22 | Culpa
NOTA: el capítulo fue resubido porque faltaba un fragmento de este. Disculpen las molestias :(
CAPÍTULO 22: CULPA
Si bien es cierto que nunca antes he salido de la pequeña y hermosa ciudad de Seattle, no me molesta hacerlo esta vez acompañada de Raph. Lo molesto es que el profesor que más me odia de entre todos los cursos que llevo en la escuela esté también presente. Ah, claro, es este mismo docente quien casi nos deja morir de hipotermia al sabelotodo y a mí, bajo el feroz aguacero que cayó sobre nosotros de manera inesperada. ¡Deberíamos acusarlo por tal negligencia! Raph y yo somos todavía menores de edad y, aunque no nos haga mucha gracia admitirlo, dependemos de él en este momento.
No obstante, dadas las circunstancias, ya no podemos hacer tal cosa, pues ya nos encontramos con rumbo a Bend para participar en el concurso y no hay marcha atrás.
Para mi buena fortuna, mi cuerpo ya ha dejado de tiritar a causa del calor que nos ha embargado a la hora de entrar en la camioneta del señor Smith, pero eso no quita lo empapada que está mi ropa. Raph está igual que yo. A causa de eso, su cabello se le ha pegado en la frente, haciéndolo ver incluso más atractivo de lo que es normalmente y sus largas pestañas brillan un poco debido a la humedad en la que se encuentran; sin embargo, en todo el camino de ida a Bend, ha omitido decir algo. Se ha mantenido en silencio y ni siquiera le ha dado un sorbo al café que nos han invitado. Debo admitir que eso no es algo nuevo tratándose de él, ya que es el ser más orgulloso que conozco e incluso el más indiferente. Sobre todo si se trata de mí, aunque... ahora que recuerdo, cuando estuvimos en el paradero, me recosté sobre su hombro sin querer y él no me apartó.
Esta escena aparece en mi mente como una película en cámara lenta y hace que lo mire de manera inevitable. Raphael tiene la vista pegada a la ventana de la puerta de la camioneta. Lleva la cabeza apoyada en un brazo, además de andar con el semblante serio como siempre, pero ese semblante desaparece al girarse hacia mí y pillarme mirándolo. Mi mente se envuelve en las reminiscencias que se desprenden de cada uno de los momentos en que algo como esto ha pasado, dando por hecho que va a ser como siempre y que una vez más va a terminar ignorándome como se le ha hecho costumbre los últimos ocho días; sin embargo, esta vez no lo hace.
Me observa un momento, aún sin despegar sus labios, seguramente sopesando lo próximo que va a decir.
—Es mejor que te acabes tu café de una vez, así me evito amanecer con más humedad que la que llevo encima.
Escuchar su voz, después de más de una hora de apabullante mutismo de su parte, me levanta el ánimo. Como siempre, Raph no abre la boca más que para dar órdenes o emitir alguno de sus cortantes comentarios, pero aún así, soslayando todo pensamiento flemático que pueda tener sobre la acción de mi sabelotodo compañero de carpeta, lo único que hago a modo de respuesta es darle el último gran sorbo a mi bebida y sonreírle mostrándole el vaso vacío. Raphael suelta un suspiro pesado antes de hacer lo mismo con su café, previamente ignorado por él. Acto seguido, antes de que se disponga a dormir, sugiero hacer un sorteo sobre quién va a poder estirar sus piernas sobre los asientos, a fin de que pueda dormir más cómodo. La opción más factible es el famoso e infaltable piedra, papel o tijera; no obstante, Raph se niega rotundamente a que sea de ese modo tan infantil —como él lo llamó— y sugiere hacer un método más complejo que incluye, cómo no, las matemáticas.
A pesar de sus intentos por tratar de que así sea, yo me aferro a mi resolución.
Después de varios minutos de debate, terminamos utilizando el método de mi sugerencia en donde resulto ganadora. Raphael no evoca alguna clase de queja ante esto, tampoco me lo esperaba.
