
07 | Barajar otras opciones
Nicholas
He vuelto a estar igual de asustado que el día donde a mi padre le diagnosticaron depresión.
Recuerdo que me encerré en mi cuarto y lloré. No entendía lo que eso implicaba. Tan solo veía a mi madre hecha mierda y a mi padre caminando por el mundo como una momia. Vacío. Sin ganas de nada. Aquel día sentí que mi familia se rompía. Aunque todo empezó tiempo atrás. Varios meses antes del diagnóstico.
Llamo al timbre y espero a que mi madre abra la puerta. Lleva un delantal de flores y me dedica una sonrisa, que como siempre, no es sincera.
―Hei, Nicholas. ―Se echa a un lado para dejarme pasar―. He cocinado tu postre favorito.
Noto un deje de felicidad en su voz. Sonrío para no arruinar ese momento de efímera alegría. Camino en silencio detrás de ella hasta el salón. En la mesa veo una bandeja de skolebrød. Trago saliva y me siento en el sofá. Sé que lo ha hecho con toda su buena intención, pero ese postre me recuerda a papá.
―Takk, mor. ―Le invito a sentarse a mi lado.
Ella se frota las manos en el delantal y se lo desata. Lo cuelga de una silla y camina hasta mí. Se acomoda en el sitio libre y coloca ambas manos sobre su regazo. Me contempla en silencio y eso me da margen a organizar los pensamientos de mi cabeza antes de hablar.
―Quieres hablarme de tu padre, ¿verdad?
Aleja la mirada y la posa en un marco de fotos que adorna la chimenea. Es del día que fuimos por primera vez de acampada en Tønsberg. No cabía de la emoción aquel día. Nunca había dormido fuera de casa y vivir esa experiencia hizo que mi cuerpo rebosara de felicidad. Ese día papá me enseñó a montar en canoa, aunque ambos terminamos en el agua un par de veces por mi culpa.
―¿Cómo lo ha llevado estos últimos días?
Temo que me diga peor, porque eso solo disminuiría mi estado de ánimo.
Mi madre suspira y se atreve a mirarme.
―Igual que siempre. No sé... La medicación no está funcionando. ―Sus hombros se ven pesados y las ojeras siguen ahí presentes―. No dejo de sentirme impotente. No puedo hacer nada para que mejore, hijo. ¿Qué estoy haciendo mal, Nicholas?
Odio ver así a mi madre.
Entrelazo mi mano con la suya y le doy un suave apretón.
―No es tu culpa, mor.
―¿Sabes una cosa? ―pregunta limpiándose un rastro de lágrimas―. Hay ciertos días que maldigo el momento de haber convencido a tu padre de mudarnos a este lugar. Siento que tengo la culpa. Que debí ignorar las ganas de buscar nuevas oportunidades y simplemente debimos permanecer en casa.
El tema de la mudanza fue una completa mierda para mí, pero tampoco ha sido nada fácil para ellos.
Y entonces me envuelve la culpa. ¿Y si yo soy el causante de la situación de mi padre? Mi mal humor en su momento, el odio que sentía por Riverbridge cuando nos mudamos, las ganas de huir. Todo. Quizá mi forma de ser le empujó a esto. A lo que es ahora. De pronto siento un nudo en el pecho, que se vuelve cada vez más grande. Las manos sudorosas me tiemblan a causa de los nervios. El miedo me invade.
No soy consciente de la mirada asustada de mi madre cuando me llama en repetidas ocasiones mientras yo sigo con la mente nublada.
―¡Nicholas! ―Oigo mi nombre, pero lo siento lejano―. ¡Nicholas, reacciona!
«Yo tengo la culpa.»
«Yo tengo la culpa.»
«Yo tengo la culpa.»
Entonces algo hace click en mi cabeza y consigo reaccionar. Mi madre no para de llorar. Parece aterrada. Sin mediar palabra me lanzo a sus brazos.
―Yo tengo la culpa, mor ―sollozo―. Lo jodí todo.
Ella me frota la espalda tratando de calmarme.
