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10- El arte del engaño.

Después de teclear el código de acceso en el panel de la puerta, entro en la habitación, armada sólo con mi cuchillo con mango de nácar escondido dentro de mi bota derecha. Me tomo mi tiempo abriéndome paso a través de la habitación y hasta la silla, pero no me siento una vez que llego allí.

Elenai está sentada cómodamente con la espalda apoyada en la silla, los brazos apoyados a lo largo de los delgados reposabrazos de metal y sus uñas pintadas de rojo cubriendo con elegancia los bordes. Todas a excepción de la de su dedo anular izquierdo. 

Sonrío para mis adentros pensando en ello, deteniéndome justo detrás de la silla vacía. 

—¿Hay algo gracioso? —pregunta Elenai.

—En realidad sí —digo con una sonrisa. 

Echo un vistazo a su dedo dañado el tiempo suficiente para que vea a qué me refiero, y luego de nuevo a sus brillantes ojos castaños enmarcados por pestañas oscuras y contusiones. 

—¿Alguien se cansó de escuchar tu mierda y lo amputó?

Sonríe. 

Entonces levanta la mano izquierda y mueve sus largos dedos de manera 
delicada. 

—Lo echo de menos —dice con indiferencia y luego vuelve a colocar la mano sobre el brazo de la silla—. Pero no soy yo la que responde las preguntas aquí. —Hace un gesto hacia la silla—. Siéntate.

—Creo que me quedaré de pie.

—No, yo creo que te sentarás —dice con calma, pero con un aire de autoridad. 

Sonríe. 

Yo no. Y tampoco me siento.

—En realidad esperaba que vinieras de última —dice—. Quiero decir, viendo que tu secreto es uno de los más oscuros.

Eso llama mi atención. 

Inclina la cabeza. 

—Realmente espero por tu bien que nadie esté escuchando nuestra conversación esta vez.

—No sabes nada sobre mí —suelto bruscamente, insegura—. Mi verdadero nombre, y ¿qué? No es difícil de averiguar. Así como la información de la partida de 
nacimiento de Hoseok. Creo que eres un fraude. 

Elenai sonríe y hace gestos hacia la silla de nuevo. 

—Un fraude, tal vez —dice burlándose de mí, como siempre—, pero un fraude que controla si Gyeong-Hui vive o muere, no obstante. Por favor, toma asiento, así podemos estar a la misma altura.

Arqueo la barbilla, apretando los dientes, pero una vez más consigue mi atención. 

—¿Estás pidiéndolo u ordenándolo?

—Pidiéndolo —dice con calma—. Por favor. Siéntate. —Abre su mano en un 
gesto.

Su extraño cambio de actitud me pilla con la guardia baja, pero sólo después de sentarme finalmente me doy cuenta de que aun así me hizo hacerlo. No dice nada en forma de burla, pero sé, sólo por esa ligera mirada de satisfacción en sus ojos que anota otra victoria en su libreta mental. 

No digo nada, y trato de mantener mi propia influencia; lo que queda de ella al menos. 

—¿Qué tal esto? —digo cruzando mis piernas y mis brazos—, me cuentas un 
poco sobre ti en primer lugar, sólo para que podamos estar más... cómodas la una con la otra. Y entonces yo te diré lo que quieres saber.

—¿Mi sangre no es suficiente? —pregunta con una sonrisa de complicidad—. Se la di a ellos libremente, ya sabes. Porque no encontrarán nada en mí. —Levanta las dos manos, con las palmas frente a mí—. ¿Las huellas dactilares? —Se ríe con elegancia—. Tampoco van a encontrar nada en ellas, me temo.

—Entonces hablemos —digo.

Elenai se inclina hacia adelante, apoyando sus brazos sobre la mesa, a pesar de que sólo llega con la mitad de sus antebrazos, las cadenas enganchadas a las esposas les impiden ir más lejos. 

—Te lo dije —dice—. No estoy aquí para responder tus preguntas.

Me pongo de pie y con valentía muevo mi silla el resto del trayecto y la coloco en la mesa a su alcance. No tengo miedo de ella y quiero que lo sepa. 

