21- Muerto o vivo.
Maggi
Saturn.
He oído hablar del lugar, por supuesto, pero nunca lo había visto.
Todo lo que sé, es que es un casino frecuentado por muchos mafiosos, como un terreno neutral para que los miembros de diferentes familias celebraran una reunión. Hasta donde sabía, cada ciudad tenía un Saturn, y ese casino tenía un solo propósito, permitir que los hombres se reunieran sin derramar sangre en los territorios de otros.
A primera vista, Saturn, como cualquier otro casino, era llamativo: todo el brillo era una invitación para que turistas y civiles
inocentes gastaran su dinero y probaran suerte.
Lo que me condujo a tener que hacer una breve parada en el camino a una boutique y comprar el primer vestido llamativo que ví, un número muy plateado y muy corto que muestra mucha más piel de la que me siento cómoda mostrando.
Aplico mi maquillaje en un tiempo
récord y cepillo mi pelo hasta que se siente como seda fresca contra mi espalda y luego de pasar más tiempo de lo que quiero, trato de recogerlo. Después de luchar durante quince minutos, finalmente me las arreglo para que se vea "perra rica"
agradable, clavado en la parte posterior de la cabeza con bonitas pinzas plateadas para el cabello.
Corro hacia mi auto, escondiendo los tacones plateados en el asiento de acompañante junto con mi bolso de mano.
Presiono el acelerador para llegar rápidamente al casino, maldiciendo todo el camino la necesidad de usar un vestido para entrar al lugar porque eso significa que no puedo llevar mi arma. Si, bueno tengo un bolso donde podría caber perfectamente pero ya aprendí la lección hace mucho tiempo.
Inhalo profundamente, mientras veo el SUV negro de JungKook ya estacionado.
Meto mi auto en el estacionamiento pero antes de bajarme me coloco los zapatos, deslizo cuatro anillos, dos a cada lado, y luego me pongo una pulsera a juego, collar y aretes. Entonces agarro mi pequeño bolso de mano y salgo.
Ya está oscureciendo afuera, el sol se está desvaneciendo para dar espacio a la luna, el aire es frío mientras cruzo el estacionamiento hacia la puerta principal, los escalofríos recorren mi columna vertebral, no del todo debido al frío.
Un guardia me observa desde la entrada cuando me acerco.
Enderezo mi columna cuando paso al guardia, deseando por enésima vez haber tenido mi arma.
El guardia se hace a un lado, permitiendome el paso. Tomando las riendas completamente en mi personaje, levanto la barbilla e incluso no le ofrezco al hombre una mirada a los ojos, y mucho menos una sonrisa o un gracias cuando entro.
Las luces brillan ante mi, una plétora de colores asaltan mis párpados, el sonido de la música y la risa flotando por todas partes, junto con las voces de los negociantes y las máquinas tragamonedas haciendo ping.
Me quedo quieta un momento, observando todo a mi alrededor.
Me siento incómoda, incluso un poco nerviosa. Esto es algo improvisado, no tengo detalles sobre este lugar como en cualquier misión en la que tengo que infiltrarme, no sé cuáles son los puntos ciegos o cualquier cosa que me haga saber cuál es mi siguiente movimiento.
Tal vez estoy siendo imprudente y no sé en lo que me estoy metiendo. No, retiro eso. Estoy siendo imprudente y sé exactamente en lo que me estoy metiendo.
Regreso de nuevo en el momento, no del todo segura de nada de cómo se supone que debo actuar. Busco a tientas sobre mis pensamientos, tratando de irradiar esta personalidad dueña de sí misma que no estoy exactamente sintiendo ya.
Comienzo a caminar hacia la parte de atrás de la gran pero superpoblada área. Cuanto más me acerco, más claramente puedo ver un pasillo estrecho de algún tipo, con una única cortina roja al final.
Una vez allí, me paro junto a la cortina, tratando de escuchar con atención cualquier sonido, pero no escucho nada.
