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Capítulo 19

— Me alegra que llames — Es lo primero que dice cuando toma la llamada — Empiezo a creer que no puedes vivir sin mi.

— ¿Lo notaste? ¡Rayos! Creí que estaba siendo muy discreta.

Cada día adoro más esta rutina: mensajes de buenos días, llamadas en los descansos y videollamadas antes de dormir. ¿Alguna vez me aburriré de escuchar su voz? Nope.

— Estoy preocupada por ti, ¿Realmente fuiste despedido?

— Claro que no. Yo renuncié a seguir en esa maldita cosa y tengo que decir que es tu culpa, me arruinaste.

— ¿Yo? — Chillo ofendida.

— Si, tú. Escuchar los problemas de los demás es bastante aburrido cuando solo se quejan del clima y el tráfico.

— Si, tienes razón. Nadie con problemas reales como los míos. Debería escribir un libro o algo así.

— Eso creo, por cierto, ¿Qué haces?

— Hmm, estoy en la biblioteca.

— ¿Te dejaron regresar? — Se ríe.

— No gracias a ti. Pero te alegrará saber que tengo que comprarle a Sharon un capuchino moka y vainilla con espuma extra cada vez que vengo a la biblioteca.

— ¿Y es eso necesario? Podrías estudiar en cualquier otro lado.

— Lo sé, pero este lugar me gusta, huele a libros y conocimiento.

— ¿Cómo mierdas huele el conocimiento?

— Shh, no lo entenderías, pero si me gusta rodearme de personas listas.

— ¿Ah, si? ¿Qué tipo de personas?

— Ya sabes, las nerds de la escuela, las chicas solitarias... ¡Y esos chicos! Deberías verlos.

— ¿A los chicos?

— Si, deben ser realmente fuertes para llevar tal cantidad de libros en sus brazos.

— Ana...

— Como ese rubio de ahí — Digo bajito sin darle tiempo a hablar — Lleva una enorme pila de libros.

— ¿Pero qué...?

— Seguro tiene brazos muy fuertes. Y Dios mío, aquel chico de allá lleva un libro tan grueso...

— ¿Grueso, qué? ¡Basta! ¡Deja de mirar los libros de otros chicos!

Sonrío porque mi coqueteo inocente subió un poquito el tono de nuestra charla y me hizo recordar otros momentos allá en Seattle.

— ¡Es que es imposible no mirarlo! Mis ojos tiene vida propia.

— Ana... — Vuelve a gruñir — No quiero que mires otros libros, ¿Está bien?

— Tal vez deberías mandarme una foto de tus libros, así yo no tendría que mirar a otros lados.

— ¿Segura de eso? Porque puedo hacerlo. Pero tú tendrías que enviarme una foto de los tuyos, ya sabes... Un libro abierto.

Rayos.

— ¿Seguimos hablando de libros? Porque esta analogía me hace tener pensamientos muy extraños.

— Tal vez no es tan mala idea — Se ríe — Tener una foto tuya para mirar de vez en cuando.

— ¡Pero hablamos todos los días!

— Si, lo sé, pero quiero verte. Te extraño.

Oh.

Qué lindo.

— Yo también te extraño, Christian.

— Estaré ahí para tu graduación, es una promesa.

— Eso espero.

Por un momento la línea se queda en silencio. ¿Qué más podría decirle? Hemos estado coqueteando en cada oportunidad y realmente me gustaría verlo de nuevo, descubrir si podría funcionar para nosotros.

— Te llamaré más tarde, tengo algunos asuntos que atender.

— Claro. Yo voy a clases, así que... Llámame.

Cuelgo el teléfono para dejarlo sobre la mesa, mirando detenidamente los libros que estoy ocupando. ¿Podría vivir en Seattle? ¿De verdad estoy considerando mudarme?

Mía estaría feliz, y yo podría aplicar para las editoriales por correo, así tendría algo adelantado sobre mis planes.

Falta solo una semana para mí graduación y la ansiedad me carcome. Quiero que todo sea perfecto, por eso elegí un vestido para la cena con mis compañeros y llevo un cambio para la cabaña.

Mamá y Bob están de acuerdo y muy ansiosos por conocer a Christian, pero yo trato de no hacerme demasiadas ilusiones.

Reviso mis tareas, trabajos finales y calificaciones finales el resto de los días. Me enfoco en obtener las mejores notas, recoger la papelería de mi título universitario y alistar la solicitud para las cuatro editoriales de Seattle.

¿Qué hace falta para que sean enviadas? Que cierto chico de ojos grises cumpla su palabra de venir a Georgia.

— ¿Annie? — Mamá golpea la puerta de mi habitación — Es hora de irnos.

— Si, estoy lista.

Miro mi figura en el espejo y reviso que el moño de mi cabello siga atado. No quiero parecer ansiosa y revisar el móvil cada minuto, pero no he recibido mensaje de Christian.

— ¿Y si no pudo venir? ¿Si se arrepintió? — Chillo sintiendo el pánico atorarse en mi garganta.

— Mi cielo, no te preocupes por eso. Este es tu gran día y tienes que disfrutarlo.

— Si, mamá.

Tomo la toga y el birrete para seguirla hasta el auto, Bob también está ansioso por este día. El trayecto al campus es tan largo como podría ser, con todos los autos peleando por un lugar para estacionarse.

— ¿Por qué no te adelantas? — Bob se gira para mirarme — Buscaré un espacio lejos de todo este lío.

— Bien.

Quiero llorar. Presiono el móvil entre mis manos, pero tengo que mirar una última vez si las llamadas están activas, si hay señal en la red o si por error no lo puse en modo avión.

— ¿En dónde estás? — Susurro mirando a mi alrededor.

— ¡Ana! ¡Aquí!

Kate aparece entre la multitud, empujando chicos mientras hace su camino hacia mi. Sus padres y su hermano Ethan me saludan desde la distancia.

— ¿Estás lista? No te ves muy animada.

— Si, si estoy — Trato de sonreír — Vamos a graduarnos.

Mi amiga pasa su brazo por mis hombros para darme un apretón, sabe lo que ocurre, le dije que Christian estaría aquí y al parecer no cumplió.

— Tranquila — Apoya su cabeza contra la mía — Es él quien se lo pierde, ¿Ya dije que los chicos son idiotas?

— Sí — Se ríe y yo tengo que apretar mis ojos para evitar que las lágrimas me escurran por la cara.

Toma mi mano para llevarnos hasta nuestros lugares, yo voy con mi clase y ella un grupo por delante. El resto de la ceremonia se resume a mi, intentando no llorar mientras hacemos fila para recibir nuestros diplomas.

— ¡Lo hicimos! — Grita Gina a mi lado — ¡Ya puedo emborracharme!

— Si, claro que puedes — La abrazo — Pero aún es temprano.

— Bien, lo haré en la cena. Tú vienes, ¿Verdad?

— Yo... Ah... No sé. Creo que paso.

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