19- Bastones Rojos.
Capitulo narrado en omnisciente.
La calle estaba repleta de locales; una extensa colección de antros y bares cuajados de gente. Las luces de neón refulgían sobre los charcos de agua que se acumulaban en las aceras y los coches iban de un lado a otro con las ventanillas bajadas y la música a todo volumen.
Cerca del distrito comercial, se alzaban los bloques de hoteles abiertos las veinticuatro horas, locales gastados gestionados por las mafias. En la capital de Plugia: Bari, imperaba el poder de la cuarta mafia; la Sacra Corona Unita. Tráfico de drogas, prostitución, extorsión, lavado de dinero.
La Societá Minore formada por miembros de un nivel inferior hacían el trabajo de la calle; gestionando los cobros y pagos por extorsión. En ese momento la urbe estaba salpicada de su presencia; era una noche de diversión y los miembros pasaban a cobrar los “pizzo” por extorsión y más de uno se divertía en los reservados de ciertos lugares pertenecientes al grupo.
Parole, era uno de esos locales. Ubicado entre una lavandería y una tienda de discos de vinilo, se accedía a través de un hall enmoquetado que daba a unas escaleras que descendían a una sala de fiestas. A derecha e izquierda había filas de sofás tapizados en piel gastada de colores tostados, mesas bajas de centro, una barra de tres metros al fondo iluminada por tres puntos de luz.
Una camarera con el pelo cardado y muy rubio servía copas mientras se subía el tirante del sujetador de un top de lentejuelas. La mujer estaba incómoda porque había un grupo de clientes ruidosos a su izquierda. Cinco tipos de la mafia y por supuesto sus putas.
Cada vez que pasaban por allí tenía que soportar sus berridos escandalosos y sus malos modales y esa noche no era diferente a ninguna otra. Allí estaban sentados, bebiendo, fumando y formando un escándalo, con las risas histéricas de las mujeres que parecían un grupo de gallinas en un corral.
—Stella, los de la mesa dos quieren más alcohol. Lleva dos botellas más.
Uno de sus compañeros puso una expresión de desesperación porque no tenían más remedio que aguantarlos cada vez que bebían allí, pero Stella ya rondaba los cuarenta años y empezaba a estar harta de aquella gentuza. Ella conocía a más de un mafioso; no todos eran así, por el amor de Dios.
Aquellos tipos, que encima solo cobraban dinero de los empresarios de la zona y mataban casi por diversión, eran como un maldito grano en el culo cada viernes. Y allí estaban, gritando, jodiendo y bebiendo.
Se volvió hacia la estantería trasera de la barra, tomó dos botellas más de whisky y se las llevó.
Fue cuando vió al jóven bajar las escaleras. Stella avanzó de nuevo hacia su puesto de trabajo y observó al tipo con suma atención, sus pantalones se ceñían a su cuerpo como una segunda piel. Tenía los muslos fuertes y eso le llamó la atención y una camisa blanca que flotaba por el aire acondicionado cada vez que se movía.
Parecía una gacela, fue lo que pensó.
Como era llamativo y tremendamente guapo para lo que ella entendía como tal, se quedó observándolo con atención. No podía precisar su edad, ni siquiera cuando le pidió una copa sin alcohol. Tipos así era lo que ese negocio necesitaba, hombres hermosos y tranquilos que no bebieran alcohol hasta perder la consciencia o vomitar.
Stella le sirvió una cerveza y él se acomodó en uno de los taburetes y le sonrió con dulzura.
El jóven desvió la vista hacia la mesa de los escandalosos cuando una de las mujeres soltó un alarido y luego una risa de toxicómana borracha. No pareció molestarle, solo observaba con atención.
—¿Quiere quitarse el abrigo, jovencito? Hay un perchero allí.
El jóven le dijo que no era necesario, que estaba bien, pero lo cierto es que con aquel abrigo debía de tener calor, aunque su expresión era plácida, tranquila y sus manos se movían con precisión cuando tomó la botella de cerveza y bebió.
Y entonces todo pasó demasiado rápido, tan rápido que Stella no fue capaz de comprender hasta mucho tiempo después.
El jóven le hizo una señal con la mano y ella se aproximó a él como si fuera a contarle un secreto.
Cuatro hombres bajaban las escaleras formando una hilera casi perfecta.
—Agáchate y no te muevas…—le dijo.
En ese mismo momento, lo vio levantarse del taburete, metió la mano entre el abrigo y la espalda y sacó una pistola. Stella ahogó un grito de espanto, pero en vez de agacharse se quedó clavada en el suelo como si la acabaran de apuntalar los pies.
