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14- Un fallo en la teoría.

JungKook

Unas horas antes del interrogatorio.








Conduzco todo el día hasta el extremo opuesto de la ciudad de Kkangpae y estaciono al lado de un contenedor de basura a un costado de un edificio de almacén, asegurando las puertas con sólo pulsar el botón en mi llavero cuando salgo. 

El olor de la gasolina del auto cargando el tanque en la gasolinera llena el aire. 

Camino lentamente hacia las puertas dobles de vidrio del frente y empujo una abierta con el sonido de un timbre electrónico alertando al empleado de un nuevo cliente entrando en la tienda: el empleado no levanta la vista de lo que sea que esté haciendo detrás del mostrador. 

Entro al calor de la fetidez de alimentos fritos, agua sucia de trapeador y lejía. Un muchacho joven con desaliñado cabello rubio sale del baño por una puerta al otro lado de las neveras de refrescos y pasa pitando por delante de mí, empujando la alta puerta de vidrio con todo el peso de sus dos flacos brazos juveniles. 

Una ráfaga de aire frío penetra en el 
interior. Miro al chico de la puerta por un momento mientras corre hacia el auto en la gasolinera, abre de golpe la puerta de atrás y salta dentro.

Segundos después, el auto sale a la calle y se va. Vuelvo mi atención de nuevo a Mijaíl Petrov trabajando detrás del mostrador.

Haciendo mi camino hacia él, me tomo mi tiempo, escaneando con indiferencia las diversas comidas chatarra de estación de gasolina con sobreprecio, los pastelitos envueltos individualmente y las pequeñas latas de salsa de frijoles que se exhiben en 
los estantes exteriores. Todo está alineado de una forma ordenada.

Finalmente, Mijaíl mira hacia arriba.

Vuelve a mirar.

La sonrisa que sólo llegaba hasta sus ojos desaparece al verme. Jadea agudamente y cae hacia atrás contra los estantes exhibiendo diversos medicamentos, paquetes dobles de Tylenol y Advil y cápsulas para el resfriado y la gripe, y la mercancía cae de los soportes en un disperso desorden en el suelo.

—¡Eres tú! —Señala con un tembloroso dedo hacia mí—. ¡Mira, hombre, yo no he... yo… yo no he hecho nada desde aquella noche! ¡Lo juro!

Se consiguió un par de dientes superiores postizos, ya veo.

Todavía tambaleándose hacia atrás contra la estantería como si pudiera caminar justo a través de la pared detrás de él, más mercancía termina en el piso hasta que finalmente se da cuenta que no tiene a dónde ir.

Todo su cuerpo, vestido bastante decentemente con una agradable camisa blanca y un par de pantalones vaqueros azules limpios, se sacude febrilmente. Sus ojos pequeños y brillantes parecen tan grandes como pueden ser mis puños; las arrugas y las líneas a su alrededor y en las esquinas se profundizan, se extienden y pulsan. 

Su oscuro cabello rizado ha sido lavado y no se ve grasoso bajo las luces fluorescentes encendidas por encima de nosotros en el techo. Ciertamente ha cambiado desde que lo torturé hace unos años.

Avanzo el resto del camino hasta el mostrador y me quedo de pie con ambas manos enterradas en los bolsillos de mi abrigo. Los ojos de Mijaíl se mueven de ida y vuelta de mi rostro a mis manos, probablemente preocupado por lo que podría estar escondiendo en ellas detrás de la tela de mi abrigo. ¿Agujas para inyectarlo? ¿Tenazas para sacarle el resto de los dientes? ¿Un cuchillo para cortarle la lengua, quizás? ¿Mi Glock para sacarlo de su miseria?

—Mira, no le dije nada a nadie —tartamudea con una mano hacia mí, la palma hacia adelante—. No dije mierda. No hice una mierda. —Mira alrededor de la tienda—. Tengo un trabajo de verdad aquí. No paga mucho, pero es un trabajo honesto. —Entonces su voz se eleva y grita cuando aún no respondo—: ¡No hice nada! ¡Nadie sabe lo que me hiciste!

