06 | Bailar bajo la lluvia
Alanna
Si miras siempre hacia el mismo lugar puede que te pierdas cosas increíbles.
Creo que hasta hoy no le he dado ninguna importancia a esa frase que no paraba de repetirme mi abuela.
Arranco un pedazo de hierba y la tiro a un lado. Hago lo mismo un par de veces más hasta que reúno el valor suficiente para alzar la cabeza. Me tiemblan las manos. Mezcla del frío y del miedo.
Ante mis ojos se halla la tumba de mi madre.
Es la segunda vez que vengo desde su muerte.
La primera fue su entierro. La segunda, hoy.
―Hola, mamá ―decir esas palabras en alto me quema.
El otro día, antes de irme a trabajar, pase un rato por casa de mi abuela y después de una conversación bastante larga que acabó en lágrimas por ambas partes, me he animado a venir.
Necesitaba algo de tiempo para procesarlo todo.
―Me he cortado el pelo. ―Aún no me acostumbro a mi cambio de imagen. Sigo viéndome rara cada vez que me miro al espejo―. También me lo he teñido. Azul. Como tu color favorito. ―Suspiro y aparto un segundo la mirada―. Sé que he tardado mucho en visitarte, pero te juro que no podía. No puedo... Sigo haciéndome a la idea de que no estás conmigo.
No intento borrar las lágrimas. Simplemente me dejo vaciar.
―Creo... ―balbuceo―. Creo que soy una mala hija. Ni siquiera he tenido tampoco el valor de hablar con papá.
El sonido del viento agitando los árboles del cementerio me acompaña. Aunque siento que por hoy he tenido suficiente. Me ha costado una barbaridad subirme al coche y conducir hasta aquí. Ni hablar de cuando ha llegado el momento de cruzar el gran portón y ver el despliegue de tumbas que se abría ante mí.
He avanzado. Poco, pero al menos he hecho el esfuerzo.
La Alanna de cuatro meses atrás solo salía de casa para ir a trabajar y hacer la compra.
La Alanna de ahora se ha cambiado el pelo y comienza a asumir la muerte de su madre.
Echo una última mirada a su tumba y me pongo en pie. Me sacudo los restos de hierba que se han quedado pegados a mis vaqueros y camino hacia la salida. Tal vez en unos días logre volver.
Cuando me monto en el coche, permanezco varios minutos agarrando el volante y con la cabeza echada hacia atrás. Escucho el sonido de mis uñas repiqueteando. Los latidos de mi corazón. Saco mi móvil del bolso y entro en la aplicación de contactos. Busco el número de mi abuela y pulso llamar.
Al cuarto tono responde.
―¿Anna? ―pregunta. Noto cierta preocupación en su voz―. ¿Va todo bien?
Asiento, aunque ella no puede verme.
―Lo he hecho abuela. Seguí tu consejo. ―La voz me tiembla―. He visitado a mamá.
Mi abuela se queda callada al otro lado de la línea. La escucho murmurar algo que no logro entender y por fin habla.
―Estoy muy orgullosa de ti.
Y esas cinco palabras bastan para que me rompa de nuevo. Llevo varios días que parece que lo único que hago es llorar. Como si viviera en una continua tormenta interna que no cesa. Conocer de primera mano que mi abuela está orgullosa de mí a pesar de que yo me siento una mala hija... No sé. Me quita un poco la carga que siento sobre mis hombros.
―Crees que debería hablar con mi padre, ¿verdad?
He dado un gran paso al visitar a mi madre hoy, pero sigo teniendo más frentes abiertos por resolver.
Abro la botella de agua y bebo un poco. No hace calor a esta hora de la mañana, pero me he quedado seca de tanto llorar.
―Voy a dejar que te respondas tú misma esa pregunta.
Supongo que eso es un sí.
―Gracias, abuela. Gracias por escucharme.
―Siempre te escucho, Anna. ―Su tono de voz suave me relaja―. Solo falta que te escuches a ti misma.
Cuelgo la llamada y guardo el móvil en el bolso. Miro por la ventanilla del coche y a lo lejos contemplo el cementerio de Riverbridge. Aún tardo un par de minutos en arrancar y emprender la marcha. Ahora que he salido de casa no me apetece volver a encerrarme. Quizá es buena idea ir al mirador. No lo visito desde hace mil años.
Justo desde que me rompieron el corazón por primera vez.
La segunda fue cuando Nicholas se marchó de la ciudad.
En ambas ocasiones tuve que pillar un bus que me dejó a veinte minutos andando del mirador. Problema de no contar con coche en ese momento. Y tan solo hubo un intervalo de tres semanas entre ellas.
Rowan fue mi primer amor.
Ese amor de instituto que nada tiene que ver con las películas y que acabó en desastre. El muy capullo quiso ir más allá mil veces a pesar de que yo no me sentía preparada. Me reemplazó, para después excusarse con la típica frase de «Los chicos tenemos necesidades sexuales que satisfacer». Recuerdo que me dolió la mano durante una semana del puñetazo que le metí.
Cuando me estaba recuperando de esa traición, llegó la noticia de que Nicholas se iba.
Otra persona que quería me estaba dejando.
Por una parte, entendía que Nicholas debía hacer su vida, pero me acababan de romper el corazón y volvía a quedarme sola. La partida de Nils me dolió mucho más. Era como si me estuvieran arrancando un pedazo de mí, lo hicieran una bola y la lanzaran al río.
Dolió porque era consciente de que Nils se despidió de mí para siempre.
Siempre supe que Riverbridge no era un hogar para él. En algún punto conservé la esperanza de que eso pudiera cambiar. Me equivoqué. Aquel veintitrés de junio me despedí de él sin saber que la vida nos tenía deparada otra cosa.