―No es tu culpa, Nicholas. Nada de esto lo es.
Intento estabilizar mi respiración que se ha vuelto desacompasada a causa del pequeño ataque de ansiedad. Dejo a un lado la culpa que siento y me centro en lo importante: mi padre.
―Estoy bien ―digo, después de varios minutos en silencio―. Estoy bien ―repito, no sé si para convencerme a mí mismo o a mi madre―. Sé que lo que voy a proponer no es algo fácil de digerir, pero después de hablar con Isak creo que tenemos que barajar otras opciones.
La confusión inunda su rostro.
―¿Otras opciones?
―Puede que papá necesite ayuda... profesional ―sugiero, pero creo que no entiende con claridad de lo que estoy hablando.
―Va al psicólogo cada semana y toma su medicación.
―Tal vez deba ingresar en un centro de salud mental, mor.
Mamá se levanta del sofá y camina hacia la chimenea. Permanece de pie junto a ella en completo silencio. Su mano roza una foto donde salimos los tres sonriendo. Yo con un diente menos y con el peluche de un zorro ártico que me regaló la tía Dina por mi cumpleaños.
―¿Le hará bien?
Es lo único que pregunta tras varios minutos sin decir nada.
―No lo sé. Confío en que sí. No podemos seguir con esta vida. Papá se está consumiendo lentamente, y tú... Tú tampoco estás bien.
Mamá voltea en mi dirección.
―Hablaré con su psicólogo la próxima vez.
Sé que va a ser algo difícil. Más para ella que para mí porque convive con él, pero si no damos un paso hacia delante, todo irá a peor.
―No quiero perderos a ambos. No quiero perderme a mí mismo ―confieso.
―Lo sé, hijo. Arreglaremos esto.
En sus ojos veo miedo. Mucho miedo. Cansancio. Y por primera vez en mucho tiempo veo esperanza.
***
Contemplo el lago que se extiende ante mis ojos.
Es bonito. Nada comparable al de mi hogar en Noruega, pero tiene su encanto.
Necesitaba un sitio para pensar y estar en paz. No quería volver a ir al mirador y toparme con Alanna. Las cosas entre nosotros no resultaron bien aquel día. Desde entonces nuestra relación en el trabajo se reduce a lo meramente profesional. Veo que me observa de vez en cuando, pero nada más.
Por una parte, quiero que se mantenga así.
Por otra, echo de menos de menos cualquier contacto con ella.
Saco la libreta de bocetos de mi mochila y voy hasta la última página. Hace unos días dejé a medias un dibujo sobre el puerto de Tønsberg.
Pierdo la noción del tiempo mientras dibujo hasta que escucho el tono del móvil. Isak me está llamando. Por quinta vez en lo que va de semana. A veces me pregunto si mi primo tiene vida más allá de llamarme cada dos por tres.
―¿Cuál es el problema ahora? ―pregunto. Cierro la libreta y me recuesto sobre la mochila que está haciendo de cojín improvisado.
―Emergencia familiar ―dice rápidamente―. Acepta la videollamada.
Me incorporo.
No entiendo una mierda de lo que está hablando.
―Aceptada.
En la pantalla veo a Isak, con una gorra puesta hacia atrás, y junto a él, medio asomándose por un costado, la cabellera rubia de mi primo pequeño.
―Ven aquí, Sveinn ―le llama, pero mi primo no se mueve ni un mínimo―. Ven. ―Esta vez tira de él.
―Hei, Nils ―me saluda.
Se rasca la nuca, nervioso. Algo me dice que desearía estar en cualquier otro lugar de la tierra. Intenta escapar, pero Isak se lo impide. Le sostiene de la sudadera y le anima hablar.
―Cuéntale a Nicholas tu plan maestro para conquistar a tu novia.
¿Esto es lo que entiende Isak por «emergencia familiar»?