—¿Terminaste?—digo finalmente y él asiente—. Se que no hablaste. Te investigué… Sé que mantuviste tu boca cerrada, Petrov.

Bajando mi mirada hacia una caja de gomas de mascar de dieta sobre el 
mostrador, cada uno envuelto individualmente en envoltorios de plástico transparente, señalo y digo:

—¿Te molesta?

—Por supuesto, por supuesto…—dice rápidamente, haciendo un gesto con 
ambas manos hacia la goma de mascar—. Estás en tu casa, hombre. De hecho, puedes tener toda esta maldita tienda si lo deseas. —Sonríe quisquillosamente.

Agarro una sola pieza de goma de mascar de la caja y le saco el envoltorio de plástico, haciéndolo estallar en mi boca.

—Veo que tienes nuevos dientes ―digo y luego comienzo a masticar.

Asiente rápidamente.

—S… sí, ajá, hay un dentista agradable del otro lado de la ciudad que ayuda a los adictos que tratan de mantenerse limpios. En realidad no perdí mis dientes por causa de la metanfetamina o algo ―sonrío y continúo masticando―, pero él me ayudó. Me consiguió una prótesis de verdad barata y me puso en un plan de pago. Está totalmente pagado.

Deslizo mis manos hacia atrás dentro de mis bolsillos.

—¿Cómo te gustaría un juego de implantes permanentes? —pregunto.

Mijaíl  frunce su ceño confusamente.

—¿No sé lo que quieres decir? —Está extremadamente nervioso.

Creo que huelo orina.

Hago una mueca.

—Esta goma de mascar sabe a mierda —digo.

Asiente de nuevo rápidamente, inseguro y aún temeroso de todos mis movimientos y palabras.

—Sí, a los niños les gusta esas cosas…

—Bueno, Mijail —regreso al punto en cuestión—. Tengo una propuesta de 
trabajo para ti. Es decir, si estás interesado en escucharla.

Silencio.

No sabe cuál es la respuesta que quiero que me dé, pero es seguro que sabe cuál es la respuesta que quiero escuchar.

Opta por el término medio.

—Mmmm, no estoy seguro de sí entendí.

Llevando el pequeño envoltorio de plástico hasta mis labios, escupo el chicle de nuevo en él y luego lo arrojo a la basura presionada contra el mostrador en el suelo.

—He estado dando vueltas a algunas ideas —comienzo de la misma manera indiferente con la que entré—, y creo que eres el tipo de hombre para el trabajo. 

Puedes pagar los implantes dentales dentro de un mes. Por supuesto, 
pasarías a través de unas pruebas de lealtad entre otras cosas, y al igual que con cualquier trabajo propuesto por mi, si me jodes voy a cortarte en pequeños pedazos con un cuchillo desafilado, pero creo que eres el hombre correcto. ¿Qué dices?

— Bien, eso… no suena nada alentador—se rasca su cabeza—, ¿cuál es exactamente el trabajo? Quiero decir, uh, supongo que me gustaría saber lo que se espera de mí... bueno, es decir, ¿si está bien que sepa antes de que esté de acuerdo?

Sí, eso que huelo definitivamente es orina.

Saco un cheque de caja con su nombre en él y lo coloco sobre el mostrador, 
deslizándolo en su vista.

Mira hacia abajo con nerviosismo, teniendo dificultad para mirarlo conmigo de pie lo suficientemente cerca como para agarrarlo cuando baje la guardia.

—Santa puta... —su voz se apaga y, finalmente, mantiene su atención sobre mí poniéndolo en segundo plano mientras las cinco cifras al lado de su nombre danzan en su línea de visión.

Agarra el cheque en su mano como si quisiera asegurarse de que es real, y 
finalmente de nuevo levanta su mirada hacía mí a través de esos ojos muy abiertos sobre el exhibidor, debajo de su cabello rizado color negro.

