La siguiente noche ocurre lo mismo, y la siguiente a esa, y la siguiente.

  Pronto, la temporada de lluvias pasa y las noches se vuelven más cálidas, aunque eso no nos impide de ninguna manera el acurrucarnos junto al otro hasta quedarnos dormidos.

  Y un día de la nada, todo para.

  Primero son excusas. Que la tienda, que el baño, que el calor, que estoy cansado, aunque después de dos meses te cansas y te resignas a solamente irte a acostar, ignorando el brillo de esperanza en mis ojos cada vez que cruzas la puerta de la habitación y el dolor reflejado en ellos cada vez que me ignoras.

  Un mes más y decides que el sillón es mucho más cómodo que dormir a mi lado.

  Pronto pasa un año e intento olvidar que ya no pasas tiempo en casa. Vienes una vez al día por ropa nueva y una ducha, comes recalentado de cenas románticas que noche tras noche preparo con la esperanza de que vuelvas a casa y todo sea como antes.

  Esa noche nunca llega.

  Y antes de darme cuenta, tus cosas desaparecen del apartamento y jamás vuelves a emitir hacia mí señales de vida.

  Como si nunca hubieras existido.