4 | Segundo intento
Lo primero que cambió de mi día fue que no quedaban paraguas en la tienda de la estación. No me quedó más remedio que alquilar una taquilla en donde dejar la maleta y cubrirme con la capucha del abrigo antes de lanzarme a correr por la avenida, pegándome lo más cerca posible a los techos.
Vaya desastre.
Mi estancia anterior había generado un cambio absurdo que encima me venía fatal. ¿Así de caprichoso era el destino? Pues se conocía que sí porque mi sorpresa fue mayúscula cuando, al trazar el mismo trayecto, en vez de una tienda de artículos de arte lo que me encontré fue una cafetería.
La impresión me paralizó.
¿Seguro que estaba en el lugar correcto? ¿Cómo era posible? Ni siquiera había interaccionado con el local. Aunque, ahora que lo pensaba, mi intervención en la estación había producido alteraciones no solo en las personas con las que había hablado sino también en el clima.
De verdad, era de locos.
Pero, sin duda, lo peor llegó cuando escuché la voz de Yoon Gi, me volví y comprobé que esta vez llevaba paraguas y que, por lo tanto, caminaba con la tranquilidad del que se sabe a salvo del agua, seco y muy bien abrigado.
Genial. Las cosas ahora estaban al revés. Mi plan para poder acercarme a él se acababa de ir por el desagüe.
—Se me ha hecho un poco tarde, disculpa. —Me sobrepasó, con el móvil en la mano—. Ando desanimado y me ha costado salir de casa.
Le seguí con la vista mientras se detenía ante el semáforo en rojo, dispuesto a cruzar al otro lado. Seguía hablando con Jung Kook pero la conversación no parecía la misma. No recordaba que le hubiera dicho que no quería salir sino más bien que le costaba comer.
—Te acepto el café —continuó—. No, comida no. Ya sabes que me cuesta comer.
Vale, sí que era la misma. Seguramente antes no había podido oírla entera porque se había interrumpido para quejarse de la lluvia.
—No sé —añadió—. No tengo ganas.
La luz cambió a verde. Cruzó. Y yo me quedé ahí como un espantapájaros plantado en mitad de un campo de maíz, sin saber qué hacer hasta que el agua me hizo estremecer, estornudé y me tuve que meter en la cafetería.
Se suponía que me había prometido hacerlo mejor.
Me dejé caer en uno de los sillones, abatido. ¿Y ahora qué? La situación se había vuelto del todo inaccesible pero, si no intervenía de algún modo, regresaría a la estación en las mismas condiciones. Suspiré y dejé caer la frente mojada sobre la mesa.
Auxilio. Necesitaba un milagro.
—Ten, sécate el pelo o te enfermarás.
Me quedé de piedra cuando localicé la bufanda rizada roja doblada en la mesa pero aún más al comprobar de quién procedía.
—No sabía que seguías en Busan. —Yoon Gi, de pie y con el paraguas cerrado goteando en la mano, me dedicó una medio sonrisa—. Espero que no te importe que me acerque a saludarte. Te he visto por casualidad desde la acera de enfrente.
Me erguí en el asiento, anonadado.
—Ah... No... No me importa y... Es que... —titubeé; rayos, no quería hacer el imbécil y decirle otra vez lo mismo—. Al final no me voy.
—¿No? —Los ojos se le abrieron de par en par.
—No. —Bajé la vista y rastreé la mesa en busca de la carta de bebidas que estaba en el servilletero—. ¿Te gustaría...? —Joder; con lo fácil que era decir las cosas y lo que lo complicaba yo—. ¿Quieres sentarte a... ?
—Ya he quedado.
Sí, con Jung Kook. La mirada se me oscureció pero me limité a asentir.
—Entiendo —murmuré—. Imagino que tendrás cosas que hacer.
Abrí la carta. No buscaba nada pero al menos así no se percataría de que los ojos se me estaba empañando. Sin embargo, Yoon Gi, lejos de despedirse o moverse, se quedó ahí, observando cómo pasaba las hojas plastificadas unos minutos que se me hicieron eternos.
—Puedo cancelarlo —decidió—. No es nada que no pueda esperar.
La contestación me pilló desprevenido. Casi tanto como el hecho de que se sentara, cogiera el teléfono y marcara al chico perfecto cuya presencia tanto me desanimaba.
—Soy yo otra vez. —Se dirigió al otro lado de la línea—. Perdóname pero no voy a poder ir. Me he encontrado con un...
"Conocido", esa me la sabía.
—Conocido.
Bingo.
—¿Qué tienes en mente pedir? —Se guardó el móvil, cogió otra carta y sus pupilas oscuras se movieron por entre las fotos—. Todo parece estar bastante bueno pero como no conozco este sitio prefiero tomar lo mismo que tu.
Un nudo en la garganta me impidió contestar. Durante el tiempo que habíamos estado juntos, siempre había hecho eso. El único día que había pedido algo diferente había sido el de nuestra ruptura.
—El café con helado me gusta —disimulé la emoción en la voz—. ¿Qué opinas?
—Que es muy grande pero que podemos pedir dos tazas. —Sonrió—. La bola la partimos por la mitad.
Esa frase bastó para que me sintiera feliz. Entusiasmado de nuevo, tras días de llantos, de ataques de auto desprecio y de inseguridad.
Por fin lo estaba haciendo bien.
Esa oportunidad mágica y extraña que me había brindado Kim Nam Joon al ofrecerme cancelar el viaje me estaba sirviendo. Ahora solo tenía que comportarme como si Jung Kook no existiera y recordarle a Yoon Gi nuestra increíble conexión. Debía ser valiente y decirle cómo me sentía en vez de ocultarlo. Solo eso. Podía hacerlo, ¿verdad? Claro que sí.