Sin dudar ni un segundo, aparto un poco la cortina, echo un vistazo a mi alrededor y veo una sencilla puerta de madera con un ordenador a un lado.
Bingo.
Entro en el área pequeña, corro la cortina, ocultándome de todos los que están afuera, y me siento en el ordenador.
Comienzo a teclear, aunque no tengo idea de lo que estoy haciendo. El precario escritorio que sostiene el ordenador, consta de un pequeño cajón en la parte izquierda. No me importa lo que hay dentro pero si quiero aparentar que estoy interesada en abrirlo, más creíble es toda la escena.
Saco dos pasadores de mi cabello y le doy forma. Introduzco la primer pieza que convertí en un gancho hasta conseguir un ángulo recto. Giro lentamente e inserto la otra pieza en forma de ganzúa tanteando las agujas de arriba hacia abajo.
Para el momento en que se abre la cerradura, una mano me agarra
bruscamente por la espalda.
Por costumbre mi mano va instantáneamente hacia mi cuchillo sujetado en mi muslo, pero una pistola presiona mis costillas y me paraliza.
Me giro lentamente, mirando a un hombre mayor que mi altura, su rostro cruel y severo, especialmente bajo la tenue iluminación de la cortina.
—¿Qué estás haciendo aquí? — me pregunta el hombre, sacudiéndome con la mano de una manera en la que sé que me dejará moretones.
Los ojos del hombre se posan en la cerradura abierta.
—Bueno, bueno, —me mira con lascivia, con interés. —¿Quieres entrar, chica? Entremos.
Me empuja con fuerza a través de la puerta, presionando el arma
contra mi costado, ordenándome que me mueva.
Intento luchar.
En realidad no quiero hacerlo, pero pretendo resistirme un poco para hacerme ver menos racional con la situación.
La habitación oscura en la parte trasera del casino está iluminada con luces multicolores que deberían haberlo hecho parecer baratas y llamativas, pero en cambio tuvieron el efecto contrario. A diferencia del exterior, allí no había servidores femeninos. Eso fue lo primero que noté. Nada de mujeres y eso me dijo algo muy importante: lo que fuera que estuviera sucediendo aquí era muy privado.
Solo en estas circunstancias se rechazaban a las mujeres sirvientas en una reunión.
Bien entonces.
Dejo que mis ojos lo asimilen todo. Hay una enorme mesa redonda en el centro de la habitación, rodeada de hombres de aspecto peligroso. Solo hay una pistola en el centro de la mesa, al alcance de todos y cada uno de los hombres.
Y sentado justo enfrente de la entrada, frente a la puerta y a todas las demás personas en la habitación, está sentado JungKook.
Sus ojos se mueven rápidamente hacia mi cuando el hombre me arrastra por el brazo, y mi corazón comienza a latir con fuerza en mi pecho. No porque estoy rodeada de depredadores, sino porque no tengo idea de cómo reaccionaría él ante esto, de encontrarme aquí donde él está haciendo lo que fuera que esté haciendo.
Su rostro no lo traiciona ni un poco.
No hay chispa de reconocimiento en esos magníficos ojos. Sin contracciones en el músculo de su mandíbula ante cualquier intento de controlar su expresión. Ningún movimiento de su cuerpo.
Nada. En. Absoluto.
Y, sin embargo, puedo sentir la pesadez de su mirada sobre cada centímetro de mi piel expuesta. Primero pasa por la tira de mi vestido y luego por la mano que está apretando mi brazo.
Mantengo también mis furiosas emociones completamente fuera de mi rostro, con bastante facilidad, y trato de ocultarlo en mis ojos también.
Me quedo quieta, apartando los ojos de él y escaneo la habitación, algo que debería haber hecho primero tan pronto como entré en un entorno desconocido, y realmente estoy odiando las palabras de Sullivan y Taehyung en este momento.
Concéntrate, Maggi.
Hay un total de seis hombres, incluyendo a JungKook.
Todos vestidos con trajes caros y cabello arreglado, algunos fumando cigarros, todos en sus cuarenta o cincuenta tal vez.