—Te prometo que dormirás como en tu casa, ni siquiera notarás que estoy a tu lado —le digo para, indirectamente, hacerle entender que no pateo mientras duermo, ni ronco o algo por el estilo.
Él asiente.
—En ese caso... —Raph se quita la polera que lleva puesta y la coloca justo en medio de nosotros dos en el asiento—. Prometo lo mismo.
Sonrío sin poder evitarlo.
Después de esto, saca de su maleta una especie de manta que usa a modo de frazada. Lo gracioso es que tal manta es floreada y de un color entre anaranjado y rosado, poco usual entre los hombres. Al parecer, la roca con cerebro nota mi expresión divertida porque se descubre la cabeza y aclara:
—Me la mandó mi madre, esto pasa cuando hace caso a las sugerencias de Ralphale.
Aquello se me hace demasiado tierno de su parte, sobre todo por el hecho de que él haya aceptado traerla sabiendo perfectamente que no le hace ni una pizca de gracia usarla y que además yo iba a estar aquí en primera fila para verlo. No me sorprende mucho escuchar que la idea ha sido del gemelo elocuente, pues este tiene un gran sentido del humor y nunca desaprovecha la oportunidad para probarlo.
Después de hacer su aclaración, Raph vuelve a cubrirse la cabeza en señal de que no le interesa seguir conversando y decido que, al igual que él, es hora de irme a dormir. Haciendo acopio de mi fuerza de voluntad, logro acomodarme en el asiento estirando mis piernas y cubriéndome con parte de la manta de Raph sin que este se dé cuenta. Porque sí, no pensé en ese pequeño detalle y olvidé traer algo para cubrirme.
Pasados unos segundos en que me obligo a mí misma a dormirme, ni siquiera me doy cuenta cuando pierdo el conocimiento, sumergiéndome en un profundo sueño.
•••
Doy un suspiro aspirando el delicioso aroma a colonia varonil que empiezo a notar de un momento a otro.
Doy otro suspiro acomodándome plácidamente donde estoy durmiendo.
Doy... No, ya no doy ningún otro suspiro al caer en cuenta de algo...
Abro intempestivamente los ojos apenas escucho el claxon de un carro en la lejanía. Lo primero que veo al hacerlo es la ventana de la camioneta que se encuentra del lado que Raph eligió para sí, y lo segundo es el rostro del sabelotodo a unos escasos centímetros del mío. Vuelvo a abrir los ojos, pero esta vez más de lo normal. Madre mía, ¿qué es esto? Levanto un poco la vista para cerciorarme de que no me estoy imaginando nada, ni de que estoy teniendo alucinaciones o algo por el estilo, para después percatarme de que, en efecto, en este preciso instante estoy apoyada sobre el pecho de Raphael Thompson, el chico de mi clase que todavía no termina de acostumbrarse a mi presencia, quien se encuentra con los ojos cerrados. Durmiendo.
Dios mío, ¿cómo terminamos en esta posición? Por el sitio en el que estamos, todo indica que la que se movió hacia él fui yo. ¿En qué estaba pensando? ¿Desde cuándo soy sonámbula? ¡Por favor que no se despierte! Giro un poco mi cabeza y compruebo que el auto aún sigue en marcha, y que estamos ya en la ciudad de Bend.
El profesor Smith tiene las manos en el volante y sobre este reposa una especie de mapa de la ciudad. Seguramente está buscando dónde queda la mentada escuela o un lugar para hospedarnos. Sea como sea, aún no puedo creerme que Raph y yo hayamos dormido de esta manera, abrazados. Cielos, Nadia.
Me abofetearía para comprobar que estoy soñando, si pudiera moverme.
Al haber levantado la cabeza para comprobar que no se estaba tratando de un sueño, el rostro de mi compañero queda aún más cerca del mío y me permite admirar cada detalle de él. Mi vista va desde sus ojos hasta detenerse en sus labios. Esos labios que solo sirven para decir cosas hirientes, frías y tajantes.
Bien, debo concentrarme.
