Capítulo 4: LA PRIMERA VEZ
— Iniciar de cero, como si Lindy nunca hubiera existido — susurré para mi antes de que el bus hiciera su parada cerca de la nueva escuela. La cual por cierto, quedaba a años luz de casa.
Cuando las puertas se abrieron baje las escaleras dispuesto a caminar las cinco calles que faltaban. Estaba nervioso, más nervioso de lo que el primer día amerita. Aterrado. Repasé la lista mental de lo que debía hacer. Todo debía salir perfecto.
1) hacer el papeleo de la ruta escolar lo más pronto posible.
2) recibir el casillero y preguntar por el salón de la primera clase.
3) tres, tres... ¿cuál era?
Me di cuenta que no tenía más que eso, pero debía bastar. Y hubiera bastado, lo sé, de no ser porque pasó lo que pasó.
Para cuando levanté la vista el momento que tanto había querido posponer, llegó. Me encontré frente a un imponente edificio de tres plantas en cuya entrada ondeaba orgullosa la bandera de Estados Unidos. Tragué en seco.
Antes de poder asombrarme por completo, o permitirme digerir la información para darme una entrada triunfal: mentón en alto, fui empujado a través de la puerta principal de vidrio y embutido dentro.
— ¡Vamos tarde! ¡Que se acaba! ¡Corre! — exclamó una voz femenina a su acompañante mientras me empujaba. ¿Tarde? Aún faltaban unos buenos minutos para que comenzaran las clases —. Tú te mueves, gracias — se dirigió a mí —, mi futuro esposo #10 espera por mí, tal vez este sea el momento en que me dirija la palabra ¿luzco hermosa?
Entre apenado y acobardado asentí, saliendo tan rápido como pude del atasco de gente, dándole paso. ¿Esposo número 10? ¿Qué acaso tenía otros nueve?
— No me mires así, que estás ayudando a una historia de amor — gritó en la lejanía, su voz se perdía mientras avanzaba — ¡El universo te lo...!
— Eso mismo — dije a la nada.
Cuando fui a la secretaría tuve un par de problemas por mi tardía inscripción, por suerte, mi nombre estaba en la mayoría de las listas y la asignación de casillero no era nada del otro mundo.
— Disculpe, señorita — llamé su atención y pregunté por el salón de filosofía donde tenía mi primera clase.
Al salir con las hojas del horario, número de casillero con su clave, y las cartas que explicaba mi entrada una semana después del inicio de curso; la soledad de los pasillos me azotó, apenas había un par de estudiantes.
Resultó que el salón quedaba junto a una escalera, y que el ambiente solitario era por un ajuste de horario culpa de algún evento deportivo. Para matar el tiempo por el aplazamiento de clases, me dediqué a caminar buscando mi casillero. Guardé algunos de mis útiles, y la belleza de más de 700 páginas la llevé conmigo junto con lo necesario.
— está todo bien — me dije, y para mi sorpresa lo estaba. Esa pequeña pausa antes de enfrentarme mi primer día fue casi terapéutica.
Como muchas de las cosas las había dejado bajo llave e iba ligero, caminé un poco por los alrededores. Era un gran instituto, como siete veces mi vieja escuela. Allí había un espacio para todo: salones de danza, música, talleres, canchas, un auditorio; ¡Já! y pensar que en mi anterior colegio el teatro servía como teatro, cuarto de arrume, salón de educación física en los días lluviosos y con unos adornos se celebraban importantes eventos.
Antes de que siguiera divagando se escuchó un bullicio cada vez más cerca, sonaba como una protesta, y a juzgar por la vibración de la vitrina que estaba a mi espalda, también se sentía como una estampida. Mi reacción inmediata fue quedarme quieto y orillarme tanto como aquel estante — lleno de trofeos y reconocimientos — me lo permitió. Bastaron unos segundos para que la algarabía cobrara sonidos inteligibles, no era una protesta enfurecida, sino una multitud excitada y orgullosa que entonaba un coro a todo pulmón.
— "leones de honor, leones de valor.
Este himno gritarás con fervor.
No a los reticentes, somos persistentes
Leones rugientes, ¡leones!"