—Puedes hacer mucho todos los meses —digo—. Mientras realices el trabajo a mi completa satisfacción y aprobación, siempre y cuando permanezcas callado y no lo jodas.

—¿Qué necesitas que haga?— pregunta cauteloso.

Me inclino hacia adelante y él se acerca un poco para poder oirme. 

— Necesito que seas mis ojos y oídos en territorio dónde no soy bienvenido.

Sus ojos finalmente están sonriendo de nuevo, al igual que lo comenzaba a hacer la primera vez que entré en la tienda y todavía no se daba cuenta de quién era yo. 

Ahora toda su cara está sonriendo. 

Codicioso. Como un pirata estando de pie sobre un cofre de oro. El trabajo podría apestar una vez por semana y probablemente estaría de acuerdo para esa cantidad de dinero.

—Soy tu hombre—dice.

Sonrío imperceptiblemente y saco el llavero de mi bolsillo. Lo lanzo sobre el mostrador.

—Dame las llaves de tu coche—. Le ordeno.

Mijail parpadea, su mano viaja automáticamente a su bolsillo antes de detenerse. 

—¿Por qué? —pregunta, un poco confundido.

—Porque mi auto tiene un puto rastreador y me están rastreando aquí mientras hablamos. 

Miro el reloj en mi muñeca derecha y luego a Mijaíl severamente por qué ya no cuento con mucho tiempo.

Rápidamente asiente y me entrega sus llaves. 

—Espera, uhh —dice en voz alta mientras comienzo a alejarme, me detengo y me doy la vuelta para mirarlo—. ¿Cómo hago para…?

—Estaré en contacto —digo y empujo abriendo la puerta de cristal.

Mijaíl Petrov se convertirá en mi asistente privado. Por su antiguo trabajo puede infiltrarse sin ser un sospechoso principal. Mijaíl conoce a casi todo el mundo en el círculo de la mafia, no sólo en Kkangpae.

Conoce la jerga. Los detalles, y donde encontrar a toda la gente, quienes un día terminarán en mi silla si uno de ellos fué quién me jodió por cinco años. 

Cuando Taehyung me entregó el USB por un largo tiempo no encontré nada. Pero solo tenía que tomar las cosas con pinzas, detenerme y descifrar lo que mis ojos a simple vista no podían ver. 

Fue en ese momento que me di cuenta el por qué Taehyung quería que revisara la lista de compradores, pero todas las piezas no estaban viniendo a mí lo suficientemente rápido.
Estaba demasiado desorientado para entender todo esto tan rápidamente como de costumbre. Pero lo que sí entendía es que esos nombres no estaban allí por la subasta. Estaban por mí.

Sin embargo, todavía había agujeros en mi teoría. 

Sumido en mis pensamientos, vuelvo mis ojos a la autopista. Veo un coche tomar la salida más adelante y maldigo.

Podría huir y eludir al hombre misterioso que está siguiéndome, pero tengo curiosidad. No hay una fila de luces azules y rojas parpadeando por la autopista así que me relajo.

El hombre misterioso no me hace esperar mucho. Se dirige hacia aquí, viniendo hacia mí. Me desvío de la carretera para ocultarme, pero me aseguro de que él me vea primero. El auto reduce la velocidad al entrar en el arcén.

Los autos pasan a toda velocidad por la autopista, y yo aprovecho la distracción de un claxon atronador para salir del auto de Mijaíl y adentrarme más en la franja de árboles. Si este tipo me ha estado siguiendo desde Kkangpae, no se va a rendir ahora.

Paso por encima de los árboles y entro en el aparcamiento trasero de un gran supermercado. Este espacio es demasiado abierto, demasiado público. Hago un rápido escrutinio desde la pendiente y observo el campanario de una iglesia en la distancia cercana. 

Sonrío. 

Perfecto.

Decidido el destino, rodeo el solar hacia el lado del edificio. No me muevo demasiado rápido, para no perderlo. Este tipo no es sigiloso, a pesar de lo que probablemente piense. Puedo oír sus pesadas pisadas sobre la grava mientras me alejo del edificio.

