09 | El viaje a Noruega
Nicholas
¿En qué momento se me ocurrió pensar que invitar a Alanna a Noruega sería una buena idea?
Tampoco sé por qué le dije que la echaba de menos. Eso solo complica aún más las cosas. El problema es que es tarde para echarme atrás.
Giro la cabeza a mi derecha y observo a Alanna. Está callada, pero la conozco lo suficiente como para saber que está nerviosa. No es la única. Apenas he podido pegar ojo la última noche. No paraba de dar vueltas en la cama. Por eso lo primero que he hecho nada más levantarme es meterme un chute de cafeína. Si quiero mantenerme despierto todo el día, necesito algo que me active.
Alanna se quita el gorro multicolor y me mira.
―Odio los aeropuertos ―murmura.
La verdad que más que los aeropuertos, lo que me agobia es la cantidad de gente que hay en ellos, y más a aún si vuelas desde un aeropuerto concurrido como es el de Londres-Gatwick.
―Todavía nos queda un viaje largo ―digo.
Compramos los vuelos hasta Oslo para evitarnos las escalas, que son como unas dos horas de viaje. Allí alquilaremos un coche y conduciremos hasta Tønsberg. Otras dos horas más. ¿Resultado del viaje? Mucho tiempo junto a Alanna.
Niega con la cabeza.
―Sigo creyendo que todo esto es una locura.
―Lo dice la que se coló en un cine.
Resopla y me golpea en el hombro.
Una pareja que debe rondar los sesenta años nos mira algo curiosos. Parece que hemos llamado un poco la atención con nuestro pequeño espectáculo. Llevamos como cuarenta minutos en la fila, esperando para facturar nuestras maletas y apenas avanzamos unos metros. Me estoy empezando a desesperar. Y todavía nos queda pasar el control de inmigración. Genial. Y yo habiendo dormido una mierda.
―¿Esto no avanza o qué? ―pregunta Alanna.
Se ve que no soy el único hasta las narices. Solo cruzo los dedos porque en el avión no nos toque, cerca de nuestros asientos, el típico niño pesado que hace un berrinche por cualquier cosa. Aunque odio más a los padres por no educarle bien, que al niño.
―No pienso hacer nada en cuanto lleguemos a Tønsberg ―confieso.
―Te acompaño en el plan. Los aeropuertos son una máquina de drenar energía. No sé el tiempo que llevamos aquí, pero ya me quiero tirar por un precipicio.
La miro de lado y sonrío. Aunque mi idea de traerla conmigo sea una locura y no sé cómo acabará esto al final del viaje y en nuestra vuelta a Riverbridge, me alegra que esté aquí. Que haya aceptado mi petición.
―¿Palomitas y peli como en los viejos tiempo? ―sugiero.
Su mirada se vuelve algo triste, pero enseguida sonríe para que no me dé cuenta de su cambio de humor. El problema es que Alanna es una persona bastante transparente, al menos conmigo. O quizá soy bueno descifrando las cosas que me importan.
―Por mí bien mientras sean palomitas saladas y no dulces.
―¡Oye! ―protesto―. No te metas con mis gustos.
Alanna ríe y algo se agita en mi interior. Creo que es la primera vez desde que volví a reencontrarme con ella que se ríe de esa manera.
―Las palomitas dulces son una ofensa para el mundo, Nils.
―Tss ―le mando callar―. Y avanza.
Poco a poco la fila hasta los mostradores se va recortando. Ya era hora. Sentía que nos quedaríamos aquí otra hora más. Los nervios comienzan a aparecer. Aunque apenas hacen dos meses que me fui de Tønsberg, necesito volver unos días. El ingreso de mi padre hace una semana en el centro de salud mental me tiene la cabeza loca y estar en Riverbridge no ayuda nada a reducir mi estrés.
―¡Al fin! ―exclama Alanna―. Ahora a rezar para que no nos pierdan las maletas.
―Yo contraté un seguro por si acaso.
Ella abre la boca, sorprendida.
―¿Qué? ―Parpadea y me mira fijamente. Parece cabreada―. ¿Y no me dijiste nada para hacer yo lo mismo?
―Es broma ―confieso―. Pasé de pagar más.
Me golpea en el hombro y resopla. Después acelera el ritmo, arrastrando su maleta de cabina consigo y dejándome algo retrasado.
―Espera, liten stjerne. ―Avanzo yo también hasta colocarme a su lado―. Me necesitas para llegar.
Ella me mira de reojo y vuelve a posar la vista en el frente. Le echa un breve vistazo a su billete, supongo que para saber cuál es la puerta de embarque que nos toca.
―¿Que te necesito para llegar al avión? ―pregunta sin mirarme―. ¿Te crees que no sé leer los carteles del aeropuerto? ―Ahora sí intercambia miradas conmigo―. Puerta 18, así que mueve el culo.
Río ante su repentina molestia.
―Me refería a llegar a mi casa en Noruega. No sabes la dirección.
―Ah. ―Se calla un segundo―. Bueno, no creo que sea difícil.
Todavía nos quedan un par de minutos antes de llegar a la puerta de embarque. Además, el vuelo sale en una hora. Solo espero que no haya ningún retraso o me tiraré de los pelos.
Alanna camina muy deprisa. Cualquiera diría que está intentando huir de mí.
―¿Me explicas cómo piensas llegar entonces?
Se detiene un segundo para ponerse el gorro. Creo que se estaba agobiando de llevarlo todo el tiempo en la mano.
―Google Maps ―afirma―. Y el boca a boca.
No entiendo muy bien su plan.
Le veo algunos problemas ya que sigue sin saber la dirección de mi casa, así que el Google Maps le va a ayudar bien poco. Ella, por el contrario, se muestra orgullosa de la idea maravillosa que ha tenido. Entramos en el ascensor y pulso el botón de la planta baja.