Les miré consternado cuando se fueron acomodando cerca de mí, demasiado inmersos en su dicha para notar mi existencia, inclusive, hubo un muchacho que me dio un buen pisotón y ni siquiera se inmutó, él sólo estaba preocupado por gritar la barra extendiendo los brazos, a lo que yo me alejé de un posible golpe.
¡Dios! parecía que era el mismísimo Michael Jackson quien se dignaba a merodear por esos pasillos. Yo sólo podía ver cabezas, cuerpos y más cabezas, lejos, cerca; en todas partes. Aún recuerdo la sensación de pequeñez que me inundó en ese momento al estar entre todos esos estudiantes.
Entonces la vi, la chica de la entrada, yo estaba resignado a adoptar la posición de ovillo que mejor pudiera hacer mi cuerpo estando de pie, pero en un fugaz momento la vi del otro lado del pasillo, lucia más loca que en la mañana, estaba ruborizada hasta las orejas y tenía el pelo desordenado — de seguro por el trajín de andar en multitud —. Inocentemente me asombré por el gran acontecimiento que parecían estar celebrando todos ellos, sin saber que ese momento también significaría un boom para mí, los otros dos minutos de mi vida que lo cambiarían todo.
— ¡diez, diez, diez! — estaba gritando, apañándoselas para que su voz aguda por la emoción resaltara sobre el resto. De repente sus ojos se expandieron y se prendieron como antorchas, su cara pareció derretirse un segundo, volviéndose suave y solemne como la de una princesa, después sonrió, no con cualquier sonrisa, una sonrisa hermosa y satisfecha más dulce que el caramelo. Fruncí el ceño confundido antes de escucharla jadear nerviosa para luego gritar a todo pulmón: — Número diez en la cancha, número uno en mi corazón ¡¡Billy Collins, me encantas!!
Luego vino un gritito fangril rompe tímpanos que me obligó a cubrirme ambos oídos. Cuando me recuperé y volví a verla, la boca de un chico estaba separándose de su frente. ¡Dios! Debí haber dejado de ser tan cotilla y apartar la mirada, yo qué sé, ocuparme de la migraña que todo el ruido y el alboroto me había empezado a causar. Pero no, a penas mi mente terminó de conectar cabos sobre su esposo número 10 y lo que había acabado de gritar, me entró curiosidad por saber quién era el chico que la derretía.
Insisto, debí haber dejado pasar el tema.
Él estaba nada más y nada menos que en los hombros de dos aficionados, siendo cargado como alguna estrella local. Vestía un uniforme verde manzana, y las medias blancas estaban sucias a más no poder, una puesta por encima de la rodilla y la otra más abajo, justo debajo de un raspón cubierto por sangre seca. Fui subiendo la mirada poco a poco, como los cuidadosos pasos antes de abrir la puerta hacia la perdición, me detuve en la enorme y plateada copa brillante que cargaba, luego continué el recorrido hasta su cara de perfil hablándole a ella.
Recuerdo que cuando se giró y miró al frente, el tiempo se detuvo, la respiración se me estranguló en la garganta con un jadeo ahogado, y el bullicio quedó reducido a un sonido espeso y ajeno. Quise parpadear, pero no pude mover un solo músculo. Estaba congelado, en medio de un hechizo de petrificación doloroso, digno de los ojos poderosos de medusa y yo suplicaba casi lloroso que acabara. Mis pupilas, de repente, estaban soldadas a su presencia de oro.
Por instinto los libros que llevaba los aferré aún más a mí, igual que de niño me aferraba a los brazos de mi padre. Al respecto, podría decirte como muchos lo hacen que la sensación era bonita, pero dado mi inexperiencia y lo abrupto de los hechos, me resultó aterradora.
— Oye... — una preocupada voz femenina y una mano sobre mi hombro, rompió el momento sacándome del trance — ¿estás bien? — preguntó con el tono perfecto para hacerse escuchar entre el ruido, y al mismo tiempo conservando la suavidad calmante necesaria.
Me quedé un momento en silencio antes de reaccionar y asentir.
— ¿eres claustrofóbico o algo así? ¿Miedo a las multitudes tal vez?
— ¿ah?
— Lo digo porque estabas teniendo un ataque de pánico — uso la mano sobre mi hombro para dar un par de apretones tranquilizadores.
— ¿yo?
