18 | Vuelve a estar roto
Alanna
Observo a mi abuela de lado. Lleva puesto un delantal de flores que le regalé por su cumpleaños hará un par de años atrás. Aún me sorprende que siga intacto y que no se haya roto, a pesar de los años y el uso.
En su mano derecha sostiene una varilla de madera con la cual se dispone a mezclar la masa de galletas que estamos preparando. El olor a vainilla llena la cocina y yo cierro los ojos disfrutando del momento. Junto al bol también se encuentra una pequeña bolsa de pepitas de chocolate blanco que añadiremos a la masa.
—Creo que a este paso vamos a hacer galletas para todo el barrio —afirmo, al ver la cantidad de masa que estamos preparando.
Mi abuela levanta la vista del bol y ríe suavemente, con una chispa de complicidad en los ojos.
—¡Parece que sí! —responde, sin dejar de mezclar.
Recuerdo cuando era pequeña que uno de mis momentos favoritos cada vez que iba a casa de mi abuela era el preparar galletas. Me encantaba ayudar a mezclar los ingredientes, ver cómo la masa se transformaba en pequeñas obras de arte y, por supuesto, probar las galletas recién horneadas. Antes era muy fan de las galletas que llevaban mermelada. Sin embargo, con el paso de los años y después de comerlas en tantas ocasiones, acabé aborreciéndolas un poco.
—¿Sabes que a tu madre también le gustaba preparar galletas? —comenta mi abuela, con una sonrisa nostálgica, y mientras comienza a echar las pepitas de chocolate en el bol―. A veces la cocina quedaba hecha un desastre, pero siempre nos divertíamos mucho.
—No puedo imaginármela haciendo un desastre en la cocina —digo con una sonrisa triste.
Mi abuela también ríe suavemente, aunque sus ojos reflejan una sombra de tristeza.
—Es cierto que con el tiempo se volvió más ordenada, pero cuando era joven, le encantaba experimentar y probar nuevas recetas.
El simple hecho de pensar en mi madre provoca que se me encoja el corazón. Por momentos siento que he superado su pérdida, pero en instantes como este, es como si el dolor se abriera paso, golpeándome con fuerza.
―¿Cómo lo haces, abuela? ―pregunto de pronto, sin poder contenerme.
Mi abuela levanta la vista, sorprendida.
—¿Cómo hago qué, Anna?
—Seguir adelante, a pesar del dolor. A veces siento que no puedo con su ausencia, y tú... tú siempre encuentras la manera de sonreír y seguir adelante —digo, con la voz quebrada.
Mi abuela deja la varilla y se acerca a mí, tomando mis manos entre las suyas. Su mirada está cargada de una tristeza profunda, pero también de una ternura que me envuelve.
—No es fácil, cariño. Hay días en los que el dolor es abrumador, pero pienso en todos los momentos felices que compartimos y en cómo ella querría que viviéramos nuestras vidas. Eso me da fuerzas para seguir. No se trata de olvidar el dolor, Anna, sino de aprender a vivir con él —responde, sus ojos llenos de amor y comprensión.
Mi abuela aprieta mis manos con ternura, como si me transfiriera un poco de su fortaleza.
—Es difícil —digo, con una voz temblorosa—. A veces siento que el dolor me ahoga.
—Lo sé, cariño, pero cuando eso pase. Cuando sientas que el dolor se adueña de tu alma —dice mi abuela, con una voz profunda y llena de sabiduría—, debes permitirte sentirlo. No hay un calendario para superar el dolor.
Sus palabras son como una pequeña cura para mi corazón. Cada frase, cada gesto, logran calmar un poco el torbellino de emociones que siento.
—Gracias, abuela. Realmente no sé qué haría sin ti —digo, con una voz temblorosa, pero agradecida, mientras las lágrimas siguen deslizándose por mis mejillas. Ni siquiera sé cuándo he empezado a llorar; las lágrimas parecen haber llegado sin previo aviso, como una marea inesperada.
—Siempre estaré aquí para ti, Anna. En los momentos oscuros y en los claros. Juntas, podemos encontrar la luz, incluso cuando el dolor parece interminable —responde mi abuela, abrazándome con ternura.
Me aparto ligeramente del abrazo de mi abuela, tratando de recuperar el aliento y recomponerme. Tomo un papel de cocina y me seco las lágrimas. Seguro que mis ojos están algo rojos por culpa de llorar, pero me da igual. Era algo que necesitaba. Aunque el dolor sigue presente, el simple hecho de haber compartido este momento con ella me da una sensación de paz.
—¿Cómo te sientes ahora, cariño? —pregunta, su voz suave y llena de comprensión.
—Un poco mejor, gracias —respondo, tratando de forjar una sonrisa—. Solo... necesitaba un momento.
Mi abuela me ofrece una sonrisa cálida, y con un gesto reconfortante, vuelve a colocar una mano en mi hombro.
—Me alegra escuchar eso ―dice, su voz suave―. Recuerda que en cada lágrima hay un paso hacia la sanación. Tómate el tiempo que necesites, Anna.
Con un suspiro, me recompongo y me vuelvo hacia la tarea. Pongo el horno a precalentar, ajustando la temperatura con un clic firme. Después, saco una bandeja del armario y la coloco sobre la encimera. Pongo una lámina de papel vegetal sobre ella, alisándola cuidadosamente para que quede bien ajustada, con el fin de que la masa no se pegue.
—Creo que estas galletas van a salir deliciosas —comenta mi abuela, con una sonrisa satisfecha.
—Seguro que sí —respondo, sintiendo una chispa de alegría al escuchar su tono animado, mientras comienzo a colocar pequeñas porciones de masa sobre la bandeja.
