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Capítulo 2

Anna se desempeña como docente de educación física en una escuela; yo soy desarrolladora web en una empresa que presta servicios informáticos para instituciones educativas.

Así fue como todo inició.

Nos conocimos años atrás, cuando compartimos algunas materias en la universidad. Por aquel entonces, ella estaba a punto de graduarse en mercadeo y yo cursaba los primeros semestres de informática.

Solíamos compartir mucho en clase, así como en el club de teatro, éramos inseparables. Sin embargo, luego de su graduación, cada quien siguió su rumbo, de vez en cuando hablando por email, solo como entrañables amigas.

Entonces, un día apareció en mi oficina, en compañía de otras docentes, asistía a un taller sobre una nueva aplicación de gestión escolar que desarrollamos para su instituto.

-¡Paula! -me dijo casi gritando, mientras sacudía mi escritorio, trayéndome de regreso al mundo real.

Al programar, suelo perderme en los códigos y no noto lo que pasa alrededor.

-¡Pero qué mierda! -le grité molesta, sin fijarme de quién se trataba- ¿Qué coño te pasa?, ¿por qué vienes a hacer semejante desastre? -Entonces alcé los ojos de la pantalla que ya había dejado de temblar y la vi.

Ahí estaba Anna, feliz de verme, extendiendo sus brazos de par en par, esperaba un efusivo abrazo. Me levanté de golpe y corrí emocionada, habían pasado años desde que nos despedimos en su fiesta de graduación.

Luego del taller salimos a almorzar, contentas por nuestro reencuentro, intercambiamos teléfonos, también BB Pin.

Una tarde de sábado, recibí un pin de ella dónde me pedía apoyo con un error que arrojaba el sistema, sin pensarlo dos veces me apresuré a arreglarme y ponerme en marcha hasta su casa.

-¡Ah, este es el problema! -le dije al verificar de qué se trataba el error-. La persona que generó los códigos no le concedió permiso a este módulo, pero puedes resolverlo de esta forma cuando esto ocurra.

Le expliqué el procedimiento en el sistema y ella asintió contenta.

-¡Paula, eres un crack! -comentó emocionada, posó sus manos sobre mis hombros y comenzó a agitarme con vehemencia.

-¡No, vale! El sistema lo diseñamos así, para que se le haga fácil a ustedes.

-¡Me vale verga! Eres lo máximo y punto. -Eso me hizo sonrojar-. Paula. -Giró la silla en la que estaba yo sentada y se agachó lo suficiente hasta estar a la altura de mis ojos-. En realidad no te pedí venir sólo por eso, es que te quería ver.

Mi cara al escuchar aquello se volvió un poema, creo que todas las tonalidades de rojo se hicieron presente.

-Lo voy a decir así, sin floro ni anestesia: ¡Me gustas!

Me sentí nerviosa ante su confesión, no sabía con certeza qué responder. La verdad ella no me resultaba indiferente.

-Te quiero invitar a salir, ¿qué dices? -añadió, provocó que mis dedos tamborilearan sobre la silla por la impresión.

En vista de que mis palabras se rehusaban a salir, lo único que pude hacer fue asentir en silencio, sentía el corazón a millones de revoluciones.

Fuimos a comer en el mall y luego al cine a ver What Happens in Vegas, reímos a carcajadas con cada locura que hacían Cameron Díaz y Ashton Kutcher durante su desastroso matrimonio, en ese intento que cada uno hacía por conservar el dinero del premio para sí.

Como buena polilla sensible y llorona, ahí estaba yo, lagrimeando cuando Cameron se da cuenta de que Ashton había hablado con su ex y luego desaparecía de la corte dejándole a él todo el dinero del premio.

Anna me acurrucó junto a ella, me abrazó con mucha fuerza; su calor se sentía reconfortante y mientras reposaba mi cabeza sobre su hombro ocurrió, posó su mano libre sobre mi mejilla y con suma suavidad juntó sus labios con los míos.

Aquel beso jamás lo voy a olvidar, fue como presenciar un espectáculo de fuegos pirotécnicos en compañía de la persona más especial del planeta; como si en esa oscura sala de cine no existiera nadie más. Mi corazón latía con tal fuerza, quise retener ese instante para siempre.

Mi madre conocía a Anna desde que estábamos en la universidad, sabía que teníamos una hermosa amistad, por esa razón no daba importancia a nuestras constantes salidas. Quise contarle la verdad sobre nuestros sentimientos muchas veces, pero había algo que me lo impedía, como si las palabras se volvieran un nudo en mi garganta.