De verdad que mi primo no tiene ningún remedio. Sveinn se sonroja cuando escucha esa palabra. Creo que cuando cuelgue el teléfono, estos dos se van a enzarzar en una discusión que no va a terminar nada bien conociendo el carácter de ambos. A veces compadezco a mi primo pequeño por tener un hermano como Isak. Puede ser muy exasperante.
―No creo que Nils quiera... ―comienza a decir, pero Isak le interrumpe.
―Quiere llevarla al cine y después dar un paseo por el puerto.
Ahora mismo me arrepiento de haber cogido la llamada. ¿Por qué narices me tienen que incluir en sus movidas? Estoy tranquilo dibujando y vienen a joderme el momento de paz. Hago una mueca de disgusto. Durante los próximos segundos se ponen a discutir delante de mí. Parece que se han olvidado que están en medio de una videollamada y que yo sigo presente.
Carraspeo para captar su atención.
―Sigo aquí, eh.
Isak mira a la cámara de nuevo y sonríe.
―Perdón ―dice―. A lo que vamos. ¿Qué piensas del plan?
No sé por qué me pregunta a mí. Ni que yo fuera experto en citas.
―Está bien. Supongo.
―Está bien ―repite mis palabras en voz alta―. Es una mierda ―añade enseguida.
Su hermano le golpea el hombro, molesto. Juro que si estuviera a su lado también le habría dado un buen golpe. Isak pone de los nervios a cualquiera.
―Es mi plan ―le recrimina Sveinn. No se le ve nada contento―. Cuando tengas novia, haces los planes que te dé la gana. Si es que la tienes, porque con lo pesado que eres...
Adoro a mi primo pequeño.
―Mira, enano. ―Isak se queda callado sin saber que decir―. Ya hablaremos tú y yo luego.
Sveinn rueda los ojos.
―Sí, sí, lo que tú digas.
Veo como tiene intención de irse, y antes de que lo haga, le detengo.
―¿Quieres un consejo de mi parte, fetter? ―pregunto, pero no le doy tiempo a responder―. Baila con ella bajo la lluvia. Siempre funciona. ―Le guiño un ojo.
Él asiente y me sonríe antes de dejarme a solas con Isak.
―Vaya consejo de mierda ―resopla―. No puedo creer que eso funcione con alguien.
Inconscientemente pienso en Alanna.
Y en aquel momento nuestro que nunca lograré borrar de mi mente.
―Eso es porque nunca lo has probado.
―Asumo que tú sí ―resalta. Isak se reacomoda la gorra y se apoya en un árbol del jardín. Conozco ese lugar a la perfección, de todas las tardes que pasábamos juntos escalándolo―. ¿Dónde está esa novia, Nils?
―Capullo.
Mi respuesta provoca que se ría.
―Bailar bajo la lluvia no funciona para conquistar a nadie, Nicholas.
Quiero decirle que se equivoca, pero en cierto modo tiene un poco de razón y me jode admitirlo.
Dejo a un lado el asunto de las citas porque al final acabaré pensando en Alanna y no quiero. Pensar me angustia.
―¿La abuela sigue pintando sus cuadros? ―pregunto cambiando de tema.
―Como cada semana desde que murió el abuelo. Tiene varias pinturas guardadas para ti para cuando vuelvas.
Volver a Tønsberg.
Si pudiera hablaría con mi jefe ahora mismo para dejar el trabajo y buscar uno en Noruega, pero no puedo. Está el problema con mi padre que no puedo ignorar. No quiero huir otra vez. Aunque me rompa estar aquí, sé que debo quedarme.
Y luego está Alanna.
Otra vez Alanna y su manía de colarse en mi mente.
―Volveré a casa, Isak. Algún día. Y me llevaré todas esas pinturas guardadas que tiene la abuela. Montaremos en canoa como en los viejos tiempos. Te daré una paliza en ese juego de mierda que ni siquiera recuerdo el nombre. Ah, sí: Dobble. Haremos cualquier locura de las tuyas, sí quieres. Pero de momento mi lugar es este, lo sabes. Tengo asuntos pendientes en Riverbridge.
Solo espero que nada se complique.
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Gracias por leer ♥︎
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