Vió girar al chico con un gesto grácil y su abrigo revoloteó formando una ola sensual que pareció ir a cámara lenta mientras los cuatro hombres que bajaban las escaleras se ponían frente al grupo escandaloso que todavía no había detectado su presencia.
El jóven pasó entre ellos levantó la pistola y disparó a la cabeza del que parecía que llevaba la voz cantante y antes de que pudieran sacar sus armas los demás, se produjo un tiroteo de lo más ruidoso que hizo saltar vasos, copas, putas y demás complementos decorativos del local.
La gente comenzó a gritar, se tiraba por el suelo tratando de huir de la lluvia de vidrios. Stella los vio guardar sus pistolas con elegancia y el jóven se acercó a la barra, se acabó la cerveza y dejó unos billetes. Sacó un sobre doblado por la mitad y lo deslizó por la barra.
—Dile que tiene una semana.
Dicho eso, dió dos pasos atrás, hizo un gesto a sus hombres y se fueron sin más.
Stella se quedó en silencio con el sobre en sus manos. Su compañero se había puesto en pie y observaba el lugar con una expresión de susto. Se fue hacia ella.
—Oye, ¿estás bien?
Stella no podía moverse cuando leyó el nombre que aparecía garabateado en una esquina.
—¿Qué pasa? ¿Para quién es?
Stella tragó saliva y se volvió para mirarlo con el rostro desencajado.
—Es para Vitalio. Leone Vitalio.
Su compañero se llevó las manos a la cabeza.
—Carajo. Esto se va a poner jodido.
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JungKook abrió el grifo del agua y metió las manos ensangrentadas bajo el chorro. Mijaíl estaba situado detrás de él y lo miraba con atención. Le entregó una toalla cuando terminó de lavarse y se apoyó en la pared.
—¿Sigue sin hablar?
Mijaíl asintió.
—Lo ha matado… así que si tenía algo más que decir será complicado… Cortarle la lengua no fue buena idea, jefe.
JungKook alzó la cara hacia el techo y se pasó la mano por la barbilla.
—Una pena. Tendremos más suerte la próxima vez.
Mijaíl volvió a asentir con la cabeza y se retiró. Namjoon entró al baño y miró a JungKook con inquietud.
Éste al verlo, entrecerró los ojos y preguntó:
—¿Qué pasa?
—Hoseok ya dejó el mensaje en Plugia. Tenemos que estar atentos para cuando Vitalio venga por nosotros y...
JungKook se desesperó.
—A lo que realmente viniste, Namjoon.
Nam se rascó la cabeza.
—Taehyung acaba de matar a Sullivan.
Al oír aquello parpadeó con una expresión algo tensa.
—Mierda—bufó—. Hijo de puta.
Apoyó las manos sobre el lavabo y resopló enfurecido.
—Había una gran posibilidad de que lo hiciera. Sabías eso.
JungKook apretó la mandíbula y asintió muy despacio.
—Um, supongo que esta es una nueva versión de él. Joderme hasta el cansancio.
Nam se rió.
—¿Harás algo al respecto?
JungKook negó, se tocó la sien con un dedo y se dió dos golpecitos.
—No. Todo está aquí. Acumulándose…
Se oyó un bullicio en el pasillo. JungKook fue hacia la puerta y salió. Mijaíl apareció de nuevo con dos hombres a sus espaldas.
—Jefe...
Carraspeó. Le había salido la voz aflautada. JungKook no se movió.
—Jefe. Está todo listo. El señor Min lo espera en el lugar acordado.
JungKook sacó un cigarrillo y lo encendió.
—Bien vamos allá...
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JungKook entró en un garaje subterráneo y fue directo al maletero de su coche, le dio un leve golpecito y lo abrió; había un tipo con la cara descompuesta, la boca encintada, atado de pies y manos dentro.
—Disculpa la tardanza, amigo… Ahora mismo te llevamos a casa.
Cerró cuando el tipo balbuceaba algo y subió al asiento de atrás. Sus hombres entraron en el vehículo y arrancaron el coche.
Llegaron a una especie de fábrica abandonada. Yoongi estaba en la entrada y cuando los vio tiró de una maneta y el enorme portón se deslizó por unas guías metálicas para dejarles paso.
Dos tipos sacaron al rehén del maletero y lo llevaron en volandas a una habitación de lo más sórdida iluminada por unos fluorescentes. Las paredes estaban cubiertas de baldosas blancas y en el suelo había un desagüe junto a una mesa y dos sillas. Lo sentaron allí.
El tipo estaba temblando. JungKook fue hacia la mesa, se quitó el abrigo, lo dobló pulcramente y lo dejó sobre el respaldo de la otra silla.