Los meses siguieron transcurriendo hasta alcanzar nuestro primer aniversario. Tuvimos una velada preciosa, paseando, comiendo, jugando; esa noche nos alojamos en un bonito hotel de la ciudad. Por la mañana, tenía montones de mensajes de mi madre preguntando dónde me encontraba, pero al decirle que, en casa de Anna se tranquilizó, para ella, esta corpulenta mujer era sinónimo de "mi hija está segura".

-Malvavisco, voy a contarle a mami sobre nosotras. -Me abrazó con fuerza, apretándome junto a ella, aún más de lo que ya estábamos entre las sábanas de aquella cama matrimonial donde nos entregamos al amor la noche anterior.

-Polilla, ¿estás segura? -preguntó en tono dulce y bajo- Tú nunca le has hablado sobre "eso" antes. -Dejó escapar un largo suspiro antes de continuar-: ¿Crees que lo entienda?

Creí que lo entendería, pensé que mi madre me aceptaría, que le haría feliz mi felicidad.

¡Qué ilusa fui!

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Como cualquier pareja, trabajábamos duro para construir nuestra vida juntas. Resultó emocionante ir adquiriendo cada cosa para nuestro nuevo hogar; ver a Anna lanzarse sobre las camas para probarlas, como si se tratase de una zambullida olímpica, me resultaba divertido; mientras que para ella lo fue, observar como mis ojos se desorbitaban con cada laptop gamer de última generación.

Nuestro departamento cuenta con dos habitaciones, así que una decidimos convertirla en oficina-gimnasio. ¡Mezcla extraña!

Algo genial de mi trabajo era el horario: por la naturaleza del servicio, contaba con los fines de semana libres, al igual que los mismos períodos de vacaciones que cualquier docente. O sea, como Anna.

Así que podíamos organizar nuestro tiempo juntas, salir y hacer viajes. Todo parecía color de rosas, una luna de miel perpetua, pero en la vida siempre hay problemas y obstáculos que superar. En nuestro caso aún más y estos se hacían evidentes cuando estábamos en la calle.

Resultaba duro no poder disfrutar de la persona que amas sin mirar primero alrededor. Ver en cualquier sitio a las parejas abrazadas, besarse, hacerse algún cariño y nosotras debíamos conformarnos con una mirada o ir del brazo como un par de mejores amigas que pasean.

Peor aún, cuando algún "moralista" te atrapaba en una "actitud indecente" para acabar insultándote solo por ser quien eres, solo por amar a quien amas.

Solía tener tanto miedo que, muy pocas personas sabían el tipo de relación que llevábamos, para la mayoría, éramos compañeras de piso. Eso, a la vez me hacía sentir mal, porque era como avergonzarme de ella, cuando en realidad siempre fue mi mayor orgullo.

Quería tener la fortaleza de Anna, ella nunca ha tenido ningún inconveniente por mostrarse tal cual es.

-¡No es justo! No hacíamos nada malo ni fuimos la única pareja en hacerlo.

-Polilla, ¡cálmate! No prestes atención a lo que digan -me sermoneó Anna al regresar del parque, el cual debimos abandonar porque «hay niños presentes» o «búsquense un hotel» entre otras tantas frases, que nos dedicaron solo por abrazarnos mientras veíamos un show de luces.

-¿Cuándo será diferente? -la respuesta de Anna, fue un abrazo fuerte y un suave beso.

-Algún día, pero mientras debes ignorarlos. Pudimos quedarnos y cambiar de lugar. -Le regalé una mirada asesina-. No me mires así o te nalgueo; además, tú quisiste volver aquí.

¿Y cómo no? Si ese era el único lugar seguro.

Así transcurrió otro largo año, repleto de discusiones y siempre con respecto al mismo tema. Lo peor era que pagaba mi frustración con la única persona que realmente me importaba. Como si ella fuese culpable de las cosas malas que nos pasaban, ya ni quería salir del departamento por temor a una simple mirada. En los ojos de la gente, notaba que sabían mi verdad oculta y eso me alteraba aún más.

Entonces, aquel jingle del horror de nuevo hacía acto de presencia, después de tanto tiempo, regresaba a mi cabeza para atormentarme.

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-¡Polilla! -canturreó Anna para despertarme- Buenos días, pequeña, mira lo que te traje.

Malvavisco preparó mi desayuno favorito aquella mañana «¡Es un amor!», pensé y volví a sentirme culpable por cada discusión.

-¡Te amo! Gracias por ser tan especial -le dije casi suplicando.