Sonríe levantando la vista hacia a mí y sus ojos siguen los míos todo el tiempo mientras me siento de nuevo, sólo a medio metro frente a ella. Entonces me inclino hacia delante al igual que ella, poniendo los brazos sobre la mesa delante de mí y 
envolviendo mis manos. 

Echo un vistazo a mis dedos y luego la miro a los ojos desafiante.

—Tengo todos los míos —digo con una burla cruel. Entonces apoyo mis manos sobre la fría mesa de metal, extendiendo mis dedos, con las uñas cuidadas sin pintar, un anillo de oro blanco en el dedo meñique con un diamante de tres quilates y otro de plata con una piedra negra de ónice en mi pulgar derecho. Me quito el anillo del dedo meñique derecho y lo pongo en el anular izquierdo, después sostengo mi mano frente a mí como para admirarla. 

Luego le doy vuelta, la palma frente a mí, para que ella pueda verla también.

—Hay algo en las manos de una mujer que es irresistible para algunos hombres —comienzo, burlándome de ella en mi tono más controlado—. El mismo tipo de hombre a los que les encanta la forma del cuello de una mujer, la curva de sus hombros, o la delicadeza de sus muñecas. Éstos son hombres sofisticados, la clase de hombres que pueden ofrecerle a una mujer una relación más... inteligente. —Giro la mano hacia atrás y hacia adelante lentamente frente a nosotras, mirando ese anillo que brilla en mi dedo anular, y cuanto más hablo, más empieza a moverse una especie de oscuridad dentro de sus ojos, estoy agarrándome un clavo ardiendo, pero parece estar funcionando—. Luego están los hombres que son de pechos y trasero. La mayoría de ellos son sólo aficionados cachondos que no tienen control sexual. —Miro su dedo anular de nuevo—. Eres una mujer hermosa —digo—. Pechos bonitos, buen culo, pero esa mano tuya no te está haciendo ningún favor en realidad. 

Elenai desliza sus manos fuera de la mesa y las apoya en su regazo. Y aunque parece que he pinchado un poco un nervio, su sonrisa socarrona se mantiene intacta. 

Tal vez la vanidad es el problema de su armadura en vez de la confianza. 

—Eres exactamente lo que siempre he imaginado que serías —dice aparentemente ilesa—. Joven, inexperta, bocazas, demasiado confiada, irascible, y muy sobrepasada por la situación. —Se inclina hacia delante de nuevo, pero mantiene sus manos en su regazo; la luz que irradia de la lámpara en forma de cúpula centrada por encima de la mesa hace que su pelo rubio y su lápiz de labios rojo brillen—. Pero no vas a durar en este mundo subterráneo, Jana Hyun. Crees que ser una esclava sexual durante años, sometida a terribles abusos, a la muerte y al lado más oscuro de la naturaleza humana te hace adecuada para un estilo de vida de asesinato profesional, adecuada para meterte en los recintos y salvar a esclavas o que me dices de sentarte en esa mesa entre hombres que están tan fuera de tu liga. —Su sonrisa maliciosa se ensancha en medio de su rostro color crema, pero magullado—. Pero más que eso, sin duda estás fuera de tu liga cuando se trata de mí. Así que, si fuera tú, abandonaría el desesperado intento de ganarme en mi propio juego, y jugaría la única y patética mano que tienes.

Sus palabras me aguijonearon, más de lo que pensé que podrían, pero no dejo que se muestre en mi cara. Al menos espero que no. 

Sonrío y pongo las manos sobre la mesa de nuevo.

En el fondo sé que debería mantener la boca cerrada, que debería dejarla seguir con esto, pero estoy enojada y no puedo evitarlo, tiene razón sobre la parte irascible al menos. 

—Sólo dime quién fue —digo animándola—, quién lo amputó. ¿Fue un hombre? ¿Un ex amante? ¿Un marido? ¿No? —Aprieto mis labios. Ella se mueve un poco en su silla—. ¿Una mujer entonces? Ah, debe ser eso—Sonrío. 

Pero creo que ahora la he perdido, me he alejado demasiado del camino porque su sonrisa vuelve, así que voy en la dirección contraria. 