—¿No te vas a secar el pelo? —Señaló la bufanda—. Sigues chorreando.
—Esto... ¡Sí! ¡Claro que sí! —Me apresuré a frotarme el cabello oscuro con la tela lanosa—. ¡Ya está! ¡Es que con eso de elegir se me había olvidado!
—Y, ¿cómo estás? —Su expresión, fija en mí, hizo que el ardor se apoderara de mis mejillas—. ¿Va la cosa mejor?
Ahí había estado mi metedura de pata la vez anterior. Le había dicho que sí y luego había indagado sobre parejas y lo había terminado de estropear.
—No —respondí con la verdad—. Mis padres siguen sin querer verme.
—Entonces, ¿por qué te quedas en Busan? —Arqueó una ceja, confundido—. No tienes casa o... —titubeó—. ¿Acaso has conocido a alguien o algo así?
Nos sostuvimos la mirada mientras el camarero nos servía los vasos de café y dejaba el planto con el helado en el centro, nos deseaba que estuviera todo a nuestro gusto y, a continuación, desaparecía con celeridad. Venga. Era el momento de ir con todo.
—No tengo a nadie. —Saqué fuerzas—. Me he quedado por ti.
—¿Por mí? —Los ojos se le iluminaron—. ¿Qué quieres decir? ¿Es una especie de disculpa? ¿Te retractas?
En realidad no. Sabía que Jeon Jung Kook había estado mandándole mensajes durante todo lo que había durado nuestra relación con claras intenciones sexuales y que él, aunque al principio no le había prestado demasiada atención, al final no había sido capaz de ponerle freno.
También sabía que habían quedado por lo menos en una ocasión a mis espaldas, de noche, porque mi mente había entrado en pánico y había revisado la conversación en su móvil. Así se había desencadenando mi llanto desconsolado, la discusión posterior entre nosotros, mi conclusión sobre su preferencia y el punto y final a todo.
—Nunca he tenido nada con Jung Kook. —Yoon Gi abrazó la taza caliente con las manos—. Es verdad que me escribió muchas veces pero solo quedé con él para aclarar las cosas en persona. Te repetí mil veces que te quería a ti.
—Y yo te dije que no me lo creía —recordé.
—¿Y ahora? ¿Sigues sin creerlo?
Por supuesto. El fantástico Jeon era el chico perfecto. Habían follado y ahora estaban juntos, eso no tenía vuelta de hoja. Pero me daba igual porque, si estaba ahí, era precisamente para cambiarlo.
—Ese asunto ya no me preocupa —contesté.
—¿Y qué te preocupa entonces?
Cogí aire.
—No volver a tener la oportunidad de estar contigo jamás.
Acerté de pleno porque, media hora después de aquellas palabras, estábamos en su apartamento, moviéndonos a trompicones por el salón, y chocándonos con el mobiliario.
El cuerpo me ardió mientras su boca exploraba la mía con avidez y con una urgencia que creí que ya nunca sentiría y a la que yo, claro, correspondí del mismo modo. Mi corazón rugió como un tambor. La respiración se me entrecortó en jadeos. Y sentir su prominente erección frotarse con la mía me hizo desear tenerle dentro sin demasiados preámbulos.
Le desabroché el pantalón. Me arrinconó contra la barandilla de la escalera que llevaba a la habitación.
—¿Aquí? —murmuró, sin dejar de besarme—. ¿No prefieres subir?
—Sí pero no quiero esperar.
—Jimin. —Los ojos de Yoon Gi relampaguearon en excitación—. Te deseo. Te extrañé como no te imaginas.
Me arrodillé. Lamí su pene, primero despacio y después con más fuerza, disfrutando de la sensación de succionar y de escuchar sus suspiros cada vez más acelerados y, una vez hube logrado hacerle gemir y gruñir, me desnudé y le ofrecí mi cavidad, agárrame a la barandilla, deseoso de notar la estimulación anal que solía hacer con un gel de aceite y un pequeño juguete. Fue espléndido sentir el boliche entrar, moverse y salir, los dedos de Yoon Gi después y, por fin, el pene.
Me había follado muchas veces antes pero ninguna la sentí de forma tan intensa y vibrante como aquella. Solía ser cuidadoso mas su embestida resultó ansiosa, fuerte, dura. Y yo, que había permanecido ahogado en el desastre mental de haberle perdido por culpa de los brazos de otro y en el lamento de la inferioridad, me excité como nunca y me moví al compás que marcó.
Me dolió un poco. Ardió también. Su presión sobre mis nalgas fue violenta y necesité agarrarme bien a la barandilla pero sus exclamaciones de placer me volvieron loco. Le pedí que fuera incluso más rápido. Se lo imploré. Y así, mientras su miembro se hundía, imparable, en mi ser tuve uno de los orgasmos más intensos de mi vida.
—Quédate a vivir conmigo. —Al terminar, me besó el cuello y su susurro ascendió hasta mi oreja—. Olvidemos todo y volvamos a estar juntos.
—Eso justo es lo que te iba a pedir yo a ti. —Me volví—. Estoy dispuesto intentarlo otra vez porque resulta que te amo.
—Yo también te amo.
Jung Kook me vino a la cabeza pero me forcé por apartarlo.
—¿Aún no me crees? —Yoon Gi leyó mi duda—. ¿Qué tengo que hacer para que te convenzas?
—Nada —contesté—. Voy a confiar en ti.
Sonrió y entonces creí haberlo conseguido. Creí que ya todo estaría bien, que el destino me había dado tregua y que me permitiría rehacerme.
Era cierto que el simple cambio en el batir de alas de una mariposa podía producir modificaciones. Sin embargo, lo que no sabía que era que haber provocado una tan grande conllevaría un precio y, ni mucho menos, que sería tan alto.
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