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Capítulo 2: EL PORQUÉ ES ELLA

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 Cuando le conté a mi mejor amiga que en segundo grado, gracias a mi escepticismo y carácter rabioso, mis compañeros me decían «complicado» y la maestra muy cordialmente me aconsejaba ser «práctico»; ella soltó una carcajada antes de llamarme "cara larga". En seguida arrugué el rostro y gruñí molesto.

«y eso que ni te dije de las veces que escribieron notas para mi madre al respecto»

Para ese entonces corría el año de 1985 y los dos gozábamos de las últimas semanas de vacaciones de verano. Por alguna extraña razón, cuando pienso en el comienzo de todo, siempre se me vienen a la mente aquellos días.

— Lo siento —se disculpó entre risas al borde de las lágrimas, a lo que yo endurecí la mirada todavía más. Fuera de los comentarios, y de que se quejaran de mi apatía, también estaba el hecho de que yo era muy solitario y las mencionadas notas en el cuaderno —.Es que es muy inusual.

— No todos somos tan llevaderos como tú — me defendí —. Perdóname.

Ese día Lindy terminó entendiendo por qué mi mamá le había dicho a la suya, que yo era una "criatura particular". Aunque en verdad, esa era una frase muy arraigada que tenía mamá cada vez que le preguntaban por mí, tanto así que terminó marcándome. El primero de tres juegos de palabras tatuados bajo mi piel.

El segundo me lo dijo la misma Lindy en esa conversación, a modo de reflexión y tomándome la mano e iba sobre cuán ligera podía ser la vida, y que a veces sólo había que dejarla y ser y dejarse llevar.

Claro. Para ella era fácil. Para Lindy eran fácil muchas cosas. Vivir, volar, creer. En cambio yo me rebanaba los sesos intentando encontrar algo que tuviéramos en común. Nunca pude hallarlo. Éramos diferentes en todo sentido y decir eso se quedaba corto. Por mucho que me duela admitirlo no éramos opuestos complementarios, sino más bien, habitantes de planteas apartes, abismalmente separados.

Vivíamos a una calle de distancia y aun así teníamos costumbres diferentes. Mientras ella tenía una facilidad con las lenguas y las pronunciaciones y sabía decir "gracias" en diez idiomas, "hola" en quince y "sonríe" en ocho; yo me las apañaba día a día con el español. Mientras ella resplandecía y poseía una gran soltura (en ese equilibrio de dejar ir y venir las cosas); yo me escondía y me aferraba a las personas y a los hábitos hasta el punto de obsesionarme. Mientras ella dibujaba en un cuaderno un futuro magnifico para ambos, en forma de historieta y con pie de página; yo, tan precavido, continuaba mi manual de supervivencia que había iniciado en una noche de desvelo a mis 10 años, cuando buscando argumentos que derrumbaran la idea de que la naturaleza es verde, creé la primera regla:

Regla #1:
No hay preguntas tontas, las preguntas son trascendentes y ̶a̶l̶g̶u̶n̶a̶s̶ muchas personas no.

Diría que fue todo aquello lo que me llevo a atesorar esos proverbios. De hecho, la tercera y última frase me marcó como nada en mi vida, más que un par de palabras implacables, es un punto de quiebre que me costó superar. Nuevamente, mi madre me la dijo. Esta vez no era sobre mí y mis pataletas infantiles, aunque yo era un niño cuando empezó todo, uno muy confiado de sus planes, de una vida sobre ruedas, de que las personas se quedaban y de que nadie iba hacerme daño.

— Lindy no está y no va volver.

Estaba tan equivocado. Y esa tercera frase me lo tatuó en la frente con tinta de dolor.

Para mi Lindy tenía un significado que se salía de mis manos, o en palabras simples, yo sentía alguna especie de enamoramiento infantil por ella. Le había conocido cuatro años atrás en quinto grado, desde entonces éramos inseparables, o bueno, al menos eso creía yo hasta el momento en el que dar una confesión sublime con tal de no ser rechazado, se había convertido en la peor idea de toda mi joven vida.

Si la memoria no me falla, la había citado cuatro días atrás de la fatídica noticia con la excusa de tener que decirle "algo importante", estábamos en el parque e íbamos a despedirnos cuando se lo solté. Incluso escribí un discurso donde le confesaba que había planeado nuestra boda a pesar de mis cortos 13, porque ella era lo que necesitaba en ese momento y en otros más de mi futura vida planeada. Iba soltarle todo de repente el día de nuestro encuentro, afanado y agitado diciéndolo a toda velocidad para no tener tiempo de arrepentirme; entontes sería perfecto, un momento dorado en mi memoria que contaría una y otra y otra vez. Solo que ella nunca llegó. 