Para no despertarlo y hacerle ver que hemos dormido como una pareja de adolescentes enamorados, quito lentamente mi brazo izquierdo —que se hallaba abrazándolo— de su encima, con la intención de no generar algún movimiento brusco que logre hacerlo abrir los ojos. Justo cuando estoy a punto de hacerme a un lado sigilosamente, regresando a mi sitio al lado derecho de la camioneta, el profesor Smith pega tal frenazo que por poco y salgo disparada por el parabrisas una vez más en mi vida. Después de esto, toca el claxon repetidas veces como si se tratara de un despertador, ocasionando que las clarísimas iris de Raph me escudriñen con curiosidad al encontrarme en donde me encuentro. Es decir, con la cabeza sobre él.
Casi puedo sentir como mi rostro se convierte en un tomate, una manzana, una fresa y todo lo que incluya el color rojo.
Maldigo en mis adentros sintiéndome de pronto muy avergonzada. ¿Qué habrá pensado Raph al verme así, tan cerca de él? ¿Se habrá arrepentido de hacer que venga? Supongo que nunca lo sabré.
—Oigan jóvenes, eviten de nuevo esa clase de escenas, por favor —advierte el profesor mirándonos a través del espejo retrovisor, tal vez haciendo alusión al hecho de haber dormido abrazados—. Cursis.
Lo último lo dice en un tono de voz muy bajo, pero al estar más cerca de su asiento, logro escucharlo. Entrecierro los ojos reprimiendo mis ganas de dejar salir a la Nadia bocazas que le respondería cuatro cosas bonitas y, en lugar de eso, aprovecho ese instante para regresar a mi sitio y hacer como si nada hubiese ocurrido. Raph se queda un tanto confundido ante mi alejamiento tan brusco, pero ya qué. La cosa era que él no se despertara y no fue así. Ahora tendré que lidiar con una vergüenza más añadida a la lista de vergüenzas que he pasado por su causa.
El auto se queda quieto y eso solo significa una cosa...
—¿Ya llegamos al hotel? —pregunta Raph segundos después, recomponiéndose. Me ha leído la mente.
—Así es, recojan sus cosas y síganme para indicarles sus habitaciones.
No escatimo en abrir la puerta de la camioneta y salir disparada arrastrando mi maleta, dejando al sabelotodo atrás. En este momento, no es mi deseo ser la Nadia preguntona que siempre lo atosiga con miradas, comentarios o preguntas exasperantes; esto porque quiero que la "escena" de hace un rato quede en el olvido. De parte de ambos.
Ya en la recepción, el profesor Smith se cerciora de que los dos estamos presentes y una vez que paga, nos hace entrega de unas llaves a cada uno de nosotros. Seguido de esto, nos ordena que lo sigamos para que nos indique en donde nos vamos a alojar. Primero tomamos el ascensor hasta el piso número siete, luego nos adentramos por los pasillos de este hasta llegar finalmente a las puertas blancas en las que se leen los números 704 y 705. Un momento, ¿por qué solo hay dos habitaciones?
Raph y yo nos miramos con el mismo gesto de confusión y luego hacemos lo mismo con el profesor. Este parece entender lo que estamos pensando y se apronta en aclarar que su habitación será la 709, puesto que no había tres habitaciones contiguas disponibles. Oír eso me tranquiliza.
—Dense una ducha y alístense para ir a desayunar, porque dentro de 2 horas nos vamos para High Tower.
Dicho esto, sigue con su camino hasta el final del pasillo donde supone que queda su habitación. Yo me quedo mirando en su dirección mientras saca su llave, hasta que finalmente se adentra en ella. Luego, giro mi vista hasta donde Raph, pero él ya no está.
Se ha metido en su habitación.
Así que hago lo más sensato que he hecho en todo este día e imito su acción.
•••
—Hussel, date prisa —Me apremia el profesor desde afuera de mi habitación. Hace poco acabamos de regresar de desayunar y acabo de terminar de cepillarme los dientes.
