•Capitulo 19•
Tenia la mirada pérdida, sus ojos eran distantes, como si no quisiera darse cuenta de la realidad que vivía en ese momento. Había tristeza en ellos, era como un agujero sin fondo, oscuros, opacos por la tristeza, por su realidad.
Sentado en aquella banca de espera, sin moverse en lo absoluto, anhelaba que alguien fuera en su dirección y le dijera que todo iba a estar bien, pero ya se había cansado de contar el tiempo que había llevado ahí acompañado de la soledad, entre esas paredes blancas de hospital.
Estaba muy cansado, sus bellos ojos luchaban por cerrarse a cada segundo que pasaba, no quería dormirse, trataba de no hacerlo, pero el cansancio mental le jugaba en contra, la frustración lo invadía, se sentía inútil.
Se rindió, cayó en peso muerto a la banca, la cabeza le palpitaba por el sobre esfuerzo que hacia para quedarse despierto, no pudo soportar más y cayó en un profundo sueño a penas su cuerpo se recostó en la dura madera acolchonada de la banca.
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No sabía cuanto tiempo había estado dormido, notaba el cuerpo pesado, sus párpados se sentían hinchados, provocado por llorar horas antes de llegar al hospital, suspiró con tristeza, la sensación de vacío que sentía en la boca del estómago y esa opresión en el pecho eran detestables, su estado emocional se caía a pedazos de a poco, era una tortura.
Se levanto de la banca soportando el dolor punzante de todo su cuerpo, un quejido salió de sus labios al incorporarse completamente, miro el suelo un momento tratando de levantarse. Se paró con cuidado sintiendo sus piernas débiles, se movió a pasos lentos tratando de no caerse, cuando logró recuperar parte de su equilibrio caminó por el pasillo buscando a alguien que le dijera en que habitación estaban sus padres, necesitaba verlos, saber que estaban bien, los tres.
Caminó por estos sin saber a donde se dirigía, mordió su labio inferior nervioso, hasta ahora no había encontrado a alguien que lo ayudara, estaba empezando a asustarse.
Llegó a un piso lleno de habitaciones con números en las puertas, había mas ruido ahí, veía a enfermeras caminar por el fondo a paso rápido, suspiró aliviado, pensó minutos atrás que nunca encontraría a más personas.
Se dirigió a una de las habitaciones, eligió al azar de manera instantánea. Caminó hasta esta escuchando voces discutir dentro de ella.
No distinguía bien las voces, hasta que escuchó una voz aguda gritar, su madre estaba dentro.
La puerta estaba entre abierta, empujó esta para escuchar mejor las voces dentro de la habitación.
–¡No!– escuchó a la rubia mayor gritar con tristeza – N-no...–.
–Lo siento mucho, señora– una voz que no conocía se escuchó en la habitación entre unos sollozos, provenientes de su madre – pero no pudimos hacer nada –.
–¿Como mierda pasó? – distinguió la voz de su padre entre las personas, su manera de hablar le causo escalofrios, era muy brusca, fría, vacía, ese no era su papá –.
–Meses atrás advertí de las complicaciones que el embarazo tendría – frunciendo notablemente el ceño se puso a razonar las cosas que oía, no había escuchado a sus padres hablar del tema, lo cual se le hacia extraño –.
–El bebé estaba en una zona riesgosa, cosa que se les comunicó hace tiempo, el bebé se desarrolló bien hasta el quinto mes, usted sabia que era muy poco probable que el crío llegara al noveno mes, por lo que se le prepararía un parto prematuro, pero descubrimos que el bebé tenía el cordón umbilical enrollado en el cuello, lo que complicaría aún más las cosas. El niño estaba muy débil en el sexto mes, usted tubo un aborto, por eso el sangrado, fue un milagro que eso pasara, nos avisó de lo inevitable, señora – hizo una pausa recobrando el aire que había perdido al hablar, lo que tenia que decir debía de decirlo con cuidado, deducía algo bastante fuerte, algo difícil de escuchar – su bebé ya estaba muerto, murió semanas atrás–.
El silencio reinó el lugar, todo se detuvo en ese momento, dos solitarias lágrimas rodaron por las mejillas del pequeño recordando aquel momento tan espantoso que vivió horas atrás, el pecho le dolía, tristeza era la única palabra que describía como se sentía, pero no sabia si se comparaba.
2 meses después
Absolutamente todo había cambiando, nada era como antes, ese niño de ocho años vivía atrapado en su realidad, es como si la oportunidad de ser feliz se le hubiese arrebatado de tajo, sin esperarlo.