Yoongi entró al cabo de unos instantes con una carpeta en la mano y levantó un papel anclado a una pinza metálica. Arrancó de un tirón la cinta de embalar que le cubría la boca y el hombre jadeó.
—Nombre y cargo.
—Vla.. Vladimir… Segundo grado… Diam… Diamante rojo.
—¿Qué hacías en la lista de compradores en la subasta de Nápoles hace cinco años?
El tipo bufó algo y negó con la cabeza.
JungKook doblaba meticulosamente las mangas de su camisa por encima del codo.
—Que … ¿Quiénes son ustedes?—preguntó con odio mirando hacia él.
—Tienes bolas que preguntes en la situación en la que estás quién mierda es alguien, amigo.
—дерьмо.
Uno de los hombres de JungKook soltó sus manos mientras otro le ataba las muñecas a los brazos de la silla con cinta aislante. JungKook se fue hacia la mesa.
El ruso no lo perdía de vista, pero Yoongi lo agarró por la mandíbula y le hizo mirarlo.
—Deja de mirarlo a él y dime qué hacías en la subasta de Nápoles hace cinco años. Segunda vez que te lo pregunto.
—Вы никогда не должны выдавать ни один из секретов этого…
Se puso a recitar el juramento con rabia justo en el mismo instante que JungKook se giró.
Fue hacia él, apoyó los dedos en una de sus manos y levantando el brazo derecho descargó un golpe seco y el hombre chilló.
Le había clavado una punta de metal en el dorso. Giró el martillo y se fue hacia la otra mano.
—¡Hijo de puta! –chilló el infeliz mirando su mano.
JungKook sujetaba otro clavo entre los labios.
—¡Maldito! ¡Bastardo de mierda!
—¿Qué hacías en la subasta? –repitió Yoongi.
—¡No puedo hacerlo, no puedo…!
JungKook lanzó otro movimiento rápido y le clavó la otra mano. El hombre chilló de nuevo y maldijo en su idioma mientras pataleaba tratando de alejarse de él.
Miró a JungKook, éste mantenía la cara elevada y moviendo la lengua dejó asomar entre los labios otra punta de metal.
Señaló con el martillo su rodilla derecha y le guiñó un ojo.
—¡Nos dijeron que debíamos infiltrarnos cómo compradores, no debíamos hacer ningún movimiento!
—¿Quién dió la orden?
El hombre negó con la cabeza. JungKook apoyó la punta en su rodilla y levantó el brazo.
—¡Espera! ¡Espera! Kuznetsov. Yuri Kuznetsov, pero la orden viene de arriba. ¡No sé quién le dio la orden a…!
Le clavó la punta con otro golpe seco y el alarido fue espeluznante.
—Sabías lo de la red Wolverine … ¿verdad?
—¡No lo sabíamos! ¡Solo seguíamos órdenes! ¡Joder! ¡La puta madre! ¡Tampoco sabíamos a quién debíamos vigilar! ¡Solo debíamos informar lo que iba sucediendo, solo seguíamos órdenes por el amor de Dios…!
El tipo suplicó en ruso cuando JungKook se fue hacia el otro lado de la silla.
—¡Un momento! ¡Un momento, maldición!
JungKook sacó un poco la lengua y se pasó la punta de un lado a otro de la boca. Sonrió.
El pobre individuo sudaba como un cerdo y sangraba por las manos y la pierna. Le dio un tembleque extraño y soltó un insulto.
JungKook descargó el cuarto golpe en su rodilla y a continuación volvió a golpear la punta de la otra rodilla para clavársela más.
Los gritos eran espeluznantes e hicieron entrar a dos de los hombres de Yoongi.
Estos caminaron por un lateral de la sala y observaron el espectáculo.
—¿Qué demonios estás haciendo? ¡Les estoy diciendo lo que me preguntaron, maldita sea!
—Recitas el juramento de tu organización y luego los traicionas… —susurró JungKook—. Mal…
—¡Tú puta madre! ¡Estás loco!
—Dame la dirección de tu superior.
—¿Qué?
JungKook se fue hacia atrás. El hombre giró la cara y lo vio apoyar un dedo en su hombro.
—¡No por el amor de Dios! ¡Ahí, no! ¡No! ¡Espera! ¡Hay un casino, en las afueras de Kkapaeng puedes conseguir información, muy buena información!
—Dime.
Recitó cada dato a la velocidad de la luz mientras Yoongi apuntaba en el papel.
La imagen era desconcertante porque el desgraciado no dejaba de sangrar. La mafia mataba a bocajarro; eso lo sabía muy bien. Pero estos hombres era totalmente diferentes con su forma de actuar.
