11 | Fisura (1ª parte)
Me recosté sobre la silla, con los ojos puestos en la pantalla del ordenador.
"La nueva medicación no ha producido en el señor Park cambios significativos en su estructura delirante" releí las notas que acababa de escribir. "No habla de Butterfly pero la forma en la que reacciona al verme me da a entender que sigue igual".
Dejé caer un suspiro, antes de guardar el documento y cerrarlo. No podía apuntar en una historia clínica que Jimin me parecía especial.
—¿Qué tal estás? —Era lo primero que decía en cuanto detectaba mi bata en la puerta de su habitación—. ¿Te encuentras bien? ¿Te has mareado? ¿Te duele la cabeza o algo?
—No. —La verdad, su genuina preocupación al principio me había incomodado pero, con el paso de los días, me había ido acostumbrando al punto de que incluso me hacía feliz—. Estoy bien...
Ahí solía atascarme unos minutos. Su mirada en la mía me agitaba el corazón en una dirección del todo impropia en lo que debía ser la relación entre un médico y un paciente.
—Gracias por tu interés, Jimin.
Era entonces cuando él esbozaba una amplia sonrisa. Una que, por cierto, me dejaba con cara de bobo.
—Ha merecido la pena —decía—. Todo parece estar bien.
—¿A qué te refieres?
—A... —se interrumpía—. No... Nada...
A continuación empezábamos la sesión, un espacio de una hora que siempre se alargaba mucho más y en el que hablábamos sobre diferentes cosas como, por ejemplo, aspiraciones de trabajo, metas personales, familia, aficiones...
De ese modo le conocí. Descubrí su faceta de persona encantadora, normal y sensible. Entendí que su mente no presentaba signos de trastorno por mucho que los buscara y también me fui sintiendo cada vez más atraído por él.
Estaba mal, lo sabía, pero no lo podía evitar. Por fuera, su rostro delicado enmarcado en ese cabello oscuro que solía mesarse hacia atrás me parecía precioso. Por dentro, su personalidad dulce me producía unas ganas locas de ansiar quedarme con él. Sus adversidades me inspiraban deseos de cuidarle, de amarle como se merecía. Y el remate final había venido en la consulta de esa mañana.
—Uno de mis sueños es retomar el dibujo —me había confesado—. Estudié Bellas Artes porque quería ser pintor pero un psiquiatra me quitó la idea de la cabeza y al final terminé guardando el material bajo la cama.
—Menudo asco de consejo. —No pude reprimir el comentario.
—Ya. —Jimin asintió mientras sus dedos juegueteaban con un hilo de la manga del pijama—. No fue de mucha ayuda.
—Por suerte no es tarde para volver a empezar —le animé—. Tu idea de recuperar lo que te gusta es sensacional. —Me pareció que esbozaba una medio sonrisa tímida—. ¿Por dónde empezarías? ¿Qué te gustaría retratar?
—No te lo puedo contar, es inapropiado.
Vaya.
—¿Por qué?
—Porque vas a pensar que estoy loco o... —Se interrumpió—. Aún más loco de lo que estoy ya, quiero decir.
—En absoluto. —Mi reacción fue cerrar la carpeta de notas y aproximarme a él—. Prometo no cuestionaste.
—Yo... —Sus mejillas se tiñeron de rojo—. Verás... En mi delirio imaginé que te dibujaba así que... —Sus ojos, avergonzados, se desviaron al suelo—. Me gustaría hacerlo de verdad.
Aquella respuesta me desarmó por completo. Y entonces la escuché. Una voz. Mi propia voz, en eco, desde el interior de mi cabeza.
"Es precioso. Jamás hubiera imaginado que pudieras retratarme así".
Pero qué...
"Quiero amarte y quiero hacerlo hasta que amanezca".
Por supuesto, lo primero que hice fue tratar de ignorar el asunto. Llevaba varios días con déficit de sueño de modo que pensé que quizás mis sentimientos reprimidos por Jimin unidos al no dormir me habían jugado una mala pasada. Seguí mi día con normalidad. Asistí a una reunión de formación, visité a todos los pacientes que me había encargado mi supervisor y después bajé a comer pero la cafetería estaba llena y terminé volviendo al despacho con un envase de comida de la máquina.
