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16 | Olvidarte de todo lo malo

Alanna

Graduarme en Astronomía fue gratificante, pero aterrador a la vez. La etapa de la universidad terminaba y me tocaba enfrentarme al mundo real. Y eso asusta de narices. Lidiar con las entrevistas de trabajo tampoco fue tarea sencilla. Un no tras otro hasta que das con el trabajo indicado te mina la moral. Enfrentar la muerte de mi madre y aceptar que se había ido para siempre fue el peor momento que viví en mi vida. El convivir día a día con su pérdida es un dolor que no desaparece nunca.

Pero hoy, justo a tan solo unos metros de la casa de mis padres, siento que el mundo se me viene encima. No piso este lugar desde hace algo menos de un año. Todos los recuerdos viajan a mí como meteoritos impactando contra la Tierra. Hago mi mayor esfuerzo por esquivarlos.

Mi mano se estira con lentitud hacia el timbre, y tras varios segundos inmóvil sin ser capaz de moverme, lo pulso. Escucho pasos al otro lado y las ganas de huir vienen a mí de una manera incontrolable. La puerta se abre y mi padre me mira en silencio, como si no se creyera del todo que estoy plantada frente a él.

Trago saliva y me animo a hablar:

―Hola, papá.

Parpadea un par de veces más y tira de mí para estrecharme entre sus brazos. No me suelta durante los próximos minutos, porque teme que me vaya a escapar. No le culpo. Le correspondo el abrazo con fuerza y suspiro. Echaba de menos a mi padre y no sabía cuánto. Él es el primero en romper el contacto. Me mira de arriba abajo como si no se creyera del todo que estoy aquí. La verdad es que le entiendo. Aún no soy del todo consciente del gran paso que estoy dando.

―Alanna, hija... ¿Qué haces aquí? Yo...

Mi inesperada visita ha roto sus esquemas. Agacho la cabeza un instante, para después alzar de nuevo la mirada y toparme con sus ojos cargados de alegría, pero que a su vez esconden un cierto rastro de tristeza. El corazón se me encoge porque sé que yo tengo en parte la culpa de que mi padre se sienta así.

―He venido a hablar contigo... Y bueno... Ha pedirte perdón. Por todo.

Él se echa a un lado para dejarme pasar. Cierra la puerta y se encamina, asumo, que hacia el salón. Le sigo en silencio, recorriendo con la mirada las fotos familiares que adornan las paredes del pasillo. Escucho los latidos acelerados de mi corazón. Estar aquí me trae demasiados recuerdos. Aún me pregunto cómo mi padre es capaz de seguir viviendo en esta casa. Yo no podría.

Se acomoda en uno de los sofás y yo ocupo el sitio a su lado. Descansa ambas manos sobre sus rodillas y se mantiene callado. No sé si esperando que yo tome la iniciativa. «Tú puedes, Alanna» me digo a mí misma para darme ánimos.

―Como te he dicho en la puerta... ―Las palabras se amontonan en mi cabeza como un torbellino. Quieren salir, pero no encuentran la manera. He retrasado este momento tanto tiempo porque sabía con exactitud que no sería nada fácil―. Lo siento, papá. Por todo. ―Él trata de hablar, pero le corto haciendo un gesto con la mano―. Déjame acabar, por favor ―pido―. Siento haberme alejado de ti todo este tiempo. Sé que para ti tampoco fue fácil asumir... Bueno, ya sabes. No debí haberlo hecho. No es excusa, pero bueno... Lo siento.

Cuando termino mi pequeño monólogo suelto un leve suspiro. La presión en el pecho ha disminuido de manera considerable. Como si me hubiera librado de una carga pesada que llevaba arrastrando meses. Mi padre permanece callado. Veo como sus ojos se humedecen levemente. Le abrazo, no sé si para intentar borrar hasta el más mínimo rastro de tristeza en su rostro o porque le echo demasiado de menos. O tal vez una mezcla de ambas.

―Sé que tenías tus razones, hija. Solo no vuelvas a sacarme de tu vida cuando las cosas se compliquen por un motivo u otro, por favor. ―Detecto cierto temor en su voz―. Soy tu padre y siempre voy a estar para ti.

Asiento con vehemencia. Entonces recuerdo las malditas palabras de Fleur y por primera vez me doy cuenta de que no tiene razón. No estoy sola como ella decía. Tengo a mi padre. A mi abuela. A Lottie. A Ley-Ley. E incluso a Nicholas. Aunque este último no sé por cuánto tiempo.

***

―¿En serio son necesarias tantas velas? ―pregunta Lottie refunfuñando. En su mano derecha sostiene un mechero.―. ¿Acaso me estás proponiendo una noche de pasión, Alanna? ―Esta vez su tono de voz cambia a uno más burlón.

Tengo el impulso de lanzarle un cojín, pero enseguida descarto la idea. No quiero quemar la casa.

―Primero, nunca son suficientes. Y segundo, más quisieras.

Termina de encender un par más y se deja caer en el sofá. Haley, ajena a todo, yace dormida sobre un cojín. Al principio me agobiaba mucho el tema pelos por todas partes, sobre todo en el sofá, o en mi cuarto, pero cuando convives día tras día con un animal, te acabas acostumbrando. Además, la compañía de Ley-Ley lo es todo para mí. No sé qué habría hecho sin ella tras la muerte de mi madre.

Observo como Charlotte arruga un poco la nariz.

―Tu casa es una mezcla de olores avainillados y florales. Demasiado para mí.

Me encojo de hombros.

―Si no te gusta ahí tienes la puerta ―respondo en tono de broma.

