?— ella pregunta, luego se sienta en la silla al lado mío.

—Nunca.

—¿Por qué?—dice ella—¿Por qué no decirles quién realmente eres?

—No quiero hablar de esto, Dafne.

—Lo harás, o te cortaré los ojos —dice tan casualmente que es la parte que me aturde, no la amenaza en sí— Quiero saberlo todo. Quiénes son ellos. Cómo hiciste para dejar de hacerlo.

Suspiro y miro la pared.

—Lo haré, te diré todo lo que quieres saber—comienzo— Pero me gustaría lo mismo de ti. ¿Es eso mucho pedir? Teníamos un vínculo, Daf, y nunca te he  olvidado ni a ti ni a tu amabilidad. Me gustaría saber de la chica que una vez me cuidó. ¿Lo que le ocurrió a ella? ¿Qué espada fue la que finalmente la mató? ¿Y por qué me ha estado persiguiendo?

Sé que ella no me dirá ninguna de estas cosas. No lo hará porque dudo que ella misma recuerde algo de eso. Solo estoy tratando de ganarme tiempo.

Dafne baja los ojos; sus manos cruzadas se mueven inquietas dentro de su regazo.

Es la primera señal de emoción humana que he visto en ella desde que me desperté como su prisionero.

Inquietud. Es una emoción tan extraña. Por otra parte, cualquier emoción parecería extraña viniendo de ella porque, en mi corazón, sé que las emociones no son naturales para ella. No es que los rechace, no lo hace. Ella no es humana. Ella es, como ella misma dijo hace unos momentos, un monstruo vestido con
carne humana.

Tal vez Dafne tenga razón, y yo también, pero somos monstruos muy diferentes, ella y yo. Muy diferentes monstruos.

La emoción se ha ido tan rápido como la había visto aparecer. ¿Estuvo realmente allí alguna vez? ¿O solo me lo estaba imaginando? Tal vez era un remanente de su antiguo yo antes de morir.

Ella sonríe. Me eriza el vello de los brazos.

Sí, Dafne definitivamente no es humana; no hay nada detrás de esos ojos sino locura disfrazada de inocencia, fragilidad e ingenuidad.

Ella es el epítome de la oscuridad, un lobo que camina entre ovejas, el diablo que viste la piel de una mujer joven que fue como todos los demás alguna vez.

Me doy cuenta en este mismo momento de que no hay forma de que Dafne solo haya asesinado a criminales. De ninguna manera. Los hombres que mató y el rastro de cuerpos que dejó atrás para que Kenneth Ware la cazara eran un medio para lograr un fin; eran asesinatos por venganza.

Pero ella no es como el resto de nosotros en la organización—particularmente JungKook y yo—ella no ha durado tanto tiempo, solo acaba con los hombres que la violaron y otras personas maliciosas.

También ha asesinado a personas
inocentes, porque no puede evitarlo. Ella necesita matar, al igual que yo lo necesitaba. Lo sé. Lo siento. Dafne era un peligro para la sociedad.



Años atrás…

Dafne era joven, pero mayor que yo, por lo menos unos años. Una chica amable y hermosa de unos quince o dieciséis años. Fue capturada por Eskill a una edad temprana. Pero nunca sería vendida y era tratada amablemente, en su mayoría por
los otros hombres. Nunca supe por qué.

Pero Dafne, también como yo, ponía una cara muy diferente frente a los hombres.

Y como siempre cuando la veía, llevaba la corriente.

―¿Por qué me traes al enano? ―chasqueó Dafne en un acento muy roto, sus lindos labios de color rosado natural se encresparon con censura mientras bajaba su mirada hacia mí, a través de sus duros, pero hermosos ojos verdes―. ¿Por qué siempre me traes a los inútiles?

―Porque eres la única aquí, mi querida Dafne, quién puede hacer que los inútiles, al menos, parezcan dignos. ―Mi padre sonrió. No me atrevería a mirar su cara, pero podía decir que había una sonrisa en ella sin tener que verla.