El pueblo es una parada única. Su propósito principal es servir a los 
viajeros de paso. Lo que significa que la carretera está prácticamente vacía 
una vez que atravieso la calle principal. 

Una farola se encuentra delante de 
la iglesia, que por lo demás está a oscuras.

Detrás de la pequeña estructura de ladrillo hay un cementerio. Es un poco tópico, dar una persecución en un cementerio, pero las tumbas abiertas son un buen tema de conversación.

Sus pasos se acercan, y localizo una lápida de tamaño decente para 
sumergirme detrás. Desde aquí, puedo distinguir su amplio perfil. 

Está agotado y se inclina para recuperar el aliento. Luego, cuando se endereza, se lleva la mano a la boca y enciende un mechero. Una nebulosa anaranjada se proyecta en la noche. El humo se eleva, un fino zarcillo que se desliza hacia la luz de la calle. 

Se pone en marcha en dirección contraria, así que levanto una piedra y la pateo. La piedra golpea una lápida. El hombre se detiene bruscamente y saca una pistola de su funda mientras se adentra en el cementerio. 

La adrenalina de la caza corre por mis venas como lava fundida. Es intoxicante. 

Casi mi droga favorita.

Me sitúo detrás de un árbol, camuflado en la oscuridad, mientras él le quita la guinda al cigarrillo y se guarda la colilla. Muy considerado por su parte.

Cuando temo que esté a punto de abandonar la persecución, me doy a conocer. Me acerco a él por detrás y, mientras se empeña en encender otro cigarrillo, le rodeo el cuello con mi alambre de esculpir.

Sus pliegues de grasa me impiden agarrarlo bien. Aprieto el alambre, con los músculos tensos. Un par de segundos de conmoción, y luego él arremete, luchando mientras intenta soltar el alambre. 

Retrocede hacia mí, luchando, antes de que pueda bajarlo al suelo.

Durante la refriega, su pistola cae.

Cuando está a punto de perder el conocimiento, aflojo el cable y le permito respirar con dificultad. 

Recojo la pistola y la meto en mi cintura. 

—Debes ser el policía más valiente, o el más estúpido —digo, moviéndome hacia una franja de luz de la luna para que pueda verme la cara.

El agente Michaels tose, con los ojos desorbitados por la presión. Pasan 
unos segundos más antes de que pueda hablar. 

—Jeon... —balbucea, inhala una bocanada de aire.

— Oh, hombre… estamos en confianza—me arrodillo a su lado y saco mi navaja— ¿Que te parece si me llamas por mi nombre? 

Con la mano en la garganta, Michaels mira la hoja.

—Vete a la mierda.

Michaels es una sorpresa. Uno de esos raros regalos. No esperaba esta clase de audacia del engorroso agente. La presión de su trabajo debe estar afectándole para hacer un movimiento tan precipitado.

—Sabía que no podías mantenerte tranquilo —dice, recuperando por fin el aliento—. Y sabía que pronto harías un movimiento fuera de los límites. Sólo tenía que seguir observando y esperando. Sabía que lo harías.

Tiene puntos por la persistencia. Me centré en Woolrich como una amenaza más que en Michaels. Pero hay algo que decir acerca de su obstinación. Giro el cuchillo, captando la luz. 

—Hay un fallo en su plan, agente. ¿Dónde están sus refuerzos?

Su mandíbula se endurece, su mirada se estrecha. Es obstinado.

Asiento con la cabeza una vez. Luego abro su gabardina.

—Me di cuenta de que te falta la placa. ¿La perdiste? ¿No se amonesta a los policías por eso?

—¿Me vas a matar? —Dice, evadiendo mi pregunta.

Lo miro de arriba a abajo. 

—Contéstame, y lo haré rápido e indoloro.

La dura caída de su nuez de Adán disipó parte de su valentía.

—La perdí —dice—. Suspensión obligatoria disfrazada de vacaciones 

sin sueldo.