—¿Vas a terminar el paquete de clavos?—Le preguntó Yoongi.
JungKook sonrió.
—Se ha desmayado.
—¡Traigan un cubo de agua! —gritó Yoongi a otro hombre que estaba fuera.
JungKook le palmoteó la cara y el tipo abrió los ojos medio ido.
—Vuelve a mí, cariño.
Cuando vio su cara a dos palmos, soltó un alarido.
—Tú… Diablo…Yo nunca he matado a nadie….—susurró.
—Esa información nos importa una mierda —comentó desenfadadamente Yoongi.
JungKook lo miró de reojo y su amigo se encogió de hombros. Rozó su frente observándolo como si lo desease y el tipo soltó un graznido.
—No me mates.
—He oído esto tantas veces—rumió entre dientes.
—No… No lo hagas… No… Por favor… Te suplico…
JungKook puso un gesto fingido de sorpresa y dijo:
—¿Qué…? ¿Qué me suplicas? Tú estabas allí… Lo viste todo… Me conoces. Sabías que al que debían vigilar era a mí. ¿Es así?
El hombre sollozó.
—S-si. Nos dieron una foto… se…se suponía que ellos te matarían.
—¿Ellos?
—Los bastones rojos… dijeron que habías muerto. Ellos debian acabar contigo para volver al círculo, esa era la condición.
—Lo suponía. —JungKook arrugó la nariz y apoyó la punta del clavo en su frente—. Pero olvidaron un pequeño detalle.
El tipo abrió los ojos confundido.
—¿Cu-cuál?
JungKook sonrió.
—Que los demonios me protegían.
Nada más decir esto, golpeó la punta y se la clavó en la cabeza.
El tipo puso los ojos en blanco, se convulsionó y dejó caer la cabeza hacia atrás.
JungKook golpeó tres veces más su frente y lanzó el martillo a un lado. Tres jóvenes que Yoongi había reclutado hacía poco tiempo miraban la escena con la boca abierta.
JungKook se limpió las manos con un trapo que había en la mesa y pasó entre ellos.
—¿Qué miran ahí plantados? —bramó Yoongi—. ¡Andando! ¡Limpien esto!
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Grigory era un perdido de la vida para cualquiera que lo conociera. Un tipo que iba de aquí para allá haciendo recados a quién le pagara mejor. Nadie mejor que él conocía las calles de Kkapaeng; había nacido en los suburbios. Tenía cuarenta y dos años y se conservaba bien. Nunca se había drogado, pero a veces agarraba unas cogorzas de órdago y por supuesto se gastaba medio sueldo en prostitutas, sesiones sadomasoquistas y fetiches varios.
Pero Grigory tenía un problema; el tipo que tenía delante, le provocaba un pánico atroz. Era grandote, con los ojos afilados y su cabello castaño estaba perfectamente peinado. Era como una especie de sicario con aire aristócrata. Llevaba un jersey de cuello de cisne y un pantalón de traje negro que debía de costar lo que él ganaba. Sus zapatos estaban lustrosos como si acabara de sacarles brillo y el reloj… era otra cosa; un Rolex negro y dorado que refulgía cada vez que se movía.
Grigory lo analizaba todo y había llegado a la conclusión de que estaba en una situación grave como la mierda; unos hombres se lo habían llevado en volandas de una parada de autobús y estaba sentado y atado a una silla de madera que tenía las patas clavadas al suelo, metido en una especie de zulo en mitad de un bosque que parecía un Bunker de antes de la guerra.
Se sorbió los mocos, llevaba dos horas allí y nadie le había dirigido la palabra, pero el miedo adquirió otro nivel cuando vió llegar al otro individuo.
Un tipo alto, su rostro denotaba juventud pero su mirada era otro cantar. Tenía las manos tatuadas con varios dibujos abstractos que completaban el diseño siniestro pero sin ningún significado y luego, lo notó.
Dos sellos.
Ahí Grigory sí se puso nervioso y por la actitud del resto de individuos tenía mucho poder. El jóven se acomodó en otra silla frente a él y se cruzó de piernas apartándose el abrigo con elegancia. Una estocada hacia atrás y la espalda recta. Llevaba un traje de tres piezas con un chaleco sobre una camisa blanca. Ajustado a su cintura como un figurín. Una mezcla de rebeldía salvaje y clase muy propia de los cabezas visibles de las mafias.
—¿Sabes quién soy?
Grigory negó con la cabeza. Por supuesto que no tenía ni puta idea de quién era, pero por el tono de su voz, alguien que le iba a dar muchos problemas. El jóven se acarició la barbilla con delicadeza y sonrió.