Seco mi rostro con una de las suaves toallas de seda que hay en el baño, para después apagar las luces y salir de mi pasajero aposento. Me siento tan fresca después de la ducha que me he dado, que no me importa llevar tan solo una simple camiseta y unos shorts cortos, a pesar de la ventisca que corre por la ciudad. Apenas salgo, veo que el señor Smith y Raph me esperan afuera apoyados en una pared. ¿Tanto me he tardado?
Por poco y el profesor rueda los ojos. Una vez que estamos listos, los tres bajamos por el ascensor y caminamos hasta el estacionamiento del hotel, donde está estacionada la camioneta que nos trajo hasta aquí. Soy la primera en subirse, seguida por Raph. De un momento a otro me encuentro incluso más emocionada que el que va a participar en el concurso, es decir, el sabelotodo.
El trayecto hasta High Tower School no es tan largo como pensé, pero dura lo suficiente como para que yo me deleite viendo las diversas atracciones de la hermosa ciudad de Bend. Los edificios, los parques y los monumentos que hay en medio de estos, llaman mucho mi atención y no pierdo la oportunidad de hacer fotos con la cámara fotográfica que traje por si acaso. Desde ayer en el aguacero mi celular no se enciende y creo que lo mejor será esperar a que se termine de secar antes de entrar en pánico.
El profesor Smith se detiene frente a uno de los tantos semáforos en rojo, así que aprovecho para bajar la ventanilla del asiento y enfocar a una pareja de enamorados que están representando, frente al restaurante en el que están, la escena más tierna de la historia: una pedida de matrimonio. El chico está hincado de rodillas con una cajita extendida en sus manos y la chica no puede ocultar su emoción por tal petición. Por un instante me imagino en una situación parecida junto a... ¡Dios, no! De darse el caso, conociendo a la otra persona y lo orgullosa que es para hacer algo, la que estaría en el puesto del chico sería yo. Pensar eso me provoca una sigilosa risa. Justo cuando estoy por darle clic a la cámara para tomar la fotografía, el auto sigue con la marcha y, debido a esto, la fotografía sale borrosa, como si tuviera un desenfoque de movimiento. Gruño como niña pequeña y suelto un resoplido de frustración. ¡Era la mejor imagen del mundo! Y la acabo de perder...
Ante este incidente, la emoción me abandona durante unos largos minutos de restante camino.
Raphael, en cambio, luce tranquilo y desconectado del mundo gracias a los audífonos negros que lleva puestos. ¿Será posible que esté escuchando un formulario de matemáticas en audio en vez de música? De acuerdo, no creo que sea tan nerd.
—Llegamos —anuncia el profesor aparcando el auto frente a la entrada.
Al bajarme y contemplar lo que mis ojos me ofrecen, quedo maravillada. La fachada de la escuela tiene cierto aspecto antiguo de color beige, pero en muy buen estado, lo que le da un aire de formalidad y deja entrever el recorrido de años de experiencia y reputación que la conforman. Frente a la gran puerta de entrada, una pileta de agua nos da la bienvenida y a cada lado del pórtico hay dos monumentos de piedra con las iniciales de la escuela. El edificio es de tres pisos y es enorme. Desde mi posición se puede ver a lo lejos el vasto terreno del colegio además de los otros edificios que lo complementan, el campus es realmente enorme y ni hablar de las ventanas rodeadas por hermosos marcos de un material muy parecido al mármol. Incluso la piscina lo es. Definitivamente High Tower es una escuela de ricos, un castillo en el que fácilmente cualquier estudiante podría ser considerado de la realeza por el simple hecho de estudiar en un lugar como este.
A medida que nos adentramos en el edificio principal, no puedo dejar de sorprenderme. Si antes dije que la fachada era hermosa, ahora puedo asegurar que el interior lo es más. El piso es de mayólica marrón, la escalera como la de un palacio y en vez de bombillas lo que hay son grandes lámparas colgantes que alumbran todo lo que mis ojos ven.
Las personas que están adentro nos reciben con un amable saludo. Al parecer, son familiares, amigos y personal administrativo de la escuela, que están esperando a que empiece la primera fase de la Olimpiadas.