Otra puerta se encuentra a mi izquierda con dos guardias custodiando.
El hombre que me sostiene del brazo, me empuja hacia adelante y aprieto los dientes, el impulso de darle un puñetazo en la nariz al imbécil me hace apretar el puño. Pero me controlo.
—La encontré acechando detrás de la puerta—informa a la habitación con su voz áspera. —¿Alguien la conoce?
Todos se quedan en silencio.
Mirándome.
Yo guardo silencio.
Esperando.
El imbécil se vuelve hacia mi, con su rostro a un palmo del mio.
—¿Qué estabas haciendo, chica?
No respondo.
—¿Cuál es tu maldito nombre? —escupe y gotas de saliva salen de su asquerosa boca, salpicando mi cara.
Lo miro con furia en su intento de intimidarme y por qué prácticamente acaba de escupirme.
—Beth—digo finalmente.
El hombre arquea una ceja con escepticismo.
—¿Beth?
—Izével—agrego, suponiendo que necesita más que solo un nombre.
—Bueno, señorita Izével—espeta con
tono alegre. —¿Ves esta habitación? Aquí es donde jugamos. Pero no es por dinero. Por información. Sólo hay dos formas de salir cuando vienes a esta habitación—él me sonríe, sus dientes manchados de tabaco brillando malvadamente en la luz roja. —Juegas y ganas, o te vas con una bala dentro.
Vivo o muerto. ¡Genial!
Antes de que pierda la confianza, enarco una ceja, mirando intencionadamente la pistola sobre la mesa pero con la mente acelerada.
No he jugado nunca a este juego pero sabía de qué se trataba. Y también sé que si me niego a jugar, el arma que está clavada en mis costillas se disparará en un segundo, colocando una bala muy, muy cerca de mi corazón.
—Jugaré. —le informo al hombre con un tono de voz empalagoso, aleteando las pestañas para agregar más efecto.
Puedo ver el destello de incredulidad en el rostro del hombre momentáneamente antes de que él me empuje a una silla vacía, justo en frente de JungKook.
Tomo asiento, de espaldas a la puerta. Es una posición vulnerable. Cualquiera puede entrar y dispararme por la espalda.
Justo cuando ese pensamiento se cruza por mi mente, levanto mi mirada hacia arriba y veo a JungKook mirándome, mirando la puerta, mirando a todos en la habitación y de vuelta a mí e inmediatamente siento como mis entrañas se relajan minuciosamente. Si hay algo que sé a ciencia cierta, es que no va a permitir que nadie más me mate. Mi muerte es de él, y solo de él.
Y mirándolo, viendo no a Daimon
sino a JungKook, al hombre que no he dejado de amar ni un solo día, lo creo con cada fibra de mi ser.
El hombre viscoso, el que me arrastró adentro, carga el arma en el centro con una bala y la vuelve a colocar sobre la mesa, al alcance de cada brazo, dando un paso atrás.
—Las reglas son simples, señorita Izével. Tomas el arma, haces una pregunta. El hombre no responde, aprietas el gatillo. Tiro vacío, haces otra pregunta. El hombre no responde, dispara de nuevo. Pero él puede preguntar de regreso y tú no respondes, tú te comes la bala. ¿Entendido?
Asiento con la cabeza en silencio, levantando la mano, doblando mis uñas y viéndolas, estudiándolas cómo si toda su explicación me causara aburrimiento.
Pero he grabado mentalmente sus palabras. Hay seis espacios en la pistola y seis preguntas entre un par. Si sobrevivo a todos los tiros vacíos, puedo hacer otras preguntas. Pero también el otro hombre.
Un hombre mayor que está a mi lado, toma la pistola y apunta a un hombre aún mayor que fuma un puro, con el dorso de la mano arrugado por la edad.
—¿A dónde va el próximo envío? —pregunta el primer hombre con fuerza.
Observo cómo el Hombre del Cigarrillo lanza un espeso remolino de humo al aire, negándose a responder.