"¿Te quedarás conmigo hasta el final?"
Solté los palillos al segundo bocado. Dios mío; no, no era normal.
"Me quedaré contigo siempre". Esta vez fue la voz de Jimin la que resonó. "Incluso cuando no estés, te llevaré dentro".
¡Joder!
Me metí en Internet. Tecleé: Efecto Butterfly. Entendía que quizás estuviera haciendo la mayor estupidez de mi vida pero esos retazos inconexos se me antojaban tan reales como mis sentimientos por él.
No supe cuántos testimonios revisé pero sí que no despegué la atención del ordenador hasta que la noche cayó sobre la ciudad y, con la cabeza revuelta y el pecho impregnado en un extraño pálpito, me fui a la estación de tren y compré un billete a Busan.
¿Por qué lo hice? ¿Fue curiosidad? ¿Afán de médico abnegado? ¿Buscaba que la historia del chico que me gustaba fuera cierta para justificar mi corazón? A saber. El caso fue que me subí al primer vagón que pillé y, en el trayecto, me dormí.
Soñé con una cafetería que jamás había visto. Con una casa pequeña pero acogedora en donde lucía un estante con fotos en donde Jimin y y yo salíamos juntos. Con el suave roce de los labios de él en los míos. Harina para tortitas. Una furgoneta.
Y luego...
—Buenas tardes. —Una voz familiar me hizo espabilar—. Bienvenido a Busan.
Parpadeé. Ante mí, un empleado de la estación, de cabello castaño y gafas, me indicaba con un gesto amable la salida que debía tomar. Al parecer, me había quedado quieto en medio de la zona de las taquillas pero no recordaba ni haberme levantado del asiento ni haber llegado hasta allí.
—¿Tu no eres el enfermero del hospital? —le reconocí al instante.
—¿Yo? —Se señaló, antes mostrarme su identificación pegada al bolsillo—. ¡Oh, qué fatal confusión! Mi nombre es Kim Nam Joon, soy el humilde empleado del mes de esta estación.
—Ah... —Le eché un rápido vistazo a la tarjeta antes de avanzar hacia la dirección indicada—. Disculpa mi error. Y gracias.
—No es nada —le escuché a mi espalda—. Es un placer tenerle en nuestra compañía para resolver la fisura.
Me volví.
—¿Cómo has dicho? —No me andé con rodeos—. ¿Fisura?
En ese momento otro tren hizo su aparición. Mi interlocutor se despidió con un gesto de la mano y me dejó ahí, plantado en mitad de viajeros que iban y venían, sin ninguna respuesta y con demasiadas inseguridades en la cabeza.
Fisura.
Sonaba a roto. Pero roto, ¿el qué?
Me costó abandonar la estación, rumbo a ninguna parte. El siguiente tren de regreso a Seúl no salía hasta las seis de las mañana. Eso me daba un margen excesivo para deambular. ¿Qué se suponía que iba a hacer mientras tanto? De verdad, en qué hora se me había ocurrido ponerme a comprobar teorías paranormales.
El clima cálido me envolvió en un agradable viento mientras caminaba, pese a la oscuridad y al silencio que envolvía las calles. Pasé por una tienda de pinturas y me detuve a curiosear los pinceles iluminados. Crucé por un semáforo. Curioseé el cristal de una cafetería en donde vendían café helado. Todo me resultaba familiar.
Amplié el perímetro y me metí por barrios algo más alejados de la estación. Un restaurante de faroles rojos me llamó la atención. Mis tripas llevaban encima apenas un par de mordidas de comida preparada así que entré pero apenas alcancé a dar un par de pasos.
En la zona del bar, sentado en la barra, rodeado de botellas de soju vacías y sollozando sin parar, distinguí la inconfundible silueta de Jimin. Solo entonces se me ocurrió consultar el teléfono. La fecha databa de dos meses antes al día en el que había salido de Seúl.
P.D: releer el principio el capítulo 2, "La estación de Tren" para conectar mejor. 😉😎
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