Una profunda depresión cayó sobre su madre, pasaba los días encerrada en su habitación acompañada del silencio, no salia y comía solo lo necesario para no morir.
Su padre cambió, todo en el desprendía frialdad, se acabaron las sonrisas, simplemente dejaron de existir.
Los días se volvieron grises, el amor se acabó, la vida los volvió insensibles, todo ya no tenia sentido, el niño dejó la escuela, porque sus padres ya no podían pagarla, ¿A que se debía? Por que ambos dejaron de ejercer y el dinero se agotaba.
Los años pesaron y nada cambió, era un esclavo en su propia casa, prohibido salir, prohibido socializar, prohibido comer de más, prohibido dormir de más. Esa eran las reglas y debían acatarse.
Era algo inevitable, pero ¿Que más podía pedir si no conocía más?
Llegó el día en que cumplió doce años, su actualidad. Veía las cosas diferentes, había madurado lo suficiente para darse cuenta de muchas cosas, pero aun era muy joven para cambiarlas.
Despejo aquellos recuerdos que lo atormentaban, ya tenia doce años, pronto dejaría de ser un niño, no podía seguir sufriendo así, debía seguir caminando por el camino que la vida le habían dado, no debía detenerse, y eso lo sabia.
Salió de la habitación de sus padres donde se había quedado bastante tiempo recordando sucesos que debía superar, al salir y dirigirse a la sala, se sorprendió al ver a sus padres hablar entre ellos muy silenciosamente, no recordaba haberlos visto así hace mucho, algo no cuadraba.
–¡Mikaela!– se paralizó, por un momento pensó que lo habían descubierto espiando a los mayores, pero descartó esa idea por el tono libre de enojo que usaron al llamarlo –.
Se acercó casi corriendo, ligeramente sorprendido del tono de voz de la rubia, incluso se atrevía a decir que lo llamó dulcemente cosa que era muy inusual.
–¿P-pasa algo?–sus palabras salieron entrecortadas, lentamente llenó de aire sus pulmones, tratando así de calmarse. No quería admitirlo pero estaba nervioso, no era normal esa situación, para nada–.
–Ve a alistarte, nene, vamos a salir – su madre sonrió ampliamente, mostrando su perfecta dentadura, una sonrisa muy sincera a los ojos del menor–.
–¿Por qué? ¿a do-donde vamos?– tenia miedo, esa sensación de vacío en el estomago no le daba buena señal, algo había detras –.
–Solo ve– sin dudar más, acató la orden dada por la rubia mayor, no quería saber que pasaría si titubeaba, le había pasado antes, y no fue nada bonito–.
Volteo en dirección a las escaleras dando a sus padres su espalda, no dudo en correr hacia la planta alta, pensando que querían hacer sus padres en realidad, todo aquello era muy raro para el menor, hace mucho que no lo trataban así, y que ahora, de la nada, volvieran a hacer los padres que eran, sobraba decir que era extraño.
Una vez arriba se dirigió hacia su habitación, se adentro en ella y fue hacia su armario buscando algún conjunto que le favoreciera, decidió por una camisa blanca y unos sencillos pantalones azules, se coloco unas botas que le fascinaban, estas algo desgastadas por el tiempo, aunque eso era lo de menos.
Se colocó un abrigo, era invierno por lo tanto hacia bastante frío afuera, lo peor que le podía pasar sería enfermarse, eso significaría dos semanas postrado en una cama, sin hacer más que comer y dormir, si se le permitiese, claro.
Suspiro lentamente mirando por instinto el suelo de su habitación. El pecho le dolía levemente, era como si presionaran ese lugar con la intención de causarle dolor, cosa que le asustaba, le asustaba esa situación, ya ni siquiera sabia que sentía.
Su mirada enfocó una caja de bajo de su cama bastante nueva a comparación de las cosas en la habitación, sonrió inconscientemente dirigiéndose hacia ella, se arrodilló y tomó entre sus manos aquella caja que había conservado con tanto amor todo ese tiempo, la abrió, y observo detenidamente cada pieza, paso sus dedos por la delicada madera del instrumento, teniendo miedo a dañarlo por algún movimiento brusco.
Aquel artefacto era lo único valioso para él, hace años sus padres se lo regalaron por su cumpleaños numero cinco, cuando abrió esa peculiar caja y se encontró con eso, su violín.
–¡¿Mikaela?!– la voz de su madre lo hizo despertar de sus pensamientos dandose cuenta del tiempo que había estado arrodillado mirando el violín detenidamente, sin hacer más que eso –.