Mi cuerpo se sacudió hacia adelante y casi pierdo mi equilibrio cuando la mano de Dafne tiró de mi codo. Y entonces vi estrellas cuando abofeteó mi cara con su mano libre, y, finalmente, mis piernas temblorosas colapsaron debajo de mí. Mis rodillas desnudas rasparon contra el suelo de madera, pero evité caer aún más, apoyando mi mano libre en contra de el para sostener mi peso frágil.

—¡Levántate! —Dafne me ayudó a ponerme de pie.

—Dafne —le escuché a mi padre decirle en un tono de aviso—, te lo he dicho, no en la cara. Ahora ve. Consigue limpiarlo.

—Sí, señor —dijo Dafne, hizo una reverencia y luego giró sobre sus talones su mano aún aferrándose a mi codo.

Caminó conmigo hasta la escalera de caracol hasta el segundo piso. Pasando a otros aprendices, Dafne me agarró por la parte de atrás de mi cabello, y enrolló sus dedos agresivamente a través de él, empujándome delante de ella cruelmente.

—¡Dije camina recto muchacho! —gruñó detrás de mí.

Cuando abrió la puerta de su habitación, me dio un fuerte empujón y caí por la puerta sobre mis manos y rodillas.

La cerradura de la puerta chasqueó detrás de mí y luego Dafne estaba sentada sobre el suelo a mi lado, estirándome en su regazo y balanceándome contra su pecho.

—¡Lo siento mucho, Namjoon!—lloró en mi cabello—. ¿Me perdonarás?

Lágrimas empaparon mis mejillas, bajando a través de una capa de suciedad que podía sentir sobre mi cara. Pero no lloraba debido a la forma en que me trató. Solo
estaba contento de volver a verla.

—Siempre te perdonaré, Daf.

Sentí sus labios arriba de mi cabeza y envió una oleada de calor a través de mi cuerpo.

—Debo ayudarte a prepararte rápidamente —dijo, de nuevo ayudándome a levantarme—. No quiero que tú padre tenga alguna razón para ponerte de nuevo en una celda.

—Estoy asustado, Daf.

—Lo sé, Nam. Lo sé.

Besó ligeramente mi mejilla y no perdió tiempo en meterme en el baño. Siempre era muy cuidadosa conmigo, al igual que con todos los chicos, quienes eran colocados bajo su cuidado. Limpiaba cada parte de mi cuerpo con un toque cuidadoso.

Cuando estaba ahí, nunca quería dejar su habitación, pero siempre, poco después me iría lejos, para no levantar sospechas y para asegurarme de que Dafne mantenía su lugar como encargada de los aprendices.

Después de que me bañé y me vestí con una camiseta blanca limpia y un par de pantalones de color gris, Dafne me abrazó despidiéndome como la chica amable y cariñosa, antes de llevarme de vuelta al pasillo como la chica con el puño de hierro.

Minutos más tarde, se había ido y estaba de vuelta en compañía de mi padre, quien parecía estar esperándome ansiosamente en su demasiado pequeño traje y perfume que produce dolor de cabeza.

—Antes de que te lleve a tu nueva sede ―dijo mi padre caminando a mi lado, con sus manos cruzadas apoyadas sobre su trasero—, hay algo que necesitas ver.

No me gustaba el sonido de eso. Mis piernas ya se sentían inestables, mi estómago revuelto y atado en nudos.

Inhalé una respiración profunda y permanecí en silencio, con mis ojos mirando hacia delante.

—¿Recuerdas cuando te castigué por fallar en tu primera misión? —preguntó.

Asiento.

—Sí, señor.

¿Cómo podría olvidarlo? Reunió a todos los agentes para que cada uno me golpeara tan violentamente. Uno de ellos me abofeteó la cara tan fuerte que un fogonazo blanco cubrió mi visión. Había caído contra la losa de adoquine, con mis piernas delgadas, huesudas y malnutridas derrumbándose. La sangre brotaba de mi boca en el momento en el que la punta de su bota se conectó con mi barbilla.

