Buscando la felicidad [CUENTO INFANTIL]
En un país muy lejano vivía una niña llamada Amy junto a su madre. Por motivos laborales, su padre tuvo que viajar a otro país.
Por momentos temporales la familia debía estar separada, pero, aunque la distancia impedía muchas situaciones, ni la batalla ni las ganas iban a poder con ellos. Muy pronto volverían a estar unidos y esta vez, para siempre. Nada ni nadie los volvería a separar.
Amy era una niña risueña y muy feliz, como toda criatura de su edad le encantaba ir al parque a jugar, se divertía ayudando a su madre con todas las tareas del hogar, especialmente le apasionaba la cocina, dentro de un espacio tan pequeño sacaba lo mejor de ella junto a su madre, juntas podían llegar a ser muy creativas. Además, siempre que podía le gustaba cuidar a su vecina de 90 años.
Desde que su padre se marchó, lo que más anhelaba era tener una mascota con la que pudiera compartir su tiempo libre, pero por desgracia sus padres no podían mantener ese gasto, era increíble como una niña tan pequeña era capaz de entender a sus padres en situaciones tan difíciles con tan solo cuatro años. Muchos pensaban que se trataba de una niña fuera de lo normal, y quizás llevaban razón al pensarlo. A pesar de su corta edad, en muchas ocasiones podía ser más madura que una persona mayor.
Una tarde fría de invierno Amy salió del colegio y como toda niña pequeña no pudo evitar fijarse en algo. Un hombre estaba maltratando a un conejito, en ese preciso momento su madre Rosalie la cogió de la mano.
—Cariño, vamos a casa —dijo su madre.
Rosalie le puso el abrigo y se lo abrochó, al ver que Amy no le respondía se quedó mirándola preocupada.
—Mi niña ¿Ocurre algo? —preguntó.
—Ese hombre es malo, le está haciendo pupa a mi conejito —dijo entristecida Amy.
Rosalie se quedó mirando al hombre y al conejito diminuto, tenía que reconocer que era el animalito más adorable que podía haberse cruzado en su camino.
—No pequeña, solo está jugando —dijo disimulando—. Vamos a merendar, te preparare un bocadillo de nocilla en casa.
La muchacha pudo contemplar como el malévolo hombre le dio un tirón al conejo, esto provocó que el pobre animalito empezara a llorar. Antes de que su hija lo descubriera decidió irse rápido del lugar, lo que si no pudo evitar es que la niña y el conejito se miraran tiernamente.
—Mamá, quiero el conejito —comentó la niña.
Su madre la cogió en brazos y la metió en el coche.
—Intentaré convencer a papá, te compraremos uno lo prometo —dijo Rosalie.
—Yo quiero ese conejito —anunció buscando con la mirada al diminuto animalito.
Rosalie le acarició el cabello.
—Ese no puede ser cariño, hay muchos más y muy bonitos —aclaró su madre—. ¿Quieres que te compre el cuento de Alicia en el país de las maravillas? —preguntó intentando levantarle el ánimo a su pequeña.
—Sí —sonrió Amy— ve y comprármelo porfa mamá.
—No te bajes del coche, lo cojo y vengo —advirtió su madre.
Rosalie cerró la puerta del coche y entró a la tienda que había justo al lado. Mientras tanto Amy miró por la ventana todas las personas que pasaban.
En ese preciso momento se escuchó un golpecito y de repente logró escuchar una pequeña vocecilla.
—Hey tú, aquí —dijo un ser diminuto.
La niña buscó con la mirada nerviosa de dónde provenía esa voz tan peculiar, un conejito muy joven se puso sobre las piernas de la niña.
—Yuju, necesito una mama que me adopte ¿Puedes ser tú?
Amy vio al conejito y se frotó con las manos los ojos.
—Conejito ¿Hablas? —preguntó.
La mirada del animalillo y de la niña se volvieron a cruzar, ambos se abrazaron y Amy le dio de comer una galleta que tenía en el bolsillo.
—Tienes que salvarme, me quieren hacer pupa y no tengo mama que me cuide.
Minutos después de ambos estar jugando entró la madre al coche.
—Ya estoy aquí mi amor —anunció la madre.
—Mamá mira, tengo a mi conejito.
Rosalie le dio el cuento y vio al conejo.
—Cariño no está bien ¿Qué haces con el conejo? Hay que devolvérselo a su dueño —argumentó ella—. Su dueño debe de estar preocupado.
—No tengo dueño, encantada guapa. Me llamo Tambor —dijo el conejito.
Rosalie miró al conejo nerviosa.
—Creo que me estoy volviendo loca, he escuchado hablar a un conejo... Y encima me ha llamado guapa... —Rosalie continuaba sin dar crédito a lo que acababa de ocurrir.
Amy se empezó a reír y Tambor se unió.
—Si —añadió— de bebe me hicieron un hechizo y por eso hablo —explicó Tambor.
—Mama por favor, ¿Puedo quedarme con tambor? —preguntó Amy con insistencia.
—Hablamos en casa de eso —comentó Rosalie.
