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36| Esto es un... ¿abrazo?

Pasadas varias horas después del inusual saludo de Raphael, vuelvo a abrir los ojos siendo el techo de mi habitación lo primero que mis ojos logran ver. Apenas lo hago, regresan a mi mente las imágenes de lo vivido hace menos de ocho horas en la puerta de mi casa y que tienen como protagonista a cierto sabelotodo inexpresivo. Me estiro desperezándome y luego llevo ambas manos a mi cabeza aun estando bajo mis sábanas cuando lo recuerdo, a él y a sus palabras, pero no me tomo la molestia de levantarme todavía. Ayer, o mejor dicho hoy de madrugada, casi no pude dormir bien y eso se lo atribuyo precisamente a él. ¡Y cómo hacerlo! El sabelotodo estuvo aquí, en mi casa, a media noche, conoció a mi padre y, para terminar de empeorar las cosas (dado que mi plan es ahora olvidarme de los sentimientos que pueda tener por él), fue el primero en desearme un feliz cumpleaños. Nunca se me pasó por la cabeza que haría algo así, o en todo caso, que fuera justamente él quien lo hiciera primero, pero sé y estoy cien por ciento segura de que Raph solo estaba siendo educado. Cosa que yo no fui. No le devolví el saludo y aún me reprocho a mí misma por eso. ¿Por qué no lo hice? ¿Por qué no tuve un poco de autocontrol emocional y traté de concentrarme en lo que estaba sucediendo?

Autocontrol... Debería poner en práctica esa palabra en mi vida diaria cuando de asuntos que involucren los ojos claros de Raph puestos sobre mí se trate.

Me remuevo bajo mi frazada y pataleo quejándome internamente por haberme quedado en blanco al tenerlo delante de mí tan tranquilo. De pronto, después de haber desordenado las sábanas y de haberme destapado casi por completo a causa de mis pataleos, escucho pasos en el pasillo fuera de mi habitación y unos segundos después la puerta se abre permitiéndoles la entrada a mis progenitores. Ambos entran con una sonrisa en el rostro, tanto que me obligo a mí misma a sonreír yo también.

Feliz cumpleaños a ti —cantan mis padres sosteniendo el pastel que compraron para mí, el cual lleva encima dos velas que forman un diecisiete.

En un zoológico te vi —añade mi queridísimo hermano, apareciendo en el marco de mi puerta, claramente burlándose de mí al hacer una referencia a aquella película que solíamos ver una y otra vez cuando éramos niños.

Papá se vuelve para regañarlo.

—Zach...

—Solo bromeaba. Feliz cumpleaños, tormento pelirrojo de cualquier hermano mayor —repone ante la mirada desaprobatoria de papá.

Por alguna razón, el hecho de que Zach me salude sin ninguna segunda intención o dejando entre líneas algun comentario hiriente me pone de mejor humor y hace que la sonrisa que me obligué a esbozar hace unos segundos se convierta en una verdadera. Tan rápido como me es posible, me siento en mi cama y como puedo ato mi cabello hacia un lado para poder estar un poco más presentable, puesto que mi hermano es también en este instante el encargado de grabar el momento en el móvil de mamá. Cuando nuestros padres terminan de cantarme el "Feliz cumpleaños", ambos se encargan de sugerirme apagar las velas. Antes de soplarlas, me detengo muy bien a pensar qué es lo que voy a pedir. Si bien es cierto, ya no soy una niña de cinco años que solía creer con seguridad y firmeza que esos deseos en verdad se cumplían en un futuro; hoy por hoy tengo la edad suficiente como para entender perfectamente que no es así, sin embargo, eso no impide que no rompa con la tradición de los cumpleaños y cierre unos segundos los ojos para hacer lo propio de pedir el deseo.

Deseo...