Sin más preámbulos, el primer tipo aprieta el gatillo.
Vacío.
Siento como una pequeña gota de sudor desciende por mi espalda.
El Hombre del Cigarrillo apaga su cigarro en una bandeja y lo apunta con la pistola.
—¿Cuándo comenzaste a lamer los zapatos de Big-J?
El primer hombre frunce los labios cuando el Hombre del Cigarrillo le apunta con el arma al pecho y dispara.
El fuerte estruendo resuena en la habitación.
No parpadeo, ni me estremezco cuando el primer tipo tose sangre y se queda flácido, con los ojos sin vida.
Los ojos de JungKook se estrechan en mí en privado, pero no es suficiente para darme una pista.
Por lo que, actúo como mi instinto me dice.
Miro la pistola que está en el centro de la mesa, cargada de nuevo con una sola bala.
Antes que alguien haga un movimiento, me inclino hacia delante y agarro el arma en mi mano y apunto directamente a JungKook sentado frente a mí, completamente inmóvil.
La habitación se queda en un silencio sepulcral, tan silencioso que puedo escuchar un aliento.
Limpiando mi rostro de todas las emociones, sabiendo que mi voz
saldrá firme incluso cuando mis piernas tiemblan debajo de la mesa, lo inmovilizo con mis ojos y hablo en voz baja, sin saber sí obtendré su respuesta.
No quiero pensar en apretar el gatillo y matarlo, y definitivamente tampoco quiero que me maten. Así que… será mejor que responda o tendré que ir por un plan B.
—¿Qué hay entre tú y la mafia roja?
Su mirada oscura me bloquea en mi silla, sin un parpadeo de nada en ninguna parte de su rostro mientras su cuerpo permanece relajado, la chaqueta de su traje se abre revelando la camisa estirada sobre su pecho. Los primeros tres botones se hallan abiertos mostrando una fuerte línea en su cuello. Observo la vena, sin verla revolotear ni dar ningún indicio de angustia. Simplemente yace contra su piel, besando su carne, burlándose de mí por todo su control.
—Me han querido muerto desde hace más de diez años. Incluso creen que lo estoy—. Responde JungKook en voz baja, uniforme, tono neutral. Como si estuviera discutiendo el clima y no un arma apuntando hacia él.
Poco a poco me relajo, sabiendo que no tengo que dispararle porque él ha respondido, pero estoy enojada porque no me dijo nada que ya no supiera.
Inteligente.
Coloco el arma sobre la mesa justo cuando JungKook extiende su mano y me la quita, sus dedos me acarician, provocando un hormigueo en todo mi brazo.
Veo que sus ojos se fijan en el moretón en la parte superior de mi brazo, donde el hombre me había agarrado con brusquedad antes de inclinarse hacia atrás de nuevo. Manteniendo la mano en el arma, JungKook la deja sobre la mesa.
—¿Por qué estás aquí? —me pregunta, su voz no deja ninguna inflexión de nada para que pudiera leerlo como en otras ocasiones.
Sonrío por dentro.
No eres el único que puede jugar con las palabras.
Arqueo mis cejas e inclino mi cabeza hacia un lado.
—Por información.
Observo una única ceja arquearse ligeramente, antes de que él deslice la pistola sobre la mesa hacia mí, con las manos en los brazos de la silla.
Tomo la pistola y vuelvo a apuntarle, consciente de todos los ojos puestos en nosotros, de todos los hombres que miran el partido con astucia.
—¿Quienes son los bastones rojos? —pregunto, mi piel se eriza por todas las
miradas de los hombres, sabiendo que quizás él acaba de averiguarlo.
JungKook me da una mirada que no puedo ubicar del todo, pero sé que no es una buena.
Aún sin entender lo que está tratando de decirme, todo lo que sé es que no es la forma en la que desea darme esa respuesta. Pero mientras estudio su mirada de incomodidad, lentamente me doy cuenta de que necesita dejarlo salir, decirlo para que quizás él también lo entienda.