—¿Fue tu papi entonces? —Tengo los ojos encendidos por la emoción, mis labios se elevan por una esquina, definitivamente he tocado una fibra sensible—. Fue él, ¿no? ¿Por qué tu papi te cortó la punta del dedo, Elenai?

La sonrisa desaparece de su cara en un instante. Su respiración se hace más 
profunda, exhalando audiblemente por sus fosas nasales dilatadas. 

—Cuéntame tu secreto —digo—, y te contaré el mío. Ya has visto la cicatriz en mi rostro, vamos dime,  ¿por qué tu papi lastimó y amputó tu pobre dedo? 

Dientes blancos al descubierto tras unos labios rojos se acercan a mí sobre la mesa tan rápido que mis ojos se cierran y mis manos se levantan instintivamente para bloquearme de la fuerza del golpe. 

Siento que estoy cayendo sólo unos segundos mientras mi silla se va hacia atrás con Elenai encima de mí, hasta que choca contra el duro suelo. Un destello de luz y manchas aparecen delante de mis ojos y el dolor punza a través de mi cráneo cuando mi cabeza rebota contra la baldosa.




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Namjoon


Taehyung y Jimin corren hacia la puerta, con la intención de ir rápidamente en ayuda de Maggi.

—¡Alto! —les ordeno, manteniendo mis ojos en la pantalla. 

—Nam, podría matarla —dice Jimin.

—¡¿Cómo coño se quitó las esposas de las manos?! —grita Taehyung.

 
—No puedes dejarla allí —añade Jimin con determinación. 

Maggi y Elenai se turnan para darse golpes. Elenai está encima de Maggi,
lanzándole los puños a la cabeza, y mientras que es bastante difícil para mí observar, sé que tengo que dejar que siga su curso. 

Me giro hacia Taehyung y Jimin.

—Maggi puede manejarlo por sí misma —digo. 

—Yo no estoy tan seguro —dice Hoseok, claramente preocupado por Maggi—. Hizo falta tres de nosotros para conseguir contenerla en el auditorio.

Miro a la derecha hacia la derecha donde está Hoseok. Y luego a Taehyung.

—Ella va a estar bien.

Ambos dudan antes de ceder y retroceder para pararse frente a las pantallas.

—Espero que tengas razón. —Tae se cruza de brazos. 

Manteniendo los ojos fijos en la lucha, lo único que puedo pensar es que...espero tener razón también.







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Maggi





La silla de metal en la que había estado sentada está volteada hacia un lado. 

Llego hasta a ella a ciegas con mi mano derecha, forcejeando para agarrar cualquier parte de ella con mis dedos, y cuando por fin lo hago, no sé cómo pero tengo suficiente fuerza con una mano para levantarla lo bastante lejos del suelo y golpearla en un lado de la cabeza con ella. 

Elenai cae de costado y suelta mi cintura, cubriéndose la cabeza con las manos, que de alguna manera ya no están atadas por las esposas. 

Sin perder ni siquiera un segundo, me pongo de rodillas y agarro la silla plegable otra vez, con las dos manos en esta ocasión y la estrello en la parte superior de su cabeza de nuevo.

Elenai se las arregla para rodar fuera del camino justo antes de que la silla caiga por tercera vez. Produce un estruendo metálico contra el suelo cuando la dejo caer y me pongo de pie para ir tras ella. 

Trata de levantarse, pero las esposas y la cadena atadas a sus tobillos no se mueven de su sitio, lo que hace difícil para ella moverse a cualquier lugar más alto que el suelo. 

Estoy encima de ella en un instante, de la misma manera en que ella estaba 
encima de mí hace unos momentos, sentándome a horcajadas con las rodillas a sus costados. 

Agarrando ambos lados de su cabeza, suena un porrazo cuando golpeo la parte trasera de su cráneo contra el suelo. Una vez. Dos veces. 

—¡Ahhh! ¡Perra! —grita, agarrando mis bíceps con sus manos, clavando las uñas en la carne y rompiendo la piel. Su cuerpo se desplaza bajo mi peso mientras intenta levantar las piernas desde atrás para encerrarlas a mí alrededor como lo hizo en el auditorio, pero no puede separar sus piernas lo suficiente debido a la cadena entre sus tobillos.