Me había negado a abrir los ojos. Solo quería quedarme en el suelo, enroscado en la posición fetal y que me dejaran solo para morir allí. Pero no lo hicieron. Cada uno tuvo la oportunidad de castigarme.

Giramos a la izquierda al final del pasillo y llegamos a una puerta.

Escuchaba gritos desde el interior y mis piernas comenzaron a temblar más notablemente.

Mi padre colocó su envejecida mano sobre el picaporte estilo palanca y dijo:

—Esto es lo que te ocurrirá si vuelves a joderla. Has tenido suerte hasta el momento de ser el hijo de un agente A. Esperemos que siga así. Pronto te
convertirás en uno de los mejores agentes de esta organización. Si me decepcionas a mi o a tu madre, enfrentarás exhaustivas correcciones, o juro que te mataré en el intento, Namjoon.

Mi corazón se hundió y mis rodillas comenzaron a doblarse, pero me enderecé rápidamente.

Empujó abriendo la puerta y los gritos escaparon de la habitación en un torbellino, como si hubieran estado esperando desde el otro lado de esa puerta para ser liberados.

Quería cubrir mis oídos con mis manos, pero sabía que era mejor no intentarlo. Sabía que debía permanecer de pie con mi espalda recta, mis ojos abajo y mis brazos ya sea hacia abajo a mis costados o apoyados sobre mi trasero como mi padre estaba parado. Opté por juntar mis manos detrás de mí así podría al menos remover mis dedos uno al otro como una manera de enfrentar y distraerme de los gritos.

Hacían eco ruidosamente a través de la sala de tamaño mediano, con altos techos de bóveda. Podía oler la sangre. Amarga y fuerte, con tanta claridad como si mi cara hubiera estado metida en una piscina de la misma. Lamentablemente siempre había tenido un fuerte sentido del olfato que a menudo pensaba en el como una maldición. Especialmente en momentos como estos.

Mi padre me guió a otra habitación adyacente a la sala principal, donde un chico, mayor que yo y probablemente de la edad de Dafne, estaba atado a una silla de aspecto extraño que permitía a sus piernas estirar hacia fuera delante de él, elevadas horizontalmente con el resto de su cuerpo.

Su cabeza rubia se encontraba atada contra un reposa cabeza por una gruesa pieza de cuero, al igual que su torso, sus tobillos y brazos, los cuales estaban en línea recta contra los brazos de la silla y atados por las muñecas.

El muchacho se retorcía en la silla, a pesar de que apenas podía moverse.

La sangre se derramaba por su mentón, carmesí y pegajoso. Su cabello estaba empapado en sudor. Sus ojos se encontraban muy abiertos y asustados.

Quería vomitar. Quería salir corriendo de esa habitación tan rápido como podía, para esconderme en la habitación de Dafne y esperar nunca ser encontrado, excepto por ella para que pudiera sostenerme contra sus pechos y consolarme.

Pero no podía hacer nada.

Un hombre con el cabello gris rizado, vestido con una bata blanca de laboratorio estaba parado sobre el muchacho con un par de pinzas en su mano, cubierto de sangre. Ni siquiera usaba guantes. Tuve una oscura sensación de ese hombre, incluso peor que la que recibí de mi padre. A este hombre le gustaba la sangre.

El olor de ella. El color carmesí fascinante de ella. El espesor de la misma. El sabor de la misma. Pero más que nada, podía sentir que él amaba derramarla, de cualquier manera posible.

Este hombre me asustaba más de lo que mi padre jamás podría.

—¿Este es el pequeño chacal? —preguntó el hombre.

—Sí, este es Namjoon. Mi hijo.

—Bien, bien —dijo el hombre y atrapó mi mirada con una sonrisa escalofriante.

No quería mirarlo, y se suponía que no debía hacerlo, pero no pude evitarlo.

Afortunadamente él no sentía ninguna necesidad de reprenderme por el error. No, este hombre estaba más allá de las palizas y los castigos. Su mente bailaba demasiado en el Reino de la Muerte como para molestarse con cosas insignificantes.