Lottie se lleva una mano al corazón como si mi comentario la hubiera ofendido, pero en el fondo sé que está de coña al igual que yo. Ambas tenemos el mismo sentido del humor y eso está increíble, porque no suele haber muchos malentendidos cuando estamos de broma.

Junto a la pequeña mesa de café hay una caja de pizza. Después de la conversación con mi padre esta mañana donde se tocaron temas... dolorosos, pensé que sería bueno que Charlotte me hiciera compañía esta noche. Aunque creo que se lo tomó muy en serio porque yo solo le propuse cenar en casa, tranquilas, y se presentó hace un par de horas con una bolsa, en la que guarda su pijama, anunciando que pasaría la noche aquí.

―Abro debate ―habla de pronto. Temo por lo que vaya a preguntar―. ¿Pizza con o sin piña? ―pregunta sosteniendo un trozo de pizza antes de dar un pequeño bocado.

Estiro la mano y agarro otro, reacomodándome en el sofá.

―Espero que tu respuesta sea la correcta ―añade antes de que yo pueda contestar.

―¿Quién narices le pone piña a la pizza? ―pregunto como si fuera obvio.

Lottie aparta la mirada levemente, y no necesito indagar en su mente para saber con claridad que mi amiga es una de esas personas que cometen tal sacrilegio. Doy gracias a que no se le ha ocurrido añadir piña cuando hemos elegido los ingredientes de la pizza. Si hubiera pasado creo que me habría tirado por la ventana.

―Voy a hacer como que tu última pregunta nunca ha sucedido, ¿vale? ―digo antes de comer un bocado.

Ella niega entre risas e imita mis movimientos. La pizza desaparece en apenas unos minutos. Me siento bastante llena con todo lo que he comido, aunque como dice mi abuela, para el postre siempre hay hueco porque este va al corazón no al estómago. Un poco metafórico de su parte. Sabiendo que Lottie venía a cenar esta noche, justo después del encuentro con mi padre me pasé por el supermercado para comprar unas pequeñas provisiones para nuestra noche de chicas. O lo que es lo mismo: apple tart y helado de vainilla.

―¿Alguna sugerencia para la película de esta noche? ―pregunta Lottie, entrando al salón con un cuenco de palomitas entre sus manos. A pesar de que ambas estamos llenas por culpa de todo lo que hemos comido, no pueden faltar unas buenas palomitas a la hora de ver una película―. Y por favor no me pongas una de tus comedias románticas que me quedo dormida aquí mismo del aburrimiento ―comenta perezosamente mientras ocupa el sitio a mi lado.

Intento retener las ganas de darle un codazo, que no son pocas.

―Qué graciosas eres, eh. ¿Qué te parece una de comedia? ―sugiero. Creo que después de las últimas semanas que llevo estaría bien.

Lottie agarra un puñado de palomitas y se lo lleva a la boca. Acto seguido se tapa con una manta y me mira de lado. Por la mirada que me está dando sé que sus siguientes palabras no me van a gustar lo más mínimo.

—No está mal... ―medita―. Aunque tengo que confesarte algo... Hoy me apetece ver una película de terror.

—¿Terror? —pregunto, frunciendo el ceño. Espero que esté de broma, porque ni de coña voy a tragarme una película de miedo―. Sabes que no soy muy fan de ese tipo de películas, Lottie... Me ponen demasiado nerviosa y luego no duermo bien por las noches.

La última vez que vi una película de miedo fue una experiencia un poco traumática. Recuerdo que aún estaba estudiando en la universidad cuando a mi compañera de cuarto, Grace, se le ocurrió la magnífica idea de ver The Conjuring. Según ella como era Halloween debíamos ver películas de miedo. Era así como una tradición. No sé cómo no me negué. Para hacerlo mucho más divertido, sugirió verla con todas las luces apagadas. En ese momento no tenía idea de dónde me estaba metiendo. Esa noche tuve pesadillas y me costó varios días lograr dormir en paz. Desde entonces evito las películas de terror.

Mi cara de pocos amigos consigue apartar de su mente su idea alocada. Al menos por esta vez he ganado la batalla.

―Está bien ―se rinde, regalándome una sonrisa tranquilizadora―. Nada de películas de miedo. Una de comedia entonces. ¿Has visto la de White Chicks? ―pregunta, y cuando ve confusión en mi rostro, abre los ojos sorprendida―. No me puedo creer que no la hayas visto, Alanna. ¡Es un clásico de la comedia!

―No, nunca la he visto —respondo, encogiéndome de hombros―. Aunque si dices que es buena, acepto tu sugerencia.

Sí que he oído hablar de ella, pero nunca me he animado a darle una oportunidad. Es de esas películas que te apuntas para ver, pero luego pasa el tiempo y las acabas dejando a un lado.

―Hoy vamos a cambiar eso. ―Charlotte agarra el mando de la televisión y comienza a pulsar botones―. Además, creo que está en Netflix así que genial. White Chicks es de esas películas que te hacen reír sin parar, desde el principio hasta el final. Y siento que eso es justo lo que necesitas, reír y olvidarte de todo lo malo. Aunque solo sea por un rato.

Sus últimas palabras van directas al corazón. Cuando volví de Noruega, le conté todo a Lottie. Mi pasado con Nils. El distanciamiento con mi padre. Cómo estaba enfrentado la pérdida de mi madre. Ella me dio su apoyo total, así que sabe lo que ha sido mi vida estos últimos meses. Es consciente de que he tenido pocos momentos de diversión y paz.

―Gracias, Lottie ―digo con sinceridad.

Tener una amiga como Charlotte en mi vida hace que todo cueste un poco menos. Eso es lo bonito de nuestra amistad: saber que siempre podemos contar la una con la otra, sin importar lo que se cruce en nuestro camino.

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Gracias por leer ♥︎

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