Así es como Michaels ha podido seguirme hasta aquí. No se mencionó su suspensión en las noticias, pero entonces, los titulares se han fijado en las historias que merecen la pena. La caza de un asesino en serie. Las investigaciones de la Interpol. 

A nadie le interesa especialmente un agente sin apellido ni relevancia.

Perseguirme a mí, el sicario que está ayudando a la policía y puso en duda sus años de experiencia, le ha costado 
al agente Michaels su carrera. Para un hombre obstinado como él, eso es un 
gran factor de estrés.

—No puedo dejarte ir, Michaels. Últimamente he corrido demasiados 
riesgos —levanto la hoja a su barbilla—. Me lo demostraste esta noche.

Le doy unos segundos para que asimile la realidad de su situación. 

¿Qué va a hacer? 

Ya me ha sorprendido una vez; tal vez sea capaz de más.

Se lanza por el arma.

Su fuerte agarre del cuchillo le produce un corte en la palma de la mano. El rojo se extiende hasta el puño de su abrigo. 

Consigue desequilibrarme, llevándome a la tierra húmeda. Le sale saliva de la boca mientras gruñe desde arriba, intentando todavía arrancarme el cuchillo de las manos.

—Me has costado todo, cabrón.

Enfurecido, Michaels lanza un golpe hacia mi cabeza.

Empujo mi pie con botas por debajo de su amplio estómago y lo empujo. Cae de espaldas, con el cuchillo en la mano. Me pongo en pie y me coloco sobre él.

—Yo y mi equipo están por encima de ti. Merodear a mi alrededor como un imbécil con una erección revela tu incompetencia.

Respira entrecortadamente.

—No soy el único que tiene una obsesión  —dice— ¿Crees que no lo sé? La estoy investigando, sabes. Se que hay un motivo por cual la doctora Sullivan te puso en el caso.

Su mano sale disparada más rápido de lo que había previsto. El filo de la cuchilla roza en mi espinilla. El dolor se retrasa; mi adrenalina está demasiado disparada. 

Pisoteo la muñeca de Michaels, inmovilizando su mano, y extraigo la navaja de sus carnosos dedos.

—Además —digo mientras limpio la hoja en su cuello—. Te equivocas con ella. Tu preocupación por la buena doctora te está dando una visión de túnel. Tienes que ampliar tu red. —Con las manos en las rodillas, me acerco a su cara—. A menos que ese sea tu plan. Involucrarla.

El miedo debilitante nubla su expresión, dificultando mi evaluación. 

Soy incapaz de obtener una lectura clara de él. Michaels tiembla con una 
combinación de rabia y ansiedad, enmascarando cualquier indicio de 
conmoción por su parte.

—¿De qué estás hablando, psicópata?

Su respuesta es decepcionante. Como no puedo permitir que se interponga más...

—Deberíamos hacer que esto se vea bien —digo—. Sería demasiado vergonzoso por tu parte si me escapara con demasiada facilidad, ¿no crees?

Le planto el pie en el antebrazo y le agarro la muñeca.

La confusión hace que sus cejas se junten, hasta que el repugnante crujido de sus huesos resuena en las lápidas. Por fin aparece una emoción real en su rostro. Siento el crujido del hueso radial de Michaels bajo mi bota.

Una letanía de palabras soeces impregna la noche a medida que Michaels pasa por las etapas de conmoción, dolor, miedo. Y finalmente, la rabia.

—Hijo de puta... —su diatriba persiste, volando saliva, mientras se lleva el brazo roto al pecho. Tumbado de espaldas, el agente parece una tortuga volteada, con las extremidades golpeando el suelo sin poder enderezarse.

—Un ala rota no te detendrá por mucho tiempo.

Lo pincho por debajo de la cintura y le quito las esposas. Luego arrastro a Michaels hacia la lápida clavada en el suelo, donde he levantado la piedra a patadas. 

No es una tumba abierta, pero servirá. Además, no puedo tener al agente traumatizado. Todavía lo necesito.