El profesor nos guía hasta lo que parece ser un salón de clases en el que hay otros adolescentes como nosotros que esperan lo mismo, es decir, que el concurso empiece ya. Cada uno de los presentes con un distintivo diferente adherido a su ropa, símbolo de que pertenecen a diferentes escuelas.
Pasa aproximadamente media hora y la mitad del salón es llamada para salir a competir frente al jurado. Yo intento hacer lo mismo e irme con el grupo, pero una chica morena con lentes me indica que los que están saliendo son los participantes y que a los de apoyo los llaman después. Eso me indigna. Raph me necesita, yo le dije que sería su ángel guardián y eso implica no dejarlo solo en ningún momento...
—No me parece —resollo finalmente, cruzándome de brazos.
Ahora estoy rodeada de varios chicos que, al igual que yo, han venido de apoyo. La mayoría usa lentes y ser una de las pocas que no, me hace sentir un tanto extraña.
—¿Por qué? —pregunta un chico castaño desde la otra esquina del salón. Este no usa lentes y tampoco ha usado un tono que se podría considerar amable para dirigirse a mí—. ¿Es la primera vez que vienes a unas Olimpiadas matemáticas, pelirroja?
—Claro, sino no preguntaría, ¿no crees?
—Ya veo, ¿a qué pobre alma has venido a condenar a la derrota?
Oír eso me molesta. Y no lo oculto. El chico esboza una sonrisa de esas que dan a entender que está disfrutando la situación. Se está burlando de mí, en mi cara.
—A ninguna —siseo, tratando de parecer tranquila—. Es más, mi representante es mucho más inteligente que el tuyo, no por algo Raphael Thompson ha ganado estas famosas Olimpiadas cinco años consecutivos.
Cuando escucha el nombre del sabelotodo, su expresión cambia. Por un segundo se le borra la sonrisa del rostro, su mirada se ensombrece y todos los que están en el salón además de nosotros dos, lo observan. Otro segundo después, vuelve a sonreír, pero esta vez con malicia.
—No sabía que Raphita necesitaba un apoyo. ¿Qué pasó? ¿Acaso descuidó los estudios este año y no va a poder solo?
Estoy a punto de contestarle, pero otra voz me detiene.
—Arnold, ya párala —interviene la morena con lentes de hace un rato. El castaño se encoge de hombros y nos da la espalda.
—No le hagas caso, creo que tuvo un problema con Raph hace años y aún no lo supera.
Número 1: ¿Dijo problema?
Número 2: ¿Cómo es que ella conoce a Raph?
y último, pero no menos importante, número 3: ¿por qué ella sí le puede decir "Raph"?
Justo cuando estoy a punto de hacerle la segunda pregunta, una señorita muy simpática nos indica que ya debemos salir. Todos obedecemos. Mientras sigo a la encargada de guiarnos a través de la escuela, trato de no perder de vista al tal Arnold para ver quién es su representante y tratar de averiguar por qué me habló de ese modo. ¿Qué clase de problema pudo haber tenido con Raph? Esa pregunta invade mis pensamientos y es lo único constante en mi cabeza lo que resta del camino hasta donde están los demás.
Apenas pongo un pie en el estrado donde están todos los participantes, veo a Raph sentado en una mesa con una silla a su lado. Recibo la orden de acercarme a mi representante y le regalo una sonrisa al verlo. Esta acción de mi parte parece sorprenderle.
Estando ya acomodada a su lado, me dispongo a buscar entre todas las personas presentes al castaño odioso de hace un momento. Luego de un minucioso escaneo por el amplio estrado, logro dar con él, encontrándolo al lado de una chica rubia muy bonita. Si conociera en verdad a la persona que eligió como apoyo no estaría tan sonriente.
Arnold me sorprende mirándolo y, en vez de devolverme el gesto de fastidio que le dedico, lo que hace es guiñarme el ojo.