Cuando por fin soplo las velas, el olor a humo me trae recuerdos de cumpleaños pasados. Siempre solía coleccionar las velas con cada número de cada cumpleaños. Este año no será la excepción. Mis padres aplauden una vez que termino y me piden que dé la primera probada a la torta. Algo que de por sí me encanta hacer, puesto que todo lo que mis labios tocan termina siendo para mí. Y la mayoría de veces resulta ser una gran tajada. Mi madre acerca hacia donde estoy, la mesa que en la que suelo situar mi laptop cuando estoy sentada en mi cama, y coloca sobre ella el pastel.

Teniendo ahora sus manos libres, le pide el celular a mi hermano para que grabe ella y le ordena a este que se acomode a mi lado. Zach obedece como buen hijo mayor que es (delante de mis padres, claro) y se sienta a mi derecha. Papá se sienta a mi izquierda antes de escuchar el flash de la cámara del móvil de mamá. En la siguiente, intercambian lugares; en otra la toman como selfie para que salgamos los cuatro. Varias fotos después, por fin me toca morder mi pastel. Mi hermano, todavía sentado a mi lado, ve mis claras intenciones de abarcar prácticamente la mitad de la torta, así que no se queda callado.

—A ese paso engordarás antes de presentarles a papá y a mamá un novio, hermanita —bromea por lo bajo para que los ya mencionados no lo escuchen.

—¿Engordar? Llevo haciendo esto desde que tengo memoria.

—Por eso nunca has tenido novio.

Rayos, es cierto. Estoy por contestarle que no lo necesito (al menos, de momento), pero en vez de hacer eso decido deslizar un dedo por el chantillí con el objeto de manchar su rostro que para él es lo más preciado y perfecto. Zach prevé mis intenciones, pero al moverse para que no logre hacerle nada, lo que le ensucio es la oreja. Cuando se da cuenta, me observa ofendido antes de tomar mi cuello y, de un solo movimiento, enterrar mi cara en el pastel. Yo no puedo aguantarme la risa. Hacía mucho tiempo que no jugábamos de esta manera, tanto que temo que solo por ser mi cumpleaños Zach se esté comportando como el hermano que solía ser. Me aterra que mañana vuelva a ser el mismo de siempre, aunque una parte de mí guarda la pequeña esperanza de que no sea de ese modo.

Terminado el asunto del pastel, mis padres y hermano abandonan mi habitación. Yo me dirijo al baño para lavar mi rostro, pero por alguna motivo, antes de hacerlo decido tomarme una foto en la que salgo con el rostro lleno de crema chantillí pero sonriente como si se tratara de una crema hidratante. Después de eso, me lavo el rostro, me cepillo los dientes y me doy una ducha. Hoy es mi cumpleaños, así que es un hecho que tengo que estar limpia como siempre además de, por así decirlo, decente. Se supone que saldré con papá a comer para después pasar el resto de la tarde con los gemelos Thompson. Me pregunto cómo es que sobreviviré hoy.

Intentando ver la vida de una manera positiva, me visto con una blusa blanca, un pantalón azul oscuro y unas zapatillas del mismo color que la blusa. Viéndome en el espejo de cuerpo completo, me percato de que no estoy nada formal. ¿Papá habrá elegido un restaurante de esos ostentosos? Teniendo en cuenta su posición y lo que puede permitirse, es probable que sí. En caso de que sea así, vendré aquí a cambiarme antes de salir. Me doy a mí misma la aprobación antes de salir de mi habitación para ir a desayunar. De seguro abajo me espera lo que es uno de mis desayunos favoritos: albóndigas de carne. Pero solo eso, albóndigas con pasta sin ningún tipo de acompañamiento.

Tan pronto como pongo un pie en el desayunador, papá me observa invitándome a sentarme. Me acomodo en mi respectivo lugar a su izquierda con mucho entusiasmo. La boca se me hace agua cuando veo a lo lejos a mamá acercarse con una bandeja de albóndigas de carne que deposita sobre la mesa. Podría comérmelas todas...

—Eso huele delicioso, déjame probar unas cuántas —pide mi hermano pinchando con su tenedor unas cuatro y llevándoselas a su plato.

—Hey —protesto acercando la bandeja hacia donde estoy—, son mías. ¿Acaso es tu cumpleaños?