Sus pies me dan una patada, pero está demasiado preocupado por su dolor como para oponer mucha resistencia. Sujeto una de las esposas a su tobillo regordete y la otra a la barra de refuerzo expuesta de la lápida barata. Grita cuando el brazalete de acero le muerde la carne.

—Deberías pensar en una dieta, viejo. 

Me guardo las llaves de las esposas.

Tras un inútil intento de liberar el puño de la barra de refuerzo, Michaels cede. Sin aliento, me mira fijamente.

—No me importa lo que diga James Woolrich, eres un asesino. Un puto asesino como cualquier otro criminal homicida.

Me pongo en cuclillas junto a él y, lo reconozco, no se inmuta.

—¿De verdad crees que ahora es el momento de que me acerque a 
Dios? —Mi tono es brutalmente serio.

En sus ojos aparece un miedo real. Por primera vez, el agente que ha mirado a la muerte a los ojos todos los días de su carrera se da cuenta de que hoy podría ser su último día.

Introduzco la mano en la entretela de su abrigo y saco su teléfono.

—Tienes dos opciones —digo, colocando su móvil junto a su cabeza—. Quítate las esposas o pide ayuda.

Su mirada se estrecha. 

—¿Me estás dando opciones?

Me encojo de hombros. 

—No hay muchas opciones. Puedes masticar tu tobillo antes que enfrentarte a la degradación del departamento y de todos los demás funcionarios... por no hablar de los medios de comunicación que tanto detestas. Pero no creo que tengas el estómago para ello.

Acunando su brazo herido, Michaels mira entre su móvil y yo. Me pongo de pie.

—Buena suerte.

Mientras me pongo en marcha, dice:

—Solo dime si fue Sullivan.

Mis ojos se cierran. 

—Renuncia a eso. Hazlo por tu propio bien.

—Soy un agente —dice con un gruñido—. Si la doctora fue una conspiradora en todo esto, lo descubriré.

Me doy la vuelta y recojo el móvil de Michals. Al revisar los mensajes y 
las llamadas recientes, sacudo la cabeza. 

—No has contactado con nadie desde ayer —empujo el teléfono en mi bolsillo—. Es una lástima. Nadie sabe dónde estás. Grave error, agente.

A través de la neblina del dolor, tarda un momento en descifrar mi intención.

—¿Tiene un pasado con el Segador, cierto? ¡Dime, carajo!

Desenfundo la Glock de mis pantalones.

—Desperdiciaste mi misericordia. No soy un pozo interminable de simpatía. 

Suelto el cargador y, una a una, lanzo las balas al suelo con un movimiento del pulgar.

—¿Qué estás haciendo? —Pregunta Michaels.

Introduzco el cargador vacío y tiro de la corredera hacia atrás. Inclinando el arma hacia Michals, le muestro la culata. 

—Escoge una bala —digo.

Michaels, que aún se agarra el brazo roto contra el pecho, mira las balas de bronce que se encuentran alrededor de su cabeza, negándose a participar en el juego.

—Obstinado como siempre —murmuro, y selecciono una yo mismo. 

La sostengo en alto, luego coloco el cartucho en la recámara y suelto 
la corredera. El sonoro clic hace que Michaels cierre los ojos.

—¿Has jugado alguna vez a la ruleta rusa, Michaels?

Sus ojos se abren de golpe. 

—Estás loco. No puedes jugar a la ruleta con una puta Glock…

—Claro que se puede. —Preparo la pistola y presiono la boca contra su sien—. Las reglas son muy simples. Responde a la pregunta con sinceridad y no te disparo.

Trata de zafarse y suelta un grito estrangulado cuando las esposas le 
tiran de la pierna hacia atrás.

Vuelvo a colocar la pistola en su cabeza.

—¿Listo?

Me envía una mirada letal pero no se mueve esta vez.

—¿Qué diablos quieres saber? —Me dice con los dientes apretados.