Guardo el instrumento en la caja y la empujo quedando debajo de la cama como anteriormente estaba. Se incorporo apoyándose de su rodilla, y salio de la habitación con pasos rápidos hacia la planta baja.
Cuando estuvo abajo, observó a los mayores sonreirle mientras le daban señas para que lo siguieran, sin dudar los siguió hacia la puerta principal. Salieron y el aire helado los abrazó con fuerza, aun no había nieve, pero por el clima, deducía que pronto llovería, no era el mejor momento para salir, pero no quería contradecir las palabras de sus padres, no ahora.
Caminaron hacia el auto que milagrosamente aun conservaban después de que ambos dejaran de trabajar, subieron a este con rapidez ya no soportando el ambiente frío del invierno, su padre conduciría, el rubio menor se coloco en la parte de atrás junto a la ventana, algo que lo sorprendió fue que su madre se posicionó a su lado, naturalmente se hubiera sentado en el asiento delantero junto a su padre, pero se equivocó.
No sabia si ilusionarse o no pero...después de tiempo, ¿Por fin volverían los que fueron sus padres alguna vez?
Esa pregunta formada en su mente le hizo sonreír, si eso le esperaba, su vida mejoraría, volvería a recibir el cariño que había perdido, iría a la escuela, haría amigos, y si fuera necesario trabajaría en cualquier lugar, para recaudar dinero. Por ellos.
Conducian por una carretera solitaria, no se sorprendía mucho por ello, ya que hace unos minutos había empezado a llover, cualquiera en ese momento estaría en su hogar refugiandose del frío.
Miró las gotas de la lluvia deslizarse por la ventana del auto, cada ves la tormenta se hacia mas fuerte, odiaba los truenos, desde pequeño le asustaba, pero en ese entonces había quien le abrazaba ¿Y ahora quien lo haría?
De un momento a otro su padre disminuyo notablemente la velocidad, supuso que pronto llegarian a su destino pero donde estaban solo era un descampado al lado de la carretera, no había nada más.
–¿Donde estamos? – pregunto el rubio algo inquieto de no saber dónde estaba, no se ubicaba en el mapa y eso le preocupaba–.
Miro a su madre a su lado, esta aparentemente había ignorado su comentario, pero supo que no cuando le respondió.
–Muy lejos de casa, hijo– la mujer volteo a mirar al menor con una sonrisa excesivamente falsa, el miedo golpeo con fuerza el sistema del menor al escuchar sus palabras, sabia que no debería ser tan ingenuo–.
El ambiente era pesado, su padre tenia la mirada fija en la carretera, pero estaba seguro que de vez en cuando lo mira a través del espejo retrovisor, su mirada era muy penetrante, le daba mucho miedo mirarlo.
El menor escuchó el seguro de las puertas siendo desactivadas, frunció el ceño sin entender porque su padre había hecho eso, ¿Acaso iban a estacionarse en medio de la nada?
Todo su cuerpo se puso rijido, era mas que miedo lo que le recorría el cuerpo, tragó saliva fuertemente, su corazon latía por detrás de sus orejas sin control, los labios se le estaban secando, todo se detuvo en ese auto. Miraba los ojos de su madre tratando de descifrar que le dician, mientras esta lo acorralada contra la puerta del auto din razón aparente, apoyaba todo el peso de su cuerpo en la puerta tratando de alejarse todo lo posible de la que se hacia llamar su madre.
–No deberías haber nacido– sus palabras fueron cuchillas clavandose en su indefenso corazón, las lágrimas querían salir de sus ojos, la tristeza se apoderó de el, no quería saber que le esperaria, ahora era un animal indefenso entre dos leones listos para atacar–.
–¿Q-que les hi-hice? ¿p-porqué?– quería llorar, por un momento había creído que todo volvería a hacer como antes, pero se equivoco, se equivoco mucho, que estúpido era–.
–Solo quédate esto grabado en el cerebro niño– un sollozo salió de sus labios cansado de escuchar las frías palabras de su madre, quería que su pesadilla acabara de una vez, quería gritar que se callasen pero su cobardia lo hacia guardar silencio– eres escoria–.
No supo en que momento exactamente, pero lo único que sintió fue el cemento de la carretera golpear su cabeza y con ello el resto de su cuerpo rasgando sus ropas, rodó unos cuantos metros mientras todo se volvía negro y sentía las gotas de lluvia enpaparlo con cada segundo que transcurría.
A lo lejos vio el auto de sus padres perderse en el horizonte, quería gritar que se detuvieran, quería moverse pero sus piernas no le respondían.
Lo habían abandonado.
Ese domingo 28, todo cambio.
—❇—
Clorox?
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