Que no se meta con la comida porque olvido a todo el mundo.

Zach se ríe, pero no me las devuelve. Es más, se las lleva a la boca haciendo una sonido demasiado exagerado mientras las saborea. Papá no le dice nada, seguramente porque sabe que aún quedan bastantes para mí. Decido dejarle pasar eso por alto antes de decidirme en cuerpo entero a devorarme las deliciosas albóndigas. Estas son acompañadas por un jugo de pera helado que mamá coloca sobre mi individual. Eso de pronto me recuerda a la primera vez que vi a Ralph. Ese sabor de jugo fue lo que él me preparó.

Cielos, hoy es su cumpleaños. Mejor dicho, el cumpleaños de Raph y el suyo. ¿Debería llevarles algo? Esa pregunta está de más ahora que lo pienso, obvio que no puedo llegar a su casa tan tranquila con las manos vacías. Pero, ¿qué podría regalarles? Hoy, antes de irme a dormir revisé mi alcancía con el único fin de tratar de encontrar un bálsamo para mis preocupaciones, no obstante, al contar todo mi presupuesto disponible me di con la desdichada realidad de que como mínimo podría invitarles una hamburguesa a cada uno. ¿Eso cuenta? ¿Debería comprar dos hamburguesas y pedirlas para llevar? Mientras me enredo más con mis pensamientos, más estresada me siento. Esto ocasiona que casi no me dé cuenta cuando mi hermano me roba otra albóndiga. Y ya me quedan pocas.

—¡Tú! —lo acuso—. Devuelve eso.

—Pensé que ya no la querías, ya que te quedaste en silencio sin comer —explica antes de llevársela a la boca. Entrecierro los ojos e imito su acción con las que me quedan. Doy otro sorbo a mi bebida en tanto trato de pensar en una solución a lo que aqueja mi mente.

—Pecas —me llama papá—, recuerda que hoy te llevaré a comer. Después de eso puedes pasar el resto de tu cumpleaños con tus amigos, pero solo hasta las nueve.

Olvidaba el toque de queda de la familia Hussel.

—¿Iremos a un lugar elegante? —pregunto, soslayando la hora de llegada que me acaba de imponer—. Es decir, ¿estoy bien como estoy vestida?

Papá repara en mi aspecto. Por un momento pienso que me va a decir que por supuesto que no, que estoy loca si pienso que puedo asistir al almuerzo de mi cumpleaños organizado por él en estas fachas, pero lo cierto es que no por nada quiero demasiado a mi padre.

—Yo veo a mi hija preciosa.

Michael Hussel es el mejor papá del mundo, ¿a que sí?

Después del desayuno, subo nuevamente a la segunda planta, me cepillo los dientes y regreso a mi habitación para encargarme de alimentar a mi mejor amigo; es decir, mi pequeño Presidente. Este mueve sus alitas cuando ve que me estoy aproximando a él dispuesta a darle algo de comer. Lo primero que dice mientras vierto algunas semillas en un pequeño cuenco es "Hola"; ruego internamente por que no se le ocurra mencionar a cierta persona en este momento. Eso solo me pondría más nerviosa. Y me traería recuerdos de ese día; recuerdos que, por mi propia salud mental, me he esforzado por no evocar.

—Aquí tienes, hermoso.

Por unos largos minutos lo observo comer hasta que viene a mi mente Ale. ¡Lo había olvidado! Tengo que avisarle que pasaré mi cumpleaños con ella pero no precisamente saliendo de mi casa, sino que estaré en otro lugar. Busco mi celular entre mis sábanas y lo encuentro después de entreverar todo. Desde ese día en el aguacero con tanta agua que le cayó encima ya no funciona de maravilla, pero sirve al menos para mandar mensajes (escritos con dificultad), que es lo que importa ahora.

Es entonces que me doy cuenta de que me ha escrito un mensaje saludándome. Sabía que ella no se olvidaría de mí, esa máscara de frialdad no suele usarla conmigo tan a menudo.