Me desprendo de ella de un salto, mordiendo con dureza mi labio inferior por la rabia, en mis ojos se arremolinan el calor y la ira cuando me inclino sobre ella en el suelo y agarro un puñado de pelo rubio, con mis dedos presionando contra la parte posterior de su cuero cabelludo, y arrastro su cuerpo sobre su espalda por el suelo de baldosas. Sus tacones negros se salen, quedándose en un reguero tras ella. 

Antes de llevarla todo el trayecto de vuelta hasta su lado de la mesa, pierdo el equilibrio y me desplomo cuando me agarra el tobillo con ambas manos y tira hacia atrás con todas sus fuerzas. La sangre brota en mi boca cuando mi cara hace contacto contra el suelo. 

De repente no puedo respirar. Mis ojos ruedan hasta la parte de atrás de mi 
cabeza mientras aprieta la cadena entre sus tobillos alrededor de mi garganta, hace la tijera con sus piernas con fuerza mientras se tumba en el suelo, levanta el cuerpo sobre sus antebrazos, toda su fuerza transferida a sus pies, inmovilizándome en el sitio. Mis dedos suben rápidamente mientras trato desesperadamente de meterlos detrás de las cadenas. 

Siento como toda mi cabeza se calienta, mi cuello se entumece quedándose rígido, y volviéndose rojo remolacha y púrpura. 

Aprieta los tobillos aún más, dejándome inmóvil; el olor de sus pantalones de cuero ajustados es intenso en mis fosas nasales. Quiero rendirme, siento que es todo lo que puedo hacer. Mi cuerpo empieza a traicionarme cuando mis miembros comiencen a debilitarse. Jadeo por aire que simplemente no llegará y las comisuras de mis ojos se llenan con lágrimas de agotamiento. 

—Fuera de tu liga —escucho que dice la voz de Elenai en medio del ruidoso 
bombeo de sangre en mi cabeza. 

Algo dentro de mí se quiebra, y mis ojos se abren salvajemente en mi cara. Grito algo que ni siquiera puedo descifrar y finalmente consigo poner mis dedos entre la cadena y la garganta. Tiro alejándola con todo lo que tengo, incentivada por la rabia, la venganza y el deseo de vivir, hasta que consigo vencerla y libero mi cuello, estampando sus piernas contra el suelo. 

Empieza a arrastrarse sobre sus manos y sus rodillas en dirección a mi silla volcada. 

Me levanto de un salto, sacando a Jezabel de mi bota antes de estar totalmente erguida y me pongo de pie sobre ella con la hoja contra su garganta y la parte posterior de su pelo en mi puño, tirando de su cuello hacia atrás lo más que se puede sin que se rompa. 

—¡Voy a cortarte algo más que el dedo, hija de puta!

Ella se congela. Sus caderas, su pelvis y sus piernas están presionadas contra el suelo, la parte blanca de sus ojos es visibles para mí cuando me inclino sobre ella desde atrás. 


—¡¿Dónde está Gyeong?! —tiro de su cuero cabelludo, jalando su cuello hacia atrás aún más lejos; si ella siquiera se estremece de forma equivocada, la hoja le cortará la piel y lo sabe—. ¡A la mierda estos juegos tuyos! ¡Dime dónde te la llevaste! 

—Acércate y te lo diré —dice con dificultad, su voz forzada. 

Sin siquiera pensar en ello lo hago, pero mantengo la hoja contra su garganta cuando me siento sobre su espalda. 

—Intenta algo y te mato —gruño, mis labios junto a su oído. 

No trata de defenderse, pero no siento derrota en ella. Es otra cosa. Esa 
confianza en ella que he llegado a despreciar. A pesar de que soy yo la que está sentada encima de ella, la que tiene el cuchillo pegado a su garganta, no puedo evitar sentir que todavía es ella la que tiene el control. 

—¿Dónde está? —susurro con dureza contra el lado de su cara. 

—Siete años como esclava sexual en un recinto de un mugroso pueblo —susurra de vuelta—. Algo me dice que no se preocupaban mucho por los condones. ¿Lo hacían, Jana?