—Mi nombre es Jeon JungKook y creo que tú tienes cierta información que me interesa.
Jeon. Jeon…
Era imposible que fuera ese Jeon.
Al menos rezó para que no fuera. Si él estaba allí sentado en mitad de la nada en el territorio de la mafia roja la cosa pintaba mal. Y luego estaba el otro individuo, el grandote moreno con cara enloquecida.
—Jeon… ¿Qué…? ¿Qué… puedo saber yo que le interese?
—Más bien he planteado mal la cuestión. Tienes ciertos conocimientos que me puede dar más información que necesito.
—¿Yo?
—Tú… puedes darme los nombres de los bastones rojos. Ya sabes, los que toman las decisiones.
Grigory apretó el culo por los nervios.
—Si cooperas conmigo, serás recompensado por tu trabajo. Muy bien recompensado, pero si no lo haces… bueno, tendré que matarte porque me has visto la cara.
¿Y podía elegir?
—También puedes decirme que cooperas y luego traicionarme. No pasa nada. Entonces te buscaré, te cazaré y después te mataré. Tengo entendido que tienes una madre y dos hermanas que viven de lo que tú ganas. Si me traicionas las mataré también y lo haré delante de ti dejándote el suficiente tiempo para que enloquezcas.
Lo decía con tanta suavidad y calma que parecía irreal.
—Ahora mismo dos de mis hombres están delante de la casa de tu familia. Así que no pienses en avisarles. No llegarías a tiempo.
—¿Qué… se supone que debo hacer?
—Los nombres de los líderes en una semana. Eres un perro callejero, conoces cada suburbio como la palma de tu mano y sabemos que te mueves en silencio. ¿Puedo contar contigo?
Grigory asintió.
—Si me das esos nombres en menos de una semana te pagaré lo que ganas en un año. Si me das más información la oferta mejorará —Metió la mano en el bolsillo del chaleco y sacó una tarjetita con una frase escrita a mano y nada más—. Ahí tienes la dirección dónde tienes que ir y un teléfono.
Como estaba atado a la silla solo pudo mirarla al revés. El sudor le caía por la frente formando regueros pringosos, el pelo se le pegaba a la piel.
—Sí… Está bien. Lo haré. No… No se preocupe.
Los bastones rojos habían vuelto a ingresado a la familia hacía unos años. Aquello había sido muy sonado y todo Kkapaeng hablaba de ello con una mezcla de sorpresa y terror. Sabían que años anteriores uno de ellos había sido desterrado pero nadie sabía la razón y el por qué habían vuelto a unirse.
Eso fue lo que le dijo a toda velocidad, tropezando con la lengua cada dos palabras y de vez en cuando escupiendo un poco.
JungKook lo escuchaba con suma atención sin mover un solo músculo de la cara, era como un muñeco de cera impávido, inamovible. Cuando terminó, se puso en pie.
—Entonces tienes trabajo, Grigory.
De pronto oyó unos gritos, un tipo con el cabello oscuro y piel muy pálida, llevaba a rastras a un pobre desgraciado con la cara ensangrentada y una brecha en la frente.
Pasó por delante y JungKook se volvió hacia él.
Se agachó a su lado, se puso un guante en la mano derecha y ejecutó un movimiento que le provocó a Grigory una arcada repentina que estuvo a punto de hacerle vomitar allí mismo.
Jeon apoyó la mano en su mejilla, puso el dedo pulgar en su ojo y lo hundió hasta que el tipo empezó a gritar como una rata.
Chilló tanto que Grigory se mareó.
Las piernas del tipo patalearon y se convulsionaron, pero al estar con los brazos a la espalda lo único que podía hacer era eso; chillar.
Cuando JungKook terminó su trabajo manual, se quitó el guante y lo dejó caer al suelo.
El hombre había perdido la conciencia y permanecía torcido, con el ojo hundido, ensangrentado y la boca abierta.
El jóven se volvió hacia su compañero, le hizo un gesto con la cabeza y ambos se retiraron con la misma elegancia con la que habían entrado.
Y Grigory se quedó allí, temblando con el estómago a punto de cobrar vida solo y un sudor frío por la piel.
Se había metido en mil problemas desde que era una adolescente, mil mierdas y mil aventuras que le habían estado a punto de llevar al otro barrio en mil ocasiones, pero, qué demonios, esto era otro nivel.
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*дерьмо: Mierdas.
*Вы никогда не должны выдавать ни один из секретов этого:
Nunca debes traicionar ninguno de los secretos de esta organización...
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Gracias a las personas que se toman el tiempo en leer, votar y comentar.
¡Nos leemos pronto!
Ciao~•
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