«Ale, hoy pasaré mi cumpleaños en otro lado. Te paso la dirección: Condominio East Side. Torre "D". Décimo primer piso. Departamento 1105. Te veo allí a las 4:00.»

Me siento más aliviada una vez que leo el «enviado» en el mensaje. Ale no me responde, pero intuyo que ya ha de haber leído lo que le escribí. Seguramente se debe estar preguntando qué me traigo entre manos, porque, ¿celebrar mi cumpleaños en un condominio? ¿Así de la nada avisándole el mismo día? No es común en mí. Desde que la conozco ella siempre ha ido a recogerme a mi casa, por lo que tal vez el repentino cambio pueda resultarle un poco sospechoso. Y extraño, como no deja de parecérmelo a mí.

Con todo ese lío existencial en mi cabeza, me recuesto en mi cama, quedándome dormida pasados algunos minutos.

Los golpes en mi puerta son los que me levantan. Presidente repite su saludo habitual como dándole la bienvenida a la persona que acaba de entrar antes de recibir una respuesta: mamá.

—Naddy, tu padre te espera abajo —informa con un dulce tono de voz. Voz que me desconcierta un poco debido a que ese mismo tono suele usar siempre con Zach—. Te llevará a comer.

—Gracias, mamá. Enseguida bajo.

Mi madre asiente sonriente antes de salir de mi habitación dejando la puerta abierta. Suelto un suspiro preparándome mental y físicamente para el almuerzo con mi progenitor. Conozco demasiado bien a papá como para saber que no se trata de una simple comida de cumpleaños, sino más bien de tener un momento a solas en el que pueda hablar conmigo sobre mi estado de ánimo, desempeño en la escuela, relaciones personales, una serie de puntos que siempre he respondido y, lo que es más importante para él, el estado actual de mi corazón. En lo último nunca hubo problemas, puesto que no recuerdo haberme enamorado de alguien hasta el punto de terminar con el corazón hecho pedazos. Llevarme a comer es el mecanismo de Michael Hussel para que me desahogue con alguien de confianza. Él ha hecho eso desde que tengo memoria. Yo siempre escatimé en contestar con la verdad logrando así sincerarme con mi padre. Él era mi confidente... Digo "era", porque hasta el momento no le he confesado lo que me está pasando con el chico que hace horas invitó a pasar a la casa. Hasta ahora, quién sabe.

Al igual que cuando me llevaba a la gran heladería del centro comercial cuando era pequeña, me sitúo en el asiento del copiloto en el auto de papá. Este rodea la parte delantera antes de adentrarse también. Hacía mucho que no me subía a su auto, ya que la última vez que lo hice me sentía demasiado mal de salud, tanto que terminé vomitando sobre los asientos traseros.

—¿Estás recordando lo mismo que yo? —me pregunta de pronto.

Asiento en respuesta. ¿Cómo no hacerlo? Fue uno de los peores días de mi vida.

—Estabas tan asustada esa vez y no parabas de repetir «me voy a morir, papá» —agrega colocando la llave en el compartimiento, logrando encender el motor—. Decías que te salía vómito hasta por la nariz.

Ahora lo dice entre risas. Claramente, ese día en verdad pensaba que me iba a morir, de lo contrario no habría dicho cosas tan bochornosas que me dejarían en ridículo en el futuro. Sentía que no podía respirar y agitar los brazos era lo único que conseguía hacer.

—¡Papá! —me quejo, entre avergonzada e irritada—. Eso suena asqueroso —replico evocando ese recuerdo. Luego, se me ocurre devolverle el comentario recordándole uno de sus peores malos ratos—. ¿No quieres hablar mejor de la vez que mamá se confundió y te dio laxantes por error en vez de una pastilla para el dolor de cabeza?

Mi padre levanta ambas manos en señal de paz. Sé que recordar la manera tan veloz en que se levantó aquella vez para ir corriendo hasta baño en una posición muy graciosa no es algo digno de querer revivir mentalmente.

—A veces eres como tu madre.