-Yo también a ti, preciosa. -Compartimos un dulce beso-. Has estado un poquiiito molesta, por eso quise darte una pequeña sorpresa.

-Eres la mejor -susurré en sus labios y la acerqué de nuevo a mi boca, ella me recibió complacida.

Luego del desayuno encantador, me levanté con bríos para otro día de trabajo.

En la oficina, programando el novedoso sistema que desarrollábamos, una aplicación para la gestión del proyecto de aula ligado al sistema de evaluación y nomina estudiantil con el cual los docentes podrían hacer todo en un par de clics; estaba tan metida en el proceso que me perdí en el horario y en el mar de códigos.

Fue un "cumpleaños feliz" entonado en coro por todos mis compañeros, lo que me devolvió a la realidad. Al levantar la vista, noté a Anna venir al frente del grupo con un hermoso pastel en mano. Todos se acercaron con globos y serpentinas; la preciosa sorpresa me causó gran emoción, pero al mismo tiempo un terrible pavor. Sentía escalofríos ante aquellas miradas que empezaban a lucir acusatorias.

Entonces sucedió:

-Polilla, ¡feliz cumpleaños! Ni siquiera te has acordado que hoy cumples.

Anna se acercó con un efusivo abrazo y pude ver en los ojos de mis compañeros que todos conocían mi verdad oculta. Pude sentir cómo me juzgaban, percibir sus burlas murmuradas a vivas voces y así, cada momento horrible que pasamos en esos años volvió a mí, de golpe, como una escena del efecto mariposa. La presión me ganó y exploté contra ella, contra la persona más maravillosa...

-¡¿No puedes ser normal?! -grité en medio de la celebración, dejando atónitos a todos los presentes.

-Polilla, ¡cálmate!

-¡Basta!, ¡no me llames así!, ¡aléjate!

Tomé mi mochila y hui. Subí a mi motoneta y vagué sin rumbo; no importaba el destino, lo único que quería era desaparecer, dejar atrás mis miedos y frustraciones; olvidar esas miradas, también el jingle del horror que con mayor fuerza sonaba en mi cabeza en ese momento, martillando mi cerebro.

Sin darme cuenta volví al pórtico, a ese lugar del cual fui exiliada y vi a mi madre en el patio; al notar mi presencia volvió adentro e intentó una vez más implantar aquella barrera de caoba entre ambas.

-¡Mamá, espera! -le grité mientras bajaba, llorando, supliqué un perdón de su parte.

En medio de mi caos mental y emocional, ante tantas dudas y el miedo estrujando mi corazón, creí que la mejor solución sería regresar a mi antiguo hogar; pensé que con desaparecer de la vida de Anna podría olvidarme de ella y "corregir mi rumbo", "ser normal".

No tenía idea de que lo único que conseguía era lastimarme al negar quien soy realmente; quizás afuera no me juzgaban, pero la peor de las sentencias la impusieron mi mente y mi corazón por tratar de fingir ser algo completamente diferente.

Así pasaron algunos meses. Tiempo en el cual evadí a Anna, hasta por redes sociales. Mi madre decía sentirse feliz con mi vuelta a casa, con mi "sensatez", pero por dentro, yo estaba vacía; era un simple cascarón decorado con una sonrisa fingida.

Comencé una relación con Josue, el hijo de una amiga de mi madre, así que ellas estaban felices por nosotros. Aunque de chicos habíamos sido amigos, el tiempo pasó y cada quién escogió su camino. En un principio, cuando mi madre me propuso la cita a ciegas, no me agradó la idea, pero decidí darle una oportunidad, creí que así podría dejar de pensar tanto en, ¿cómo estará Anna?, ¿se habrá olvidado de mí? Entre muchas otras preguntas que día a día inundaban mi cabeza.

Sin embargo, con el correr de las semanas, me agradaba estar con él; era un buen joven, hablábamos mucho, reíamos, pero éramos como dos amigos jugando a ser novios. Algo que agradecer fue que ni él me presionaba para tener intimidad, ni yo estaba interesada en lo más mínimo.

-¡Suenan campanas de boda! -canturreó mi madre al entrar en mi habitación. Solté por un momento mis pinceles, pues estaba absorta en mi pasatiempo, pintar con acuarela.

-¿Qué?, ¿p-por qué dices eso? -pregunté a mi madre casi en shock.

-Jazmin me contó que Josue estuvo mirando anillos de compromiso, ¡ay, pero que emoción! -Mi cerebro se desconectó luego de eso, veía la boca de mi madre moverse, sin emitir sonido alguno, por largo rato, hasta que salió sonriente de mi recamara.