— \\ oh, por favor, ¿no puedes responder más que monosílabos? \\
— Sí, tú — rio — ¿con quién más estoy hablando? Estabas hiperventilando... bueno, de hecho parecía que ni podías respirar.
Mi cara se encendió al instante.
— No, no — fue lo único que puede musitar.
— tranquilo, no hay por qué sentir vergüenza, suele pasar.
— estoy bien.
— digo, asumo que es tu primer día aquí porque siempre estoy al tanto de eso, y no creo que una bienvenida de este tipo sea lo mejor para la ansiedad de primerizo ¿verdad? — asentí medio prestándole atención a ella y medio chismoseando el alboroto —. Pero tranquilo, no somos así de locos siempre, es que hay un evento especial — miró hacia el chico de la copa —, han ganado el título más importante de los intercolegiados después de una racha de cuatro años de derrota. Además la final se jugó aquí, estaban todos a la expectativa, y pues mira, lo han logrado.
Al igual que ella me quedé observando la escena. Él, ya en el piso, abrazaba su trofeo mientras se tomaba las últimas fotos con el equipo antes de tener que guardar la copa en la vitrina de en frente. Había un hombre también, muy elegante en el que me fijé para evitar una segunda hiperventilación.
— Es el director — me explicó justo antes de que pudiera hacerle la pregunta —. Y al parecer no puede mantenerse profesional, desde que haya fútbol de por medio — resopló mientras a unos metros, el tipo dejaba su porte informal para abrazar a todos como un padre orgulloso —. Como sea, me llamo Brittany.
— Brittany — en realidad era fatal con los nombres, pero afirmé como si hiciera el esfuerzo de aprenderme el suyo. Me refiero, pensé que no la iba volver a ver, justo en ese momento ella abrió la boca iniciando algo así como una conversación. Por lo que no me quedó otro remedio, más que presentarme yo también.
— y dime, Evans, ¿ya tienes a alguien para el almuerzo? — fruncí el ceño y descarté la idea de un coqueteo al ver su mentón en alto. Una líder que vela por su manada.
— No aún. Pero recién comienza mi primer día — ella asintió con cierta diversión, no la culpo, ni yo me creía esa tonta excusa.
— Bueno... si no consigues a nadie para entonces, come conmigo.
Dio un último ademán de despido en la lejanía antes de que siguiéramos por nuestro camino. Era muy bonita, ojos azules, pelo rubio en ondas y un cuerpo algo rechoncho pero con volumen y curvas. No me la pude sacar de la cabeza en el recorrido hasta el salón.
— Ella no va ser la siguiente Lindy — me dije. Brittany también tenía ese empoderamiento que ponía el mundo a las suelas de su zapatos, diría que su aura era más agresiva y demandante que la de Lindy, sin embargo, hasta ese momento... esa era mi debilidad.
Cualquier pensamiento o divagación calló al suelo en cuanto abrieron la puerta tras mi tímido toque.
— Buenos días — el hombre frente a mí se mantuvo receloso bloqueando la puerta con su cuerpo. Tragué saliva al tiempo que él me escudriñaba sin disimulo.
Lleno de nervios, rebusqué en mis cosas y le entregué la carta de secretaría, no podía siquiera explicarle por mi propia cuenta lo qué hacía en su clase. Sin moverse de la puerta comenzó a leer.
— Evans R. Baker. — levantó la cara de la hoja, está vez con más amabilidad y esbozado una sonrisa —. Soy el profesor Moros, licenciado en filosofía e historia. Creo que esto va ser interesante para ambos. Sigue. Siéntate donde quieras.
Las vagas conversaciones que se escuchaban de fondo, pararon de repente cuando puse el primer pie en el salón. De nuevo abracé mis libros ante las miradas inclementes, gracias a Dios, sólo habían quizás diez estudiantes.
Me senté en los pupitres del centro un poco cerca a la ventana, viendo como poco a poco, los demás fueron llegando; a juzgar por su familiaridad, llevaban siendo curso desde mucho antes, los grupos ya estaban establecidos y el tema de los puestos parecía algo mecánico. Por supuesto, al ser el intruso me gané un buen desfile de miradas confundidas que fingí no notar.