La madre arrancó el coche y se dirigió a casa, nada más llegar lo que le llamó la atención fue que su hija pequeña no le hizo caso al cuento que siempre había querido. Amy se bajó del coche y pasó el resto de la tarde jugando con el conejo. En ese instante su madre aprovechó para guardar el cuento en la habitación de la pequeña.
Después de mucho tiempo Rosalie vio a su hija inmensamente feliz, pero por más que quisiera no podía quedarse con la mascota. En el jardín estaba Amy y Tambor.
—Te presento a mis amigos —dijo Tambor.
—Eres un conejito encantado —sonrió ilusionada.
Como por arte de magia empezaron a aparecer muchos animalitos diminutos, Tambor se los presentó y Amy les dio de comer a todos feliz. Era como si estuviese viviendo un sueño.
Horas después fueron desapareciendo los adorables animalillos, solo quedaron Tambor y Amy. De repente Rosalie apareció y ambos amigos se quedaron mirándola.
—Cariño, tenemos que hablar —anunció la madre
—Dime mamá —contestó la niña.
—Tambor no se puede quedar aquí, lo siento —dijo la madre.
Los ojos de la niña se nublaron en lágrimas y Tambor la miró triste, el diminuto ser vivo abrazó a su nueva amiga.
—No llores, jugaré todos los días contigo. Por favor, déjame que me quede... —dijo mientras ponía ojitos de cordero degollado.
—No, perdonarme, pero no podemos. Es otro gasto más y papá no está, hay mucho que pagar —dijo apenada Rosalie.
—Mamá por favor... —contestó la niña.
—Quizás en otro momento cariño, ahora mismo no puede ser —dijo tristemente—. ¿Te preparo ya el bocadillo de nocilla cariño?
Amy se fue corriendo a su cuarto sin darle una respuesta a su madre y empezó a derramar lágrimas por doquier. Por otro lado, su madre se sintió mal por no poder ofrecerle algo tan sencillo a su hija, era muy buena y jamás le pedía nada, por una vez sentía que le estaba fallando.
Quince minutos después llegó el padre por sorpresa y saludó a su mujer con un beso tierno en los labios.
—Sorpresa vida mía ¿Y Amy? ¿Ocurre algo?
—En su habitación —contestó la madre—. Como necesitaba verte cariño.
—Y yo bombón. Cuéntame qué ocurre —insistió él.
Rosalie sonrió y acto seguido le comentó lo que ocurría. El padre como era de esperar se sorprendió y no terminaba de creerse lo que estaba sucediendo, ni en una película de Disney pasaba algo tan semejante. Tras escuchar la conversación atento, Tambor decidió intervenir con ojitos tiernos.
—Dejarme quedarme con ella, no rompo nada lo prometo. Seré muy bueno.
Tambor los miró con carita de no haber roto un plato a los padres de Amy. Rosalie no pudo evitar enternecerse y le explicó la situación con detalle.
—Está bien, vamos a sentarnos aquí mismo en el jardín —dijo el padre.
El joven matrimonio se sentó sobre el césped con Tambor.
—Amy, ven al jardín, vino papá —llamó Rosalie a su niña.
Amy al escuchar a su madre salió corriendo y abrazó a su padre.
—Te tengo una sorpresita —sonrió el padre.
—¿Cual? —preguntó la niña.
Rosalie hizo un gesto y Tambor apareció delante de la niña.
—Papá y mamá me adoptaron, somos hermanitos.
Tambor saltó encima de Amy y la niña lo abrazó como si fuese su vida.
—¿En serio?
Los padres asintieron.
—Sí, queremos cumplirte el sueño de tener un conejito contigo.
—Gracias mamá y papá sois los mejores.
La niña abrazó emocionada a sus padres. Estos sonrieron satisfechos al ver que con algo tan simple y sencillo pudieron hacer muy feliz a su pequeño ángel.
—¿Y qué tal si nos hacemos fotos todos juntos cariño? —propuso el padre.
—¡Sí! —aplaudió la niña.
—¿Y por qué no en un ratito hacemos una tacita de chocolate caliente? —preguntó la madre.
Los ojos de Tambor empezaron a brillar de una forma especial.
—¡Chocolate! —pronunció Tambor babeando.
Los padres y la niña al verlo se empezaron a reír.
—Pero mira este que goloso salió —dijo el padre.
—Es que me gusta mucho... —sonrió dulce Tambor.
—No se hable más, fotos y luego chocolatito —decidió la madre.
Amy junto a su nuevo hermanito y sus padres pasaron una tarde maravillosa, rieron, se abrazaron, disfrutaron, se hicieron muchas fotos y un buen chocolate calentito. Lo más importante es que de una tarde como otra cualquier hicieron de ella uno de los momentos más especiales de sus vidas.
Los pequeños valores de la vida se pueden conseguir sabiendo compartir con los demás, no hace falta tener una gran fortuna para ser feliz, simplemente la felicidad se puede alcanzar con compañerismo y tomando en cuenta grandes valores de la vida.
Los padres, Amy y Tambor consiguieron vivir toda su vida sin separarse unos de los otros, era increíble como un ser tan pequeño podía llenar de alegría y dicha a una familia tan peculiar. Una familia perfecta no se trata de tener hijos humanos, a veces el lugar más leal y fiel lo puede ocupar un animal.
Colorín, colorado este cuento se ha acabado.
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