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14 años y 11 meses después ...


Jonia siempre fue conocido por sus hermosos paisajes y festividades alegres, sobre todo en las fechas del festival de la flor espiritual.

Tanto los vastayanos como los humanos celebraban este evento con una gran euforia, era un festival mágico y lleno de maravillas, donde sus familiares y amigos cercanos ya difuntos venían a visitarlos, y los espíritus vagaban libres por la tierra, ambos pueblos decoraban sus hogares y senderos con las más hermosas flores que encontraban, vestían atuendos de la temporada con diseños de vividos colores y hermosos arreglos florales en forma de tiaras, collares o brazaletes; la belleza de la naturaleza vibraba por todas partes, y mientras caía la noche, todas las familias se reunían en sus hogares para tener una pequeña cena y a si cerrar este hermoso festival.

Pero mientras unos disfrutaban el festival con bailes, juegos y risas, otros preferían pasar ese tiempo peleando por un gran saco de oro.

Lejos de las pacificas aldeas jonianas, en los violentos coliseos clandestinos, se disputaba una sangrienta contienda donde el vencedor, no solo saldría con todo el dinero de las apuestas, sino también con el título de campeón y el control de las arenas, una idea un tanto arriesgada pensaron algunas personas, pero el nuevo jefe de la arena no temía perder su posición y estaba totalmente seguro de que ganaría todos y cada uno de sus enfrentamientos, porque si, el jefe estaba peleando.

la última pelea del día, antes de que empezara el anochecer, el jefe y su rival ya se encontraban en la arena, mientras la gente de afuera tomaba los mejores lugares solo para ver el resultado de la pelea, y aunque a todos los presentes mostraban una expresión de emoción y entusiasmo, una persona entre la multitud miraba al jefe con decepción y tristeza.

finalmente, el coliseo se había llenado y la pelea estaba por empezar, la gente empezó a gritar a todo volumen los nombres de los luchadores, apoyando a su campeón de preferencia;  el retador y el jefe empezaron a caminar al centro de la amplia arena, la diferencia de aspecto y tamaños era enorme, siendo el retador el doble de grande que el propio jefe, su piel oscura y curtida con una exuberante barba grisácea, vestido con pantalones de marino, usando sogas como correa y una camiseta de tirantes blanca manchada ya por la mugre y la sangre con un chaleco de cuero negro ya desgastado encima; por su parte el jefe vestía una yukata negra con diseños de flores doradas, este estaba arreglado para que sea más pequeño y no tan restrictivo con sus movimientos, encima tenía una bata  larga color azul marino con la que cubría su cuerpo hasta entrar a la arena


- si me hubieran dicho que, para ganar cientos de monedas de oro, tendría que viajar hasta jonia solo para enfrentarme a un mocoso -bramo divertido el retador- ME HABRIA REIDO EN SUS CARAS - vocifero entre sus carcajadas- y después vendría a estas islas a romper TU cara

- HEY, no soy ningún mocoso - contesto el joven jefe- en menos de un mes cumplo quince, yo no diría mocoso realmente -replico mientras tomaba su posición en la amplia arena


Después de haber intercambiado algunas palabras y posicionarse en la arena, la campana sonó dando inicio a la feroz pelea.

El retador inicio con un movimiento ofensivo, dirigiendo un golpe directo contra el jefe, a pesar de su gran tamaño se movió sorpresivamente rápido alcanzando el lugar del jefe en cuestión de unos segundos, cualquier espectador diría que ese ataque no tenía ninguna salida, pero el jefe no pensó lo mismo, con un salto largo el jefe salió de su rango de ataque haciendo que el retador diera golpe al aire perdiendo su equilibrio, dándole al jefe una oportunidad.

Nuevamente el jefe se acercó hacia el retador, este giro el rostro en búsqueda de donde estaba su contrincante sin esperar el puño que iba directo a su cara, un gran choque se escuchó en todo el coliseo mientras el retador retrocedía soltando un alarido de dolor junto con buena cantidad de sangre, le había roto la mandíbula, el público vitoreo por ese gran golpe mientras el jefe alzaba el puño mostrando en el un poco de la sangre de su retador, el jefe podría ser joven, pero nadie podia negar su fuerza sobrenatural.