— ¿C-com-mo?

Debo hacer una mención al intento tan noble de mi madre al explicarme de la forma más dulce posible que Lindy estaba enferma desde hacia un tiempo, aunque la noticia me noqueó de todas formas. Me apresuré a preguntar si estaba muerta, podía estar devastado, con una ropa ridículamente presentable, los dientes tres veces cepillados y una cantidad más de esfuerzos desperdiciados; sin embargo, sólo sentía miedo y dolor por lo que pudiera pasarle.

—No, no es eso, tenía... Tiene leucemia y se fue a Europa para su tratamiento, amor — se veía nerviosa, el modo en que evitó mi mirada confundida ocultándose en su tarea de preparar la cena y la notoria histeria a la hora de cortar los tomates, me hizo pensar que ocultaba algo. Pero no la culpo, imagino su guerra interna entre disfrazar la verdad para no romper mis ilusiones o no ocultarme nada y confiar que yo sabría entenderlo. 

Reuní toda mi tranquilidad para dar por terminada la conversación y me fui de allí arrastrando los pies.

Como no era de extrañarse no pude dormir, tampoco lloré, me quede más bien pasmado creyendo que todo aquello — tan incomprensible — no era real, que pronto acabaría y que Lindy saldría riéndose mientras se disculpaba por semejante broma, incluso estaba dispuesto a no enojarme de nuevo si me decía cara larga.

Ella no podía dejarme de repente sin ninguna explicación. Sin un "lo siento", sin un adiós que me consolara así fuera mediocremente.

Me repetí aquello durante la primera semana hasta que recibí un correo suyo contándome detalles tan mínimos, como si fuéramos a penas conocidos cualquieras. Después de eso debí enfrentarme a la verdad: No conocía a Lindy, ella tenía una enfermedad terminal y yo no había sido suficiente para que por lo menos — como los mejores amigos que suponíamos ser — me lo contara.

En definitiva, éramos tan diferentes y nuestros mundos tan distantes que esa abrupta separación, a pesar asoladora, parecía destinada a ser. Como si su lejanía y la caía de mi mundo hacia un interminable agujero negro, fuera inevitable. Una profecía que yo no había escuchado antes pero que estaba allí para atormentarme.

Cuando regresé a clases luego de los cuatro días que me había tomado, el hecho se hizo más real y palpable, por lo que solía pensar demasiado en ello. Una de esas tantas veces, estaba en geometría buscando una pista o un indicio de su enfermedad, o de por qué no me lo había contado. Lindy solía enfermarse a menudo desde que tengo memoria, por lo que nunca hicimos un escándalo al respecto, verla con cualquier virus era tan normal que los antibióticos resultaban alguna especie de golosina cotidiana para ella. Tal vez ese fue mi error, pero me acostumbré a eso, es decir, al ser un niño prematuro las visitas al médico también era una rutina para mí. Además nunca se me ocurrió cuestionar la explicación de siempre: Lindy tenía un sistema inmunológico débil, para todos era un hecho absoluto, de eso a un cáncer... no me cabía en la cabeza.

Una de las razones por las que yo me había quedado con el perezoso gato negro que encontramos en la calle, fue precisamente por las alergias de Lindy, no me importó aunque yo no era un fanático de los animales y mucho menos de recoger excremento, estaba cegado por la euforia del juego de Lindy y yo y nuestro supuesto hijo gatuno. En ese momento me encogí de vergüenza en el pupitre estudiantil. Felix Dhoroteo Baker Prescott, una completa desfachatez, pero éramos niños y muchos aspectos eran sólo un juego para nosotros. Uno muy tonto y ridículo al que jugábamos todos los días.

— Señor Evans, ¿podría regresar su mente a la clase de hoy, o debo pagarle un boleto para que lo haga? — la grave voz del profesor resonó y un pequeño coro de risas hizo su acto —. Agradecería que no sea mucha molestia hacerlo volver a la tierra.

 — No es nada — me apresuré a decir ruborizado hasta las orejas.

Unas palabras más por parte y parte y terminé diciéndole que no subestimara los problemas de los demás, o algo parecido, pero mucho más dramático de como había pensado que sonaría.

— por favor cuéntenos qué puede ser más preocupante que pagar las cuentas a tiempo, no ser despedido del trabajo o intentar dar una lección a unos chiquillos que no respetan a quien está parado al frente. Al parecer la adultez es una tontería comparada con su catastrófica situación.

— eso lo decido yo. Al fin y al cabo son mis problemas — se me escapó y me mordí la lengua al instante.