—¿Alguna vez has lastimado a un animal?—Pregunto.

—¿Qué carajo...?

—Honestidad, agente. Es muy importante ahora mismo. Sabré si estás mintiendo.

Suelta un fuerte suspiro, el dolor aumenta a pesar de la adrenalina.

—No. Nunca.

Inclino la cabeza, estudiándolo. Decidiendo que está diciendo la verdad, retiro la pistola y abro la corredera de un tirón, sacando la bala.

—Uno menos —digo, y tiro la bala por encima de mi hombro.

La cabeza de Michaels golpea el suelo mientras se relaja, respirando con 
dificultad. 

—¿Esto es una evaluación psicológica enfermiza?

—Algo así. —Cargo otra bala en la culata y aprieto la pistola—. Faltan trece balas. Apuesto a que desearías no haber llenado el cargador hoy.

—Cristo.

—¿Sabes quién me entregó?

Michaels no parpadea. 

—No. Soy un mediocre agente al que no se le ha revelado esa información.

Seguimos así, recorriendo las balas, él dándome las respuestas que quiero saber. 

Hasta que llegamos a la última ronda.

En este punto, Michaels ha dejado de sudar. Está entrando en shock. Sin embargo, todavía no he obtenido la respuesta que necesito. 

Cargo la bala.

—No es una ruleta rusa a menos que te apuntes a ti mismo de vez en cuando —dice entre jadeos. Se le cierran los ojos.

Le doy un golpe en la cabeza con el cañón para despertarlo. 

—Lo suficientemente justo. Ahora presta atención. —Le estiro el brazo y suelta un grito. Coloco la Glock en su mano temblorosa, ayudándolo a fijar su dedo en el gatillo—. No rompas las normas.

Me mira con incredulidad. Parpadea rápidamente, tratando de despejar el escozor del sudor seco de sus ojos, y luego se coloca sobre el codo y me apunta a la cabeza. Me agacho para facilitárselo. 

Pongo mí frente a la altura del cañón.

Inestable, apenas puede mantener el arma levantada. Sin embargo, le doy crédito a Michals, su obstinada determinación no le permite soltar el arma.

—Pregunta —digo.

El frío acero tiembla contra mi frente. 

Michaels sonríe.

—Vete a la mierda. 

Su dedo se estremece, aprieta el gatillo y la corredera se encaja con un sonoro clic. 

Los ojos de Michaels se abren de par en par. 

Intenta apretar el gatillo de nuevo y yo le quito la pistola.

Le enseño la bala que tengo en la mano.

—Nadie pasa la prueba —digo mientras guardo la bala, esta vez sin dejarla caer primero en mi mano—. Lo siento. Eso no es correcto. 

—¿Estás buscando aliados en Kkangpae? ¿Para qué?

Compruebo la pistola, asegurándome de que está lista, y me pongo en pie. 

—Tú eras el agente —digo, apuntándole con el arma—. Hubieras descubierto eso primero.

—¡Espera! —Michaels levanta la mano, como si fuera a detener la bala—. No puedes hacer esto…—Realmente puedo.—Hace muchos años que no mato a una persona. Pero nuestro juego me ha inspirado de nuevo.

Deslizo mi dedo alrededor del gatillo y apunto.

—Hijo de …

Los autos que pasan están demasiado lejos para escuchar el disparo.




_____________________________

¡Hola bellezas!

Lo siento por este capítulo aburrido pero algunos se preguntaban que estaba haciendo JungKook que no aparecía.

Pues bien, él nunca se detiene.
De igual forma me gustaría saber que les pareció.

Estuve algo ausente por qué debía continuar con TABOO y además el bloqueo, del que siempre les comento, no me permitía escribir.

En fin, si les gustó pueden darle un voto. De todas maneras saben que siempre estoy agradecida por tomarse el tiempo en leer.

Pronto volveré con la continuación de lo que pasará luego de la confesión de César.
(pequeño spolier) Aquí mencioné algo de eso.

¡Nos leemos pronto!

Ciao•

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