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05 | Nada que salvar

Nicholas

No debí mandar ese mensaje.

Mierda.

Mierda.

Y más mierda.

Pillo de nuevo el móvil y comienzo a teclear. Escribo. Borro. Y así durante varias veces hasta que me doy cuenta de lo imbécil que parezco y ceso. Ni siquiera sé por qué lo hice. ¿Momento de debilidad tal vez? Ese es el problema con Alanna, me revuelve la mente y pierdo el control. No espero una respuesta por su parte, aunque algo me dice que ha leído mi mensaje.

Minutos después mi móvil suena.

No es ella, sino mi primo Isak que me está llamando.

Respondo la videollamada.

―¡Al fin das señales de vida, Nils! ―exclama.

Veo a Isak junto a su coche y cuando me percato de la canoa enganchada al techo tengo muy claro lo que planea.

―Lo siento, tío. He tenido una semana bastante ocupada con el trabajo.

Dejo caer mi cabeza sobre la almohada y miro un instante por la ventana. Echo mucho de menos el paisaje de Tønsberg. Sus bosques nevados cuando el invierno daba la bienvenida a la ciudad. El lago helado. El olor a mar cada vez que caminaba por el puerto. Riverbridge no tiene nada que ver. Hay bosques, sí. Y un lago. O eso dicen por ahí, porque yo no he estado. Pero no se siente hogar, sino como un lugar de paso.

―No te envidio en absoluto. ―Se carcajea Isak mientras recoloca varias cosas en el maletero del coche―. Por cierto, tía Dina manda saludos para ti.

Hilsen fra meg også ―contesto.

Le veo terminar de acomodar varias cosas y apoyarse sobre una de las puertas del coche.

―¿Qué tal llevas el trabajo?

Suspiro con resignación.

―El trabajo bien. Solo que...

―Desearías estar aquí, ¿verdad? ―Acaba la frase por mí.

Asiento.

―Mi padre está muy mal, Isak ―confieso―. Siento que he entrado otra vez en el mismo bucle del que hui cuando me largué a la universidad. Que da igual lo que haga, siempre vuelvo a este maldito lugar que me jodió la vida.

―¿Y tu madre cómo lo lleva?

Pienso en mi madre y se me encoge el corazón. Convivir durante tanto tiempo con una persona que padece depresión te consume por dentro. Sé que intenta por todos los medios mantenerse fuerte. Por mi padre y por mí. Pero ella también se está perdiendo. Y yo me siento completamente incompetente porque no puedo hacer nada, solo estar ahí y ya. No es suficiente. No arregla nada.

―Mal, aunque pone buena cara ―digo con cansancio―. No quiere que la vea sufriendo, así que finge.

Supongo que no es la única experta en fingir que todo va bien.

Isak cierra el coche y entra en casa. Durante varios minutos permanece callado y yo solo apreció el movimiento de su cámara subiendo las escaleras de casa. Le veo entrar en su habitación y cerrar la puerta tras de él. Se sienta al borde de la cama y se pasa la mano por el pelo.

―Has pensado... ―Comienza a decir, pero le cuesta. Creo que está buscando las palabras correctas―. ¿Has pensado la opción de que tu padre ingrese en un centro de salud mental?

Me quedo con las últimas palabras de Isak retumbando en mi cabeza. Centro de salud mental. Mamá y yo nunca nos hemos planteado eso. No sé si por miedo o porque nunca asumimos del todo que mi padre tenía un problema de verdad. Pero ahora todo se está yendo a pique, y aunque intento achicar agua con todas mis fuerzas, cada vez nos hundimos más. Tal vez deba tener en cuenta la idea de mi primo. Estoy desbordado.

―Puede... ―El pensar en mi padre en un sitio como ese, lejos de mi madre hace que se me forme un nudo en la garganta―. Puede que lo piense. Dame unos días para que lo procese y se lo comente a mi madre.

―Está bien.

―Gracias, Isak. Gracias por estar ahí.

Él me da una sonrisa de ánimo.

―Como decía la abuela Ingrid: familien aldri forlater deg.

Después de varios minutos más hablando sobre cosas banales, cuelgo la llamada.

Veo que Alanna aún no me ha respondido el mensaje. No sé si sentirme dolido, molesto o idiota por esperar una respuesta. No importa. Tengo demasiada mierda en mi vida como para sumar otra preocupación más a la lista.

***

Meto la pizza en el horno y pongo un temporizador de quince minutos.

Un plan de domingo de lo más corriente. Quizá me pongo una película para acompañar este silencio que inunda la casa. Si estuviera en Tønsberg, me habría ido a montar en canoa con Isak y sus amigos.

Estoy solo. Ninguna novedad.

Veo la libreta de bocetos a lo lejos y descarto el plan. Dibujar me ayuda a desconectar, pero a veces también me empuja a pensar en mis problemas. Y es lo que menos quiero hacer ahora mismo: pensar.

Pensar no trae nada bueno.

Al menos no lo ha hecho desde que volví a Riverbridge.

Pasados quince minutos saco la pizza del horno. La corto en cuatro porciones y la sirvo sobre un plato. Agarro un botellín de cerveza y me llevo la cena al salón. Tardo diez minutos en elegir una película, pero al final encuentro una que me gusta. Justo voy a darle al play cuando mi móvil suena.