De repente, su expresión cambia para ajustarse mejor a sus mordaces palabras.
—Nikolai y Viggo Tarasov. Ellos son los bastones rojos.
Me congelo sobre mi silla, su respuesta sacando el aire de mis pulmones.
Lo que acaba de revelarme me golpea como una descarga eléctrica. No pensé que me afectaría de esta manera, mi interior se bloquea, mi pecho se constriñe, mi estómago un nudo duro, y me siento como si no pudiera respirar. Inhalo aire a través de mis labios entreabiertos y lo dejo salir muy lentamente a través de mi nariz. Calma Maggi. Sólo mantén la calma.
JungKook clava su mirada y aunque no se mueva entiendo lo que está diciéndome:
No te salgas del personaje o ellos sabrán lo que está sucediendo.
Intento que el nudo en mi garganta baje y la rabia no tiñan de rojo mis mejillas.
Reflexiono la siguiente pregunta en mi cabeza, con los sentidos en alerta, deslizo el arma por la mesa y JungKook la toma con su enorme palma cubriendo casi todo el arma.
Otra vez, él no me apunta, simplemente la deja apoyada sobre la mesa.
JungKook se queda en silencio por un segundo, antes de inclinar la cabeza hacia un lado, su boca se curva deliberadamente en la imitación de una sonrisa, incluso cuando sus ojos permanecen en blanco.
—¿Cómo le gusta que la follen, señorita Izével?
Jadeo y mi boca se abre. En un instante todos los hombres en la habitación se echan a reír a mi alrededor.
Me sonrojo y miro hacia otro lado. Mi cara se pone más caliente y se siente como que un centenar de mariposas borrachas están teniendo una orgía en mi estómago.
Miro de vuelta hacia él, nerviosa por su pregunta. Y esa leve sonrisa aún está enterrada detrás de sus ojos.
Encuentro todo esto ridículo. Mis manos se convierten en puños a ambos lados de mis muslos y a través de la neblina roja algo me hace detenerme.
La claridad regresa repentinamente con rapidez.
Él me está incitando.
Estoy totalmente entendiéndolo todo ahora.
Los ojos de JungKook se mantienen en mí en señal de advertencia. Me toma un segundo, pero entiendo lo que estoy haciendo mal y limpio la mirada avergonzada de mi cara rápidamente, enderezo mi espalda contra el asiento y cruzo mis piernas debajo de la mesa.
Respiro hondo para refrescarme y curvo deliberadamente mis labios imitando los de él. Dejo que mi cuerpo recuerde cómo se sentía su cuerpo sobre el mío, su aliento caliente en mi cuello, su polla en mi interior.
Le brindo una mirada acalorada y murmuro en voz baja.
—Como si dejaran un infierno en todo mi cuerpo.
Algo brilla bruscamente en sus ojos por un segundo antes de que desaparezca. Me lo habría perdido si hubiera parpadeado. Pero no lo hice. Lo ví y sé que él recuerda sus propias palabras.
Uno de los hombres mayores con un bigote perverso silba en voz
alta antes de hablar:
—Ven a casa conmigo esta noche, cariño. Te aseguro que lo sentirás durante un mes.
Todos ríen entre dientes.
Maldito bastardo.
La sonrisa de JungKook es abiertamente astuta pero secretamente orgulloso por la
facilidad con que seguí su distracción.
Sólo espero que no vaya más allá.
Me devuelve el arma.
Seis disparos.
Seis preguntas.
Ésta es mi última pregunta.
Pienso en la pregunta durante un minuto, antes de redactarla con cuidado.
—¿Cuál es el motivo de los bastones rojos en quererte muerto?
Puedo darme cuenta que su expresión ha cambiado, que finalmente le he ofrecido una puerta abierta con la que puede sentirse satisfecho.
Vacila unos segundos antes de responder. La rabia está bajo la superficie de su rostro, hirviendo, creciendo, más y más difícil de contener, pero al igual que yo, continúa interpretando su papel.