Nos mantenemos así, en esta sincronía tranquila, y a medida que avanzamos en la preparación de las galletas, me doy cuenta de que el simple hecho de compartir estas tareas cotidianas con ella hace que el peso del dolor se sienta un poco más ligero.
***
A pesar de que apenas son las cuatro de la tarde, el sol ya se ha ido y el cielo se ha oscurecido por completo. La noche parece llegar cada vez más temprano. Estamos casi a finales de noviembre y el frío ya empieza a calar en los huesos. Llevo varias semanas poniendo la calefacción cada vez que me monto en el coche para ir a trabajar porque si no siento que me voy a congelar. Sobre todo, cuando salgo a las tantas de la noche.
Además, hoy he seguido el consejo de Lottie y he traído conmigo un té caliente. Lottie siempre tiene buenas ideas para enfrentar el frío, y esta es una de las mejores.
Una vez arranco el coche, coloco el móvil en el soporte y accedo a mi lista de Spotify. El sonido de la música siempre ayuda a hacer el viaje más ameno. Mi repertorio de canciones consiste en un mix de diferentes estilos musicales, así que tan pronto puedo estar escuchando una canción movida como pasar a una más lenta.
Recuerdo una vez que mi madre vino conmigo en el coche, me preguntó cómo era capaz de escuchar canciones lentas sin dormirme mientras conducía. Yo simplemente me encogí de hombros. No sé, de alguna manera me relajan y me permiten concentrarme en la carretera.
Cuando me pongo en marcha, solo deseo una cosa: no pillar tráfico.
En el estacionamiento del observatorio vislumbro el coche de Charlotte, su Honda Civic gris. Ella suele comenzar el turno un par de horas antes que yo, y me hace sentir una leve envidia. Cuando salgo del trabajo tan tarde, acabo rendida, y las horas parecen pesar más cuando es de noche.
Mientras paso junto al Honda Civic de Charlotte y me dirijo al observatorio, pienso en Nicholas. Últimamente le he notado incluso más preocupado de lo normal. Sé que la situación de su padre no es algo fácil de llevar, y me gustaría poder hacer algo para ayudarlo. El problema es que no sé qué.
―Tengo que contarte algo —habla Lottie rápidamente cuando se topa conmigo en uno de los pasillos del observatorio.
La última semana apenas hemos coincidido en el trabajo porque el jefe nos ha puesto en grupos de trabajo distintos. Charlotte está en el grupo que se dedica a la búsqueda de cometas, mientras que yo estoy en el equipo encargado de la observación de los planetas. Echo un poco de menos trabajar juntas.
Sus ojos brillan con una mezcla de preocupación y ansiedad, lo que me indica que lo que tiene que decir es importante. Algo me empuja a pensar que no me va a gustar en absoluto.
—¿Qué pasa? —pregunto, intentando mantener la calma mientras siento que mi pulso se acelera.
—He escuchado por ahí que Nicholas se va. Vuelve a Noruega... —dice Lottie, analizando cada uno de mis movimientos con una mirada atenta.
El impacto de sus palabras me detiene en seco. El sexto sentido que tenía sobre que la noticia no sería buena se confirma. Me quedo momentáneamente paralizada, tratando de procesar lo que acaba de decir. La idea de que Nicholas se está yendo me deja un nudo en el estómago.
—¿Estás segura? —pregunto, mientras busco la confirmación en el rostro de Lottie.
Ella asiente lentamente, su expresión seria.
—Sí. Creo que ha encontrado un nuevo trabajo allí. Ayer le dio la notificación al jefe —añade Lottie, observando cuidadosamente mi reacción.
La noticia me golpea con aún más fuerza. La idea de que Nicholas haya decidido mudarse de nuevo a Noruega para comenzar un nuevo trabajo hace que mi mente se agite. Tenía asumido, o al menos eso creía, que se marcharía en algún momento. Él mismo me ha confesado varias veces que su hogar no se encuentra en Riverbridge.
Me quedo callada, sin saber qué contestar. Escucho cómo el corazón me late a toda velocidad y noto cómo las lágrimas empiezan a asomarse por mis ojos, aunque hago un esfuerzo enorme por retenerlas. No quiero ponerme a llorar en mitad del pasillo.
—Yo... —digo, la verdad es que no sé qué responder.
Las palabras parecen quedarse atrapadas en mi garganta mientras intento procesar la noticia y encontrar una forma adecuada de reaccionar. La sorpresa y la tristeza se entrelazan.
—¿Estás bien, Alanna? —pregunta Lottie con preocupación, notando mi reacción y el esfuerzo que hago para mantener la compostura.
La pregunta me saca de mis pensamientos, y por un momento, me siento atrapada entre la necesidad de mostrar fortaleza y el deseo de permitir que mis emociones salgan a la superficie.
—Sí, estoy bien —respondo, tratando de sonar convencida a pesar de que mi voz tiembla un poco—. Solo necesito un momento para procesar la noticia. Es mucho para asimilar de golpe.
Lottie asiente, su expresión refleja una mezcla de alivio y comprensión.
—Lo entiendo. Si necesitas hablar o simplemente necesitas un momento para ti, estoy aquí. Puedes contar conmigo, Alanna.
—Gracias, Lottie —digo, intentando sonreír.
Con un último gesto de cabeza, Lottie se despide, dejándome sola con mis pensamientos. Ahora mismo, mil preguntas flotan por mi mente. ¿Desde cuándo lo sabía Nicholas? ¿Su invitación a Tønsberg fue así como una despedida?
Una manera de decirme, sin palabras, «Me voy, Alanna».
Me llevo una mano al corazón y sonrío con amargura. Vuelve a estar roto por cuarta vez, solo que esta vez no estoy en el mirador.
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Gracias por leer ♥︎
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