— ¿Pero qué cosas dice? ¿Tan difícil es admitir que no quería, que no le apetecía prestar atención a mi clase en vez de venirse con excusas?— hizo una pausa —. Pero suponiendo que le creo y que voy a escucharlo antes de hacerle una anotación convivencial, le pido que nos cuente sus penas que yo no soy capaz de entender — Guardé silencio pero él estaba empeñado en que yo le diera la razón — ¿por qué se queda callado? Claro, se me olvido que los chiquillos como usted sólo actúan en pandillas ¿necesita que traiga a la señorita Prescott para que se sienta en condiciones de responder? 

¡Por supuesto que él no entendía! nadie, ni siquiera yo, pero sin haberlo pedido Lindy habitaba casi cada rincón de mi cabeza, estaba allí como una canción pegadiza que no te puedes sacar. Así que los reproches que siguieron sobre Lindy y yo tomando libertinaje en varias clases, me ardieron bastante. Es más, me había tomado tan personal la partida de Lindy, que no pensaba en cómo estaría ella en medio de tantos médicos en algún lugar de Europa, un lugar perdido que yo jamás encontraría, pensaba en ella ocultándome su situación como si yo fuese un extraño. La imaginaba haciendo sus maletas cínicamente, sin pensar en despedirse de mí ni en el daño que me haría.

Quizá fue por la ira, por el dolor contenido durante días enteros o por la presión de ser reprendido frente a toda la clase, pero así, con la herida más reciente escociéndome fresca, exploté allí mismo. No fue hasta que mi lengua y mi cerebro se volvieron a conectar que entendí lo había hecho: una completa barbaridad. No se me había ocurrido un mejor lugar y un mejor momento, incluso un mejor público, para vomitar aquel rencoroso discurso agrio y secreto sobre las personas que me habían dejado a lo largo de mi vida. Con la respiración agitada en enojo, las lágrimas al borde y la cara roja de vergüenza, debí sentarme ante 37 pares de ojos expectantes que no me quitaban la mirada de encima ni siquiera para parpadear. De repente mi trasero tenía un volumen titánico que superaba cualquiera de mis fuerzas, por lo que caí con brusquedad sobre la silla. Odié el sonido del pupitre, triplicado gracias al silencio absoluto.

— ¿Evans...? — Smith articuló mi nombre con la extrañeza de quien habla un idioma singular, totalmente nuevo; desconociendo si estaba pronunciando bien — ¿Todo está en orden? —. Era su culpa, él no había mencionado a Lindy como alguien que yo extrañase, no exactamente, para mí él había hurgado con brusquedad en las heridas que yo tenía por mi primer desamor, por aquellos pensamientos sobre abandonos

— S-sí — carraspeé —. Puede seguir con su clase, lamento la interrupción.

— ¿Seguro te sientes bien para estar aquí?

Como mis intentos de cortar el tema y desviar la atención no había funcionado, opté por abrir el libro en una página cualquiera dispuesta a ignorarle. Por suerte se rindió luego de intentar disculparse un par de veces más.

— ¿Puedes quedarte al final de la clase? — hubiera pretendido no escuchar pero justo había levantado la cara

— ¿Es necesario?

— Esa no es una respuesta — en ese momento, deseé con más fuerza que hubiera seguido con su actitud de hijo de puta, pensando en mí como una pérdida de tiempo mientras fingía que no había pasado nada.

Fue cuestión de minutos para que empezara el descanso y mis compañeros se apresuraran salir, el aire aún estaba denso, por lo que no hicieron más ruido del inevitable. Por mucho hubo una que otra curiosa mirada discreta.

— parece que se han ido todos

— sí... eso parece...

—...

Se dedicó a borrar el pizarrón mientras tarareaba una canción. Más que incomodo, yo estaba indignado.

— mire, entiendo que estuvo mal no prestar 100% atención a su clase, pero usted tampoco...

— Entiendo — me interrumpió

— es natural que se moleste, en especial porque está acostumbrado a trabajar con cursos grandes. Pero no tenía el derecho de exponerme de semejante manera — Porlo general yo no era de hacer reclamos, más bien era el niño cuya existenciaera recordada con sorpresa al llamar a lista, sin embargo estaba molesto yquería acabar con aquello de una vez por todas —. Es más, sé que no soy un alumno sobresaliente pero es la primera vez que me llama la atención, nunca le había dado problemas.

— te doy toda la razón. Yo me excedí un poco...

— ¿eso quiere decir que me puedo ir?

— No aún, me gustaría saber un par de cosas — señaló sutilmente una silla. Yo por mi parte no me molesté en ocultar mi impaciencia mientras accedía a sentarme —. Mencionaste ciertos temas delicados...

Me recargué con cansancio sobre el espaldar antes de suspirar ruidoso. Ya sabía por dónde iba la charla.

— lo que dije fue una tontería, yo... no estaba pensando. No es algo a lo que deba darle mucha importancia ¿sabe?