Se dio la vuelta de nuevo hacia el asustado muchacho adolescente atado en la silla y metió la pinza en su boca. El chico gruñó y trató de gritar al intentar morder las pinzas al mismo tiempo. Pero el hombre agarró su mandíbula inferior con su otra mano y lo obligó abrir su boca.

Mis manos estaban temblando en mi espalda. La bilis se revolvía violentamente en mi estómago. Empecé a mirar hacia otro lado hasta que recordé rápidamente que si mi padre se daba cuenta, iba a castigarme.

La pinza giraba de atrás hacia adelante, de lado a lado, y un sonido escalofriante de hueso crujiendo casi me hizo desmayar.

Mis rodillas comenzaron a doblarse de nuevo, pero esta vez no fui capaz de controlarlas y sentí la mano de mi padre alrededor de mi codo, atrapándome antes de que golpee el suelo.

Me recompuse rápidamente y me quedé parado con mi espalda recta, mi respiración pesada y rápida, mis manos temblando ahora hacia abajo a los costados.

El hombre sacudió el diente de la boca ensangrentada del chico y lo dejó caer en el suelo.

Y luego fue a trabajar sobre otro.

Para el quinto diente, ya no podía mantenerme en pie por mí mismo.


En la actualidad…

—Dime quien eres.

Dafne engancha sus dedos detrás del elástico en la parte superior de su mameluco de una pieza y lo desliza por su cuerpo.

¿Qué está haciendo?

Ella está frente a mí desnuda, suave y flexible. Sus pechos son perfectos, sus caderas el reloj de arena más suave. Y está tan pálida que parece como si el sol nunca la hubiera tocado. Incluso en su rostro, veo a una mujer joven de no más de veinte años.

Es como si el tiempo se detuviera cuando ella murió hace tantos años, y debido a que no se ve afectada por las emociones y los factores estresantes de la vida diaria, no queda nada para envejecerla excepto el tiempo mismo.

Oh, si tan solo no tuviéramos emociones, viviríamos tanto tiempo que parecería una eternidad.

Dafne se acerca a mí. Ella me mira a los ojos, buscándolos, pero no puedo adivinar por qué. ¿Qué estás buscando, mi querida y dulce Dafne?

Aspiro su olor. Encuentro consuelo en el calor de su cuerpo tan cerca del mío. Pero es todo lo que hago, es todo lo que puedo hacer, atado a esta silla por mis muñecas, piernas y torso. Pero una parte de mí quiere tomarla, romperla debajo de mí, joderle las emociones y darme la razón que necesito para dejarla vivir.

Pero lo olvidé, yo soy el que está en la silla esta vez.

Me pregunto cuánto tiempo le tomará matarme. Me pregunto por qué me siento ansioso por que ella lo haga.

Dafne se aleja, llevándose su olor, calor y desnudez con ella. Ella no está tratando de ser seductora, dudo que entienda el concepto. No entiendo el propósito de su desnudez, pero no es seducción.

Se sienta en la silla frente a mí, sube los pies al asiento, estira las rodillas y envuelve sus brazos alrededor de sus piernas, que ocultan sus partes femeninas detrás de ellas.

Aparto la mirada. No estoy seguro de por qué. Simplemente se siente bien.

—Dime quien eres…— repite.

Me quedo en silencio por un momento. Se que aún no va a matarme.

Dafne es calculadora y metódica; ella no es imprudente o maníaca. Y, sobre todo, está completamente dispuesta a romperme.

Vuelvo mi rostro, devolviéndole la mirada y respondo.

—Kim Namjoon.

Ella sonríe.

—No. No lo eres.






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Y aquí es donde se dan cuenta, que el título de esta obra, no era precisamente sobre el regreso de  JungKook.






¡Hola bellezas!


Estaba súper ansiosa en volver con esta historia. Sé que voy a confundir bastante, pero todas las dudas se irán respondiendo solas. Ya lo verán.

Cómo siempre digo: Gracias a todas esas personas que se toman el tiempo en leer, votar y comentar.

Sigan con la maratón del CHACAL.

¡Nos leemos pronto!

CIAO~•

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