Capítulo 1: EL REMITENTE
(PRESENTE):
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Querido tú,
Sé que nos odiamos, o al menos yo lo hago; pero necesitaba alguien a quien escribirle, alguien que tenga la paciencia de escuchar y la disposición de no olvidar estas palabras.
También sé que personificar entes intangibles pone en duda en mi salud mental, sin embargo pensé: "los niños le escriben cartas a Santa, no está mal" aunque claro, ellos no le odian y lo hacen porque creen, pero hay algo importante a destacar aquí, y es que Santa no ha escupido en la cara de todos esos niños, así que merezco que me escuches (algo así como una retribución).
Por cierto, deja que me presente, aunque sabrás sobre mí más que nadie cuando esta carta y las que vengan terminen. Me llamo Evans Baker, aunque firmaba como "Evs. Bkr." en las cortas notas que dejaba en los casilleros cundo estaba en la preparatoria, y como "xxxxx B..." cuando en la universidad debí firmar anónimo, a veces ponía una R, pero ha pasado mucho tiempo desde entonces y tú puedes decirme solo Evans.
La razón por la que hago esto es simple, necesito respuestas, el tipo de respuestas que sólo puedo encontrar en mí mismo; además, el anciano psíquico me dijo que no valía la pena vivir odiando y me sembró la duda sobre la importancia de alguna vez contar mi historia debidamente (siendo honesto, no había pensado en ello antes hasta que él abrió la boca), así que de algún modo, estoy haciendo eso de matar dos pájaros de un solo tiro.
Veras, se supone que es jueves, el jueves más importante de lo que va de mi carrera, y se supone que debía dar un discurso tan jodidamente bueno que vendría la prensa, y los escritores lo citarían en sus libros como una frase casi del calibre de Wilde o Bukowski, casi. Sin embargo, lo estuve posponiendo tanto que a última hora encerrado en el camerino, intenté escribirlo en la resma de hojas que me ha dejado mi buen amigo Matt, desde luego no me salió algo más que la frase de saludo/bienvenida. Entonces me puse a pensar en mi vida y en los hechos dignos de ser contados en esta conferencia, pero por alguna razón recordé al ya mencionado loco de la esquina, o profeta vagabundo (la manera en que suelo referirme a él porque nunca supe su nombre), y empezó a darme tantas vueltas que por mucho que intentara desviarme, mis pensamientos regresaban a él igual a un espiral cuyo final está conectado al inicio.
El tema con el profeta vagabundo es su forma repentina al entrar a mi vida, recuerdo que choqué con él en alguno de mis afanes cuando se acercó a mí una tarde de otoño a pesar de que su vejez, le hacía casi una tortura caminar. Nuestra única conversación cara a cara duro poco más de un minuto y medio, sus palabras desde entonces están tatuadas en mi memoria:
— «puedes decidir cómo será tu historia, sólo tienes una, sólo la que cuentas a detalle y también es tu decisión decir qué tanto vale la pena». — Enseguida cerró los ojos y se meció un poco, me hizo creer que estaba viendo la destrucción misma bajo sus parpados. Yo fruncí el ceño ante el espectáculo — «Uhm, lo veo aquí, tu fortuna me dice que escogiste a la persona correcta pero la has puesto en el lugar equivocado de tu vida ¿es por eso que lloras en silencio? Veo valentía, determinación, amor y dolor, todo en cantidades iguales, tal vez un poco más de dolor»
Lo había dicho después de lanzarme aquella peculiar pregunta tomándome por sorpresa. Simplemente me despojé de mi cómoda bufanda y la dejé en su cuello para hacer mi buena acción del día... quizá de la semana. Lo siguiente que recuerdo es a mí alejándome (vale, está bien, puede ser que hubiera huido), le dejé con el discurso en la boca y si hablo de patanería, fue cortes el no gritarle que estaba chiflado y que me dejase en paz, tal y como tenía ánimos de hacerlo. Estaba molesto, ¿Quién se creía él para decirme en medio de la calle y las personas que yo lloraba en silencio? El tipo estaba loco, aunque ese tipo de personas por lo general, no suelen equivocarse.
El profeta vagabundo murió tres días después de nuestro "encuentro", esa noticia me golpeó cuando regresé a la tienda y me extrañé de no verlo en su esquina, el dueño de la librería fue quien me lo dijo al verme absorto observando su lugar.
Por supuesto ese hecho me marcó, más que por un sentimiento de culpa y el remordimiento que suele preceder alguna muerte, fue por su pequeña herencia. Cuando aún estaba vivo se le había ocurrido la gran idea de escribir frases proféticas en las páginas de un libro viejo, algunas las entregó en persona a aquellos que tuvieron el gesto de prestarle atención, por desgracia fueron muy pocos; las otras se las había dejado al dueño de la tienda para que las repartiera cuando nos viera. Casi contra mi voluntad la recibí, de primera mano uno piensa que ese tipo de personas son un fraude, y yo particularmente soy muy escéptico, pero el sujeto había muerto y de cualquier forma nunca había pedido un centavo. Podía estar bien con guardar el trozo de hoja rasgada.
Supongo que tal vez no parezca nada, pero hoy al revisar mi billetera me he topado con el papel, casi intacto, pereciera que no hubieran pasado los dos años de arrume.
«Serás cura y serás enfermedad, el problema y la solución. Tendrás el amor que siempre deseaste, un camino dulce y tortuoso. Pero no te afanes, Él* lo hará todo» — es lo que dice.
No sé si es por casualidad, o por una frase generalizada que se cumple para todos y que en verdad no profetiza nada — total, el amor siempre endulza y duele —, pero hay una razón por la que me inquieta, ¿cómo sabía el anciano la existencia de un "Él" en mi vida? No es lo tradicional, menos para alguien de su época conservadora. «Él lo hará todo» No, definitivamente no hay forma de que entienda cómo es eso posible. Sin embargo hoy es un día diferente, puedo creer todo, al igual que Matt creyó que remplazarme en el discurso de apertura y dejarme estar encerrado en este camerino, era una buena idea.
De todas formas el profeta vagabundo tuvo razón en algo, lo único que queda, al fin y al cabo, son los hechos y personas que se entretejen en una sola historia. Quizá en agradecimiento por todo le lleve una segunda tanda de flores a su tumba. Por ahora ponte cómodo.
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