—Muy bien, participantes, les pido su atención —manifiesta una señora desde la mesa del jurado—. El concurso está a punto de empezar y, como ya todos saben, este será dividido por fases. En esta primera fase en donde para empezar, se tomará el tema de Cultura General, se eliminarán a 5 de los 20 participantes que hay, así que sin más que decirles les deseo todo el éxito del mundo.
Después de una serie de aplausos por compromiso, el reloj gigante que hay al lado de la mesa del jurado comienzo a contar el tiempo, indicando que el concurso ha comenzado. El primero en responder una pregunta es un chico rubio de ojos verdes, que obtiene el punto al hacerlo correctamente. Cielos... Esto no va a ser nada fácil, pero confío en Raph. Cuando se vuelve a hacer otra pregunta a todos los participantes presentes, el sabelotodo es el primero en tocar la campana que tiene cada mesa y que sirve para indicar que sabe la respuesta. Y en efecto, el jurado le otorga el punto. Yo, por mi parte, como buen apoyo que pretendo ser, debo anotar los puntos que lleva Raph para después corroborarlos con los que tiene contabilizados el jurado.
Después de veinte minutos exactos, cronometrados por ese reloj gigante, se da por finalizada la primera fase, y el jurado nos da un pequeño descanso en tanto se remite a hacer el conteo de puntos por participante. Cuando esto pasa, apoyo todo mi peso en el respaldo de la silla en la que me encuentro. Me siento muy orgullosa de Raph, ya que este ha estado respondiendo muy bien y lleva dieciséis jugosos puntos anotados. En este preciso instante, él está conversando con el profesor, así que solo me queda esperar a que el descanso termine.
De un momento a otro, me entran ganas de ir a los servicios. Miro a ambos lados en busca de alguien a quien pedirle permiso para ir, pero todos parecen ser participantes y los del jurado están ocupados. Además, no creo que haya problema si me voy, ¿o no? A fin de cuentas, la presencia de Raph es más importante que la mía.
—Hola, pelirroja.
Ahí está de nuevo el castaño odioso.
—¿Qué quieres?
—Felicitarte, tu representante no está teniendo piedad de los demás concursantes, debo admitirlo.
—Te dije que era mejor que el tuyo o la tuya en este caso... —escupo algo inquieta por las ganas que tengo de ir al baño. Me remuevo en mi asiento buscando por el estrado a alguien que me pueda conceder el permiso, porque no creo poder aguantar mucho.
—¿Qué te pasa? —pregunta al notarme un poco extraña, luego parece darse cuenta de lo que me ocurre—. Oh, ya entiendo. ¿Por qué no vas a los servicios? Yo te cubro.
Me río.
—¿Por qué crees que confiaría en ti?
—Ya, bueno, si no me crees, yo también iré a los servicios.
Eso no suena mal. Si él va a los servicios al igual que yo significa que está poniendo en riesgo la participación de su representante en el concurso, lo cual es imposible que haga, así que, dejándome influenciar por las ganas que tengo de satisfacer mi necesidad fisiológica, acepto. Ambos caminamos hasta la salida del estrado y él me indica donde está el baño de chicas. Antes de entrar, lo veo hacer lo mismo y eso me tranquiliza.
De regreso al estrado, una vez satisfecha mi necesidad, quien me recibe en la entrada es el profesor Smith, este me impide la entrada colocándose en mi camino. Mi corazón se paraliza en cuanto veo a Raph a su lado, acompañándolo. Pero si él... él debería estar en el concurso en este momento.
—Hussel, ¿dónde demonios te metiste?
—Yo...
—Debido a tu ausencia, lo cual contaba como falta según el reglamento de las Olimpiadas, Raph ha sido descalificado del concurso.
Mis ojos se llenan de lágrimas.
•••
Nadia siente toda la arena llegar a ella. Okno.
PREGUNTA DEL DÍA: ¿Recomendarías esta historia? ¿Por qué?
Espero que les haya gustado. No olviden votar, comentar y compartir con sus amigos para que más personas conozcan a Raph y a Nadia.
Subí una tienda de diseño, por si alguien desea alguna portada michellosa, digo fabulosa.
Los hama,
Mich.
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