Lo dice como una acusación, ya que esa vez ella, al igual que yo, no se pudo aguantar la risa. Yo me encojo de hombros al escucharlo, y decido encender la radio.

Casi media hora después, papá estaciona el auto en el aparcamiento de un restaurante de muy buena pinta. Me bajo sin despegar la vista de la entrada. Parece como uno de esos restaurantes inalcanzables donde suelen comer los famosos o personas de ese estatus. Al poner un pie adentro, sé al instante que hice muy mal en venir vestida de este modo. ¡Todos los presentes están vestidos de etiqueta! Bueno, qué más da... Papá también está vestido casi como yo. Al menos no lleva su traje habitual.

—Tengo una reservación a nombre de Michael Hussel.

Un hombre vestido de pingüino, después de comprobar la veracidad en las palabras de mi padre, nos guía hasta una de las elegantes mesas presentes. Trato de comportarme lo mejor posible, dado que no es la primera vez que voy a un lugar como este. Muchas veces, la empresa de mi padre hace reuniones o eventos grandes que incluyen personas vestidas de este modo y largas mesas de comida. A esos eventos desde luego que he asistido. Sí, se podría decir que esto no es tan nuevo para mí.

Decido que papá pida por mí apelando al conocimiento que este debe tener sobre su propia hija. Diecisiete años viviendo bajo el mismo techo, es bastante probable que sepa lo que me gusta. Y no me equivoco cuando lo escucho dándole la orden a uno de los camareros.

—Y bien, Pecas, ¿qué tienes para contarme?

—Aprobé los exámenes bimestrales —manifiesta con emoción, sigo sin creérmelo del todo—. Incluso los de matemáticas, ¿puedes creerlo?

—De verdad que no —dice mi padre sin borrar la sonrisa de su rostro, obviamente bromeando—. Pero, ¿tú aprobando en matemáticas? —Mi padre se sorprende porque está al tanto de lo mucho que odio esa materia y todo lo que tenga que ver con ella—. ¿Cómo pasó eso?

Una sola persona me viene a la mente.

—Pues...

No puedo continuar con lo que pensaba decirle, debido a que una voz femenina entra a nuestro campo auditivo.

—No puedo creerlo, ¿Mike? —curiosea una mujer, de la cual sus rasgos físicos me recuerdan a cierta chica que desearía no recordar.

Mi padre vuelve la mirada hasta que se percata de quién se trata.

—¿Dakotah?

El nombre no me suena para nada.

—¡Tanto tiempo! No te veía desde que empecé la universidad.

Ella se acerca hasta nuestra mesa. Papá la invita a unirse a nosotros. Un momento, ¿qué es esto? ¿Dónde quedó nuestro momento de padre a hija?

—Qué sorpresa encontrarte por aquí.

—Lo mismo digo, en este momento estoy con mi esposo solo que él se fue a aparcar el auto —relata. En ese momento un hombre castaño de ojos verdes ingresa al local y la señora no duda en hacerle señas para que se acerque también—. Aquí viene, él es Chad Accio, mi esposo. Chad, él es Michael Hussel, un antiguo compañero y ella es...

—Es mi hija, se llama Nadia. Princesa, ella es Dakotah Miller y su esposo, Chad Accio.

¿Accio? ¿Miller? ¿No son los dos apellidos que conforman el molesto nombre de la bruja Sabrina? No puede ser. ¿Acaso voy a comer con sus familiares?

—¿Ustedes son los padres de Sabrina? —No puedo evitar preguntar.

Ambos asienten muy orgullosos para tratarse de aquella castaña particularmente odiosa que suele ser el sueño de muchos de mis compañeros de clases.

—Al igual que tú lo eres para Mike, ella es nuestra princesa —Vaya princesa—. ¿La conoces?

—Está en mi clase.

—Eso es genial, espero que sean buenas amigas.

Sí, claro. Buenas amigas... Conociendo cómo es su princesa, dudo mucho que terminemos siendo amigas. Por un segundo me compadezco de sus padres, ya que los había juzgado mal en el pasado; ellos sí son agradables.