— Vale, chicos, ya está. Silencio todos que han pasado cinco minutos de clase y más encima nos quitaron tiempo. Ya descansaron el fin de semana, hoy ya es martes y ya tuvieron el tiempo que dieron por la actividad deportiva. Empecemos de una vez.
— pero aún faltan alumnos.
— eso ya no es cosa mía. Estamos en clase, luego hablan del partido, de que ganamos, de que los goles y blah, blah, blah. Quiero ver esos cuadernos abiertos.
Respiré aliviado creyendo que me había librado de presentarme, y es que anotamos un pequeño hecho histórico bastante famoso.
— Tenemos "La llegada de Jesús a Jerusalén". Muchos se preguntarán por qué este tema de religión si es filosofía, pues ya me conocen, y saben que me gusta esto de las anotaciones extra y los datos curiosos. Además, si se fijan bien, el texto habla de una bienvenida — el estómago se me retorció —, una muy cálida y amena, pero sobre todo significativa. El inicio de un suceso que parte la historia en dos. Y hoy como han podido notar tenemos un nuevo estudiante. Y no, no estoy comparando, sería demasiado hacer una alegoría de Jesús y cualquier humano; he querido darle la bienvenida a este alumno con uno de mis temas favoritos como historiador y futuro teólogo: el papel de Dios en la humanidad.
» Por si no lo sabían este chico solo estará con nosotros en esta clase, así que por favor trátenlo bien. Y respecto a ti, Evans, espero que todo vaya bien, sé que puedes sentirte en desventaja pero si estás aquí es por algo, mi único concejo es que confíes en ti — por alguna extraña razón sus ojos brillaron llenos expectativa durante el corto silencio—. No me queda más por hacer aparte de darte la bienvenida con este gran texto, sé que puedes entender lo que hay detrás.
— Tal vez a la semana él sea crucificado — dijo alguien ganándose risas, incluso la del profesor.
— premoniciones luego. Dejen que él se presente
— ¿Q-qué?
— sí, cuéntanos de ti, de tu anterior escuela, de tu edad y esas cosas. Ellos aún no saben tu nombre completo — Me quedé un segundo en shock antes de ponerme de pie.
Un nudo casi asfixiante me atravesó la garganta, apenas estaba pronunciando con voz temblorosa tres datos sobre mí antes de que la puerta se abriera, así que más que una interrupción, fue un alivio.
— Hola, profe — saludó un muchacho de cabello largo y mojado. Detrás suyo habían cinco más.
— no golpearon.
— estaba abierto. Y enserio, no puedo soportar estar un segundo más de pie — respondió entrando sin ninguna vergüenza —. Además Bill está mal de su rodilla.
— la última vez que entran así. Uno de sus compañeros estaba presentándose
— Perdón. Es difícil ser el héroe del día y esperar a que atiendan la puerta — el señor Moros se quedó mirándolo sin ninguna gracia.
Los otros chicos fueron entrando también, sentándose en las sillas del frente justo al lado del primero. Fue ahí cuando noté que entre ellos estaba el tipo de la mañana, al igual que sus compañeros tenía el pelo escurriendo y traía ropa casual en lugar de su uniforme de soccer.
— puedes sentarte, Evans — agradecí, porque luego de haberle visto la voz se me asfixió por completo —. Y en cuanto a ustedes, como me trajeron los permisos no tienen retardo. Pero dado a su falta de educación, para mañana quiero que me traigan este relato copiado palabra por palabra de la biblia — golpeteó la pizarra — y lo acompañan con un dibujo a color bien hecho ¿vale?
— Vale — respondieron desganados al unísono.
— bien, por lo que veo estamos bien. ¿Cómo es eso de tu rodilla, Billy? — al igual que el resto yo también fije mis ojos en él con gran culpa.
— es sólo un raspón.
El profesor traicionado su faceta exigente, se quedó cotilleando con ellos, por lo que de a poco todos fueron armando sus conversaciones.
— Es él estudiante nuevo — me interesé en la charla cuando escuché al señor Moros decir eso.
— pero es un poco pequeño ¿no? — el corazón me dio un salto, era Billy quien hablaba.
No presté atención al resto. Abrí el libro en el marcapáginas y minutos después cuando levanté la visita, ahí estaba él mirándome sonriente haciendo un gesto de saludo.
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