¿Qué?, ¿por qué él haría eso? Sólo teníamos meses juntos y habíamos sido más bien amigos. Yo no quería casarme, pero tampoco deseaba lastimarlo, era una buena persona y no lo merecía.

La siguiente noche, junto a nuestras familias, Josue y yo salimos a cenar. Me sentí demasiado nerviosa, sabía lo que se venía y aún no tenía una respuesta apropiada para él.

¡Clin-clin!, ¡Clin-clin!

Josue hizo sonar su copa delante de todos y sentí que el corazón se me paralizó, un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

-Familia, es un gran honor para mí tener a todos reunidos aquí, en este día tan especial. -Miré a mi madre, la forma en que lo observaba tan orgullosa y feliz, yo en cambio, deseaba salir corriendo-. Paula, ¿puedes ponerte de pie un momento?

Me levanté nerviosa y él se acercó a mí, entrelazando nuestros dedos. Se arrodilló con la cajita en una mano y sosteniendo la mía con la otra.

-Princesa, sé que tenemos meses juntos, pero creo que eres el amor de mi vida. -Mis ojos estaban a punto de salirse y el miedo amenazó con tumbarme, pero nadie lo veía, todos estaban concentrados en los típicos "awm" que acompañan este tipo de escenas públicas-. ¿Te casarías conmigo?

Los ojos de todos los presentes en aquel restaurante se clavaron sobre mí, la presión se sentía como un enorme peso en mis hombros, volviéndome cada vez más pequeña, como si acabara de caer por la madriguera del conejo blanco y me comiera de golpe todo un caramelo con la palabra "muérdeme" en él; todos a mi alrededor se hacían gigantes ante mi vista.

-¿Qué dices, princesa? -volvió a consultar Josue multiplicando mi temor.

De golpe, regresaron a mí los hermosos momentos que compartí con Anna, nuestros viajes, paseos, juegos, sus besos, su calor, la fuerza que solía inyectarme cada vez que yo caía ante los prejuicios. Y lo miré a él, allí, ante mí, sosteniendo un estuche proponiéndome una vida juntos; pero, sería completamente hueca y falsa porque la verdad, ya yo había comenzado una vida junto a esa mujer que abandoné de la peor manera y delante de todo el mundo, cuando lo único que hizo fue amarme tanto. Entonces, por primera vez pude darme cuenta de que había algo aún peor a admitir mi verdad en voz alta.

-Soy homo. -Solo lo dejé salir y sentí casi como una arcada que había contenido por muchísimo tiempo.

-¿Qué? -preguntó él, confundido.

-¡Eso no es verdad! -refutó mi madre en el acto, tratando de quedar "bien" ante los demás.

-Lo que escuchaste, soy lesbiana. -La segunda vez, por alguna razón, fue aún más difícil de decir, pero mucho más liberador-. Perdón, Josué. Eres un fantástico hombre, de verdad. -Solté mis manos y acaricié su mejilla. Había un gran dolor en sus ojos ante mí rechazo y lo pude sentir, pero por primera vez pensaba en mi felicidad, no en complacer a alguien más-. Nos condenaría a ambos a una vida falsa y vacía si acepto esta propuesta.

Salí del restaurante renovada, con una sensación de seguridad y tranquilidad conmigo misma que nunca antes experimenté. Un largo suspiro brotó de mi interior y por primera vez en meses pude sonreír de verdad. Mi madre me alcanzó en casa, en ese pórtico, al verme con equipaje en mano, de inmediato atacó:

-¡Nunca serás normal!

-Mi normalidad difiere de la tuya, mamá, ahora lo sé.

-¡Jamás vuelvas! Olvídate que tienes madre, porque desde hoy para mí estás muerta.

-Así me odies, para mí seguirás siendo mi madre. Te amo y espero que algún día regreses a mi vida.

Aunque sus palabras fueron demasiado dolorosas, esa vez no hubo lágrimas. Al fin comprendí que el problema no estaba en mí, yo debía procurar ser feliz, sentirme orgullosa de quién soy y a quién amo en realidad.

En ese momento lo único que me importó fue buscar a Anna e intentar conseguir su perdón, ese que no merecía. Volví a nuestro departamento y me armé de valor para tocar la puerta.

Luego de un rato, Anna apareció; me miraba de forma inexpresiva y yo sentí que todo el valor se esfumó, reemplazado por un profundo dolor. Entonces, fue Mirrors, sonando desde algún otro departamento lo que me impidió flaquear.