—Un acuerdo. Mi cabeza por una reincorporación.
No estoy segura si su respuesta es real, pero ahora mismo estoy luchando
para nadar mi camino a través de las piezas faltantes.
Durante largos pocos segundos no digo nada. Todo lo que puedo pensar es en esos rusos saliéndose con la suya. César involucrado y ahora muerto.
De repente tengo un hormigueo en mi lengua en querer saber cuánta información ha obtenido hasta ahora. Pero me contengo de mis propios pensamientos y trato de forzarlos a salir de mi mente.
Asiento de mala gana, tímidamente, asegurándome que mi máscara de Beth siga estando firmemente en su lugar.
Le devuelvo el arma cuando, de repente, mi corazón empieza a latir con fuerza.
Es el último disparo. La última pregunta. Y algo me dice que JungKook no va a desperdiciarla.
Siento mi corazón martillear en mi pecho cuando, por primera vez, él recoge el arma y se reclina en la silla, completamente relajado pero listo para entrar en acción en un segundo, con el cañón apuntando a mi pecho.
Mis manos tiemblan mientras las mantengo juntas, manteniendo mi mandíbula apretada y su mirada atrapandome.
—¿Tienes un hijo o una hija ahí fuera?
Siento mis ojos agrandarse en mi cráneo.
Mi garganta se cierra.
Él lo sabe.
Oh Dios, él sabe lo de mi bebé con Jung.
Un sofocante silencio cubre la habitación como un calor asfixiante. Estoy temblando, tan confundida, y nerviosa e insegura. Insegura de todo.
Me siento como si estuviera en un carrusel y está girando tan rápido que no me deja respirar.
Siento que mi cara se distorsiona con inquietud y una leve sorpresa, pero lo sacudo y hago lo mejor que puedo para mantener mi fachada.
La humillación es más fuerte de lo que pensé. Entre más me mira, más paranoica me pongo sobre lo que está pensando en estos momentos, sobre todas las cosas que le oculté.
Él lo sabe. Nunca había estado tan dividida con anterioridad. Siento esta terrible necesidad de ser selectiva acerca de lo que le diga de aquí en adelante.
Pero no puedo mentirle más porque siempre encuentra las maneras de saber la verdad. Él probablemente ya tenga las pruebas que necesite.
Ha abierto una pequeña luz. Y yo ya no puedo sofocarla.
Las cosas han cambiado y sin darme cuenta, esta noche, ambos hemos decidido.
Con la decisión tomada, contengo la respiración y cierro los ojos, permaneciendo en silencio.
Un silencio absoluto.
Ningún sonido excepto mi propia sangre corriendo por mis oídos.
Nada excepto la oscuridad detrás de mis párpados cerrados.
No hay respuesta. Lo que significa que JungKook debe dispararme.
Soy consciente de que todos los hombres en la habitación también contienen la respiración mientras esperan que la bala me atraviese el corazón, consciente de la sangre palpitando en mi cuerpo.
Mis manos temblorosas se dirigen a los brazos de la silla y los aprieto hasta que duelen. El sudor rueda por la línea de mi columna vertebral.
Espero un respiro.
Dos.
Otro.
Y de repente, el fuerte bang me hace estremecer.
Mi corazón se detiene.
___________________________
¡Hola bellezas!
Iba a subir otro capítulo más pero solo tengo la mitad y ya no quería hacerlos esperar más.
💡Tengo un aviso importante para hacerles:
En este capítulo he cerrado la primera parte. Es decir, están por entrar al verdadero desarrollo de la historia.
Pero... deberé ausentarme un buen tiempo por motivos personales.
Volveré a fines de Septiembre.
Les prometo que si me sobra un ratito de tiempo, subiré el capítulo que les mencioné que dejé por la mitad.
Cómo siempre digo, estoy muy agradecida con aquellas personitas que se toman el tiempo en leer, votar y comentar.
Sin más nada que agregar, les mando un beso enorme y nos leemos pronto.
Ciao•
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