— Si es algo que te afecta de una forma u otra, no es una tontería sin importancia. Todo lo contrario.

— enserio n...

— ¿tus padres están divorciados? — interrumpió. La pregunta había sido tan cruda y repentina que me atraganté con cualquier excusa tonta que planeaba a dar

— No

— ¿hay peleas entre ellos o...?

— Están felizmente casados y se adoran un montón — lo corté —. Además me aman mucho y todas esas cosas.

— bueno, se supo en cierto momento que tu padre tenía problemas de comunicación y...

— no voy a tener está conversación. Lo siento.

Su brazo me detuvo a mitad de mi huida. Rápido como yo me había parado de la silla, él se disculpó.

— podemos hablar de otra cosa si ese tema te incomoda.

Luego de unas preguntas académicas de relleno terminamos hablando sobre la razón de mis fallas. Evadí el asunto tanto como pude.

— tu amiga tampoco vino esos días, es más, no ha vuelto

De nuevo me sentía indispuesto, un nudo formándose en mi estómago, produciéndome ganas de vomitar.

// venga, Evans. Afróntalo, te hará bien //

Como no estaba listo para contarle a alguien más los detalles y el trasfondo de todo, omití el hecho de que ella me había engañado proclamándose mi mejor amiga — cosa que me dolió más que un posible rechazo hacia mi propuesta de noviazgo — y simplemente dije: — Se fue a vivir a otro país.

— ¿a otro país? ¿Entonces por qué aún aparece en lista? — la partida de Lindy había sido tan repentina y sorpresiva, que sus padres nunca fueron a retirar papeles, o por lo menos a avisar de su mudanza. Toda su familia había resultado un puñado de mentirosos —. ¿Sabes a dónde se fue?

— No hablamos demasiado al respecto — mentí a secas. «En verdad nuca hablamos nada sobre el tema. Ni una pista o una preparación pequeñita. Nada» —. Se fue a Europa, me dijo el país pero no lo recuerdo ahora, el nombre es algo extraño y difícil de pronunciar.

— ¿y no sabes por qué? — negué.

— «porque se estaba muriendo en silencio»

— ni idea.

— Creí que eran amigos — dijo confundido

— yo también...

Por supuesto, aquella nota de dolor en mi voz no pasó desapercibida, yo sólo opté por ignorar la mirada escudriñadora del profesor, jugando nervioso con mis dedos.

— ¿estás...? ¿Es eso lo que te tiene así?

Me mordí la lengua y tragué saliva. También parpadeé un poco, cosa que sólo sirvió para que las lágrimas acumuladas en mis ojos se resbalaran traviesas.

— no... — la voz me había salido rota —. No me importa en lo absoluto.

El temblor de mis manos y todo mi lenguaje corporal decía lo contrario a gritos sueltos.

— bueno... — se había bloqueado, podía verlo organizar sus pensamientos a la velocidad de la luz para encontrar las palabras adecuadas — ya sabes tú. La vida es así. Nada es permanente, todo cambia, incluso las personas que creíamos conocer.  Y no puedes bloquearlo. Las personas entran a nuestra vida para tomar algo de nosotros y para nosotros tomar algo de ellos, luego de eso el propósito está cumplido.

— No suena justo.

— Sólo lo superas, de eso se trata todo: abandonos y llegadas — concluyó

— Abandonos y llegadas — repetí. ¿Qué clase de ciclo era ese? 

— se van, pero te dejan algo, están en ti.

Abrí la lonchera y miré de reojo los poco apetitosos sándwiches de jamón y chocolate que iba comer en honor a Lindy. Ella no había dejado nada en mí, ella se había llevado todo lo que conocía, todas las formas concisas. Me había dejado incompleto en medio de sombras difusas y alargadas. Lo único que obtuve de su partida fue su última enseñanza: cuando te haces ilusiones demasiado utópicas las cosas pueden terminar incluso, antes de haber empezado.

— Lo entiendo — respiré profundo y sequé el rastro de lágrimas —. Gracias por la explicación.

— si quieres te puedo hacer una nota — miró el reloj. El descanso estaba a punto de terminar —. Yo no tengo clases ahorita, podemos hablar, no creo que estés de ánimo para una aburrida lesión, ¿verdad? Yo me responsabilizo por tus fallas.

Sonreí ante su tono cómplice y asentí. Tal como lo prometió charlamos un poco, me habló más que todo de él, de su carrera, incluso me contó sobre algunos alumnos que inventaron la muerte de sus abuelas para excusarse y un sin fin de anécdotas graciosas. Al final logró hacerme sentir un poco menos pesado. Sólo un poco. Pero me basto por el momento.

Regla #3:
Irse, es un camino natural de los humanos.

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