-¡Muéstrame cómo luchar! -le dije fuerte- Lo más sencillo que he hecho fue regresar aquí, al comprender que siempre estuviste para mí -hablé con el coraje y firmeza que nunca antes tuve-. Tú eres mi otra mitad, el vacío dentro de mí se llena solo con verte. -Llevé mi mano al pecho, sentí que el corazón se me saldría en cualquier momento-. Te amo, Anna, sé que fui horrible, además me tomó algo de tiempo; pero estoy aquí, pidiendo tu perdón y una oportunidad para demostrarte que no volverá a pasar. Por favor.

Anna no dejó de observarme durante los minutos que duró esa preciosa canción de Justin Timberlake. Yo estaba al borde de un colapso al no recibir respuesta de su parte; sin embargo, después de una sonrisa que se coló despacio en su rostro, me abrazó con mucha fuerza y sentí mi cuerpo tambalear. El calor de Anna recorriendo mi piel fue suficiente para sentirme completa.

-Eres el amor de mi vida, polilla -me susurró al oído y las lágrimas se desprendieron, luego nos fundimos en ese beso más que anhelado y necesitado.

Tomó mi mano y me llevó dentro. De vuelta a nuestro pequeño lugar, ese que juntas construimos, del que nunca tuve que huir y por el cual siempre debí luchar.

A su lado, sintiendo su calor recorer todo mi cuerpo con cada una de sus caricias, con cada uno de sus besos; me di cuenta de cuánto amo a esa mujer increíble, también de cuánto se llena mi corazón con su sola presencia. Junto a ella soy mucho más que un cascarón hueco y estaba segura de que en adelante lucharía por demostrarle mi amor y apoyo absoluto de la misma manera en que ella siempre lo hizo conmigo.

Desde ese día mi vida y mi forma de ver el mundo cambió. Dejé de hacer bolas mi mente por comentarios ajenos, si querían hablar de mí, adelante, eso solo evidenciaba mi popularidad. Mi único interés era demostrarle a esa hermosa mujer que tenía en mí un amor recíproco y en adelante, juntas, seríamos muchísimo más fuertes.

Así pasaron los años y el miedo al qué dirán desapareció día tras día, me enfoqué únicamente en mi felicidad o mejor dicho, nuestra felicidad; pues ver la sonrisa de mi malvavisco por las mañanas al despertar, llenaba de alegría mi corazón. Esa imagen matutina a su lado era suficiente para enfrentarme al mundo entero, si era preciso.

Y ha sido así hasta esta mañana, cuando el toc-toc en mi puerta trajo consigo a una envejecida persona que pedía mi ayuda. La mujer ante mí permanece expectante a una respuesta de mi parte, sus ojos se niegan a cruzarse con los míos, sus manos aprietan con fuerza la correa de su cartera, temiendo al rechazo.

-Entonces, ¿sí estoy viva? -inquiero con ironía después del larguísimo y embarazoso silencio que apareció tras su pregunta al llegar.

Mi madre aprieta sus labios y cierra los ojos en señal de pena, un lamento retenido por los últimos quince años. Entonces, las lágrimas se filtran a través de sus pestañas y siento una sacudida en el pecho ante tal lastimera imagen.

-Aunque me odies -agrego en tono bajo.

Mi mano se posa en su mejilla, con cautela, y ella se restriega contra mi palma por inercia, como si hubiese deseado ese pequeño contacto por mucho tiempo, pero el orgullo o quizás el miedo le impidió buscarme.

-Sigues siendo mi madre y te amo, ¿se te olvida? -Tomo su equipaje del suelo, le doy un empujoncito en las pompas con su maleta, invitándola a entrar-. Me alegra verte aquí, pasa mamá.

Una sonrisa triste le adorna el rostro, pero su abrazo fuerte me devuelve a la infancia, a esa época en la que su solo tacto era capaz de espantar mis dolencias, esa en que sus besos eran el bálsamo que curaba mis heridas, pero son sus palabras expresadas entre llanto las que me devuelven ese sentimiento de familia que hace tiempo había perdido:

-Perdóname, hija, yo no...

No le permito continuar, abrazo y beso al ser que me dio la vida. Ambas sabemos que cometió un error terrible y esta situación de emergencia la obligó a buscarme; sin embargo, es su tono y actitud lo que me demuestra que de verdad ha deseado volver a mi vida.

Estamos en plena pandemia mundial, no es momento para odios ni rencores. Si este tiempo sirve para algo bueno, entonces que sea una época de reflexión y acercamiento como familia, para que logremos comprender que el amor, en todas sus formas, es lo más importante.

No hay un amor bueno o malo, amar es amar.

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