Volví a toparme con Nicholas en la universidad.
Qué curiosa es la vida que siempre te empuja al mismo lugar.
Fueron tan solo dos años. Nicholas y yo empezamos a conocernos más. A pasar más tiempo juntos. Nos escapábamos los findes para contemplar las estrellas. Aprendimos a hacer locuras como bailar bajo la lluvia. Además, Nils fue la persona que me volvió adicta al chocolate caliente con extra de caramelo. Y entonces volvió a suceder.
Se esfumó como las hojas en otoño.
El sonido de mi móvil empuja a un lado todos esos pensamientos sobre el pasado. Aún no he llegado al mirador así que no respondo. No quiero perder la atención de la carretera y tener un accidente. De igual forma no me queda mucho ya que logro ver la montaña a lo lejos. Esta vez al menos voy a aparcar en el parking del mirador y me ahorraré los veinte minutos de caminata.
Cuando llego lo encuentro casi vacío. Aunque es uno de mis lugares favoritos de Riverbridge, no es muy concurrido. Un par de coches más acompañan al mío.
Retiro las llaves del contacto y me bajo. Rebusco el móvil en el bolso y compruebo la pantalla de notificaciones. Tengo un mensaje de Charlotte. Otro de mi jefe. Y otro de mi padre.
Se me forma un nudo en el pecho.
Contesto los dos primeros, pero ignoro el último.
Camino hasta el mirador y ocupo el banco que hay. Tres versiones de mí misma han estado aquí. Y las tres con el corazón roto por un motivo u otro. Observo como la gente que había se va yendo poco a poco hasta quedarme sola. Cruzo las piernas y cierro los ojos durante minutos que parecen horas. De fondo escucho el sonido de los pájaros. De los árboles danzando.
No hay ruido. Solo paz.
Bueno, quizá he hablado antes de tiempo.
―Jamás pensé encontrarte aquí.
Esa voz provoca que me congele en el sitio.
―¿Nils?
Tal vez estoy soñando despierta. Bueno, más bien teniendo una pesadilla. Sí, creo que estoy alucinando. Seguro que el café que me tomé esta mañana se encontraba caducado y estos son los efectos secundarios.
Le veo sentarse a mi lado. Eso sí, manteniendo las distancias entre nosotros.
―¿Qué haces en el mirador?
Aún sigo en shock.
―Despejar la mente. ―Se encoje de hombros―. ¿Y tú?
Intento poner en orden la marabunta de pensamientos que fluyen por mi cabeza. No sé si quedarme y responder, o salir huyendo. Así que tan solo me quedo en silencio sin moverme del sitio.
―¿Alanna? ―Nicholas me llama, pero yo sigo procesándolo todo―. ¿Estás bien?
―No. Sí. No te importa.
Ni siquiera sé lo que digo.
Le escucho reírse y por un segundo su risa me traslada al pasado. A aquella noche donde bailamos bajo la lluvia. Nicholas me rodeaba la cintura con un brazo y con el otro se dedicaba a quitarme las gotas de agua que caían por mi cara. Acabamos empapados y unos días después ambos pillamos un resfriado de narices, pero en su momento me dio igual.
Era feliz.
Éramos felices.
―No te pega este sitio, liten stjerne ―asegura. Pasa sus manos por detrás de su cabeza―. Es demasiado tranquilo para lo caótica que tú eres.
―Espero que eso no sea un cumplido ―le recrimino―. Y yo no soy caótica.
Nicholas voltea en mi dirección.
―Colarse en un cine de verano cuando estábamos en la universidad, perderse en la montaña cada finde, inventarte las recetas a la hora de cocinar a pesar de que siempre acababa todo hecho un desastre y la cocina casi en llamas, mezclar mil colores que no encajan ni con cola, dejar velas por todos los lugares de la casa... Y podría seguir.
―Yo... ―Me ha dejado sin palabras―. ¿Te acuerdas de todo eso?
Nicholas no es consciente de todo lo que ha dicho hasta que escucha mi pregunta. Por el fruncimiento de ceño asumo que no quería compartir esos pensamientos conmigo.
―Olvida lo que he dicho.
No le insisto. Tampoco es que Nicholas vaya a quedarse mucho tiempo en Riverbridge. Él mismo me lo dijo, nada le retiene aquí. Solo trabajo. Pasamos diez minutos en silencio hasta que él parece incómodo por la falta de intercambio de palabras y se levanta.
―Nos veremos en el trabajo, Alanna.
Asiento.
Miro al frente y acomodo detrás de mi oreja un mechón que se ha escapado por culpa del aire. He venido aquí para encontrar algo de paz y, todo lo contrario. Es como si este lugar solo me trajera desgracias.
Me pregunto por qué sigo viniendo.
Noto como una lágrima cae por mi mejilla. Es la tercera vez que estoy en el mirador y vuelvo a tener el corazón roto. Increíble.
Después de visitar a mi madre me planteé venir aquí para despejarme. Respirar un poco de aire puro como se suele decir y pasar página. Bueno, empezar a escribir un nuevo capítulo de mi vida. Entonces el pasado vuelve a mí. Y ese pasado tiene los ojos azules y me sigue haciendo temblar. Cuando lo quiero dejar atrás, Nicholas vuelve a mí. Como un boomerang. Recordándome a la Alanna de años atrás.
Y por un instante siento ganas de volver a bailar bajo la lluvia con él.
Hasta que descubro que mi vida está hecha un desastrey que estoy demasiado aterrada de perderle de nuevo.
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Gracias por leer ♥︎
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