Creo que se trata de Isak otra vez para restregarme que está en un plan divertido sin mí, pero mi mundo se detiene cuando veo un mensaje procedente de Alanna.

Alanna me ha respondido.

No sé cuántas horas después, pero lo ha hecho.

Solo que el mensaje no es la respuesta que esperaba.

¿Por qué estás en Riverbridge, Nils?

Ni siquiera sé que contestarle a eso. Ni yo mismo lo sé. Bueno, realmente lo sé, pero no quiero darle esa información. Significaría abrirle las puertas de mi vida y no quiero que Alanna se cuele en ella, porque solo entraría para revolucionarlo todo. Lo cual implicaría caos.

Tecleo un «No es asunto tuyo» y me vuelvo a centra en la pizza.

Alanna me acaba de poner de mal humor.

No sé cuánto tiempo ha pasado hasta que escucho el timbre de mi casa. Me levanto del sofá con desgana y camino hasta la puerta. Observo por la mirilla y veo la figura de alguien que me resulta bastante familiar. Pelo corto y azul. Y esa chaqueta morada que desentona por completo con la gama de colores de su vestimenta.

¿Qué cojones hace Alanna en la puerta de mi casa?

No me lo pienso dos veces y abro.

Ni me da tiempo a decir nada porque la chica se cuela en mi casa. Sin permiso. Me empuja a un lado y yo me quedo sosteniendo la puerta sin saber cómo reaccionar durante un par de segundos.

―¿Qué haces aquí? ―la recrimino cuando logro recuperar la compostura.

Se encoje de hombros.

―De visita.

―¡Y una mierda! ―exclamo―. ¿Qué haces aquí, Alanna? ¿Por qué narices has venido hasta mi casa a estas horas de la noche? Además, ¿cómo has sabido la dirección?

Se cruza de brazos y frunce el ceño, no sin antes dedicarme una sonrisa de pequeña victoria.

―Soy buena investigadora ―confiesa, aunque cambia rápido de tema―. Quiero una explicación.

Entonces me echo a reír. No sé si por lo surrealista que me resulta todo o por su respuesta tan sincera.

―Una explicación... ―Repaso sus palabras en mi cabeza―. ¿Sobre qué si se puede saber?

―El mensaje. Ya lo sabes.

¿En serio ha venido hasta aquí solo porque quiere una respuesta?

―Por trabajo ―digo sin más.

No es del todo mentira.

―Seguro que hay algo más. ―Niega con la cabeza no muy convencida―. Sé que no te gusta Riverbridge, así que, ¿por qué estás aquí?

Reduzco la distancia entre nosotros. Alanna da un paso hacia atrás para volver a instalar esa distancia que se ha acortado con mi acercamiento. Vuelvo a repetir el mismo movimiento hasta que veo como choca contra la pared del salón. Le he jodido su plan maestro. Está acorralada.

―¿Acaso te importa? ―pregunto sin alejar la mirada de sus ojos.

―Sí... No ―añade rápidamente.

Coloco ambas manos sobre la pared. Le saco algo más de un cabeza, pero ella no parece achantarse ante la diferencia de altura entre nosotros.

―¿Sí o no?

―No.

―Entonces no es asunto tuyo.

―Cobarde ―susurra por lo bajo.

―Te he oído.

Intenta alejarse, pero sigue encerrada. Suspira y posa sus ojos en mí. Siento que me estudia cuando me mira y eso no me gusta. No quiero que navegue más allá de lo que hay a la vista.

―¡Genial! ―exclama sarcástica.

―¿Y tú qué? ―pregunto cambiando de tema―. ¿Qué escondes tú?

Aprieta los labios. No parece muy cómoda.

―Nada.

Me quedo un par de segundos observando cada uno de sus gestos y algo en esta chica me dice que no está bien. Sé que no es la misma Alanna que dejé en este lugar cuando me largué. Sigue vistiendo con mil colores. Hasta se ha cambiado el color del pelo. Aun así, noto un aura de tristeza a su alrededor. Oculta algo, aunque no me lo quiera contar.

Aprovecha mi momento de introspección para apartarme de un empujón. Me da una última mirada antes de dirigirse hacia la puerta.

―Alanna ―le llamo antes de que salga.

Ella se gira y me mira con cierta confusión.

―Solo es trabajo ―digo―. Aquí no hay nada que me retenga nada más que eso. Tú misma lo has dicho, no soporto Riverbridge.

Asiente.

En cuanto se va, la casa se llena de un silencio ensordecedor.

Y otra vez he vuelto a añadir otra mentira más a la lista.

Agarro la libreta de bocetos y me pongo a dibujar. Empiezo por una lluvia de estrellas. Continúo con el observatorio de Riverbridge. Y termino con Alanna y su pelo azul que me recuerda al lago de Tønsberg.

Ni siquiera sé por qué he dibujado esto último.

Solo sé que estoy agotado.

Tengo que encontrar la manera de salvar todo antes de que ya no quede nada que salvar.

Cierro la libreta, la dejo sobre la mesa y me voy a mi cuarto. Tal vez la forma de arreglar toda esta mierda es empezar a ser sincero. Sin medias tintas. A veces para arrancar un problema de raíz hay que meterse a fondo en el fango y no tener miedo de mancharse.

Hablar con mi madre es lo primero que debo solucionar.

• • •

Gracias por leer ♥︎

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