El resto de la comida, todo se resume a una charla sin fin entre los Accio y mi padre. Yo casi no digo nada, ni emito algún comentario, solo me dedico a escucharlos hablar sobre el pasado. Según me entero, el señor Chad conoció a mi madre. ¿Tan pequeño es el mundo? O, en este caso, ¿tan pequeña es la ciudad de Seattle? Tan concentrada estoy en escucharlos que no me doy cuenta de la hora. Cuando reviso mi celular para cerciorarme casi me caigo de espaldas. ¡Faltan quince minutos para las cuatro! Tardamos media hora en venir hasta aquí en coche, ¿qué se supone que haga? Papá parece a gusto aún conversando con sus amigos. Aprovechando una distracción de los padres de la castaña amiga de Raph, le toco el hombro a papá.

—Ya me tengo que ir.

—Te llevo.

—No hace falta, tomaré un taxi.

«Con el dinero que te iba a pedir», me faltó añadir.

Papá niega con la cabeza.

—Ha sido un gusto encontarlos hoy, pero ya nos tenemos que retirar.

—Oh, no hay problema —responde la señora Accio—. El gusto es nuestro. Sigamos en contacto, un día de estos debemos hacer un encuentro.

Observo a papá asentir más por compromiso que porque en verdad le entusiasme la idea, pero hago lo mismo que él y me despido. Cuando nos montamos en el coche de papá, por fin puedo respirar en paz. Lo bueno que puedo sacar de esto es que no tuve oportunidad para hablarle a mi padre sobre Raph. Tal vez se habría dado cuenta de que no es como los demás ante mis ojos. Tal vez se habría dado cuenta de que me gusta. Y de que realmente tiene una hija muy masoquista.

Tan pronto como papá detiene el auto frente a nuestra casa, salgo corriendo hacia el baño para cepillarme los dientes e intentar luego teletransportarme hasta la puerta de la casa de Raph. Como era de esperarse, no logro lo último, así que lo único que me queda por hacer es caminar las calles que me separan de su condominio.

Respiro con detenimiento cuando por fin estoy en la entrada del predio. El señor me permite la entrada sin ningún tipo de problema. De un momento a otro, antes el cansancio de haber casi corrido desde mi casa hasta aquí temiendo que Ale ya haya llegado, me encuentro a mí misma agradeciendo a la tecnología y levantando elogios a quien sea que se le haya ocurrido la maravillosa idea de inventar los ascensores. Viendo mi reflejo, me pido calma. Cuando el sonido del ascensor me indica que he llegado a mi destino, cierro los ojos dándome ánimos. Consigo salir de las cuatro paredes con tranquilidad. Finalmente, toco el timbre de la casa de los cumpleañeros. Estoy por ver a Raph. Estoy por... ¡Cielos! No traje las hamburguesas. No traje ningún regalo, no traje nada. Tengo que irme antes de...

Apenas la puerta se abre, veo el sorprendido rostro de Raph. Este se descompone en sorpresa y no soy consciente de nada hasta que siento que tira rápidamente de mi brazo haciéndome entrar al departamento y dejándome reposar sobre su pecho.

Esto es un... ¿abrazo?

Me quedo completamente inmóvil, escuchando en la lejanía los acelerados latidos de mi corazón.










Qué está pasandaaaaaa. Alguien explíqueme, por favaaaaar. Bueno ya, nomás no vayan a enloquecer cómo yo :0 Capítulo medio largo para su goce y deleite 7u7

JAJA, bueno ya. Como siempre, espero que este sabroso capítulo les haya gustado y les haya dejado con ganas de más. No duden en comentar y recomendar la historia. Tampoco duden en seguirme en Instagram, ando súper activa por ahí jeje

Curiosidad: estoy escribiendo esto a la 1:25 AM en mi país para poder dormir en paz :c (sí, porque si me dormía se me iba la inspiración XD)

PREGUNTA DEL DÍA: ¿Están leyendo esto sentadas o echadas? Me dio curiosidad xd

Muchos besos para ustedes <3

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