El peleador rival se mantenía un tanto alejado tratando de reacomodarse el rostro, pero el golpe rompió la mandíbula en dos, lo que hacía más difícil el trabajo, el jefe se acercaba nuevamente a un paso lento hacia su pobre retador, mientras los espectadores se mantenían extasiados por la pelea, justo como le gustaba al jefe, al borde del asiento, con una sonrisa de satisfacción miraba a su contrincante con la boca hecha un caos y llena de sangre, rápidamente su rival tomo su posición y se abalanzo a dar otro golpe

"pobre idiota" pensó el jefe antes de dar más golpes





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La pelea ya había finalizado, y todas las personas salían del coliseo a pasar las últimas horas del festival con sus familias o en algún lugar para poder beber con sus compañeros, el coliseo se sumió en una tranquilidad inesperada, ni un alma quedaba más que los trabajadores que limpiaban o hacían las cuentas de las apuestas, todo y todos se encontraban tranquilos, a excepción del jefe que iba casi corriendo a su oficina.

El jefe tenía una urgencia de salir del coliseo tan pronto como podia, no pensaba dejar al único miembro de su familia sola, se abría paso a través de sus trabajadores desviando su atención a uno o dos documentos que consideraba importante, cuando finalmente había llegado a su oficina echo a todos y cada uno de los trabajadores que lo habían seguido, debía cambiarse rápido y no quería que lo vieran o interrumpieran.

La oficina del jefe era una habitación amplia con un mueble en el medio que servía de escritorio, a los laterales de las paredes se hallaban trofeos de campeonatos de las arenas, y cuadros que mostraban a los mejores peleadores que combatieron en el coliseo, pero en su mayoría eran imágenes de la misma persona, detrás del escritorio se encontraba un gran armario donde se guardaba desde documentos del propio coliseo u objetos personales.

apresuradamente se acercó al armario para abrirlo, viendo primero los grandes chalecos que uso el anterior jefe antes de él, nunca fueron de su agrado, pero por alguna razón no podia deshacerse de ellos, ignorando los viejos sacos colgados, se inclinó a la base del armario para tomar una yukata de tono azul marino, con diseños de flores de color blanco y lunas menguantes de color plateado, con ella tenía una cinta larga de un purpura oscuro, cerro el armario tan rápido como saco la ropa de él y empezó a cambiarse de vestiduras.

mientras se iba despojando del yukata negro, se fue percatando de las nuevas heridas que se había hecho ese día, nada muy serio que no pueda ocultar con una gaza, no como sus primeras heridas, en las que debía usar mucha de la magia que le enseño su abuela de su especie, en sus primeras peleas no había sido tan ágil o aplicado tanta fuerza en sus golpes, como en sus combates más recientes, recordaba como los espectadores, directores del coliseo e incluso sus contrincantes lo miraban con lastima y pena  al ver su delgado y pálido cuerpo con heridas y magullones bañadas en su propia sangre, lo hacía sentir débil, insignificante, como un niño, aunque la verdad, eso no era muy erróneo, después de todo empezó a pelear  a los 10 años, finalmente se terminó de vestir, viéndose por un momento en un espejo en la pared, le quedaba perfecto, dirigiéndose a la puerta tomo su perilla para finalmente irse del lugar, pero noto algo muy extraño, todos los trabajadores estaban tensos, se movían muy lentamente para la velocidad a la que estaban acostumbrados, además el jefe podia sentir un aura extraña en la habitación

- ¿Qué es lo que ocurre?  -cuestiono con un tono autoritario, peor nadie contesto o siquiera le devolvió la mirada, eso solo irrito al joven jefe- ¿Nadie va a decir nada? ¿acaso les comió la lengua un yordle?- nadie respondió, excepto una persona que se supone nunca debió estar ahí

-Un yordle no, pero un lobo quizás - la voz furiosa de una mujer ya adulta se hizo sonar en la habitación, los pobres trabajadores solo temblaron al oír nuevamente a la mujer mayor hablar, mientras que el jefe se quedó petrificado en el lugar en el que se encontraba, de tener cola como la mujer seguramente la habría enredado entre sus piernas, en cambio sus puntiagudas orejas que sobre salen de su cabeza se bajaron tanto que prácticamente se ocultaron entre su cabello, se dio la vuelta solo para ver a la mujer parada al lado de la puerta, perfectamente oculta de su campo de visión, esta le dirigía una mirada que prácticamente le recorría toda el alma- ¿me puede explicar, que haces aquí?  SAITMUNE  MOON

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