Como me nota algo perdido, intenta explicarse mejor.
―Mi plan es simple ―dice―. Llego al aeropuerto de Oslo, alquilo un coche y en el Google Maps marco la ruta hacia Tønsberg. Allí pregunto por la casa donde vive un idiota de pelo rubio, y boom, problema resuelto. Plan sencillo, ejecución increíble y resultado exitoso.
Parpadeo un segundo y cuando se abren las puertas del ascensor, agarro a Alanna del brazo para que se detenga, apartándonos a ambos a un lado. Me quedo con una pequeña parte de su monólogo.
―¿Me acabas de llamar idiota? ―pregunto entre risas.
―No ―habla rápidamente―. Lo debes de haber soñado.
Se muerde el labio para aguantar la risa y otra vez vuelvo a sentir ese pinchazo en mi estómago. Apenas acaba de empezar el viaje y ya siento que no será nada fácil. Ella se aleja y yo trato de borrar como puedo esos pensamientos sobre Alanna antes de sucumbir en la locura.
Ahora yo soy quien mira el billete de avión. Nos queda media hora para que podamos embarcar.
Todavía no me creo que en unas horas estaré en casa junto a gran parte de mi familia y mi perro Olaf. Bueno, de momento de mi abuela hasta que me mude de nuevo allí. Que espero que no sea en mucho tiempo.
―Estoy agotada.
Alanna se deja caer en uno de los asientos. Apoya la cabeza en la pared y coloca la mochila sobre la maleta. Yo hago lo mismo.
―Oye ―digo, tras un par de minutos en silencio―. No te asustes de mi primo Isak, ¿vale? A veces puede ser un poco capullo.
No quiero que se lleve un mal recuerdo del viaje. Si ya le costó bastante aceptar mi invitación, no me gustaría ser el causante de una mala experiencia en Noruega. Quiero que se sienta cómoda y que disfrute al máximo estos días que vamos a pasar juntos. Nada de Riverbridge. Nada de trabajo. Nada de problemas.
Se encoje de hombros, restándole importancia.
―Sé cómo lidiar con capullos.
Volteo en su dirección.
―¿Acaso es una indirecta?
―Puede.
Y sonríe. Alanna vuelve a sonreír, y por segunda vez es una risa sincera. El problema es que cuando sonríe así me es imposible alejar de mi mente todos esos pensamientos sobre querer besarla. Mentiría si dijese que no me está costando una gran fuerza de voluntad aguantarme.
―Nils ―me llama―. ¿Puedes hablarme un poco de tu familia?
Sonrío orgulloso. Me alegra saber que quiere conocer un poco más sobre mi gente y mi vida en Noruega. Cuando me mudé a Riverbridge con mis padres, me volví un poco reservado a la hora de hablar sobre mi vida a otras personas. Hablar me hacía recordar. Y recordar me hacía odiar mi situación de entonces.
―Bueno... ―hablo. Aunque hay tanto que no sé por dónde empezar―. Está Isak, que es un año menor que yo, luego está su hermano pequeño Sveinn que se encuentra en esa época tan complicada llamada adolescencia, y Brina, que tan solo tiene ocho años. Mi tía Dina y mi tío Lukas. También está mi abuela paterna Ingrid. Ah, se me olvidaba, el más importante de todos, mi perro Olaf.
Alanna parpadea varias veces. Creo que ha sido demasiada información de golpe. Me asusta que su cerebro colapse.
―Wow. ―Se la ve sorprendida y no la culpo en absoluto―. Muchos nombres que no sé si recordaré y llegaré a pronunciar bien. ―Se calla un segundo, pero algo parece hacer click en su cabeza―. Un momento, ¿has dicho Olaf? ¿Cómo el de Frozen?
La historia detrás del nombre es muy sencilla.
―Culpa de mi prima Brina. Es una apasionada de esa película y bueno, como Olaf es blanco, dijo que el nombre era perfecto para el perro.
―Me cae bien tu prima ―confiesa―. ¿Cómo llegó Olaf a tu vida?
Sigo recordando ese día como si fuera ayer.
―Siempre he querido tener un perro, así que un día me animé a dar el paso. Mi tía Dina me sugirió ir a una protectora y adoptar uno. Yo creí imposible salir de ahí con un perro, porque sabía que sería incapaz de elegir uno. Entonces me topé con Olaf. Estaba en un rincón, asustado. Cuando le miré a los ojos supe que debía venirse conmigo.
―¿Cómo supiste que era él?
No oculta su interés y eso me gusta. De alguna manera le sigo importando.
―Vi el mismo miedo que yo sentí cuando me mudé con mis padres a Riverbridge.
Un segundo después me arrepiento de mi confesión. Estoy entrando en terreno pantanoso. Alanna coloca una de sus manos sobre la mía. Me remuevo en el asiento, entre nervioso y sorprendido por su contacto. Siempre parece rehuir, y ahora está rompiendo esa barrera emocional que nos separaba.
En cuanto se da cuenta de a dónde se dirigen mis ojos, aparta la mano.
―Lo siento ―se disculpa―. Quiero conocer a Olaf ―confiesa.
Por el altavoz del aeropuerto se anuncia que la puerta de embarque con destino Oslo se acaba de abrir.
―¿Estás lista? ―pregunto cambiando de tema, e intentando olvidar que acaba de tener su mano sobre la mía.
Alanna mira al frente y después a mí.
―Nils ―pronuncia mi nombre de una manera tan suave que provoca que me ponga un poco nervioso―. Sigo pensando que esto es una locura, pero supongo que ya no hay vuelta atrás. ¿verdad? Así que sí, estoy lista.
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Gracias por leer ♥︎
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