Todo mi cuerpo, cada hueso, cada músculo, se vuelve sólido en un instante. 

—Si quieres que Gyeong viva —dice, todavía en un susurro muy bajo para 
que el audio lo recoja—, entonces tú y yo necesitamos tener una charla sobre los aspectos específicos de la relación que tuviste con Jung.

Me siento encima de ella lo que se siente como una eternidad, a horcajadas sobre su espalda, perdida, sometida a algún tipo de aturdimiento. No puedo encontrar las 
palabras. O mi pulso. Y mi mente está huyendo de mí. 

Entonces el mango del cuchillo empieza a temblar y mi respiración se vuelve inestable. 

Alejo el cuchillo de su garganta, con la otra mano empujo su cabeza hacia abajo violentamente contra la baldosa, poniéndome de pie con enojo y alejándome de ella. 

No la miro mientras se levanta, luchando por ponerse de pie con los tobillos atados. 

Simplemente miro al suelo cuando arrastra los pies justo por delante de mí,recogiendo sus tacones negros por el camino, y vuelve a su asiento al otro lado de la mesa. 

Me mantengo de espaldas a ella, incapaz de moverme; mis ojos empiezan a arder por las lágrimas abriéndose paso hasta la superficie. Mi cuchillo está agarrado con firmeza en mi mano, apoyado en mi costado. Tengo ganas de usarlo conmigo misma.

—¿Comenzamos? —dice Elenai con tanta calma como siempre, esperándome en la mesa—. Estoy ansiosa por escuchar todo acerca de tu tiempo en Garden Baron—dice que con una voz más audible, mirando a una cámara. 

Elevando mi cabeza lentamente, levanto la mirada hacia la pequeña cámara oculta incrustada en la rejilla de ventilación cerca del techo a mi derecha. Miro a la derecha hacia los chicos, o al menos espero que se den cuenta de que eso es lo que estoy 
haciendo, mis ojos llenos de arrepentimiento, vergüenza y...tristeza. 

Una lágrima cae por mi mejilla, pero no tengo energía para secarla. 

Mis ojos se alejan de la cámara y miran al suelo en su lugar.




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Taehyung


—Apaga el puto audio —le ordeno a Hoseok. 

Jimin discute.

—Espera, tenemos que dejarlo encendido en caso de que...

—Dije apágalo.

Por primera vez desde que entré en esta habitación, siento la necesidad de 
sentarme. 

—Tae, esto es un error —dice Jimin —. Cualquier cosa que diga esa perra podría ser de utilidad. 

—Soy consciente, Jimin.

El audio deja de funcionar cuando Hoseok lo apaga en la mesa a mi derecha. 

Mantengo mis ojos en la pantalla. Un odio oculto por Elenai comienza a revelarse dentro de mí, hirviendo bajo la superficie y haciéndose más oscuro cuanto más daño le hace a Maggi.

—Tae...

—Maggi sufrió bastante —lo interrumpo con ácido en mi voz. Giro sólo la cabeza para mirar a Nam—. No tienes ni idea de lo que pasó en Garden Baron, Namjoon, ninguno de nosotros en realidad. Esta mujer puede estar obligándola a decirle cosas que estoy seguro de que Maggi no quiere que nadie sepa, y menos todos nosotros. No vamos a escuchar su confesión. Sea lo que sea, es su maldito secreto. Es asunto suyo. Y cuando esté lista para decírtelo a ti, a mí o cualquier otra persona, sólo entonces lo escucharemos.

Nam cede fácilmente. Asintiendo dice:

—No, tienes razón. Además, si Elenai dice algo que Maggi crea que podemos utilizar, nos lo hará saber.

Asiento y me vuelvo hacia la pantalla.

—Hoseok y Jimin —ordena Nam—vayan a ver si han conseguido algo con la sangre o las huellas dactilares de esta mujer. Quiero saber quién es antes de que esta noche haya terminado.

Ambos asienten y salen de la habitación a toda prisa. 

Me quedo mirando a la pantalla, al cabello rojizo de Maggi despeinado sobre sus hombros, al dolor en sus ojos azules; y todo lo que puedo hacer es observar cómo se ve obligada a revivir algo que sólo ha querido olvidar.




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